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JUAN BOSCH NAVARRO (1939-2006)

El ecumenista Juan Bosch Navarro nace en Valencia (España) el 1 de abril de 1939. Estudia en el Colegio de los Dominicos de la localidad y allí mismo ingresa en la Orden de Frailes Predicadores, emitiendo su primera profesión religiosa el 10 de octubre de 1956. Completada la formación eclesiástica en el Estudio General de Valencia, se ordena de sacerdote el 30 de junio de 1963, y unos meses más tarde marcha destinado a Suiza (1964), desde donde años después pasará a Francia (1971-72). Licenciado en teología por la Universidad de Friburgo y diplomado en ecumenismo en el Instituto Católico de París, obtiene el doctorado en teología por la Facultad de Teología San Vicente Ferrer de Valencia. Profesor varios años del seminario menor dominicano en Manacor (Baleares: 1965-67), recibe seguidamente destino para el Colegio San Vicente Ferrer de Valencia, desde donde, a partir del 15 de septiembre de 1975, se incorpora al convento de Predicadores de la ciudad.

Impartió clases de Ecumenismo, Teología protestante, Historia de la teología contemporánea y Teología de los ministerios en la Facultad de Teología de Valencia. También, durante el segundo semestre de varios cursos, de Ecumenismo y Nuevos movimientos religiosos en el Centro Teológico Santo Tomás (Santo Domingo-República Dominicana). Y de Teología, en fin, en Guatemala, Puerto Rico, Cuba y Colombia, así como en numerosas ciudades españolas. Desde 1975 trabajó pastoralmente durante bastantes veranos europeos en la Parroquia Our Lady of Lourdes, de Nueva York.

Delegado episcopal de Ecumenismo de la archidiócesis de Valencia (1981-92), promotor de Formación permanente de su Provincia dominicana de la Antigua Corona de Aragón (1991-95), titular igualmente de diversas responsabilidades en las comunidades a las que estuvo asignado, dirigió las revistas Cultura Religiosa y Teología Espiritual (1996-2002), animó la asociación Amistad judeo-cristiana de Valencia, y fundó-dirigió en los duros años del apartheid en Sudáfrica el Grupo Soweto Anti-apartheid de Valencia (1987-92). También fundó y dirigió el Centro Padre Congar de Documentación Ecuménica de Valencia en 1988, y el Centre P. Congar de Documentació Ecuménica de Barcelona en 2002[101]. Fue de igual modo uno de los impulsores de la Cátedra Tres Religiones, de la Universitad civil de Valencia, amén de Miembro del Consejo Asesor del IV Parlamento mundial de las Religiones (Barcelona 2004). Asignado al Convento de Santa Catalina (Barcelona), ejerció desde julio de 2002 como profesor invitado en la Facultat de Teologia de Catalunya y miembro de la Junta del Centre Ecuménic de Catalunya. Teólogo de proyección internacional, sus focos de interés apuntaron al ecumenismo, las sectas, los nuevos movimientos religiosos, la vida y obra del también dominico y cardenal Congar, y el diálogo interreligioso, temas todos ellos fronterizos, como se ve. De ahí que desde la Santa Sede se le vigilase de cerca, algo que él supo aceptar porque amaba profundamente a la Iglesia. Le gustaba la música de jazz, los black spirituals[102] y el cine. Dominico a carta cabal, gran comunicador, amigo de sus amigos, era sobremanera hermano de todos.

Colaborador habitual en Vida Nueva, Saó, Cultura Religiosa y Pastoral Ecuménica, publicó numerosos artículos también en otras revistas españolas y extranjeras. Entre sus libros –algunos con varias ediciones y traducidos a otros idiomas–, sobresalen Iglesias, sectas y nuevos cultos (1981), James H. Cone, teólogo de la negritud (1985), La Iglesia Negra. Eclesiología militante de James H. Cone (1986), Para comprender el Ecumenismo (1991), Para conocer las sectas (1993), A la escucha del cardenal Congar (1994), Diccionario de Ecumenismo (1998), Panorama de la Teología Española (1999), Nuestras iglesias hermanas (2003), y Diccionario de Teólogos/as contemporáneos (2004). También fue coordinador de Hacia el Tercer Milenio (1996), Culturas y religiones (1997), Dominicos que dejaron huella (2000), Panorama de la Teología Latinoamericana (2001), y 100 fichas sobre Ecumenismo (2004)[103]. Falleció en Barcelona el 7 de abril de 2006, recién cumplidos los 67. Según propia confesión, de su padre había heredado el amor a la verdad; de su madre, el calor de la fe.

1. El teólogo.

Sintió desde muy joven la vocación teológica, que habría de constituir su vida toda y en la que llegó a brillar con luz propia. Vocación de servicio a la teología, a la Iglesia, al ser humano, al Reino, a Dios. Vocación, por otra parte, que había nacido a la sombra de la Suma de santo Tomás de Aquino –años del Concilio– en las aulas del Estudio General Dominicano de Valencia, escuchando absorto las explicaciones del maestro Sauras.

Fomentada luego en Friburgo, cuando aún se oían los ecos de Marín Sola y Santiago Ramírez, siguió creciendo más tarde en el Instituto Católico de París a la escucha del padre Congar, el maestro por excelencia que marcaría su vida en teología ecuménica. Decantado por la teología de la negritud, fue, en efecto, uno de los primeros teólogos españoles que se acercó a la teología negra de la liberación elaborada entre las minorías negras de EE.UU. contra la discriminación racial, y en Suráfrica contra el apartheid, especialmente sensible en todo momento a sus desafíos: superar el eurocentrismo cultural e ideológico y construir teologías y comunidades cristianas en clave intercultural e interétnica. Su mayor imperativo se pintó siempre tendente al reconocimiento de la diferencia cultural y religiosa como riqueza de la humanidad y de las religiones. Una de sus obras más representativas de esta nueva sensibilidad es La Iglesia Negra. Eclesiología militante de James H. Cone (1986).

Maduro teólogo sin fronteras, la muerte, sin embargo, vino a cortar su creciente proyección internacional en el heteróclito mundo del ecumenismo, de las sectas y de los nuevos movimientos. Vocación teológica la suya, por cierto, con ventanas abiertas a Friburgo, París y Nueva York, pero a la vez esclareciéndose más y más «a través de esas conversaciones que son más ricas que cien Departamentos de cualquier Facultad» con colegas entrañables, empezando por los más cercanos para él en Valencia: Sebastián Fuster, Roberto Ortuño, Juan A. Tudela, Antonio Sanchís, Gerardo Sánchez y Ximo García Roca. «Ellos han significado –puntualiza en un texto que se me hace puramente autobiográfico– la apuesta decidida por una teología que queriendo ser rigurosa, leal y “servidora”, se quiere, a la vez, alejada de los “centros de poder”, donde la pequeñez humana –que a todos nos tienta– ofrece mil razones (¡mil sinrazones!) para buscar el aplauso, los primeros puestos, la escalada en una carrera que no tiene sentido alguno desde el evangelio de Jesús y (por la) que, además, hay que pagar un precio demasiado caro: la pleitesía, el doble lenguaje, el equilibrio imposible en el que al final se pierde lo más importante de uno mismo: la propia dignidad»[104].

Juan Bosch cita otros dos focos de influencia en su quehacer teológico. Uno, el «alumnado –digo bien, un alumnado– durante mi docencia en el Centro Teológico de Santo Tomás en la ciudad de Santo Domingo, República Dominicana. Aquellos alumnos, especialmente aquellas alumnas caribeñas, me hicieron ver más claro que hasta entonces, la necesidad de que la teología sea significativa para el hombre y la mujer marginados y oprimidos»[105]. Otro, su nueva tierra Cataluña, y de modo particular la Facultat de Teologia de Catalunya, que oportunamente le cursó invitación para enriquecerse con su magisterio entre licenciandos y doctorandos, de la mano de Joan Busquets y Evangelista Vilanova, sus amigos.

Salta a la vista que su teología, que vivió y practicó sin renuncia ninguna, por supuesto, a las bases hondas y sólidas de santo Tomás y de la Tradición, estuvo imbuida de frescura, solidez y exigencias marcadas por el magisterio del Vaticano II, durante cuya celebración había dado él los primeros pasos en tan difícil y apasionante disciplina, pero al propio tiempo, sobre todo ya en época posconciliar, por los grandes nombres teológicos del posconcilio, bien los de primera hora, aquellos que se arrancaron con la revista Concilium –Rahner, Congar, Schillebeeckx, Hans Küng, etc.–, bien igualmente los de primera hora, pero con un giro a la línea de los anteriores en la revista Communio: los Von Balthasar, Henri de Lubac, Joseph Ratzinger, Jerôme Hamer, y tantos otros. La de Juan Bosch, a la postre, no fue sino teología rigurosa y a la vez sencilla, puesta siempre al servicio y aprendizaje del pueblo cristiano. El suyo por eso, lejos de ser ecumenismo del montón, brilló más bien por el cultivo de una causa de la unidad basada siempre en las hondas raíces de la teología más sana y actual, fiel lectora y siempre consonante con los signos de los tiempos. De ahí su amor a Congar.

2. Especialista y seguidor de Congar.

Él mismo solía confesar los dos encuentros decisivos en su caso. El primero con Tomás de Aquino, el segundo con Yves Congar. Ambos maestros –tan distantes en el tiempo y tan cercanos en su manera inquisitiva de mirar la realidad humana y divina–, «me acercaron a la teología y me hicieron quererla. Tuve la suerte de estudiar a santo Tomás en sus mismos textos y aunque todavía mis maestros del Estudio General Dominicano de Valencia no se habían abierto al método tomista de Le Saulchoir, el estudio directo de la Summa, artículo tras artículo, desentrañando el rigor de su pensamiento y el contenido de su arquitectura, me abrieron al gusto por llegar a la verdad»[106].

En Tomás de Aquino aprendió, además del rigor de las ideas, sus ansias de búsqueda del aspecto formal de cada cuestión. Más todavía: su inquebrantable servidumbre a la verdad, estuviese donde estuviese, la presentase quien la presentase. Tal vez su producción teológica hubiera sido de recorrido corto si en vez de estudiar a Tomás de Aquino, hubiese tenido que meterse en los clásicos manuales de teología, tan en boga por los años de sus estudios institucionales. Tomás se había hecho traducir textos de autores judíos, musulmanes, averroístas, agustinianos, etcétera. «¡Y con qué respeto trata a esos autores, aunque no esté, en ocasiones, de acuerdo con ellos! Tomás de Aquino, ¡qué distinto al que quisieron meter en las 24 tesis tomistas y qué lejano del juramento anti-modernista posterior!», declara él mismo[107].

El encuentro con Yves Congar se inicia en los lejanos años del estudiantado con la lectura de sus libros Verdaderas y falsas reformas en la Iglesia y Cristianos desunidos. Precisa:

«La lectura de ambos, con el expreso permiso del Regente de estudios me dirigió decisivamente a la teología ecuménica. En Congar encontré al maestro de hoy. Hombre enraizado en la Tradición y hombre abierto al mundo de los “otros”. Antes de llegar a París, donde todavía pude escucharlo en clases del Instituto Católico, y encontrarme con él en Le Saulchoir, ya había saboreado buena parte de sus libros y me había identificado con su “existencia teológica”. Su amor al trabajo era un programa de vida para muchos de nosotros, sus estudios de las tradiciones ortodoxas, protestantes y anglicanas eran caminos hechos y transitados por él y que para nosotros eran ya caminos cómodos. Pero reconociendo que era Congar quien primero había transitado por ellos, “haciendo camino al andar”. Pionero del ecumenismo doctrinal, de él recibía ahora lo que ya había bebido en Tomás de Aquino: el amor a la verdad, pero no a la verdad abstracta, sino a esa a la que solo los humanos podemos acceder, la verdad metida en la historia y que se transmite muchas veces a través del “otro”, y que no está encerrada exclusivamente en ninguna tradición eclesial»[108].

De Congar aprendió que decir la verdad, incluso dentro de la Iglesia, es siempre un riesgo, que la comunidad eclesial –nuestra Madre y Maestra– no siempre es amable con sus hijos, y que solo el evangelio de Jesucristo invita a la conversión y a la reforma no solo de los individuos sino sobre todo de las Iglesias. Su contribución al Concilio, tan decisiva, fue también invitación a leer en profundidad los textos conciliares que iban a reportarle un cambio en su comprensión de la eclesiología y en el mirar a los «otros». Textos conciliares en línea divergente de lo que él había estudiado en sus años de formación.

La más reciente lectura de Congar, Diario de un teólogo (1946-56), acabó definitivamente con el vendaje en los ojos, que le impedía ver a dónde puede llegar la perversidad del viejo (y nuevo) sistema romano de arreglar las cosas. Es triste –decía– comprobar que el poder, el honor y la dignidad de la Curia Romana se ponen muchas veces, según el dominico francés, por encima de todos aquellos valores que brotan del evangelio de Jesús. Su homenaje a Congar se tradujo en libro: A la escucha del cardenal Congar (Madrid 1994). Y su gratitud, en la creación del Centro P. Congar de Documentación Ecuménica, vinculado a la Facultad de Teología de Valencia, con el propósito no solo de ofrecer un servicio ecuménico a pastores, teólogos y laicos interesados en cuestiones ecuménicas, sino de dar a conocer mejor la vida y obra de un teólogo apasionado por la verdad y que sufrió injustamente por presiones de la institución eclesiástica.

3. Ecumenista de vocación y de acción.

Juan Bosch fue ante todo un teólogo ecuménico que tomó pronto conciencia de lo que se jugaba el cristianismo con la división y el enfrentamiento entre las Iglesias, esto es, un ecumenista leal y consecuente con lo que Juan 17,21 entraña. De seguir por los caminos de la separación de los hermanos y hermanas cristianos –decía–, Cristo no puede ser «luz de las gentes», ni la Iglesia «sacramento de la unidad del género humano». Todo lo contrario: serán anti-signo. Acierta de lleno, pues, José Luis Díez al afirmar en su necrológica de Pastoral Ecuménica que «el P. Juan Bosch fue un hombre para el ecumenismo. Un ecumenismo –añade– lleno de frescor como toda su teología, profundo, comprometido, seguro, fértil»[109].

No buscaba el ecumenismo de nuestro inquieto Juan Bosch la uniformidad doctrinal o la eliminación de las diferencias ideológicas. Tan crédulo como para defender la consecución de tales metas a corto plazo no era. Él aspiraba, más bien, a la unidad dentro de un escrupuloso respeto al pluralismo, entendido como valor en sí, y en cuanto riqueza de las comunidades y de las Iglesias cristianas. Se trata, por eso, de un ecumenismo que tiene su lugar de encuentro en la praxis liberadora. Juan Bosch contribuyó a que las Iglesias cristianas pasaran –según el título del libro de Roger Garaudy–, del «anatema al diálogo», o por decirlo con los actuales jugadores de cartas: del as de bastos al de oros. Predicó con el ejemplo, pues era dialogante y tolerante; era cristiano ecuménico. Sus libros más representativos al respecto son: Para comprender el Ecumenismo y Diccionario de ecumenismo. En mis encuentros con él, amigos como éramos, nunca descubrí el más leve atisbo de rencor.

Tampoco se paraba en barras, sin embargo. De ahí que su esfuerzo teológico pretendiese ante todo avizorar en el horizonte la riqueza inabarcable del diálogo interreligioso. Es esta, después de todo, la deriva lógica del itinerario teológico de Bosch, quien tomó buena nota de la oportuna observación de Raimon Panikkar: «Sin diálogo el ser humano se asfixia y las religiones se anquilosan»[110]. De nuevo aparece aquí una teología múltiplemente inculturada, que comprende el movimiento ecuménico, el movimiento antirracista, el diálogo interreligioso, las teologías feministas y la sensibilidad ecológica. La ética interreligiosa común al análisis y reflexión de Bosch registra estas cuatro prioridades: trabajo por la paz, lucha por la justicia, defensa de la naturaleza e igualdad entre los hombres y las mujeres. Un libro-referencia de esta nueva perspectiva ético-teológica es Culturas y religiones, escrito en colaboración con Juan Antonio Tudela.

Ni siquiera le fue ajeno el mundo de las sectas. Recurrente, más bien, en sus investigaciones, fue prioritario de su reflexión teológica y sociológica durante los tres últimos lustros. Se le hacía uno de los fenómenos más preocupantes por sus negativas consecuencias para la psique y para la convivencia. Un mundo, el sectario, que él estudiaba desde la racionalidad y siempre al margen de la visceralidad. Ahí están para corroborarlo su libro Para comprender las sectas, manual de similar formato al homólogo Para comprender el Ecumenismo, editados uno y otro en Verbo Divino, y clara prueba los dos del rico legado ecuménico que su vida y trayectoria nos dejan.

«¿Cómo ve el ecumenismo hoy?». Es la pregunta que Narcís de Batlle le hizo en el curso de una entrevista para Cristianismo Protestante, ya casi un año antes de su muerte. La respuesta no admite dudas: «He de ser sincero, no lo veo con optimismo ingenuo, pero sí con esperanza cristiana. Si el ecumenismo fuera cosa de los hombres no tendría futuro; pero como es cosa de Dios, tiene futuro. Todo comenzó con Juan 17,21 y ese imperativo de Jesús es la raíz y la meta del movimiento ecuménico. Está clara la razón de mi esperanza. Hay diferentes niveles en el movimiento ecuménico. Creo mucho en el ecumenismo de base, creo mucho en la labor de los teólogos; tengo mis suspicacias en que los jerarcas de todas las Iglesias apuesten claramente por el movimiento ecuménico. Espero con ilusión que se vayan resolviendo problemas como la aceptación mutua de ministerios, la hospitalidad eucarística, el problema del ministerio de la unidad, etc.»[111]. El ecumenismo para él, en definitiva, empezaba siendo aventura del Espíritu[112]. Las suspicacias, ya se ve dónde las colocaba sin perderlas nunca de vista.

4. Autor del Diccionario de teólogos/as contemporáneos.

Salió a las librerías en la primavera de 2004. Desde el primer momento se reveló una de sus obras emblemáticas por múltiples razones. El autor del prólogo, Evangelista Vilanova, monje de Montserrat, también ya en la casa del Padre, era uno de los historiadores más relevantes de la teología cristiana. Su conclusión del prólogo se pinta sumamente reveladora, porque habla de cómo las teologías son el inicio de una aventura de resultado incierto, un viaje para descubrir ideas y acciones, en el ámbito de un misterio que nos invita. Y a continuación esto: «La condición de teólogo es la humildad, fecundada por la curiosidad y la fantasía hacia el reino de Dios. Ojalá, el Diccionario de teólogos/as contemporáneos de Juan Bosch, el primero en lengua castellana de su género, ayude a seguir los pasos de esos hombres y mujeres que se empeñaron en dar razón de su esperanza…»[113].

Este lúcido planteamiento viene a coincidir con el no menos clarividente y esperanzador del propio Bosch, que, en un segundo prólogo, asegura de los teólogos y teólogas actuales, «que están dedicando lo mejor de sus vidas a dar razón de su esperanza y a proclamar la racionalidad de la fe cristiana a nuestros contemporáneos». También se refiere nuestro joven dominico a esa teología «que se quiere alejada de los centros de poder». Y recuerda a tantos alumnos que le hicieron ver más claro «la necesidad de que la teología sea significativa para el hombre y la mujer marginados y oprimidos»[114].

Su prematura desaparición hace que este diccionario, llamado a tener ulteriores reediciones, quede como denso y apretado libro que él mismo se habría encargado, a buen seguro, de continuar y enriquecer. Lo mismo que el segundo Centro ecuménico P. Congar, en Barcelona, y hasta un tercero incluso en las Islas Baleares. Es de esperar, así y todo, que «este inolvidable ecumenista y teólogo del ecumenismo se convertirá en uno de los principales referentes de la labor teológica y práctica de la búsqueda de la unión de los cristianos en España»[115]. Merecimientos para ello le sobran.

En la citada entrevista desvela un poco la génesis de la obra y lo que le costó:

«Fue una invitación de la editorial Monte Carmelo de Burgos y esta invitación significó tres años de mi vida a tiempo completo. Soy profesor de Teología Contemporánea en Valencia y yo ya tenía material. Es un diccionario que recoge las grandes figuras teológicas del siglo XX. En él están teólogos católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes. Creo, según me dicen, que tiene buena aceptación. He intentado ser muy objetivo y ecuménico. Son 241 teólogos que aparecen y el diccionario tiene 1.014 páginas. Es una obra de consulta para estudiantes de teología en los seminarios y facultades».

Al hilo de lo cual, me place recordar que esa fue exactamente la meta que se propuso, según propia confidencia, con tales páginas. Y es que el hecho de incluir mi nombre entre los 241 teólogos implicó el lógico intercambio de correos que, aparte del suministro de matices esclarecedores, me permitieron conocer todavía mejor al «incondicional amigo», amén de no pocos detalles del diccionario.

«Mi única intención, lo he dicho ya varias veces, ha sido y es proporcionar una ayuda a quienes se inician hoy en una de las dimensiones más bellas de la Iglesia: dar razón de nuestra esperanza, es decir, ofrecer el servicio de la teología. He trabajado duro, con rigor, durante más de dos años, intentando que cada teólogo de los 241 que aparecen en el diccionario estuviese correctamente presentado. Esta fue la razón de ponerme en contacto con muchos de vosotros para perfilar, para escucharos, para que las bibliografías fuesen lo más exhaustivas posibles […]. Creo que ahí hay un servicio que hasta ahora no existía, sobre todo pensando en teólogos españoles. ¿Sabes, Pedro, lo que he intentado también? Reivindicar la tarea del teólogo, devolverle su puesto en nuestra sociedad. Y es que, como el teólogo no es figura mediática en la sociedad consumista de hoy, no aparece en TV, luego “no existe”. Ojalá volvamos a sentirnos orgullosos de este don que Dios nos ha dado»[116].

Apóstoles de la unidad, por supuesto, se honra en contar con la juvenil figura teológico-ecuménica de Juan Bosch, llamado a ocupar con pleno merecimiento un puesto de honor en ese gran retablo de elegidos, seguramente contentos de tenerlo junto a sí.

Apóstoles de la unidad

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