Читать книгу Bell: La vida es puro cuento - P. S. Brandon - Страница 14
ОглавлениеTengo una amiga que es bisexual al igual que yo. Incluso creo que, al momento en que nos vimos, ambos lo supimos el uno del otro. Pasaron varios meses para poder decírnoslo y poder comentárselo a nuestros familiares y amigos.
A mi querida amiga: No le tiene que importar al mundo a quién nos queremos o nos vamos a coger. No te hace mejor persona el seguir los pasos de lo que los demás consideran “correcto”.
Además, a las personas no les debería importar si eres heterosexual, homosexual, bisexual, pansexual o transgénero. Les debería importar qué les aportas como ser humano.
Máscaras de gatos
Es el cumpleaños de Bell. Ha organizado una fiesta de máscaras para celebrar su cumpleaños número diecinueve. Me he puesto, en contra de mi voluntad, un vestido dorado que me ha hecho comprar Dylan para la fiesta. También me insistió en arreglarme el cabello. Me veo obligada a usar la máscara que me compró Bell. Es de las pocas máscaras que son diferentes, y le ayudé a escogerla. Mi máscara es una dorada con blanco, en forma de gato.
Salgo de mi recámara y mi madre se ve sorprendida de verme tan femenina. Tengo el cabello rizado, y el vestido que compré resalta mis caderas. Mi mamá se ha emocionado mientras me arreglaba el cabello, tanto que me ha puesto laca con brillantina para que resalte mi cabello rubio, incluso al saber de la fiesta, me ha comprado unos tacones de color dorado, que hacen juego con el vestido.
Dylan ha pasado por mí de camino. Íbamos charlando sobre lo extraño que era ir en un auto color naranja y disfrazados, de toda la limpieza que me había pedido hacer mi madre y sobre la fiesta de máscaras, renegando sobre Bell porque, en vez de una de hacer una fiesta de disfraces, en especial porque su cumpleaños tenía pocos días de diferencia con Halloween, se le ocurrió hacer una mascarada en el salón de eventos de sus padres.
–Es algo excéntrico. Igual a Bell, ese es su tipo de eventos: Bal des Sauvages, “Baile de los Salvajes”. Según él, es una oportunidad de ser tú y que nadie te reconozca –dijo Dylan mientras se burlaba.
–Bell alucina bien cabrón. Le dije temprano: “¿Si quiero ligar a alguien, me gusta y quiero seguir viéndolo y no sé quién es?”. Y el cabrón me respondió: “Es la intención de una mascarada. Además, necesitas algo de misterio en tu vida; aventúrate”.
Sabía que esta fiesta sería la oportunidad de que pudiera ligarme a alguien solo por una noche. Ya estaba harta de no encontrar una relación. Ya me había cansado de tantos cuentos de amor. Ahora solo quería encontrar a alguien para coger (eso quieren todos al final de cuentas). Ya lo necesitaba, mi cuerpo necesitaba sentir esa vibración que solo puede hacerte sentir otra persona, no solo un consolador o mi mano y, pues, si podía ser una relación estable a futuro, podría ser una buena opción.
También esperábamos que en esta fiesta Bell nos presentara a su conquista secreta.
Llegamos al salón de la fiesta y en el recibidor, con esa peculiar máscara roja, estaba Bell junto con Alí quien llevaba una máscara azul.
–De gala. ¡Muy bien! –dijo Bell y nos abrazó a ambos.
Dylan se fue con Alí a fumar, yo me quedé con Bell charlado.
–Estás radiante, querida. Ese vestido se te ve muy bien –dijo Bell, halagándome.
También él se veía increíble. Siempre se veía bien cuando él se quería arreglar. De no ser necesario, no lo hacía, pero aun en pijama él se veía bien. Intenté elogiarlo también.
–Bell, te ves tan…
Me interrumpió:
–¿Atractivo? Yo sé.
Me burlé de su reacción y le hice un comentario burlón ante su narcisista persona. Bell solía ser así, es muy egocentrista, pero no resulta molesto como las demás personas que se reconocen méritos o cualidades que les dicen tener.
Mientras caminábamos a la sala lounge que estaba reservada para nosotros, llegó un extraño chico con pocos vellos que le crecían en la barba y una máscara verde.
–Hola, gatita. ¿Quieres leche? –dijo en un tono, según él, seductor, me tomó la mano y la besó.
–¿Quién es este baboso? –le pregunté a Bell.
Estaba a punto de responderme y fue interrumpido por el chico.
–Fernando Martínez, el primo mayor de Fernandín –y siguió charlando, pero era un tema muy aburrido.
No le presté nada de atención. Sospecho que hablaba de sí mismo. Creo que Bell tampoco le prestaba atención. Milagrosamente llegó Renée, la hermana de Bell y se llevó al molesto primo.
En cuanto se fue, Bell puso los ojos en blanco y empezó a quejarse.
– Él tiene dos nombres. Nunca se había presentado con el nombre de mi abuelo, ni el de mi padre, y desde que escribo para el periódico y desde que la empresa en España volvió a ganar reconocimiento, usa este nombre como un “gancho”.
–Ay, perro, no seas payaso. Eso es molesto y te entiendo, pero, dime, ¿Entonces odias a tu pariente? ¿Por qué lo invitaste? –le dije, y empecé a reír.
–No lo odio, pero él me tiene envidia. ¡Está verde de envidia! Te lo juro, no acepta que yo soy especial y él no, o por lo menos que tiene virtudes diferentes a las mías. Aún recuerdo cuando estábamos los dos hace años y una amiga de mi tía me dijo que yo era el más guapo de la casa. ¡Menuda rabieta hizo!
La verdad, me daba más pena el primo que Bell, pero sabía que debía de apoyar a mi amigo.
Dylan y Alí regresaron, se sentaron conmigo en la sala lounge en la que estaba nuestro grupo de amigos. Aunque también empezaron a regarse todas las personas, Bell se quedó con nosotros unos minutos y volvía ocasionalmente. Estaba en la conversación, pero estaba volteando a todos lados. Le preguntábamos en varias ocasiones a quién buscaba.
–¡Al voltear antifaces, te han rodeado! –dijo Dylan―. ¿A quién buscas? Ya relájate y quédate con nosotros, y ya preséntanos algunas personas, coquetas y solteras con las que podamos bailar, beber y ligar.
–Es un problema esto del carnaval, cada encuentro es un error de identidad. Ustedes quedarán anonadados con la fiesta. Brindarán con toda esta gente y lo mejor es que no saben quiénes son. Solamente diviértanse y déjense llevar. Vuelvo en un momento –nos dijo y nos alentó a salir a conocer personas.
Sofía, una amiga de la escuela, comenzó a alegar sobre el comentario de Bell
–No todo se basa en amantes de una noche o varios días. Es necesario encontrar uno duradero. Como ser humano, tienes la capacidad de querer a todos los que te rodean, pero debes de seleccionar a uno para amarlo, no a cualquier persona que te altere la hormona, y menos cuando no sabes si será un hombre o una mujer. Esa idea del amor que tienen tú y Bell solo es la sensualidad y lujuria de libertinos –dijo y bebió de su copa.
Sofía no aprobaba que Bell y yo nos hubiéramos declarado bisexuales. Incluso antes de hacerlo, ella hacía comentarios bastante estúpidos e hirientes al respecto, porque no nos entendía. Solo toleraba o “aceptaba” a Dylan porque él solo buscaba hombres y se refería a él en femenino y hacía bromas un tanto hirientes. Lo gracioso era que lo mismo que ella alegaba de nosotros, lo hacia ella también, pero con todos los hombres que se le atravesaran. Incluso la mayoría de los chicos de la escuela ya habían salido con ella y la dejaban al día siguiente.
–Preséntame a quien solo ame a una persona a esta edad, preséntamelo y me caso con él o ella –dije.
La verdad, ya estaba enfadada de su presencia; no sabía por qué Bell la había invitado, así que me levanté y dije:
–Voy por algo de beber.
Sospecho que la dejaron sola, porque ya estaba un poco ebria, o que Dylan la acompañó a que se despabilara o siguiera fumando con él, aunque Bell lo desaprobaba ya que se iban juntos a fumar marihuana y Dylan se ponía pesado al fumarla.
Seguí caminando y me percaté que había mucha gente, sentada, bailando y regada por todo el salón, y observé a la distancia que Fernando se acercaba cuando me interceptó e intentó abordarme. Era tan pedante que me molestaba su presencia. Quiso comenzar con la conversación con nuestro único tema en común: la fiesta y Bell.
–Y pensar que tardó unos días preparándola –dijo su estúpido primo.
No sabía quién era más pedante, si él o Sofía.
–¿Unos días? ¡Fueron meses! No había un solo día que no me pidiera una opinión sobre cualquier cosa.
Sabía que, si le contestaba de manera despectiva y grosera, él se alejaría, pero seguía ahí. No tiene un buen sentido común. Me siguió hasta la barra. Pensé que lo perdería. Siguió caminando hasta la mesa de postres, llena de dulces, pasteles, macarrons y varias fuentes de chocolate con brochetas de fruta.
–Disculpa, ya basta. Es bastante molesto que sigas intentando persuadirme cuando ya te he rechazado varias veces –le dije para apartarlo definitivamente de mí.
–Disculpa, pero tu belleza me ha puesto algo estúpido –dijo tratando de excusarse y bobamente se cayó, resbaló sobre un charco de agua que había en el salón al lado de la fuente.
–No compadezco a las personas quienes se autodenominan estúpidas, ni, aunque demuestren que sí lo son –le dije y le ofrecí mi mano para levantarlo, pero la rechazó.
–Ferdinand dijo que sus amigas sí se dejaban seducir rápidamente, pero no eres así. Además, no eres tan mona –dijo molesto.
Se fue y lanzó su máscara verde a los postres.
–Si quieres ser amado, debes valer la pena y, créeme, tú no la vales. Búscate a alguien a quien le parezcas interesante –le dije y, orgullosa, me retiré hacia la mesa donde estaban las fuentes de chocolate.
–¡Qué uvas tan deliciosas! ¿Quieres probarlas? –me dijo un extraño vestido todo de negro que traía puesta una máscara de gato igual a la mía, solo que la suya era negra con decorados plateados–. Míralos. ¿Quién es quién? –añadió el extraño misterioso, y me ofreció unas uvas dentro de una pequeña copa de plástico, y empezó a sacar plática sobre los postres.
Nos fuimos a una sala lounge que estaba sola y ahí comenzamos a charlar de la fiesta, y le pidió a un mesero que nos trajera algo para beber.
Mientras esperábamos las bebidas, lo observaba y me parecía bastante atractivo, de rasgos faciales muy finos, con labios gruesos casi femeninos. Su tez era morena, parecía mulato. Además, era bastante sexy, era delgado, y tenía la espalda ancha. Me gustaba mucho en un hombre que su espalda fuera ancha.
Apareció el mesero con los tragos.
–Brinde usted y brindo yo –me dijo, y chocamos los vasos.
Después de beber el contenido, empezamos a caminar en el salón. La fiesta está llena de las personas más hermosas. Esos vestidos eran tan encantadores y esas máscaras tan bellas, que es imposible no dejarse llevar por cualquier emoción o instinto.
Había un charco. No lo había visto y me tropecé.
–¿Bailamos? Es más fácil que caminar –me dijo.
Le dije que no sabía bailar, que yo era muy torpe. Se rio.
–Entonces, ¿Qué haces en un baile?
–Yo, la verdad, vine por la comida y los tragos. ¿Por qué no solo nos sentamos y seguimos charlando de la fiesta o de cualquier cosa? –le dije, esperando que aceptara mi propuesta.
–¿Quién necesita palabras? El baile es más importante y divertido para ambos. Convierte la más simple y pequeña charla de cualquier día en algo más especial. Es la forma en que tus pies sonríen. Te permite decir tantas cosas sin necesidad de hablar; es todo un lenguaje que se siente en lugar de oír, ya que se puede susurrar, cantar o gritar sin ni siquiera decir una palabra. Pruébalo, pruébalo conmigo aquí.
Me ofreció su mano y me llevó a la pista, sonaba música tan bella, música lenta, había parejas solamente bailando, y entre la multitud me llevó al centro de la pista.
–Una vez que la música te golpea, las inhibiciones desaparecen y te das cuenta de que estás expresando cosas. ¡No tengas miedo, déjate llevar!
Empezó a mecerse y a manejar mi cuerpo junto con sus movimientos: él me enseñaba a bailar. Bell, por meses, lo había intentado, y no había conseguido nada; pero el misterioso extraño ya me había convencido de que era una buena bailarina.
–Sígueme. Es de ida y vuelta, y luego vueltas y vueltas.
Decía los movimientos y jugueteaba conmigo mientras ambos bailábamos. No sabía si lo estaba haciendo bien. Me daba vueltas y giraba a su alrededor. Era todo tan mágico.
–En cuanto te rindas a la música, podrás bailar como nadie. ¡Mientras desaparecen los límites entre nosotros! Y todo se reduce a un solo paso. Un paso más cerca es como una conversación, excepto que tus labios no se necesitan. Pero podemos ocuparlos en algo…
Me besó, yo lo besé y ambos empezamos a acariciarnos, como si fuéramos amantes de tiempo atrás, era una experiencia mágica.
Nos separamos.
–Y una vez que hayas comenzado con tu pareja sin hablar, se entienden como uno, mejilla a mejilla, dedo a dedo, corazón a corazón… Delicioso. Si así te mueves en la pista y así mueves los labios, no me imagino cómo moverás todo tu cuerpo.
–Te puedo mostrar cómo me muevo. Hay un baile que sé hacer muy bien –le dije.
Estaba excitada y en verdad estaba interesada en probar si, al ser tan buen bailarín, sabía moverse.
–Claro, muéstrame –me susurró en mi oído.
Yo sabía que en el salón había una habitación: estaba al pasar los jardines. Entonces salimos de la terraza, dejando detrás el bullicio y a esa sociedad enmascarada, para únicamente dedicarnos a entregarnos el uno al otro.
Pasamos por los jardines y, mientras caminaba, encontré la máscara de Bell en el suelo. En la entrada de unos arbustos en forma de laberinto, me agaché a tomarla, y justo salió Bell corriendo, y mi compañero desapareció y se escondió. Bell estaba agitado y, al instante, me quitó de la mano su máscara.
–Deberías de abrocharte bien la camisa –le dije riéndome de él, ya que estaba desarreglado. Incluso tenía muchos pedazos de pasto regados en el traje y en el cabello.
–Aún no termino–dijo Bell, y después siguió su camino al laberinto–. No digas nada y yo haré como que no vi que vas con un extraño misterioso.
Regresó al laberinto y desapareció entre los arbustos.
Caminé unos pasos y mi acompañante se acercó a mí, y me besó otra vez. Jugueteando con sus labios empezó a mordisquear los míos, después empezamos a tocarnos, recorriendo nuestros cuerpos. Comenzaba a erizar mi piel y lo frené ya que sentí que tendría que complacerme en el pasto o tendría que entrar en el laberinto y sacar a Bell. Lo tomé de la mano y seguimos caminando hasta la habitación.
La puerta de caoba estaba iluminada en la esquina más alejada del salón. Nos apresuramos y corrimos un poco, para finalmente llegar y girar la perilla. Me di cuenta de que la puerta estaba abierta, y que alguien ya había usado la cama con una sábana blanca y un sillón de piel color chocolate.
Me empezó a besar el cuello, y empezó a acariciarme. Me mantenía de espaldas a él y quise girarme, porque quería darle sexo oral, y al momento de empezar a desvestirlo, me percaté de algo: debajo de ese traje negro y esa camisa, había un cuerpo vendado, que cubría una silueta femenina. Me sorprendí. No quise hacer ningún movimiento o una reacción que pudiera arruinar mi momento erótico. Tenía varios meses esperándolo y no lo dejaría ir.
–No te molesta, ¿Verdad? Quería ver si, como hombre, tenía una oportunidad de agarrar a una chica tan buena. Así como tú –me dijo, apenada.
Yo simplemente la seguí besando en el cuello mientras le quitaba las vendas de los senos y ella me desprendía del vestido. Fue muy fácil desvestirla, pero esas vendas impidieron mucho el jugueteo.
–También quería venir de traje, pero me obligaron a usar un vestido –le dije cuando por fin pude descubrir sus senos.
Sus pezones me agradaron al instante de verlos: círculos gigantes de color chocolatoso. Empecé a besarlos y a mordisquearlos. Me quité el sostén y ella comenzó a hacer lo mismo. Me tumbé en la cama y empezó a besarme con sus manos. Tomó mis muñecas dejándolas apartadas de mí, me dejó indefensa y empezó a besarme. Su cuerpo estaba más caliente que el mío. Podía ver que tenía más silueta que yo, incluso sus senos eran más grandes que los míos por mucho. Mientras me besaba y recorría, rozaban mi cuerpo haciendo un leve cosquilleo. Después solo las sujetó con una mano y con la otra empezó a apretar mi seno. No dejaba de besarme. Después deslizó su mano hasta mi entrepierna y empezó a estimularme la vagina. Masturbaba mis labios y jugaba metiendo y sacando los dedos, rozando mis agujeros.
Empezaba a gemir. Ya estaba bastante mojada. Le pedí que me dejara hacerle algo a ella, ya que yo nunca había estado en el rol de pasiva.
Cambiamos de puesto y, al instante en que estaba sobre ella, me deslicé hasta su vagina y empecé a darle sexo oral, jugueteando con mi lengua de orilla a orilla. Empezaba a introducirle los dedos.
Era muy agradable escuchar cómo gemía. Mientras le estaba estimulando el clítoris, comencé a notar que estaba poniéndose algo duro y que ella empezaba a retorcerse. Seguía jugando con mi lengua, incluso le mordisqueaba el clítoris.
–Ya que hemos tenido algunos orgasmos, es momento de encontrar el punto G –le dije, y metí mis dedos medio e índice.
Sentí en su interior una zona rugosa e hinchada y me dieron ganas de seguir explorando. Seguía estimulando con movimientos circulares, y empecé a acelerar. Con la otra mano empecé a buscar y estimularle el ano. Le dije que lo disfrutara y se dejara llevar.
–No contengas esta sensación, expúlsala y disfruta tu orgasmo, vamos, puedes prenderme más.
Ya antes había logrado con mi expareja que llegara al squirt, y me llenó la boca y el sabor me gustó, y esperaba que pudiera lograrlo con ella.
Le dije que había llegado el momento de disfrutar ambas del encuentro y nos pusimos en posición de tijera. Con las piernas entrelazadas, me excitó mucho ver la diferencia de color en ambas pieles, la mía clara y la suya negra. Comencé a excitarme más. Ambas entrelazamos las manos y cada una introdujo la mano en la vagina de la otra y empezamos a mecernos sobre las piernas, jugueteando con las manos.
Los espasmos entre cada gemido me ponían rígida la espalda. Ambas vaginas estaban tan húmedas que escurrían. Se veía el líquido escurriendo y brillando.
Me pidió que me girara y me pusiera de perrito. Ella se metió debajo de mí, e hicimos un sesenta y nueve. Estaba comiéndole la vagina cuando de pronto sentí que me introdujo los dedos en el ano y me empecé a estremecer. Yo me movía balanceándome sobre sus labios y ella empezó a mover sus caderas reposando en la cama. Estábamos ambas muy excitadas. Los gemidos y pujidos de éxtasis envolvían el ambiente. Casi había olvidado el ruido de la fiesta que estaba a cuarenta metros. La música empezó a aumentar. El éxtasis estaba a punto de hacerme explotar.
Ya sentía que iba a terminar cuando, de pronto, escuché que iban a abrir la puerta. Y me cortó el momento.
Había atorado la puerta. Sería imposible que la abrieran, así que esperamos a que se acabara el ruido o la espera, nos quedamos recostadas en la cama. Aún teníamos las máscaras puestas; me pareció más excitante ver el reflejo de sus ojos negros. Jugamos con el cuerpo de la otra acariciando los pezones y aun rozando los dedos en las vulvas. Decidimos que era tiempo de volver. Nos vestimos y le pedí que me prestara su celular. Le anoté mi número y lo guardé como “Gatita”.
Empezó a sonar una campana, era una alarma de su celular. A las doce.
–Es hora de irme–dijo.
Yo estuve lista antes y me dijo que le ayudara a vestirse, para que fuera más rápido. Parecía su mucama, ajustando las vendas a su cuerpo y vistiéndola.
Antes de salir, me dijo que le diera algo para recordarme.
–Alguna prenda de ropa o tu máscara –dijo mandona.
Le di mi zapato y me salí. Caminé hasta la entrada del salón y afuera, en la puerta de cristal, vi a Dylan y Alí fumando, y los saludé. No me dijeron nada. Eso me calmó mucho. Respiré y recuperé mi postura.
–A fingir que no pasó nada –me dije a mí misma en voz alta.
Entré otra vez en el salón repleto de gente y, en la pista, rodeado por la multitud, vi a Bell bailando. Ya había cambiado su traje y tenía una máscara negra, casi azulosa, los decorados rojos se tornaron en un negro brillante, un estilo muy distinto al que le había visto tres horas antes.
Mientras bailaba con Bell, solo podía pensar en lo excitante y fascinante que fue el encuentro; a pesar de que fue con una malcriada hija de mami. Al final, se sabía que todo eso iba a suceder y ya estaba determinado que, entre toda la multitud, algo iba a pasar con las parejas o las nuevas compañías que se habían encontrado en la mascarada. Pensaba en lo mucho que me alegraba haber sido yo la elegida.
Bell me observó y me dijo:
–Tenemos un trato, querida. No diremos nada de eso. Ahora solo concéntrate en bailar, bailar toda la noche, bailar hasta que los problemas se solucionen. Baila, Penélope, baila –dijo algo ebrio y emocionado.
–No puedo –le respondí–. Me falta un zapato.