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Los orígenes

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El alma del espía

Espiar es un hábito —o una necesidad— tan viejo como la humanidad. Disponer de información de lo que piensa tu vecino o tu adversario es una gran ventaja en términos de pura supervivencia. Por eso, ya los persas disponían de espías en Grecia y los romanos se gastaron cuantiosas sumas en sobornar a los aliados de Yugurta para localizar al huidizo caudillo numidio, finalmente traicionado y llevado a la capital del Imperio para ser ejecutado.

Este libro se centra en los espías modernos. Primero, porque existen documentación y testimonios que hacen posible seguir su trayectoria. Segundo, por acotar el tema, que es inmenso, inacabable. Por tanto, la primera figura que aparece en este volumen es la de Mata Hari, fusilada en el castillo de Vincennes en 1917 por pasar secretos al alto mando alemán.

Mata Hari es una especie de mito fundacional del espionaje, una leyenda que ha inspirado novelas y películas, pero lo cierto es que más bien fue una víctima, un útil chivo expiatorio para distraer a una sociedad frustrada por una guerra interminable que devastó el país y que costó la vida a la flor y nata de la juventud francesa.

Mata Hari era holandesa de nacionalidad y no tenía ninguna idea política. Era una cortesana que se metió, por dinero o por pura frivolidad, en un peligroso juego que se le escapó de las manos. Por el contrario, Sidney Reilly sí hizo su trabajo por convicciones ideológicas. Era un aventurero, pero también un ferviente anticomunista. No dudó en correr grandes riegos que provocaron su detención y su ejecución en 1925.

Visto con la perspectiva del tiempo, Reilly era un héroe romántico que utilizaba sus habilidades para el engaño. Tres décadas después, es difícil ver algún romanticismo en espías como Kim Philby, que antepuso su fidelidad ideológica al comunismo a los intereses de su patria. Su traición sigue siendo hoy un enigma.

Muchos más claros están los motivos de Jesús Monzón, un comunista navarro que se había refugiado en Francia tras la derrota republicana. A pesar de sus diferencias con la cúpula del partido y su milagrosa supervivencia en la clandestinidad durante la ocupación nazi, Monzón reclutó miles de exiliados republicanos para invadir la España de Franco en 1945. Era una loca aventura destinada al fracaso.

Las vidas de los personajes que aparecen en este primer capítulo son heterogéneas, no hay una unidad temática ni temporal, pero en cierta forma representan una forma de entender el espionaje como una manera de vivir, con un toque romántico y extravagante.

Esto lo representa muy bien Karin Lannby, la actriz y periodista sueca que vino a España en los años treinta por su admiración por García Lorca. Se listó como espía en las filas republicanas hasta que fue expulsada. Lannby sería después una de las muchas mujeres en la vida de Ingmar Berman, el director sueco, quien se inspiró en ella para hacer Silencio.

Pero también se puede ser espía por accidente o por necesidades vinculadas a la pura supervivencia. Es el caso de Juan Martínez, un bailarín burgalés que estaba actuando con gran éxito en Rusia cuando estalló la Revolución bolchevique en 1917. Tras ejercer distintos oficios, acabó en la Cheka por puro azar. Su increíble historia está contada por Chaves Nogales, que lo rescató del olvido.

Otro de los perfiles que incluye este capítulo es el de Violette Szabo, una joven inglesa que, tras quedarse viuda en la guerra, se alistó en la unidad de operaciones especiales del Ejército británico. Fue lanzada en paracaídas sobre Francia en misiones de alto riego. Finalmente, fue capturada y fusilada.

La historia de Szabo es la de miles de combatientes anónimos que se jugaron la vida en territorio enemigo, sea para proporcionar información de los movimientos de tropas, para participar en acciones de sabotaje o para encubrir a quienes resistían frente a la barbarie. Eran personas corrientes y normales que actuaron por pura decencia y sin esperar ninguna recompensa.

Hay muchos motivos para ser espía, pero probablemente el más elemental es la adhesión a una causa. Es imposible no sentir admiración o empatía por figuras como Szabo o Monzón, que llevaron su compromiso con una causa hasta el límite.

Estamos demasiado acostumbrados a un estereotipo negativo de los espías, a los que generalmente identificamos con la traición, para darnos cuenta del valor que había que tener para hacer ese trabajo. Aquí queda el retrato de algunos de estos personajes que, sin querer cambiar la historia, hicieron algo que dio sentido a su vida y ayudaron a crear un mundo mejor.

En sentido contrario, hay también casos como el de William Joyce, un dirigente que abandonó Inglaterra para convertirse en altavoz de los nazis. Fue ejecutado al final de la guerra sin que nadie sintiera piedad por él. Todavía sigue siendo en la memoria colectiva de los británicos el prototipo de traidor. Ciertamente, Joyce causa repugnancia, pero tuvo la dignidad de reconocer lo que había hecho sin pedir ningún tipo de clemencia. Esto también los ilustra sobre el alma del espía.

Espiar es uno de los trabajos más peligrosos y solitarios porque, además de jugarse la vida en un medio hostil, cada agente está obligado a parecer lo que no es y a tomar decisiones sin contar con la ayuda de nadie. Hay que tener una personalidad muy fuerte para ejercer este oficio.

En un ensayo sobre Anthony Blunt, asesor de la reina y espía comunista, George Steiner expresa su perplejidad por el hecho de que aristócratas e intelectuales británicos, las élites de Cambridge o Harvard, decidieran alistarse como espías al servicio de Stalin. Hoy es difícil de comprender esa elección de una causa que negaba la libertad y justificaba una represión salvaje. Pero en el mundo de los años treinta las cosas estaban mucho menos claras y personas como Philby renegaban de una sociedad decadente e hipócrita y creían que el comunismo representaba la salvación de la humanidad.

También hemos incluido en este apartado la biografía de Isser Harel, el primer jefe del Mosad, el hombre que pilotó la captura de Adolf Eichmann, el oficial de las SS, ejecutado en Israel por su responsabilidad en el Holocausto. Por su interés, este capítulo del libro recoge cómo se produjo la localización, detención y traslado a Jerusalén de Eichmann, efectuada por el Mosad.

Para concluir, digamos que en todo espía hay ciertamente un espejismo, una apuesta en el sentido pascaliano. Uno se lo juega todo a una carta por muy improbable que sea la obtención de un premio. O, mejor dicho, el premio es la pro­­pia apuesta. Este libro no aspira a desvelar los secretos del alma de los espías, pero sí a contar quiénes fueron y qué hicieron. El trabajo ha sido arduo, pero creo que ha merecido la pena. Queda en manos de la benevolencia del lector.

Anatomía de la traición

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