Читать книгу Bell: La vida es puro cuento - P. S. Brandon - Страница 22
ОглавлениеEn la preparatoria me dedicaba al teatro, ya que era un asco para los deportes que allí había. Lo único que me llamaba la atención era la gimnasia, la esgrima, el tiro con arco, correr y nadar, pero eso no lo enseñaban en la escuela.
En la universidad, conocí a mi amigo Alí, un chico de ascendencia árabe. Eso lo sabías por su tez morena y sus cejas tan pobladas. Alí era un fanático del deporte, pero en especial era un fanático de su chica, la cual era una perra.
A mi buen amigo: Las chicas son más cabronas que nosotros y eso está bien, pero, cuando pasa al revés, ellas gustan más de ti. Date tu lugar para que ellas te lo den.
La pateabolas
Es más divertido venir a correr con Bell: los tres kilómetros del parque pasan más rápido. Me motiva, ya que él tiene que alcanzarme, porque su condición no es muy buena. Bell era delgado y con el ejercicio adelgazó más. Era de estatura media y sus músculos empezaban a marcarse. Sus piernas me causaban envidia: estaban más definidas que las mías.
–Ya es tarde, debemos irnos. Espero que estos ejercicios te estén sirviendo. En verdad tienes que ganar en tu partido del viernes. He apostado contra Snow mil pesos a que tú ganas, así que no me hagas perder mi dinero –dijo Bell agitado, cuando terminábamos de subir la cima empinada del recorrido.
–¿Dudas de mí, cabrón? Es lógico que voy a ganar. Digo, soy el mejor del equipo –respondí de la misma manera en la que él lo hacía, algo soberbio, pero siguiendo un plan de broma.
Ese día no hablamos mientras corríamos. Yo era muy reservado, pero como Bell nunca se callaba, siempre me sacaba tema de conversación durante estos meses. He visto un gran cambio en él: ha decidido ponerse en forma; dice que para gustarse a sí mismo, pero a mí no me engaña: está buscando impresionar a alguien.
Mientras salíamos por los rehiletes de las puertas, lo vi cabizbajo y me decidí por yo empezar la conversación.
–¿Por qué tan cabizbajo? Tranquilo. El partido del viernes lo voy a ganar, y te dedicaré un gol.
–Estás loco –dijo Bell y soltó una risita–. Estoy bien, pero el ejercicio de hoy me ha fatigado. Me duele mucho mi estómago. Espero que no me perjudique mis ensayos de hoy.
–¡Ay, perro dramático! –le dije en modo de burla, como lo hacía siempre, mientras caminábamos a la estación del camión.
Recibí un mensaje de Jazmín, mi exnovia. Llevábamos un largo tiempo de haber terminado, pero ahora solo nos veíamos como “amigos”. Jazmín era dos años menor que yo. Cuando empezamos a andar juntos yo tenía dieciocho. Hablábamos ocasionalmente. Siempre la invitaba a salir y siempre me respondía con un: “Estoy ocupada” o “Tengo clase de danza”.
–Más vale que sea tu madre y que no estés hablando con esa chica otra vez –dijo Bell algo molesto–. Es una perra contigo. En verdad, no te merece. Búscate a quien quieras. Con cualquier chica estarías mejor que con ella.
–Ella tiene algo especial, algo que me gusta –dije mientras la halagaba y payaseaba sujetando mi celular, y le di un beso a la pantalla, mientras esperábamos en la parada.
–¿Es qué te la ha mamado muy rico? –dijo Bell.
Le di un golpe con el puño en el hombro y le dije:
–Cállate, cabrón.
Suspiró y dijo:
–Pues allá tú. Yo creo que podrías salir con otra chica mejor que ella.
Cuando dijo eso, justamente pasaba su camión y se fue en ese, lo que me dio oportunidad de poder responderle a Jazmín.
Hablamos todo el día y gran parte de la tarde, hasta que me armé de valor y le dije en un mensaje de texto: “Hagamos algo hoy, en verdad me gustaría verte”.
“No fui a clases de árabe hoy y mis papás no están en casa, y no llegarán hasta mañana, tal vez te gustaría venir y acompañarme”, respondió Jazmín.
Tampoco mis papás estaban en mi casa, así que pensé que sería una buena idea. Además, ya que estábamos en la misma situación, ambos podríamos hacernos compañía.
Tomé mi mochila, puse una chamarra en ella y me fui a su casa. Ella vivía relativamente cerca de mi casa, a diez minutos caminando.
De camino a su casa, había un vendedor de flores, el mismo vendedor con el que había comprado un ramo el día de nuestra primera cita. Pensé en llegar a comprar uno, pero no lo hice, no me detuve por nada.
Iba hablando con Bell debido a que quería hacer una fiesta después de mi partido en su departamento con Snow. Estaba hablando por teléfono y un camión sonó tan fuerte su claxon que me aturdió y no me dejó escuchar lo que Bell decía.
–¿Adónde vas? Si vas adonde esa perra, más vale que te la des.
Le colgué.
Llegué a su casa, toqué a la puerta y no tardó en abrir. Estaba en pijama. Apenas eran las ocho con quince y me sorprendió verla así: solamente con un short rosa del pijama, una camisa de tirantes y una sudadera.
–Si tienes frío, ¿Por qué tienes short? –le pregunté incluso antes que saludarla.
–No tengo frío. Es por otra cosa –dijo, mientras abría la puerta.
Me invitó a pasar.
No la saludé de beso, ni siquiera de mano. Solo me metí en la casa, pasé directamente a la sala y me dirigí al gran sofá frente de un mueble con el televisor.
Estaba viendo un partido. Junto con Jazmín iba a ver los partidos al estadio, así que nos sentamos a verlo.
Se quitó la sudadera antes de sentarse en el sofá. Se acurrucó a mi lado y, durante el partido, hubo un rato de coqueteo mientras estábamos viendo el juego hasta el medio tiempo. Estábamos teniendo un faje, la besaba y acariciaba sus senos. Eran pequeños y redondos. Ella me besaba y acariciaba mi pecho. Sabía que no faltaba mucho para que subiéramos de nivel. En su respiración notaba que ya estaba excitada, la misma reacción como cuando andábamos. Ya estaba listo: sabía que íbamos a coger.
Puse mi mano en su espalda dispuesto a subir su blusa, cuando me detuvo.
–No estás obligada a hacerlo si no quieres. Incluso, si ya te incomodé, dímelo. Incluso creo que será mejor que me vaya –dije, y me levanté de su lado dispuesto a irme de la casa, pero ella se levantó igual y se me lanzó.
Empezamos a besarnos. Nos detuvimos y ella me tomó de la mano. Seguimos el camino hasta la escalera, entramos a su recámara. Sobre su cama aún tenía un peluche gigante de un perro que le había regalado. Enseguida lo quitó.
–Ahora, lo único que quiero en mi cama es a ti –me dijo al oído de una manera muy obscena y nos tumbó en la cama.
La había desnudado. Estaba besando sus senos cuando, sin previo aviso, me pasó un condón que tenía guardado debajo de su almohada. Lo tomé y me lo puse. Solté un comentario que consideré gracioso:
–Mujer prevenida, vale por dos.
–La verdad, estoy muy deseosa. Mi última encamada me decepcionó y cuando tú y yo lo hicimos, nunca me había sentido mejor –dijo, y me tomó otra vez.
Ella me había montado, se mecía sobre mi verga con algo de rudeza, a diferencia de nuestra primera vez. Hasta su vagina se sentía distinto: no era estrecha, no era la misma sensación, ahora sentía que entraba y salía sin tanta dificultad. Me molesté un poco. Me cogía, la tenía sobre mí, pero no me gustaba.
–Para –le dije–. Vamos a hacer algo nuevo.
–Sí, porque en verdad pareciera que no sabes coger.
–Te enseñaré a respetarme –le dije y le di una nalgada.
También estaba muy deseoso y quise experimentar algo nuevo. Se meneaba lentamente y ahí empecé a disfrutar.
–Ponte de perrito. Vamos a hacerlo.
Se puso de perrito. Ya había perdido la erección, así que me masturbé para excitarme otra vez, con algo de saliva sobre el condón. Puse también saliva en su culo y, sin advertencia, la penetré. La golpeaba, dándole nalgadas. Empecé a embestirla lentamente, para que nuestro acto durara más. Se quejaba mucho; su ano estaba muy estrecho. Se quejaba; me gustaba la sensación. Me recosté sobre ella y empecé a jadear. Casi terminaba, y recordé mi molestia, y empecé a cogerla con más fuerza, y ella empezaba a decirme que parara, pero yo no quería.
–Alí, para; Alí, ya.
Dejé de penetrarla, pero la tenía sometida.
–Por lo menos déjame acabar.
Saqué el preservativo de mi miembro y empecé a masturbarme. Eyaculé en su espalda. Quedó fatigada, igual que yo, pero aún estaba molesto. Me recosté. Ella se quedó recostada boca abajo, aún jadeante y quejumbrosa. Me levanté después de terminar.
–Pensé que me los echarías en la boca. Hoy estaba pensando en dejarte hacer eso –dijo Jazmín agotada.
No estuve recostado a su lado como las veces anteriores. Solo me paré y me puse mi ropa, y le dije que tenía que irme, ya que tenía que levantarme temprano para ir a un entrenamiento. Le dije que me diera las llaves, que cerraría y que mañana le entregaría las llaves regresando del partido de entrenamiento.
–Están en la mesa de la sala –dijo aún fatigada. Bajé a la sala, busqué las llaves y las tomé. Salí, cerré la puerta y le llamé a Bell.
Eran las doce. Sabía que aún estaba despierto. Llevaba tiempo encerrado escribiendo un trabajo para la universidad. En cuanto respondió, le dije:
–“We, paro, mándame un Uber. Estoy en la casa de la víbora. Te mando mi ubicación.”
–“Espero que hayas usado tu víbora. Si no, no habrá Uber” –respondió.