Читать книгу Bell: La vida es puro cuento - P. S. Brandon - Страница 18
ОглавлениеEn lo que a mí concierne, yo siempre tengo razón. Aunque les duela admitirlo, yo siempre la tengo.
Soy el amigo que siempre dice: “Te lo dije”. Cuando doy mi brazo a torcer, es porque no tengo razón (y es muy raro que no la tenga) o porque es imposible sacar a un bruto de su negación. Pero a quien nunca pude hacer entender fue a Esmeralda, a quien, por desgracia y en el peor momento, le tocó tomar una decisión.
A mi conocida (ya que me demostró que no éramos amigos): No siempre tendrás las cosas como tú las quieras; a veces tienes que dar tu brazo a torcer. Debes de entender que no siempre has de ganar tú.
Alguien tenía que entender
Es tarde, y no puedo empezar porque Bell no está.
El ensayo lleva veinte minutos de haber empezado y Bell no aparece. Es una diva total, aunque debo admitir que también yo lo soy: yo también acabo de llegar al teatro.
Bell llega corriendo, casi cuando empieza la pista de nuestra canción, y comienza a cantar mientras sube las escaleras al escenario.
A mí me encanta estar cantando todo el día. Pensé en comenzar a cantar su canción, pero en los últimos ensayos he escuchado a varias personas que se quejan de mí. Me hago la idea de que es por envidia, porque ellos no pueden cantar como yo.
Por años he sido muy insegura, hasta que decidí hacer un cambio radical con mi vida: comenzar a vestirme bien, salir con personas más interesantes y tratar de aprenderles algo y generar algo original conmigo misma. Y he logrado un cambio excelente.
Después de terminar la canción, tuvimos un descanso, y al instante tomé mi celular y comencé a mensajearme con Manuel, mi novio.
Todos los días a toda hora hablaba con él. Amaba que fuéramos juntos a cenar o a comer. Eran pocas las veces que podía verlo a solas. Siempre nos la vivíamos de fiesta.
Manuel era un sueño. Nunca me dejaba pagar. Él siempre me decía: “El hombre paga”, excepto en su cumpleaños. En esa ocasión yo lo invité y me gasté cuatro mil pesos en una comida.
Por desgracia, con Manuel no fue mi primera vez; porque cuando él y yo hacíamos el amor, era muy lindo. La manera en la que me besaba el cuello, poco a poco me prendía, y siempre trataba de que fuera yo quien experimentara más sensaciones.
Le gustaba empezar dándome sexo oral. La manera en la que su lengua se deslizaba entre mi vulva y comenzaba a lubricar… Después empezaba a meter sus dedos para acariciar mis entrañas, y después, cuando él sentía que ya estaba húmeda, él tomaba su miembro, que ya estaba endurecido, y lo introducía con delicadeza. Conforme el acto incrementaba, lo empezábamos a hacer más duro. Cambiábamos de posiciones. Por lo regular, él era el que me montaba hasta que concluíamos en un acto de éxtasis mutuo en mi orgasmo y su eyaculación.
Por el primer semestre de la relación, estuvo bien, pero yo me enfadé de esa rutina tan complaciente. Le pedí que fuéramos más salvajes y atrevidos.
Mi apetito sexual empezaba a crecer. Tenía ganas de probar cosas nuevas. Éramos como complementos perfectos y sin duda quería experimentar de todo con él. Le comenté que hiciéramos el acto sexual más intenso, que me dejara a mí prenderlo con juegos de rol o que buscáramos cómo hacer más complaciente e intenso el acto. Había considerado los actos más depravados, como un día que le empecé a dar sexo oral cuando estábamos drogados con hierba.
Estábamos hablando de que iríamos a la fiesta de Pablo, pensábamos ir ambos vestidos iguales con camisas de animal print, como en varias ocasiones anteriores en que le pedía que nos fuéramos vestidos igual. Le dije que antes de irnos a la fiesta pasara a mi casa para poder coger, ya que estaba muy estresada por los ensayos, y además tenía una semana sin coger y estaba yo muy deseosa.
Bell interrumpió, porque quería seguir practicando una parte de la canción, una nota que le costaba trabajo.
Había varias personas cerca de nosotros, y escuchaba que conversaban a susurros a nuestras espaldas. Sabía que nos criticaban, pero era por envidia. No había nadie tan talentoso como nosotros, ya que siempre recibíamos halagos de la directora de la obra.
Había invitado a Bell a la fiesta de hoy, pero tenía una reunión con sus amigos. Era una reunión después de ir a un partido de fútbol y porque se quería distraer, pero yo no quería ir a una reunión pequeña, yo quería reventarme, así que comencé a hacerle una escena, para que me acompañara a mí:
–Deja de depender de ellos. ¿No tienes más personas con las cuales salir? ¿No sientes que se hace monótono? Seguir en el mismo círculo… Ábrete más. Te hace falta reventarte, conocer más cosas. De no ser porque hablamos de sexo, sospecharía que aún eres virgen; pero, pues, tú sabes.
Había tomado su celular por unos segundos para confirmar la letra de la canción. Después de que le dije todo eso, dejó su celular y comenzó a reclamarme:
–Exactamente: yo sabré qué hago. Yo quiero estar con ellos porque son buenos conmigo. Tal vez algún día me harten o yo a ellos, yo sé, pero prefiero estar con ellos mientras eso no pase, a fingir estar a gusto en un ambiente que no me gusta.
Solo cuando lo irritaba reaccionaba agresivo. Con esta era ya la tercera vez. La primera vez que lo hizo, al dar yo exactamente en el clavo de lo que tenía, comencé a llorar. No le importó verme así y siguió alegando. Él se había dado cuenta de mi secreto. Había sido dañada tantas veces que ahora, para evitar ser dañada, yo se lo hacía a otros.
Lo calmé, ya que Bell era muy explosivo y respondón. Continuamos en el ensayo hasta que fue hora de salir del teatro.
Eran las cinco y treinta y había citado a Manuel a las siete para poder tener nuestro encuentro antes de la fiesta.
Me fui a casa, me bañé y comencé a arreglarme para cuando llegara Manuel.
Le había dado un juego de llaves de mi apartamento. Ya había terminado, solo estaba usando lencería y lo esperaba en la sala para empezar nuestro jugueteo.
Cuando llegó, entró gritando:
–¡Esmeralda, baja! ¡Necesito dinero para el taxi!
Me puse una bata roja que tenía a la mano. Vi que usaba su pantalón negro como se lo había pedido, pero no traía una camisa de animal print. Usaba una playera blanca con el número treinta y tres marcado en color negro. Me molesté al verlo así.
Le di un billete de doscientos pesos para que pagara. Mientras me acercaba, no hizo nada por besarme, solo me quitó el billete y se fue a pagar.
Regresó y yo me había sentado en mi sofá, algo molesta, pero ya que estaba deseosa, no tenía razón para seguir molesta con él.
Dejo la bata desabrochada, con las piernas abiertas, dejando que se viera mi vulva, y comienzo a tocarla suavemente.
Él se me queda viendo, con un semblante de ira, y se aproxima, se deja caer a mis pies, y comienza a lamerme los labios. Me he depilado para él. Está tan lisa que su lengua puede andar libremente por ahí. Ya empecé a humedecerme y estoy segura que él aún no está duro.
–Es mi turno –le digo de manera morbosa, y empecé chupársela.
Me gusta el sabor de su verga. Lo escucho gemir y me enciendo más. Empiezo a sentir cómo su verga se va engrosando más con los movimientos de mi felación, Manuel tiene todo el pubis cubierto de vello, negro y rizado, bastante largo. Me da un poco de asco.
Me dice que pare, y lo llevo a mi recámara, mientras aún tiene la verga dura. Después de una carrera a mi alcoba, ya estoy completamente desnuda y el solo trae su playera blanca. Intenté quitársela de camino a mi recámara, pero fue inútil.
Yo quería experimentar más y explorar más. Le pedí que fuera más rudo y únicamente abrió mis piernas y me embestía con fuerza. Mientras estaba en el borde de mi cama, le dije que cesara, que cambiáramos de puesto, para poder subirme en él, pero no quiso. Eso me molestó y me puse de espaldas, para que me diera por el culo.
–¡Anda, cógeme! ¡Quiero sentirte en mi interior! –le gritaba.
Comenzó a penetrarme, con mucha fuerza. Me quejaba y él me cubría la boca, para evitar escucharme. No tardó mucho haciéndolo. Si acaso, me había tomado seis veces y me dejó. Se alejó de mí y empezó a hablar:
–¿Qué es lo que quieres? ¿Que te pegue?
Y comenzó a darme nalgadas. Empezó a hablarme algo molesto. Estaba atónita en mi cama, sentada, con los ojos humedecidos en lo que podían ser lágrimas de tristeza o de dolor
–No puedo ya. Suficiente. Ya estoy harto de esto. No me parece justo. No puedo seguir haciéndolo. Siento que te degrado. Perdón, yo no puedo. Nunca había hecho esto, ni siquiera con las putas que he pagado para que tú no tengas que degradarte. No es lo que busco en una novia. Dime qué buscas tú. –Hizo una pausa y siguió–: Tú elige: o seguimos como novios, con sexo ocasional y romántico, o ya nada más nos veremos para coger. Es tu decisión.
No sé qué habrá pasado con ella, pues ese fue el último día en el que vi a Esmeralda. Nunca volvió a los ensayos después de ese viernes y, por suerte, otra chica con más talento, carisma y más hermosa llegó a remplazarla. Y era necesario: nunca había consentido a una chica como ella que hiciera el papel de Ariel.
Así que este es el desenlace de su historia con lo que se hubiera pasado después.
Nos vestimos. Yo terminé de arreglarme en mi habitación y él fue a la sala para terminar de vestirse, ya que allá estaba todavía su ropa. Cuando se salió de mi habitación, no puede evitar llorar. Me recosté por unos minutos en mi cama después de que había terminado de arreglarme, pensando en que yo debía de aceptar que deberíamos tomarnos un descanso de nosotros, y solo hacerlo cuando fuera especial, que me volvería una chica que usa un dildo por las noches o cuando necesita una sensación nueva. También pensé que tal vez debería dejarlo para siempre.
No podía tomar una buena decisión. Tenía la presión de la fiesta, y mi celular estaba sonando incesantemente. Era el tono de los mensajes. Mi instinto me decía que los tomara y los respondiera, pero mi razón me pedía que dejara eso y me preocupara por mí.
Recibí una llamada de Leonardo, el amigo que había organizado la fiesta. Él había cambiado de lugar, pero seguiría siendo el mismo plan. El nuevo lugar estaba algo más retirado de mi casa, así que me levanté y me volví a maquillar, ya que mi llanto se había corrido y machando mi rostro.
Le grité a Manuel que debíamos irnos ya, porque habían cambiado el domicilio.
Salimos y nos subimos a mi auto. Él siempre conducía cuando íbamos juntos, pero esta vez no se lo permití. Conduje yo. Incluso me ofrecí a pasar por varios amigos que vivían cerca de mi casa o que estuvieran por llegar al lugar. No hablamos mucho Manuel y yo. No pasé por nadie, lo que hizo el camino más largo, incómodo y estresante.
Llegamos al antro, y yo estaba algo ida. Bebía, pero no bailaba, a pesar de que Manuel me dijo en varias ocasiones que lo hiciéramos. Solo estaba sentada en la barra y bebía, cada cosa que me ofrecieran.
Manuel despareció un momento excusándose con que iría al baño y ahí fue cuando me pude desahogar con Pablo.
Creo que comencé a llorar porque me sacó del bar y nos sentamos en la banqueta. Cuando me calmé, nos metimos otra vez y vi que todos estábamos bailando. Pablo me invitó a bailar y ahí empezaron a darnos shots y estaban dando tachas. Ya que me quería olvidar de ese problema, solo me dejé llevar.
Ya no estaba consciente, ni mis amigos, cuando de la nada vi a Manuel besando a otra chica a quien también estaba manoseando y me le lancé. Empecé a gritarle y le metí un golpe en el pecho, y de repente sentí que me metían un puñetazo en la cara.
Reaccioné de mi viaje.
La chica empezó a decirme de cosas, insultos y obscenidades. Me seguía golpeando hasta que Pablo y Leonardo se percataron y me sacaron del bar. Leonardo regresó para sacar a Manuel y a la perra, pero ya iban saliendo después de que se metió.
La chica salió abrazada de Manuel. Me levantaba el dedo medio y Manuel solo se burlaba.
–¡Así que por eso querías el break! ¡Eres un pendejo, la persona más mierda que conozco! –le gritaba, y quería correr a golpearlo, pero Pablo no me dejó.
–No vale la pena –decía.
No podía calmarme. Estaba vuelta loca. Regresamos a la fiesta y las personas seguían normal. A nadie le importó que me hubieran golpeado. Todos seguían bailando, ignorantes de lo que había pasado, todos en su viaje.