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La sonrisa de Inela Nogi

En 1993 el nuevo peso mexicano, equivalente a mil viejos pesos, entró en circulación después de la devaluación más grande en la economía del país; Checoslovaquia se dividió en República Checa y Eslovaquia; en Bogotá, Colombia, ocurrieron varios atentados realizados por el Cartel de Medellín con cientos de vidas perdidas, mientras que el World Trade Center de Nueva York sufrió su primer atentado. Ese mismo año los ciudadanos de Sarajevo decidieron hacer un concurso de belleza.

El 29 de mayo la concursante número 6 hace su ronda final frente al público reunido en un sótano adecuado como auditorio. Durante el sitio de cuatro años a la ciudad, los francotiradores serbiobosnios, apostados en techos, hicieron del regreso una incertidumbre latente. Balas dirigidas y perdidas, bombas explotando en mercados y plazas. Esa noche las concursantes, a diferencia de la mayoría de las aspirantes a ser coronadas Miss Universo, no pidieron por la paz en el mundo: desplegaron juntas una manta donde se leía: Don’t let them kill us. Un mensaje anacrónico, una consigna para lo que aún no ocurría, para lo que ya había pasado, para el indeterminado presente de las cosas.

Tal vez fue una obstinación y una sobreexposición al peligro aquel concurso. Como el arte, la belleza no tiene valor. El arte por el arte, pensaba Walter Benjamin, sólo desplaza lo artístico fuera de la vida . Pero en épocas de violencia y guerra, la defensa de las relaciones humanas y el arte es necesaria. A veces más que necesarios, los concursos de belleza, que podrían ser vehículo de estereotipos, pueden llegar a ser vitales. Aquélla fue la manera que encontraron los ciudadanos de Sarajevo de trasladar un poco de belleza al interior; de recodar el empeño de vivir en tranquilidad, para ganarle al terror diario creando momentos que mantuvieran su confianza.

La joven Inela Nogić sonrió, imposible ocultar su felicidad, al recibir un pequeño ramo de flores en 1993. La felicitó el jurado y le colocó su corona, y en esas palabras también les decía a los asistentes, a toda la ciudad y al país fragmentado: la belleza y la esperanza siguen aquí, en este sótano, escondidas, resguardándose, pero siguen aquí; existen y nos sonríen, y nos sonreirán. El público se puso de pie y efusivo le aplaudió a Miss Sarajevo, y por un momento las bombas y las balas no tuvieron el valor de los rostros bermejos e iluminados de cada uno de los reunidos metros debajo de las calles y las plazas.

El VHS termina ahí.

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