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Juan Martínez

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Tras triunfar en París y Constantinopla como bailaor flamenco, inició un periplo que le llevó a la Rusia soviética. Allí vivió los horrores de la guerra civil entre comunistas y blancos. Sobrevivió haciendo de crupier, traficante de joyas y chekista. Escapó desde Odesa en barco en 1922, tras simular que era italiano.

Bailando en la revolución

Nadie sabría hoy de la extraordinaria peripecia de Juan Martínez de no ser por el periodista Manuel Chaves Nogales, que lo conoció en París en los años treinta y escribió una biografía novelada en la que cuenta la dramática y singular historia de este bailaor de flamenco nacido en Burgos.

Martínez llegó a San Petersburgo en 1917, el día de la abdicación del zar Nicolás, y tuvo que sobrevivir durante cinco años en la Rusia soviética, ejerciendo los más diversos oficios y pasando todo tipo de penalidades. Pudo ganarse el sustento con su profesión de bailarín durante un tiempo, pero tuvo que subsistir como crupier de un casino, traficante de joyas, artista de circo e incluso como chekista en Kiev, donde trabajó tanto para los comunistas como para los insurrectos contra la Revolución.

Martínez y su esposa Sole habían logrado una cierta notoriedad en España como pareja flamenca, hasta que optaron por emigrar a París a comienzos de 1914, antes del estallido de la Gran Guerra. Allí triunfaron en los cabarets de Montmartre, gozaron de las mieles de una vida bohemia y lograron el mayor éxito de su carrera: ganar un concurso internacional de tango.

Unas semanas antes del inicio del conflicto, los Martínez decidieron marchar a Constantinopla, donde les habían ofrecido un lucrativo contrato. Pero pronto su estancia se convirtió en una pesadilla al ser acusados por un extravagante comandante de los servicios secretos alemanes, enamorado de Sole, de ejercer de espías.

Lograron huir a Bulgaria, donde un aduanero detuvo al bailaor al ver en su pasaporte que era de Burgos. «Usted es búlgaro porque ha nacido en Burgas». Martínez tuvo problemas para convencerle de que había visto la luz en la villa del Papamoscas y no en Burgas, una ciudad del mar Negro. La pareja logró a pasar a una Rumania en guerra, de la que también Juan y su esposa tuvieron que salir corriendo para escapar de la devastación y la miseria.

Todo parecía irles de maravilla en la Rusia zarista. Llegaron sin un céntimo, pero muy pronto triunfaron con su arte y ganaron una considerable cantidad de dinero, hasta que estalló la Revolución y se quedaron atrapados en el país de los sóviets. Ida y vuelta de Moscú a San Petersburgo, luego a Kiev y, por último, a Gomel.

Los Martínez fueron testigo en esos lugares de las brutalidades de los comunistas y los blancos, que libraban una guerra tomando a la población como rehén: asesinatos, saqueos, violaciones y destrucción a escala masiva. Fue un milagro que pudieran seguir vivos y que lograran escapar en 1922, al conseguir un salvoconducto gracias a fingir que eran de nacionalidad italiana.

Salieron de Odesa en barco y pudieron regresar a España, hasta que decidieron instalarse en París. Aquí se pierde el rastro de los Martínez, cuya tragedia hubiera quedado en el anonimato sin el testimonio de Chaves Nogales, otra víctima de la barbarie y de la intolerancia que falleció prematuramente en su exilio en Londres en 1947.

Anatomía de la traición

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