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2 · Mis hermanos

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A estas alturas, ¿ya vivías con tus papás en la calle María Luisa Santander?

Sí, claro. Después de regresar desde España, mis papás se fueron a vivir con mis abuelos, hasta que, no sé cuándo —me imagino que por los años 44 o 46—, compraron la casa de María Luisa Santander. En esos tiempos ese sector de Providencia estaba poco urbanizado y, según mis abuelos, nos habíamos ido a vivir a pleno campo.

¿Qué recuerdas de esa casa?

Viví ahí hasta que me casé, así que la recuerdo bien. Era de dos pisos, pero no muy grande. Arriba estaba la pieza de mis papás que se conectaba con la mía y que tenía un balcón que daba a la calle. Ahí yo dormía sola. En otra ala estaba el dormitorio de la Toy y el de mis hermanos. Lo más entretenido de la casa era el baño de mi mamá, que era gigante, lleno de estantes con cajones y donde ella guardaba miles de cosas de todo tipo. Mis hijas todavía se acuerdan y me dicen: “El baño de la Nani era como ir a la calle Meiggs”. Tenía también arriba una terraza grande que se cerró para que mi mamá tuviera su taller de cerámica y pintura.

Ya hablaremos de ese taller, donde me imagino hiciste tus primeros dibujos, pero antes, entiendo que alcanzaste a vivir en esta casa con tus hermanos…

Con la Eliana no. Viví con Jorge, saliendo de la universidad, y con Luis entrando. Nunca me voy a olvidar que, sabiendo ellos que yo desde muy chica le tenía terror a todo bicho que tuviera alas, llámese pájaro, mariposa, polilla, etc., un día tuvieron la pésima idea de entrar a mi pieza mientras yo dormía y, disfrazados con unas alas enormes de papel, comenzaron a aletear al lado de mi cama haciendo unos ruidos como de ultratumba. Mis gritos de miedo y horror se escucharon hasta en la calle y la Toy y mis papás llegaron corriendo a ver qué estaba pasando. Nadie lograba calmarme, lloraba sin parar de manera absolutamente incontrolada. ¡Imagínate el reto que les llegó a esos dos! Para ellos era solo una broma, pero para mí fue como si hubiera visto al diablo en persona. No sé por qué, pero desde que tengo uso de razón le tengo pavor a todo lo que tenga alas. Tanto es así, que yo le decía a mi abuela que qué pecado podía cometer para no tener ángel de la guarda…

Ay, Carmen, eres increíble… ¿Cómo eran tus hermanos?

Jorge había estudiado en el Colegio Alemán y luego Medicina en la Universidad de Chile, donde se recibió de médico cirujano. Era realmente brillante, le gustaba mucho la investigación y creo que escribió algo sobre los iones en el intestino. ¡Imagínate! Me acuerdo que llegaba con sus compañeros de universidad a la casa y me hacía todo un show para que le diera la poca mesada que yo guardaba. Una vez llegó con una mano vendada y me dijo que necesitaba plata para comprar remedios o qué se yo… Y claro, ingenuamente se la di. Siempre fue extremadamente cariñoso conmigo. Yo era como su mascota y me llevaba a todas partes: a la piscina, al teatro, a un pícnic. Fue un gran médico, pero se involucraba tanto con los pacientes que sufría a la par que ellos. Él era bipolar, pero yo en esos tiempos no sabía nada de eso. Solo me daba cuenta que era inestable y tenía cambios súbitos de conducta. En sus momentos maníacos era capaz de comerse el mundo y sacaba toda su personalidad dicharachera. Le encantaban los caballos e ir a las carreras, pasión que heredó de mi abuelo paterno quien había tenido un haras. Con mi hermano Luis, se compraron una yegua que le pusieron “Tarjeta”. Era pésima y siempre llegaba última. Cuando en la familia alguien preguntaba “¿Cómo estás?”, quedó para siempre la frase “como la yegua Tarjeta”. Jajaja.

Te llevaba entonces al Club Hípico…

Claro que sí. Él iba todos los domingos. Todavía me acuerdo que una vez me dijo que tenía que apostarle todo lo que tenía al caballo “Campeón” porque iba a ganar de todas maneras. Bueno, yo aposté los cuatro pesos que llevaba y ganó por fallo fotográfico. Tuvimos que esperar al otro domingo para cobrar el premio. Fue muy entretenido porque con la plata ganada nos compramos una pista eléctrica de caballitos y hacíamos apuestas caseras…

¿Él se casó?

Sí, con la Nanita, la Adriana González, una mujer encantadora y muy bonita, quien le tuvo mucha paciencia. Yo debo de haber tenido 10 años cuando fui al matrimonio y, hace poco, me mandaron una foto de ese día en que estoy con él, mi abuela y mis papás.

Tuvieron cinco hijos, pero le fue difícil salir adelante ya que su bipolaridad no pudo ser controlada. En sus episodios de entusiasmo y felicidad exagerados, hacía locuras como tapizarme la casa con 20 o 30 ramos de flores o mandarme de regalo un reloj Cartier u otras joyas que yo tenía que devolver al día siguiente. Mis papás sufrieron mucho con sus altos y bajos. Pienso que al final, él ya no pudo consigo mismo y quiso morir. Fue unos años después que mi mamá, en la década del ochenta.

Nos quedamos un rato en silencio. No era el momento de ahondar, pero comencé a comprender mejor aún sus dolores familiares y algunos símbolos de su pintura…


En el matrimonio de mi hermano Jorge con mi abuela Adela y mis papás

¿Y cómo fue tu relación con Luis?

Muy buena, pero no tan cercana como con Jorge. Él era más cerruco, más para adentro, pero igual me regaloneaba. Como nació un 6 de enero, día de los Reyes Magos, mi mamá tuvo la brillante idea de bautizarlo como Luis Eduardo Melchor Gaspar y Baltazar y así quedó en su carnet… Estudió Ingeniería Comercial y se dedicó a la bolsa y negocios financieros. Se casó con la Angélica Low y tuvo dos hijos. Fue yunta con mi papá hasta el final. Mis dos hermanos fueron personas muy especiales, me quisieron mucho y se encargaron de enseñarme todo lo que no se debe hacer en la vida, es decir, todo lo que me ha servido…

¿Y qué pasaba con tu hermana Eliana?

Ella ya se había casado cuando yo nací. Nos adorábamos. Se había ido a vivir a Chillán y me encantaba cuando me llevaban a verla. Era la persona más dulce que puedas imaginar, pero de una timidez enfermiza y mucha mala suerte. A poco de estar casada se le quemó la casa entera, pero nunca levantó la voz ni se quejó de nada, pese a que tenía una pésima situación económica y seis hijos. Mis papás tuvieron que ayudarla y traérsela a Santiago, cerca de ellos. No salía a ninguna parte, cerruca como todos los Salas. Era, eso sí, de una bondad infinita, generosa con lo poco y nada que tenía y, sobre todo, siempre dispuesta a dar cariño y amor. No lo pasó bien en su matrimonio y como a los cuarenta y tantos años le vino un cáncer espantoso y murió a comienzos de los años setenta. Fue un duro golpe para mis papás. Mi mamá entró en una fuerte y larga depresión y para mí fue tremendamente doloroso no solo perder a mi querida hermana, sino ver a mi mamá destruida por la pena…

Preferimos parar aquí. Había sido una buena pero cansadora catarsis para la Carmen. Al despedirme, solo le di un gran abrazo. Era todo lo que podía hacer…

Carmen Aldunate sin corazas

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