Читать книгу Carmen Aldunate sin corazas - Patricia Arancibia Clavel - Страница 6
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Introducción
Comienzos de junio de 2018. Un letargo, que alguien podría confundir con depresión, me tenía tomada desde hacía meses. Claro, era explicable. A fines de febrero —el 28 para ser más exacta— había sufrido la pérdida de mi madre y una sensación de distancia y desapego físico y emocional a las cosas que envolvían mi quehacer cotidiano, se hizo presente con fuerza.
Me dejé ir. Sentí que por un tiempo era necesario vivir en un estado de laissez faire, laissez passer, permitiendo que se desplegaran en mi interior nuevas ideas y proyectos capaces de sacudirme de la modorra en que me encontraba. Siempre supe que no se trataba de abandonar mi trabajo que tantas satisfacciones me ha generado en estos últimos veinte años, sino más bien de encontrar una motivación que —dada mi sensibilidad del momento— me ayudara a sacar fuera mis propios sentimientos y emociones.
Y es que escribir es un oficio sanador. Tenía una experiencia anterior. El 2011, Vicente Monge —hoy un gran amigo— me pidió que relatara la historia de su hija Verónica, quien a los 22 años había muerto de cáncer. Era algo totalmente diferente a lo que había hecho hasta ese entonces y, por esas cosas del destino, acepté el desafío.
Digo que fue el destino porque, cuando me preparaba a escribir ese libro, murió en circunstancias muy trágicas Enrique, el mayor de mis diez hermanos. Cuando terminé de escribir el libro de la Verito me percaté que, sin darme cuenta, había volcado en el texto no solo el dolor de una familia, sino que mi propio dolor. Sin duda, se había producido una especie de transferencia de emociones y sentimientos que me ayudó a comprender muchas cosas que no son del caso relatar aquí.
Ahora me encontraba en una situación parecida, pero diferente. Necesitaba un nuevo reencuentro conmigo misma, pero esta vez, el desafío era que yo encontrara un “alguien” con quien realizar un nuevo ejercicio de escritura sanadora.
No sabía bien qué quería. En un primer momento, pensé que había llegado la hora de cumplir la promesa que le había hecho a mi mamá de escribir para la familia su fascinante historia de vida, pero no me sentía capaz. Todo estaba muy reciente y eso implicaba volver a escuchar su voz, volver a leer sus cartas y, sobre todo, leer sus diarios de vida, que, en un acto de confianza y generosidad, me había entregado antes de partir…
Una noche cualquiera, pensando en estos avatares, de improviso, sin saber por qué, se me vino a la mente el nombre de Carmen Aldunate.
No dudé ni un segundo que ella era el personaje perfecto para biografiar y… para dialogar. La conocía desde hacía un tiempo y habíamos congeniado muy bien. Su atractivo me era innegable. Más allá de su enorme talento artístico, tenía una serie de características admirables: inteligencia, autenticidad, sencillez y gran sentido del humor, rasgos que, unidos a su desenfado y empatía, eran difíciles de encontrar juntos en una sola persona. De hecho, entre nuestro círculo de amigas, había consenso que ella era “superior”. Además, el hecho que su vida girara en torno al arte me era muy atractivo. Es un ámbito que no domino para nada y aprender —aunque tardíamente— siempre es un reto.
Solo había un pero para iniciar esta aventura. Carmen —como dice ella misma— es muy “cerruca”. Salvo en el verano que parte con sus hijas María y Lola a disfrutar la playa de Zapallar, el resto del año se encierra en su casa de Vitacura, no recibe a nadie y se dedica a pintar y a pintar… Tiene sus horarios, sus obsesiones, sabe decir no y maneja su vida con una libertad envidiable.
La llamé entonces por teléfono y le dije que tenía un proyecto entre manos que, en una de esas, le podía interesar.
—Vente para acá —me dijo, y partí.
Todo lo que leerán a continuación es producto de nuestras largas e intermitentes conversaciones por más de dos años. Durante el tiempo que duraron nuestros “encuentros de trabajo” pasaron muchas cosas, pero quizás, la principal, fue que creo haber logrado entrar en su mundo mágico, comprender mejor su pintura y descubrir en algo quién era la persona que estaba detrás del personaje. Todo ello fue un proceso lento que se irá develando en el correr de estas páginas y que espero los sorprenda al igual como me sorprendió a mí.
Todo trabajo de acercamiento biográfico tiene sus limitaciones. La individualidad de Carmen Aldunate, como la de cualquier otra persona a la cual se quiera biografiar, no puede ser conocida ni penetrada en su totalidad. A lo más, uno puede recrear circunstancias, describir situaciones, revitalizar momentos. Desplegar, en el espacio y en el tiempo, trozos de una vida que, sin embargo, permanecerá en muchas ocasiones insondable en sus misterios e inabarcable en su realidad.
Con todo, ahora que pongo fin a este libro, puedo decir con satisfacción que no solo cumplí mi objetivo personal —escribir es sanador— sino que, al abrir la intimidad de nuestros encuentros, poner a disposición del lector el núcleo esencial de una mujer excepcional que ha entregado su vida al arte.
Patricia Arancibia Clavel