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Tjentište

Las pérdidas reclaman con fuerza al futuro. Un monumento deteriorándose comienza a hacer visibles las grietas que lo forman desde su interior. Cuando la República Federativa Socialista de Yugoslavia se desintegró, muchos de sus monumentos fueron abandonados. Esas construcciones materializaron el proyecto de futuro de su gobierno. Así ocurrió con el Memorial de Guerra de Tjentište: dos obeliscos de granito y contornos futuristas que se inclinan hasta dejar entre ellos un pasaje, un hueco entre dos paredes de roca que buscan encontrarse sin lograrlo. El monumento fue construido en los años setenta para recordar a quienes defendieron de los nazis el pasaje montañés. Siete mil personas murieron. Hoy en día es más bien un monumento dedicado a la república de naciones que gracias a esa defensa se pudo consolidar y después se fracturó. Dos obeliscos agrietados con un paisaje de niebla en medio que enmarca el recuerdo de muertos sin nacionalidad única. Los muertos son la nación de sus vivos. Aquella que miramos enternecidamente, como si no diera pena nuestro porvenir, como si intuyéramos la soledad a la que deberemos enfrentarnos y el miedo que heredamos junto a nuestra historia personal. En algún punto el memorial será parte del paisaje: más un accidente, una cicatriz que se irá desvaneciendo, que una ausencia que invite a imaginar un orden anterior. Una grieta dentro de otra grieta en la memoria.

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