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Célula y tormenta
ОглавлениеEl contexto de la evolución de la mente es la propia vida; no todo lo que tiene que ver con la vida, no el ADN y su funcionamiento, sino otras características. El inicio es la célula.
La vida primitiva, anterior a los animales y a las plantas, era unicelular. Animales y plantas son enormes colaboraciones de células. Antes de que surgieran dichas colaboraciones, es probable que las células no fueran totalmente solitarias, sino que con frecuencia vivieran en colonias y grupos. Aun así, entonces una célula era un diminuto yo independiente.
Las células están delimitadas, con una parte interior y una exterior. La frontera es una membrana; esta sella parcialmente la célula, pero tiene incrustados canales y puertos. A través de dicha frontera hay un paso continuo de un lado a otro, y en el interior hay un frenesí de actividad.
Una célula está compuesta de materia, de una serie de moléculas. No sé exactamente qué aparece en la cabeza del lector cuando digo «materia», pero este término suele traer a la mente un modo inerte y pesado de ser, en el que los objetos necesitan que se les empuje para que se pongan en movimiento. Esta imagen de la materia es consecuencia de cómo funcionan las cosas en tierra firme y a la escala de objetos de tamaño medio, como mesas y sillas. Sin embargo, cuando nos referimos al material de una célula, tenemos que pensar de otro modo.
En el interior de una célula, todo ocurre en la nanoescala, la escala en la que los objetos se miden en millonésimas de milímetro, y el medio en el que ocurren las cosas es el acuático. En este medio la materia se comporta de forma diferente a lo que ocurre en nuestro mundo de tamaño medio y de tierra emergida. A dicha escala, la actividad surge de manera espontánea, sin que sea necesario hacer que suceda. En expresión del biofísico Peter Hoffmann, en el seno de cualquier célula se produce una «tormenta molecular», una agitación incesante de colisiones, atracciones y repulsiones.
Si imaginamos una célula llena de aparatos intrincados, partes con tareas asignadas, dichos dispositivos se hallan bombardeados continuamente por moléculas de agua. Un objeto en una célula recibe la colisión por parte de una molécula de agua aproximadamente cada diez billonésimas de segundo. No se trata de un error tipográfico; es casi imposible pensarlo de una manera intuitiva. Estas colisiones no son triviales; cada una de ellas posee una fuerza que deja en una nimiedad las fuerzas que los dispositivos pueden ejercer. Lo que puede hacer el aparato del interior de una célula es impulsar los acontecimientos en una dirección en lugar de hacerlo en otra, lo que confiere una cierta coherencia a la tormenta.
El medio acuoso es importante a la hora de mantener la tormenta. A esta escala espacial, muchos objetos se adherirían entre sí y se aglomerarían si se hallaran en tierra firme, pero en el agua no se aglomeran; lo que hacen, en cambio, es mantenerse en movimiento, por lo que la célula es un ámbito de actividad autogenerada. Solemos pensar en la «materia» como algo inactivo e inerte, dije antes. Pero el problema con el que han de habérselas las células no es hacer que ocurran cosas, sino crear orden, establecer un cierto sentido en el flujo espontáneo de acontecimientos. En tales circunstancias, la materia no se encuentra estática y sin hacer nada, sino que corre el peligro de hacer demasiado; el problema es obtener organización a partir del caos.
Casi todas las asociaciones que habitualmente concebimos cuando pensamos en la materia son equívocas al considerar la vida y cómo pudo surgir. Si la vida hubiera tenido que evolucionar en tierra firme y a partir de ingredientes del tamaño de mesas y sillas, no habría podido surgir. Pero la vida no tuvo que pasar por aquí; evolucionó en el agua (quizá en finas películas de agua sobre una superficie, pero en el agua) mediante la aparición de orden en una tormenta molecular.
El origen de la vida se produjo en un momento relativamente temprano en la historia de la Tierra, quizá hace unos 3800 millones de años, en un planeta que ahora tiene unos 4500 millones de años. La primera vida tal vez no tuviera forma celular, pero debió de haber un modo inicial de que un conjunto especial de procesos químicos estuviera contenido y delimitado, de manera que no pudiera difundirse y desaparecer. Después, en alguna fase, hubo células, al principio presumiblemente permeables y endebles, pero que finalmente llegaron a ser algo parecido a las bacterias, células que mantienen su constitución de manera permanente y se reproducen.
A medida que las células adquirieron la energía para mantenerse activas (transformando materiales, creando orden, imponiendo método a la locura), un logro central fue obtener el control sobre la carga.