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VI
ОглавлениеAhora volvamos algunos pasos atrás y vengamos al momento en que tuvo lugar la última explosión de la galería.
La sacudida había sido tan fuerte, de una violencia tal, que Rocambole y Milon fueron derribados por tierra.
Pero apenas caídos, se levantaron con la misma presteza.
—¡Victoria! exclamó Rocambole, el camino está abierto.
Veíase en efecto la claridad de la luna por la abertura de la galería.
Y volviéndose en dirección de la sala circular, gritó a sus compañeros:
—¡Adelante!... Seguídme!
Y corrió hacia la salida.
Milon le seguía de cerca, y gritaba como él llamando a sus compañeros.
Así marcharon unos cuarenta pasos.
Pero ya hemos visto la catástrofe que tuvo lugar inmediatamente. De pronto un ruido espantoso, como el que produciría el desplome completo de un edificio, resonó a su espalda e hizo temblar violentamente el suelo del subterráneo.
Rocambole arrojó un grito y volvió la cabeza para atrás.
El primer hundimiento acababa de efectuarse, viéndose así separado de sus compañeros.
Pero Rocambole no perdía fácilmente su presencia de espíritu.
—¡Adelante! repitió dirigiéndose a Milon. Salgamos de aquí ante todo. Cuando nos hallemos fuera, ya encontraremos el medio de libertarlos.
—¡Adelante! repitió Milon.
Y siguió corriendo al lado de su antiguo capitán.
Así iban, y ya veían brillar ante ellos las aguas argentadas del Támesis, cuando un ruido, más espantoso aún que el primero, se dejó oír de repente y conmovió de nuevo la galería.
Esta vez, la luz de la antorcha que llevaban se apagó también, y se encontraron envueltos en las más profundas tinieblas.
La sacudida fue también tal, que rodaron de nuevo por tierra.
El suelo oscilaba y crujía como en medio de un violento terremoto; y a los hundimientos gigantescos que acababan de presenciar, se sucedían otros hundimientos parciales. Acá y allá caían piedras de todos tamaños, y una de ellas pasó rasando la cabeza de Rocambole.
Sin embargo, aparte de alguna contusión ligera, logró salir sano y salvo de aquel cataclismo.
Un momento después, la voz angustiada de Milon se dejó oír en medio de las tinieblas.
—¡Capitán!... Capitán! decía, ¿dónde estáis?
—Aquí, repuso Rocambole.
—¿Herido?
—No.
—Ni yo tampoco.
—No des un paso, dijo Rocambole, esperemos.......
En fin, a poco cesó el desplome y conmoción general y todo volvió a entrar en silencio.
Entonces se levantó Rocambole.
Milon en tanto murmuraba sin moverse de su sitio:
—Apostaría a que estamos enterrados; pero sea como quiera, no hemos tenido poca suerte.
Rocambole no había dejado escapar su antorcha, pero, como se comprende muy bien, esta se había apagado desde luego.
Pero Marmouset, al distribuir las antorchas a los que le seguían, había dado también a cada uno una cajilla de fósforos, y de consiguiente Rocambole tenía la suya.
—Capitán, dijo Milon, ¿puedo ya levantarme?
—Sí, pero no te muevas de tu sitio. Espera.
Y Rocambole buscó sus fósforos y encendió la antorcha.
Entonces Milon pudo convencerse de que estaba sano y salvo.
—¡Famosa suerte! repetía.
—No tan grande como te parece, dijo Rocambole.
—¿Por qué?
—Sígueme.
Y con la antorcha en la mano, fue andando hasta el derribo.
El subterráneo se hallaba cerrado de nuevo por un peñon enorme que, al caer, rompiendo sus ángulos salientes, había interceptado tan herméticamente el paso de la galería, como pudiera haberlo hecho un muro construido por los hombres.
—Ya lo ves, dijo Rocambole, no estamos más adelantados que hace una hora.
—Volvamos entonces para atrás, dijo Milon.
Así lo hicieron, y se encontraron bien pronto delante del otro hundimiento que se había efectuado a su espalda.
—¿Ves lo que te decía?... repitió Rocambole; no estamos más adelantados.
—Pero entonces, dijo Milon estremeciéndose, ¿estamos aquí presos?
—No, amigo mío, estamos enterrados en vida.
—¡Y ni herramientas ni pólvora! exclamó con angustia Milon.
Rocambole estaba un poco pálido, pero su fisonomía no había perdido su calma habitual.
—Veamos, pobre Milon, dijo, en vez de desesperarnos, es lo más acertado el que reflexionemos a sangre fría.
Milon se quedó mirándolo fijamente.
—Nuestra situación no es muy ventajosa que digamos, prosiguió Rocambole, pero en fin, no es enteramente desesperada.
—¡Ah!... ¿Lo creéis así? dijo Milon con ansiedad y abriendo su pecho a la esperanza.
—Escúchame bien, añadió Rocambole: Marmouset y los demás, se hallaban muy lejos de nosotros cuando tuvo lugar la catástrofe; de consiguiente es probable que no han sido víctimas de ella.
—Es posible; pero están encerrados como nosotros.
—Con la probabilidad de ser socorridos.
—¿Por quién?
—Por los policemen que andan en mi busca.
—¡Bah! pero entonces los llevarán a la cárcel.
—No digo que no; más no tardarán en soltarlos.
—¿Creéis?
—Estoy seguro.
—¿Y entonces?
—Entonces Marmouset, que es, como tú sabes, un chico de recursos, y Vanda que daría por mí hasta la última gota de su sangre; Marmouset y Vanda, digo, pensarán en nosotros y hallarán el medio de venir en nuestro socorro.
—Muy bien, dijo Milon, pero de aquí a allá se pasará un buen trozo de tiempo.
—No diré que no.
—Dos días tal vez.....
—Y aun tres, repuso Rocambole.
—Es decir que tendremos el tiempo de morirnos de hambre.
—En rigor, un hombre puede pasar cuatro días sin comer, dijo tranquilamente Rocambole.
Y hablando así fue a sentarse con la mayor calma en una piedra.
Milon no conservaba la misma tranquilidad. Iba y venía por el subterráneo con una inquietud marcada, y andaba de un lado a otro sin descanso, como una fiera que da vueltas en su jaula.
—No te desesperes antes de tiempo, le dijo Rocambole; supongo que no tienes todavía hambre.
—¡Oh! no, dijo Milon, pero tengo sed.
—Dentro de cuatro o cinco horas podrás beber.
—¿Cómo pues?
—Al volver la marea, el Támesis entrará de nuevo en la galería.
—¡Ah! bien.
—Y no creo tengamos tan poca suerte que no encontremos alguna filtración.
—De agua salada.....
—No, de agua dulce.
—Sin embargo, estando el Támesis sometido a la marea.....
—Eso no importa. El flujo del mar rechaza las aguas del río y hace que se aumente su volumen, pero no tienen tiempo para mezclarse.
—¡Ah! dijo Milon.
—Entre tanto, ven a sentarte a mi lado, prosiguió Rocambole.
Milon obedeció haciendo un gesto de resignación forzada.
—Y como se puede muy bien hablar sin luz, añadió Rocambole, no veo la necesidad de gastar inútilmente nuestra antorcha, que más tarde nos será necesaria.
Y diciendo y haciendo, apagó la antorcha y continuó:
—¿Sabes por qué yo no desespero, a pesar de la gravedad de la situación?
—¡Oh! lo que es vos, capitán, dijo Milon, yo os he visto siempre impasible como el destino.
—No es eso, repuso Rocambole.
—¿Qué es pues?
—Tengo la convicción de que, mientras me quede que hacer alguna cosa en este mundo, la Providencia velará sobre mi y me sacará en bien de todo riesgo.
—¿Tenéis de veras esa idea? exclamó Milon. Pero entonces, ¿es que no pensáis reposaros jamás?
—No, dijo Rocambole.
—Paréceme sin embargo, prosiguió Milon, que ya sería hora de que volvierais a París y de que tratarais de vivir allí tranquilo.
—Me queda algo que hacer aquí.
—¡Ah! sí. Volvemos a los fenians.....
—No.
—¡A fe mía! añadió Milon, no sé qué atractivo pueda tener para vos la Inglaterra.
—Eso depende de la manera de ver de cada uno, dijo Rocambole. Y además, te lo repito, me queda un deber que cumplir.
—Pero, ¿no se trata de esos estúpidos fenians que nos han traído a este mal paso?
—De ningún modo.
Milon no añadió una palabra más, y pareció esperar que Rocambole se explicase. Este guardó silencio por algunos instantes, y al fin dijo de repente:
—¿Crees tú en la cuerda del ahorcado?
—¿En qué sentido? preguntó el coloso sorprendido de la pregunta.
—Dicen que la cuerda del ahorcado es una especie de talismán que nos procura buena suerte.
—Sí, eso dicen, respondió Milon, pero yo no lo creo..... ¿y vos?
—Yo empezaré a creerlo, si nos saca de aquí.
—¿Eh? exclamó Milon aturdido, ¿lleváis con vos una cuerda de.....
—Sí.
—¿En el bolsillo?
—En el bolsillo.
—¡Bah! entonces es buena ocasión para probar su virtud, como habéis dicho.—Esperemos.
Y Milon bajó la cabeza y volvió a guardar silencio.
—Esperemos, repitió Rocambole pasados algunos instantes, pero como creo que esperaremos largo espacio y que de consiguiente tenemos tiempo sobrado..... en vez de lamentarnos inútilmente, voy a contarte una historia.
—¿Una historia de cuerda?
—La historia de la cuerda y la del ahorcado que me ha nombrado su albacea o ejecutor testamentario, repuso Rocambole.
—Hablad, capitán, soy todo oídos.