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IV

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Marmouset no se había engañado.

El hombre que tan providencialmente llegaba, era Shoking en efecto.

Shoking que venía con una linterna en la mano, alumbrando a otra persona que marchaba a su lado, y que Marmouset reconoció igualmente.

Era uno de los jefes fenians que habían prometido salvar al Hombre gris.

Marmouset al ver esto, se volvió hacia los que le seguían, y que también se habían parado a su ejemplo, y les dijo:

—Podemos avanzar. Son amigos.

Shoking se adelantaba en tanto, y acabó por percibirlos a su vez.

Y reconociendo a Marmouset, lanzó un grito de alegría y vino a echarse en sus brazos.

—¡Ah! exclamó, hace largo tiempo que os andamos buscando.

—Así es, dijo el fenian.

—Y grande era nuestro temor de que hubieseis perecido o de que os hallaseis enterrados vivos, prosiguió Shoking.

Al mismo tiempo buscaba con la vista a Rocambole y, no hallándolo, exclamó:

—Pero, ¿dónde está el Hombre gris?

Marmouset movió tristemente la cabeza.

Shoking dejó escapar un grito ahogado.

—¿Muerto? murmuró.

—Esperamos que así no sea, repuso Marmouset.

—¡Cómo!... ¿Qué queréis decir? preguntó Shoking fijándose en Marmouset en el colmo de la ansiedad.

Este le contó en dos palabras todo le que había pasado.

Entonces volvió a aparecer la sonrisa en los labios de Shoking.

—Estoy tranquilo, dijo.

Y como Vanda, Marmouset y los demás le miraban con curiosa extrañeza, el buen Shoking añadió:

—Yo he vivido largo tiempo en compañía del jefe, y puedo asegurar que, si no lo habéis visto muerto, es que se ha escapado de la catástrofe. Yo lo conozco.

La confianza de Shoking se comunicó a todos los demás, excepto a Vanda que no participó de ella.

Los más siniestros presentimientos seguían agitando su espíritu.

—En fin, dijo Marmouset, ¿cómo habéis llegado hasta aquí?

—Veníamos en busca vuestra, respondió el jefe fenian.

—¡Ah!

—Os habéis anticipado a nosotros, y contrariado de consiguiente mis planes. Si ha sucedido una desgracia, a nadie debéis culpar sino a vosotros mismos, dijo aquel hombre con una calma enteramente británica.

Marmouset se sintió herido y se irguió con altivez.

—¿Lo creéis así? dijo.

—Sin duda, repuso el jefe fenian con la misma flema. Si no hubierais dudado de mi palabra..... no os hubierais puesto en acción.....

—¡Veamos! dijo Shoking interviniendo, no es esta la ocasión ni el momento de empeñar una discusión: lo que importa es salir de aquí cuanto antes, pues puede desplomarse todavía alguna parte del subterráneo.

—Pero, ¿por dónde habéis venido? preguntó Marmouset.

—Por la tercera salida.

Esto parecía indicar claramente que Shoking conocía las otras dos.

Y como Marmouset al oírlo hiciese un gesto de sorpresa, el buen Shoking añadió:

—Los fenians conocían mejor que vos la existencia del subterráneo.

—¿De veras?

—Y contaban volar una parte de Newgate, si no os hubierais dado tanta prisa.

—Pero en fin, preguntó Marmouset, ¿cuál era su plan?

—Voy a decíroslo, respondió el jefe fenian. Por nuestras órdenes, se habían colocado seis barriles de pólvora.

—Bien.

—Tres en los subterráneos, y los otros tres contra los muros mismos de la prisión.

—¿Y después?

—Como habéis visto, pusieron fuego a los de los subterráneos, que estaban destinados a derribar una parte de las casas de Old-Bailey.

—¿Con qué objeto?

—Con el de producir tal confusión y desorden que, haciendo volar de seguida los muros exteriores de Newgate, nos hubiera sido fácil sacar de allí al Hombre gris.—Uno solo de los barriles ha saltado.

—¿Y los que estaban junto al muro de la cárcel?

—Cuando hemos sabido que estabais con el Hombre gris en los subterráneos, nos hemos apresurado a arrancarles la mecha.

—Pero entonces, ¿Old-Bailey se ha desplomado?

—No.

—¿Cómo pues?

—Solamente una casa de Sermon Lane se ha venido abajo; pero el fracaso ha sido tal, que nadie ha podido comprender bien la causa de ese hundimiento espantoso.

—Entonces..... ¿la cárcel de Newgate ha quedado en pie?

—Sí, y han libertado al gobernador, que ha referido vuestra evasión. En su consecuencia han bajado a los subterráneos, pero han tenido que volverse atrás.

—¿Por qué?

—En primer lugar porque los hundimientos continuaban, y luego, porque el camino que habíais seguido se hallaba cerrado.

—¡Ah! es verdad! dijo Marmouset recordando que Polito no había podido penetrar en aquella galería.

Y después añadió:

—Pero en fin, ¿vos habéis tomado otro camino?

—Sin duda.

—Entonces... ¿podemos salir de aquí?

—Cuando queráis, dijo Shoking. Seguídme.

Y echó a andar por el camino que había traído.

Marmouset y los demás le siguieron de cerca, y al cabo de un cuarto de hora de marcha, se encontraron en fin al pie de una escalera.

—¡Ah! dijo Marmouset, ¿adónde se sube por aquí?

—A la bodega de un public-house.

—Cuyo dueño es uno de los nuestros, añadió el jefe fenian.

—¿Y dónde se halla situado ese public-house?

—En Farringdon street.

—En ese caso nos hallamos ahora al este de Newgate.

—Así es.

Shoking tomó por la escalera seguido de todos los demás.

Vanda cerraba la marcha.

Hubiérase dicho que la pobre joven dejaba su alma en aquellos subterráneos: de tiempo en tiempo, sin dejar de seguir a los otros, volvía hacia atrás la cabeza y murmuraba:

—Tal vez a esta hora se halla destrozado y sangriento..... y respirando aún, enterrado bajo las piedras.......

La escalera tendría unos treinta peldaños.

Al llegar al último, la cabeza tocaba a una trampa que estaba echada en aquel momento.

Shoking la levantó, y Marmouset que lo seguía se halló en la sala baja del public-house, donde todos se encontraron al fin reunidos.

Los postigos de la tienda estaban cerrados.

Además era ya bien entrada la noche, y el publican había despedido a sus parroquianos y se hallaba solo.

Él buscó también con la vista al Hombre gris, y pareció admirarse de no verlo entre las numerosas personas que llegaban.

Marmouset dijo entonces a Shoking:

—Nos hallamos en Farringdon street, ¿no es esto?

—Sí.

—¿Más arriba o por bajo de Fleet street?

—Más abajo.

—Por consiguiente, muy cerca del Támesis, ¿no es así?

—Ciertamente.

—Pues bien, es necesario ponernos de seguida en busca del capitán.

—Eso es tanto más fácil, repuso Shoking, cuanto que tengo una lancha cerca de Temple Bar.

—Entonces partamos, dijo Marmouset.

—Yo voy a acompañaros, dijo Vanda.

—Y yo también.....

—Y yo también... exclamaron a un tiempo los demás.

—No, dijo Marmouset con tono de autoridad. Vosotros permaneceréis aquí y esperaréis a que yo vuelva.

En ausencia del capitán, Marmouset era ciegamente obedecido. Así, todos bajaron la cabeza, y ninguno presentó la menor objeción.

En cuanto a Polito, no disimuló su satisfacción de quedar allí tranquilo por algún tiempo, pues la pobre Paulina se hallaba destrozada de fatiga y mal repuesta aún de tan terribles emociones.

Marmouset, Shoking y Vanda salieron pues del public-house, y se dirigieron por la ancha vía que toma al principio el nombre de calle y después el de camino de Farringdon.

La noche era oscura y brumosa.

Sin embargo, de vez en cuando un rayo de luna lograba desgarrar la niebla, y su dudosa claridad argentaba por un instante las sombrías calles de Londres.

Esto explicaba aquella luz blanquecina que Marmouset y sus compañeros habían visto un momento después de la explosión, por el orificio del subterráneo.

Vanda y sus dos compañeros descendieron pues a orillas del Támesis, y continuaron por el malecón hasta llegar al sitio donde Shoking tenía amarrado su barco.

Todos entraron en él y Shoking tomó los remos.

—Puesto que los fenians conocían los subterráneos, dijo entonces Marmouset, vos debéis saber sin duda dónde se halla la entrada de la galería que da al Támesis.

—Vamos directamente hacia ella.

—¿Está lejos? preguntó Vanda temblando.

—Llegaremos dentro de diez minutos.

Y Shoking se puso a remar vigorosamente.

En fin la barca, que había tomado un momento el largo, se acercó poco a poco a la orilla, y Shoking, levantando los remos, la hizo derivar.

La lancha fue a dar contra unas matas espesas que cubrían por aquella parte todo el ribazo.

—Aquí es, dijo Shoking.

Marmouset que tenía la vista penetrante, examinó las malezas y dijo volviéndose a Vanda:

—Estoy convencido de que nadie ha pasado recientemente por aquí.

—¡Oh! Dios mío!

—El capitán y Milon no han salido del subterráneo.

—¡Ah! dijo Vanda con acento desgarrador, ¡sin duda han perecido!

Marmouset no respondió una palabra.

Apartó con un remo la maleza, y poniendo a descubierto una ancha abertura, saltó vivamente de la barca.

—¿Has traído la linterna? preguntó a Shoking.

—Sí, respondió este, pero no la encenderemos hasta estar ahí dentro.

Y en seguida penetraron los tres en el subterráneo.

Entonces Shoking se puso a encender su linterna; pero apenas una dudosa claridad empezó a alumbrar aquella tenebrosa entrada, cuando Vanda y Marmouset lanzaron a un tiempo un grito de espanto.....

La cuerda del ahorcado

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