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LIBRO III 1 SINOPSIS
Оглавление(Primavera-Diciembre del año 333 a. C.)
Primavera: Alejandro toma Celenas. Entrada en Gordio (episodio del «nudo gordiano») y en Ancira (cap. 1). Darío asume personalmente la dirección y mando de su ejército. Recuento de sus tropas. Asesinato del ateniense Caridemo por haberse atrevido a decir a Darío lo que pensaba sobre el ejército persa y el macedonio (2 ). Inquietante sueño de Darío. El ejército persa se pone en marcha. Descripción del mismo (3 ). Alejandro atraviesa la cordillera del Tauro. Entrada en Cilicia (4 ).
Otoño: Baño de Alejandro en el Cidno. Súbita enfermedad del rey, quien recibe una carta de Parmenión en la que éste le aconseja que no se fíe del médico Filipo; a pesar de ello, Alejandro se pone en manos del médico y cura de su enfermedad (5 -6 ). Darío se dirige a Cilicia. Alejandro lo hace hacia Iso. Muerte del persa Sísenes, del que Alejandro sospecha que es un traidor (7 ). Darío penetra en Cilicia contra el parecer de sus generales. Los ejércitos persa y macedonio se aproximan uno a otro (8 ).
Noviembre: Batalla de Iso: descripción de los dos ejércitos (9 ). Alejandro arenga a sus tropas (10 ). La batalla; victoria de Alejandro. Éste penetra en el campamento de Darío (11 ). Comportamiento de Alejandro con la familia de Darío (12 ).
Diciembre: Parmenión toma Damasco y se apodera de los tesoros del rey persa, haciendo prisioneros a muchos personajes importantes (13 ).
[1 ] Entre tanto, Alejandro había enviado a Cleandro 2 con dinero a fin de llevar a cabo un reclutamiento de tropas procedentes del Peloponeso y, tras arreglar los asuntos de Licia y Panfilia 3 , levantó su campamento y se dirigió a la ciudad de Celenas 4 .
Por aquella época, el río Marsias 5 , famoso por las [2] quiméricas leyendas de los griegos 6 , dividía, en su curso, a la ciudad en dos mitades. Nace en la cima más alta [3] de una montaña y, con gran estrépito de sus aguas, cae en cascada sobre una superficie rocosa desde la que, difundiéndose, riega las llanuras circundantes con sus aguas, cristalinas al no recibir las de ningún afluente. Por eso, el [4] color de las mismas, semejante al del mar en calma, ha dado lugar a una invención de los poetas: cuenta la tradición que las ninfas, cautivadas por el amor al río, hicieron de aquella roca su morada. El río conserva su nombre de [5] «Marsias» mientras corre dentro de los muros de la ciudad, pero, una vez que, de mayor ímpetu y caudal, se extiende fuera de las murallas, recibe el nombre de «Lico» 7 .
[6] Alejandro, pues, entró en la ciudad abandonada por sus propios habitantes y, disponiéndose a tomar al asalto la ciudadela en la que aquéllos habían buscado refugio 8 , envió por delante un parlamentario 9 para que les hiciera saber que, si no se rendían, serían pasados por las armas. [7] Los habitantes condujeron al parlamentario a una torre de extraordinaria altura debido tanto a su emplazamiento como a su construcción, y le invitaron a que calibrase la altura de la misma y a que hiciera saber a Alejandro que él y los celeneses no tenían el mismo patrón a la hora de medir las fortificaciones: que supiera que unas personas, decididas a morir en caso extremo en aras del honor, eran, [8] por lo mismo, inexpugnables. Pero he ahí que, al ver que la ciudadela se encontraba sitiada y que los recursos de todas clases disminuían de día en día, pactaron una tregua de sesenta días, con la condición de que, si dentro de ese plazo no recibían ayuda de Darío 10 , entregarían la ciudad; y, como quiera que seguían sin recibir auxilio, en el día prefijado se rindieron al rey 11 .
Llegó después 12 una comisión ateniense con la petición [9] de que se les hiciera entrega de los soldados hechos prisioneros junto al río Gránico 13 , a lo que Alejandro respondió que no sólo aquéllos, sino que, además, daría orden de devolver los restantes griegos a los suyos, una vez terminada la guerra contra Persia 14 . Pero, estando ya a [10] punto de pisar los talones a Darío, del que sabía que todavía no había atravesado el Éufrates 15 , reunió todas sus tropas, dispuesto a hacer frente, con la totalidad de sus efectivos, al punto culminante de guerra tan decisiva.
[11] La población de Frigia, región a través de la cual conducía su ejército, se encontraba concentrada más bien en aldeas que en ciudades, y en Frigia estaba, por entonces, [12] la en otro tiempo célebre corte de Midas 16 , de nombre «Gordio», bordeada por el río Sangario, y a igual distancia [13] del Ponto Euxino 17 y del mar de Cilicia. Sabemos que es precisamente entre estos dos mares donde Asia 18 presenta su parte más estrecha, al empujar ambos mares a la tierra y formar un estrecho istmo; éste, al estar unido al continente pero ceñido en gran parte por las aguas, ofrece el aspecto de una isla 19 y, si no opusiera la ligera barrera que opone, pondría en comunicación los dos mares que ahora separa.
[14] Tras la rendición de la ciudad, Alejandro hizo su entrada en el templo de Júpiter. Allí contempló el carro que, según se aseguraba, había transportado a Gordio, padre de Midas; carro que, en cuanto a su aspecto externo, verdaderamente no se diferenciaba de otros carros de menos valor y de uso común 20 . Digno de ser notado era el yugo, [15] amarrado como estaba con gran cantidad de nudos entrelazados entre sí y que no dejaban ver la trabazón. Al oír, [16] de boca de los habitantes del lugar, que existía el vaticinio de un oráculo según el cual llegaría a ser dueño de Asia aquel que soltara aquel lazo inextricable, se apoderó del ánimo de Alejandro el deseo de dar cumplimiento al vaticinio. Rodeaban al rey una multitud no sólo de frigios [17] sino también de macedonios, unos con el ánimo en vilo ante el resultado, los otros, preocupados por la temeraria osadía del rey, ya que la serie de ataduras era tan compacta que ni con la vista ni por cálculo se podía deducir dónde comenzaban los cabos ni por dónde se ocultaban. Alejandro, puesto manos a la obra, infundió en los suyos el temor de que, si el intento fracasaba, se volvería contra él la predicción del oráculo. Después de luchar en vano, [18] durante mucho tiempo, con los inextricables nudos, dijo: «Poco importa la manera de cómo sean desatados», y, cortando con su espada todas las correas, burló la predicción del oráculo o le dio así cumplimiento.
Decidido, pues, a sorprender a Darío dondequiera que [19] se encontrara, con el fin de no tener que temer ningún contratiempo en la retaguardia, puso al frente de la escuadra, anclada en el Helesponto 21 , a Anfótero 22 y de las tropas de tierra a Hegéloco 23 , con la orden de desmantelar las guarniciones enemigas de Lesbos, Quíos y Cos. [20] A estos generales les fueron asignados, para gastos de guerra, 500 talentos 24 ; a Antípatro 25 y a los que protegían las ciudades griegas, les fueron remitidos 600 y, de acuerdo con las cláusulas del tratado, a los aliados les fueron exigidas naves con las que velar por la defensa del [21] Helesponto. Y es que todavía Alejandro no se había enterado de la muerte de Memnón 26 , en relación con el cual tomaba todas aquellas precauciones, sabiendo muy bien que todo saldría a pedir de boca si aquél no tomaba ninguna iniciativa.
Entre tanto se había llegado a Ancira 27 ; allí el rey [22] procedió a un censo del ejército y después penetró en Paflagonia 28 . Vecinos de este pueblo eran los hénetos, de los que algunos creen que descienden los vénetos. Toda [23] esta región se sometió al rey y, mediante la entrega de rehenes, consiguieron no verse en la obligación de pagar un tributo que ni siquiera a los persas habían pagado. Calas 29 [24] fue puesto al frente de esta región y Alejandro, después de incorporar las tropas recientemente llegadas de Macedonia, puso rumbo a Capadocia 30 .
Darío, por su parte, justamente conmovido ante el anuncio [2 ] de la muerte de Memnón, dejando a un lado cualquier otro tipo de esperanza, se decidió a presentar batalla personalmente. En efecto, nada de cuanto habían hecho sus generales merecía su aprobación, estimando que a muchos les había faltado el interés y, a todos, la fortuna.
Así pues, acampó en las cercanías de Babilonia 31 ; con [2] el fin de que sus tropas se vieran más animadas para emprender la lucha, hizo una exhibición de todo su ejército y, levantada una empalizada circular capaz de contener diez [3] mil hombres armados, pasó revista a sus tropas 32 siguiendo el ejemplo de Jerjes 33 . Desde la salida del sol hasta la noche los batallones, tal como habían sido distribuidos, fueron entrando en el recinto.
Partiendo de allí, ocuparon las llanuras de Mesopotamia 34 multitud poco menos que innumerable de soldados de caballería y de infantería y que ofrecía el aspecto de [4] ser mayor incluso de lo que era. Cien mil eran persas, y, de ellos, 30.000 jinetes, mientras que de los medos, 10.000 [5] eran de caballería y 50.000 de infantería. Había 2.000 jinetes barcanos 35 , armados con hachas de doble filo y con ligeros escudos que daban exactamente la impresión de «cetras» 36 . Detrás de la caballería seguían 10.000 soldados [6] de a pie, equipados con el mismo armamento. Los armenios habían enviado 40.000 infantes, más 7.000 jinetes. Los hircanos presentaban un total de 6.000 jinetes excelentes, como suelen ser los de aquellos pueblos, más 1.000 jinetes [7] tapuros 37 . Los dérbices tenían un total de 40.000 infantes armados; la mayor parte llevaban picas con punta de hierro y, algunos, estacas con la extremidad endurecida al fuego. A éstos les acompañaban también 2.000 jinetes de la misma nacionalidad. De las tierras bañadas por el mar [8] Caspio había llegado un ejército de 8.000 hombres de a pie y 200 de a caballo. Con ellos estaban también los soldados de otros pueblos desconocidos: 2.000 infantes y un número doble de jinetes. A estas tropas se añadían 30.000 [9] mercenarios griegos 38 en la flor de la edad. En cuanto a los bactrianos 39 , los sogdianos 40 , los indios y los restantes habitantes ribereños del Mar Rojo 41 (cuyos nombres hasta el mismo Darío desconocía) la misma prisa impedía que se les hiciera un llamamiento.
Soldados era lo que le sobraba a Darío. Rebosando [10] felicidad ante el espectáculo de la multitud reunida (sus cortesanos daban alas a su esperanza con sus acostumbrados halagos), se volvió al ateniense Caridemo 42 , buen conocedor de la milicia y que aborrecía a Alejandro porque por orden suya había sido expulsado de Atenas, y le preguntó si le parecía que estaba lo suficientemente equipado [11] como para derrotar al enemigo. Caridemo, no teniendo presente ni su propia condición ni la soberbia de los soberanos, le respondió: «Tal vez a ti no te guste oír la verdad y puede ser que, si yo no la digo ahora, cuando la diga [12] en otra ocasión será ya en vano. Este ejército tan ostentoso, esta masa ingente de tantos pueblos, hecha venir desde sus moradas dispersas por todo el Oriente, puede infundir terror a tus vecinos: resplandece de púrpura y oro, brilla con el resplandor de las armas y es de una opulencia tal que los que no la han visto no pueden ni imaginársela. [13] Por su parte, el ejército macedonio, torvo en verdad y tosco, esconde tras sus escudos y sus lanzas sus inamovibles formaciones en cuña y una fuerza compacta de guerreros. A tal formación le dan el nombre de «falange» 43 , sólido cuerpo de infantería. Los soldados están entrelazados unos con otros, las armas con las armas; fija su atención en la señal de su comandante, saben seguir a los estandartes [14] y guardar la formación; todos ponen en práctica las órdenes recibidas. Hacer frente, acorralar al enemigo, hacerse a un lado, cambiar de frente, lo conocen tan bien [15] los soldados como los jefes. Y a fin de que no pienses que son víctimas de su amor al oro y a la plata, has de saber que la disciplina de que te hablo se viene manteniendo bajo la enseñanza de la pobreza: cuando están agotados, el suelo les sirve de lecho; como alimento les basta el que pueden aderezarse en medio de sus ocupaciones; el tiempo dedicado al sueño es más corto que el de la noche. [16] ¡Como para pensar que los jinetes tesalios 44 , y los acarnanios y los etolios, que no saben lo que es la derrota, van a ser rechazados a tiros de honda y con estacas endurecidas al fuego! Lo que se necesita es una fuerza semejante, por lo que los refuerzos deben buscarse en aquella misma tierra que los ha engendrado a ellos; tu plata y tu oro mándalos allí, a reclutar mercenarios».
Darío tenía un carácter afable y bondadoso, si no fuera [17] porque, las más de las veces, la Fortuna pervierte incluso a la propia naturaleza. Y así, no pudiendo soportar la verdad, dio orden de que Caridemo fuera ajusticiado, y precisamente cuando mejores consejos le estaba dando, un hombre al que había hecho su huésped movido por sus súplicas. Caridemo, no dejando a un lado, ni siquiera en [18] las presentes circunstancias, su franqueza, le dijo: «Tengo preparado un vengador de mi muerte: el mismo contra quien te he aconsejado te pedirá cuentas del desprecio hecho a mi consejo. Por lo que a ti respecta, a quien tan bruscamente ha cambiado el abuso del poder, te convertirás en ejemplo para la posteridad de que los hombres, cuando se han entregado en brazos de la Fortuna, se olvidan hasta de su propia naturaleza». Tales cosas decía a voz en grito cuando le degollaron, de acuerdo con las órdenes del rey. Después un arrepentimiento tardío se apoderó de Darío [19] y, tras confesar que Caridemo le había dicho la verdad, dio orden de que fuera enterrado.
A Timodes 45 , hijo de Mentor 46 , joven lleno de vitalidad, [3 ] Darío le dio la orden de que recibiera de Farnabazo 47 todos los soldados extranjeros, en los cuales tenía depositada su mayor esperanza, con el fin de aprovecharse de su colaboración en la guerra; a Farnabazo, por su parte, le hizo entrega de los mismos poderes que antes había depositado en Memnón.
[2] Angustiado por preocupaciones amenazadoras, incluso durante el sueño le agitaban visiones de peligros inminentes, bien fuera que las provocara su propia angustia o que [3] su propio espíritu las presagiara. Se le aparecía el campamento de Alejandro todo refulgente, en medio de un gran resplandor de fuego, y poco después el rey macedonio era llevado a su presencia, vestido con las vestiduras del propio Darío, recorriendo después a caballo las calles de Babilonia; de repente, tanto Alejandro como el caballo desaparecían de su vista.
[4] Ante esto, los adivinos, con sus interpretaciones contradictorias del sueño, no hacían más que acosar la angustia del rey: unos decían que el sueño le era favorable desde el momento que había ardido el campamento enemigo y que Darío había visto cómo Alejandro, dejadas a un lado sus vestiduras reales, había sido llevado a su presencia en [5] indumentaria persa corriente; otros pensaban lo contrario: predecían, en efecto, que la visión del resplandor del campamento macedonio profetizaba el fulgor de Alejandro; en cuanto a que se apoderaría del reino de Asia no había la menor duda ya que, cuando Darío fue proclamado rey, llevaba esa misma ropa.
La ansiedad presente, como suele suceder, había evocado [6] el recuerdo incluso de antiguos presagios. Se sabía, en efecto, que Darío, al principio de su reinado, había dado orden de cambiar la vaina de la cimitarra persa adoptando la que tenían los griegos, y cómo inmediatamente los caldeos 48 habían interpretado el hecho en el sentido de que el imperio persa pasaría a manos de aquellos cuyas armas Darío había imitado. Sin embargo el rey, lleno de [7] gozo no sólo por la respuesta de los adivinos, que iba corriendo ya de boca en boca, sino también por la visión que se le había ofrecido durante el sueño, dio orden de levantar el campamento y dirigirse hacia el Éufrates.
Era costumbre entre los persas, transmitida por tradición, [8] no ponerse en camino hasta después de salido el sol. Siendo ya pleno día, se daba la señal con la bocina 49 desde la tienda del rey; sobre ésta, donde todos pudieran contemplarla, una imagen del sol despedía sus reflejos, encerrada en una urna de cristal 50 .
El orden de marcha era el siguiente: el fuego, al que [9] ellos califican de sagrado y eterno, abría filas, transportado sobre un altar de plata. Los magos 51 entonaban himnos [10] patrióticos. A éstos les seguían 365 jóvenes revestidos de mantos de púrpura, tantos como días tiene el año, pues los persas tenían dividido el año en tantos días como los [11] romanos. Detrás, unos caballos blancos tiraban de un carro consagrado a Júpiter 52 y, tras ellos, seguía un caballo (al que llamaban el caballo del sol) de extraordinaria alzada; los que llevaban de las riendas a tales caballos iban equipados con fustas de oro y adornados con vestiduras [12] blancas. No lejos avanzaban diez carros con gran cantidad [13] de adornos cincelados en oro y plata. Les daba escolta la caballería de doce pueblos, diversos en sus armas y en su manera de vestir. Inmediatamente detrás iban aquellos a los que los persas llaman «los Inmortales», alrededor de unos 10.000 53 . Ninguno como ellos aparecía adornado con el lujo opulento de los bárbaros: llevaban collares de oro, una vestidura bordada igualmente en oro y una túnica [14] con mangas adornadas con piedras preciosas. A corta distancia, los llamados «parientes del rey», 15.000 hombres. Esta multitud, engalanada poco menos que como mujeres, llamaba la atención más por el lujo que por la hermosura [15] de sus armas. La tropa más próxima a éstos era denominada «los Doríforos» 54 , encargados de sostener la cola del manto del rey; éstos iban delante del carro del rey desde el que éste, a su paso, lo dominaba todo. Imágenes de [16] dioses, repujadas en oro y plata, adornaban ambos flancos del carro; de trecho en trecho brillaban unas piedras preciosas adornando el yugo del que sobresalían dos estatuas de oro, de una altura de un codo, de las cuales una representaba a Nino y la otra a Belo 55 . Entre ambas habían colocado, a modo de símbolo sagrado, un águila en actitud de desplegar las alas 56 .
El atavío del rey se distinguía incluso en medio de [17] aquella suntuosidad: una franja blanca, bordada, dividía en dos partes su túnica de púrpura; unos halcones, recamados en oro, que parecían atacarse a picotazos, adornaban su manto bordado en oro; de un cinturón, igualmente [18] de oro, anudado como se lo anudan las mujeres, pendía su cimitarra, cuya vaina era toda ella de piedras preciosas. Los persas llaman «cídaris» a la diadema del rey 57 , emblema [19] de la realeza; esta diadema iba ceñida todo alrededor con una banda azul entreverada de blanco.
El carro real era seguido por 10.000 lanceros que llevaban [20] lanzas con incrustaciones de plata y dardos con punta de oro. A derecha e izquierda, la escolta real estaba for [21] mada por unos 200 de entre los más nobles de sus parientes. La marcha se cerraba con 30.000 infantes seguidos por los 400 caballos del rey.
[22] A un estadio de distancia 58 , un carro transportaba a Sisigambis 59 , madre de Darío, y otro a su esposa 60 , las reinas, que llevaban como escolta una muchedumbre de [23] mujeres montadas a caballo. Seguían detrás quince carros, denominados «armamaxas» 61 . En ellos iban los infantes 62 , acompañados de sus institutrices, así como de un enjambre de eunucos, que no son mal mirados entre aquellas [24] gentes. Venían detrás las 365 concubinas del rey, también ellas regiamente ataviadas y, tras ellas, era transportado el tesoro real en 600 mulos y 300 camellos, escoltados por [25] un pelotón de arqueros. Inmediatamente detrás venían las esposas de los parientes y amigos, así como catervas de cantineros y acarreadores de agua y de leña. Cerraba filas una tropa armada a la ligera con sus jefes, encargada de regular la marcha.
[26] Por el contrario, si alguien dirigía su mirada hacia el ejército macedonio, el aspecto era completamente distinto: hombres y caballos relucían no por el oro y las vestiduras variopintas, sino por el hierro y el bronce. Se trataba de [27] un ejército dispuesto tanto a detenerse como a avanzar, ligero de tropa y de bagaje, atento no sólo a la señal sino incluso al menor ademán de su comandante; para el campamento, cualquier lugar, y, para el ejército, cualquier avituallamiento les bastaban. Por eso a Alejandro no le faltaban [28] los soldados en el combate, mientras que Darío, rey de tan gran multitud, debido a lo angosto del lugar 63 , se vio obligado a contar con unos pocos, circunstancia que había despreciado en el enemigo.
Mientras tanto Alejandro, después de colocar a Abistámenes [4 ] al frente de la Capadocia, en su marcha hacia Cilicia 64 con todas sus tropas había llegado a la región que recibe el nombre de «el campamento de Ciro». Este rey había tenido allí su cuartel cuando se dirigía hacia la Lidia 65 , contra Creso 66 . Aquella región distaba 50 estadios [2] 67 del paso por donde se suele entrar en Cilicia. Los habitantes del país denominan «Pilas» a unos estrechísimos desfiladeros en los que la propia situación natural imita las fortificaciones levantadas por los hombres.
[3] Así pues, Arsames 68 , que estaba al frente de la Cilicia, acordándose del consejo que, al comienzo de la guerra, le había dado Memnón, determinó poner en práctica, tardíamente, un plan que en otro tiempo hubiera sido saludable: devastar a fuego y hierro la Cilicia para dejar ante el enemigo un desierto; todo lo que podía ser de utilidad lo arrasó, dispuesto a dejar tras de sí, estéril y desnudo, [4] un suelo que no podía defender. Pero de mucho mayor provecho le hubiera sido ocupar con una sólida defensa los estrechos desfiladeros que abren la puerta de la Cilicia y apoderarse de las cimas que, muy estratégicamente, dominan el camino y desde las que, sin recibir ningún daño, hubiera podido o impedir el paso o aplastar a un enemigo [5] a sus pies. Ahora, dejando unos pocos soldados para defender los senderos, Arsames, por su parte, volvió sobre sus pasos, arrasando una tierra que debía proteger de la devastación. A su vez, los que él había dejado como protección de los senderos, pensando que habían sido traicionados, no tuvieron el valor siquiera de mirar cara a cara al enemigo cuando, aunque hubieran sido menos, podían haber mantenido la posición.
[6] En efecto, la Cilicia se encuentra cercada por una ininterrumpida cadena de montañas ásperas y abruptas que, alzándose del mar y, tras encorvarse en una especie de ensenada en forma de arco, con la extremidad opuesta avanza [7] de nuevo hacia el otro lado de la costa. A lo largo de esta cadena 69 , por la parte que, tierra adentro, se distancia más del mar, hay tres desfiladeros: sólo por uno de ellos se puede entrar en Cilicia 70 . La parte de ésta que [8] desciende hacia el mar es plana y su llanura se encuentra esmaltada de abundantes corrientes de agua; por ella fluyen los famosos ríos Píramo y Cidno 71 . Este último es digno de mención no por la anchura de su cauce, sino por la transparencia de sus aguas; en efecto, deslizándose en un manso fluir desde sus fuentes, es recibido por un terreno limpio y no desembocan en él torrenteras que puedan perturbar el lecho del río, que fluye mansamente. Así pues, [9] sin la menor contaminación y, al mismo tiempo, con sus aguas extraordinariamente frías (los numerosos árboles de la orilla le dan sombra y amenidad), desemboca en el mar, tras recorrer todo su trayecto semejante a sus propias fuentes.
El tiempo había arruinado en aquella región muchos [10] monumentos cantados por los poetas: se podía ver el emplazamiento de las ciudades Lirneso y Tebas 72 , así como la gruta de Tifón y el bosque de Coricio 73 , en donde brota el azafrán, y otras maravillas de las que no quedaba más que la fama.
[11] Alejandro penetró en los desfiladeros llamados «Pilas» y, tras contemplar la configuración del terreno, se dice que quedó admirado de su buena estrella como nunca lo había estado antes, pues reconocía que podía haber sido aplastado incluso hasta con piedras, si hubiera habido alguien que [12] las tirara desde arriba. El sendero apenas si con dificultad permitía el paso de los soldados en cuatro hileras; la cresta de la montaña se inclinaba amenazadora sobre el camino, no sólo estrecho sino, en la mayor parte de su trazado, abrupto por el discurrir zigzagueante de los arroyos que [13] nacen de las faldas del monte. Con todo, Alejandro había dado orden de que un destacamento de tracios, equipados con armamento ligero, le precediera y reconociera los senderos a fin de evitar, de parte del enemigo, un ataque por sorpresa contra los que avanzaban por el desfiladero; a su vez, un cuerpo de arqueros había tomado la cima y llevaban los arcos dispuestos para disparar, advertidos como estaban de que no se trataba de una marcha sino de un combate.
[14] De este modo llegó el ejército a la ciudad de Tarso 74 , en el preciso momento en que los persas se disponían a pegarle fuego a fin de que una ciudad tan opulenta no [15] cayera en manos del enemigo. Alejandro envió por delante a Parmenión 75 con un destacamento ligero para frustrar el incendio y, al enterarse de que los bárbaros, ante el anuncio de su llegada, se habían dado a la fuga, hizo su entrada en una ciudad que le debía la vida.
El río Cidno, del que acabamos de hablar, divide a [5 ] la ciudad en dos. Era verano 76 y en tal estación en ninguna otra zona calienta más el ardor del sol que en la ribera de Cilicia, y en aquel preciso momento comenzaba la hora más sofocante del día. La transparencia de las aguas del [2] río invitó al rey, cubierto de polvo y sudoroso, a darse un baño, estando todavía acalorado. Así pues, se quitó las vestiduras y, en presencia del ejército (pensaba que sería una lección el hacer ver cómo se daba por contento con un cuidado corporal ligero y al alcance de todo el mundo), penetró en el río. En cuanto entró en el agua, sus [3] miembros comenzaron a quedarse rígidos con repentino escalofrío; una palidez se extendió por todo su rostro y prácticamente todo su cuerpo se vio privado del calor vital. Sus servidores le cogieron en sus brazos como a un muerto [4] y lo llevaron a su tienda poco menos que perdido el conocimiento. Con lágrimas en los ojos, se lamentaban de que [5] en medio de la marcha impetuosa de los acontecimientos, se les arrebataba y se extinguía el rey más sobresaliente de cuantos a lo largo de todos los tiempos se podía recordar, y no abatido, al menos, en el campo de batalla, sino [6] en medio de un baño: Darío estaba al llegar, vencedor incluso antes de ver al enemigo; en cuanto a ellos, se veían en la necesidad de regresar a unas tierras que habían recorrido de triunfo en triunfo y que o ellos mismos las habían arrasado o las había arrasado el enemigo. A lo largo de amplias zonas desérticas podrían ser derrotados, durante la marcha, por el hambre y la miseria, aunque no hubiera [7] nadie que quisiera perseguirlos. ¿Quién les dirigiría en su huida? ¿Quién se atrevería a suceder a Alejandro? Suponiendo que en su fuga llegaran al Helesponto, ¿quién prepararía [8] una escuadra para atravesarlo? 77 . Después volvían su compasión hacia la persona del rey y, olvidándose de sí mismos, se lamentaban de que se les arrebatara violentamente de su lado aquella flor de juventud, aquella fuerza de ánimo, un rey que, al mismo tiempo que rey, era para ellos un compañero de armas.
[9] Entre tanto, Alejandro comenzó a respirar con menos opresión, levantó los ojos y, poco a poco, volviéndole el conocimiento, comenzó a reconocer a los amigos 78 que, de pie, estaban en torno suyo; el simple hecho de que se daba cuenta de la magnitud de su mal les parecía un síntoma de que la fuerza de la enfermedad iba perdiendo vigor.
Pero la inquietud de su espíritu atormentaba su propio [10] cuerpo, ya que corría la voz de que en cuatro días Darío se presentaría en Cilicia, y así se lamentaba de que se veía entregado, atado de pies y manos, de que una victoria tan grande se le arrebataba de las manos y de que la vida se le escapaba en una tienda de campaña con una muerte oscura e innoble. Llamó a su presencia a sus amigos junto [11] con los médicos y les dijo: «Ya veis en qué situación crítica la Fortuna se ha volcado sobre mí. Me da la impresión de que oigo el fragor de las armas enemigas y yo, que hasta aquí era el que tenía la iniciativa de la guerra, he aquí que soy ahora el provocado. Así pues, al escribir [12] Darío una carta tan altanera 79 , ¿había contado ya con mi Fortuna? Pero de nada le valdrá si me está permitido curarme a mi manera. La situación en que me encuentro [13] no se compagina con remedios lentos y médicos premiosos. Prefiero morir valientemente antes que tardar en curarme. Por consiguiente, si los médicos tienen alguna destreza que pueda servirme de ayuda, sepan que yo no busco tanto un remedio para la muerte como un remedio para la guerra».
[14] Una temeridad tan irreflexiva llenó a todos de extraordinaria inquietud; y así cada uno, en la medida en que podía hacerlo, comenzó a suplicarle que no aumentara el peligro con las prisas sino que se pusiera en manos de los [15] médicos; con razón no se fiaban de unos remedios no experimentados cuando el enemigo, por medio de dinero, trataba de ganarse a alguien, incluso del entorno del rey, para [16] acabar con él. En efecto, Darío había dado orden de que se corriera la voz de que daría 1.000 talentos 80 a quien asesinara a Alejandro. Y así se pensaba que nadie se atrevería a experimentar un remedio que, por su misma novedad, podía despertar sospechas.
[6 ] Entre los médicos más famosos había uno, llamado Filipo 81 , natural de Acarnania, que había formado parte del séquito del rey desde Macedonia y que le era fiel en grado sumo: compañero de infancia y guardián de su salud, sentía por Alejandro un cariño extremo, no sólo como [2] rey sino incluso como pupilo. Filipo prometió aplicar un remedio de efecto no instantáneo pero sí eficaz y aliviar la virulencia del mal con una poción curativa. Semejante promesa a nadie agradaba a excepción de aquel cuya vida [3] peligraba con tal promesa. Alejandro hubiera podido soportar mejor cualquier cosa que la espera: las armas y las filas estaban ante su vista y era de la opinión de que la victoria dependía del simple detalle de poder mantenerse en pie ante los estandartes, soportando a duras penas el hecho de que el medicamento no lo podía tomar antes de tres días (tal era la prescripción médica).
Entre tanto recibió de Parmenión 82 , el más fiel de sus [4] dignatarios 83 , una carta en la que le advertía que no pusiera su salud en manos de Filipo, pues Darío lo había sobornado con 1.000 talentos y con la promesa de darle su hermana en matrimonio 84 . Alejandro quedó profundamente [5] preocupado ante la lectura de la carta y, mediante una valoración secreta, sopesaba los pros y los contras del miedo o la esperanza: «¿Perseveraré, se decía, en la idea [6] de beber con el fin de que, si se me ha proporcionado un veneno, parezca que, suceda lo que suceda, me ha sucedido a sabiendas? ¿Condenaré la lealtad de mi médico? ¿Consentiré en ser asesinado en mi propia tienda? Pero mejor me es morir criminalmente a manos de otro que víctima de mi propio miedo».
Por mucho tiempo anduvo dando vueltas en su cabeza [7] a ideas contrarias y, sin revelar a nadie el contenido de la carta, la selló con su propio sello y la puso debajo del cojín sobre el que estaba reclinado. Pasados dos días en [8] tales reflexiones, amaneció el día fijado por el médico y éste entró en la tienda con una copa en la que había diluido [9] la medicina. Al verlo, Alejandro se incorporó y, sosteniendo con la izquierda la carta de Parmenión, cogió la copa y la bebió sin pestañear; después ordenó a Filipo que leyera la carta, sin apartar los ojos de su rostro mientras la leía, pensando que podría sorprender en él alguna señal [10] de complicidad. Aquél, terminada de leer la carta, se mostró más indignado que atemorizado, y, arrojando a los pies del lecho el manto y la carta, dijo: «¡Oh rey!, mi vida estuvo siempre pendiente de ti, pero es ahora verdaderamente, pienso, cuando mi respiración se desliza a través [11] de tu sagrada y venerable boca. La acusación de haber querido asesinar a mi rey, que ahora se me imputa, la borrará tu propia curación; al salvar yo tu vida, tú me devolverás la mía. Te ruego encarecidamente que, dejando a un lado el miedo, permitas que la medicina sea absorbida por las venas; relaja un poco tu espíritu perturbado por una ansiedad fuera de lugar, promovida por unos amigos que, si son fieles, son también, al mismo tiempo, importunamente diligentes».
Estas palabras no sólo calmaron al rey sino que lo llenaron [12] de alegría y esperanza; y así dijo: «Si los dioses, Filipo, te hubieran concedido el medio con que mejor poner a prueba mis sentimientos, seguramente hubieras escogido otro distinto, pero mejor que el que has experimentado [13] ni hubiera entrado siquiera en tus deseos. A pesar de haber recibido esta carta, yo bebí tu poción y ahora, créeme, si estoy preocupado no lo es menos por tu lealtad que por mi curación». Y, tras estas palabras, le tendió la mano.
[14] Pero he aquí que el medicamento actuó con tanta energía que los efectos inmediatos dieron pábulo a la acusación de Parmenión. Su respiración, entrecortada, fluía con dificultad. Filipo no dejaba nada por poner a prueba: le aplicó fomentos, le sacó de su sopor excitándolo con el olor, unas veces, de comida, otras, de vino, y en cuanto [15] se dio cuenta de que volvía en sí, no cesó de recordarle tanto a su madre como a sus hermanas 85 , así como la gran victoria que le salía al encuentro. Tan pronto como el [16] medicamento se difundió por las venas y su acción saludable se dejó sentir poco a poco en todo el cuerpo, el primero en recuperar su vigor fue el espíritu, después también el cuerpo, incluso antes de lo que se esperaba: en efecto, tres días después de que había caído en tal estado compareció ante los soldados.
El ejército contemplaba a Filipo con no menor interés [17] que al propio rey; cada uno por su lado, cogiéndole la mano, le daba gracias, como si se tratara de un dios en persona. Y es que no es fácil decir con palabras, aparte la connatural veneración de este pueblo hacia sus reyes, con qué entrega admiraban a éste en particular y con qué ardor le amaban. Desde hacía tiempo daba la impresión [18] de que cuanto emprendía lo hacía con la ayuda divina; y es que, al tener a la Fortuna en todas las circunstancias de su parte, su propia temeridad se había trocado en propia gloria. Su misma edad 86 , madura apenas para empresas [19] tan grandes pero suficiente para llevarlas a cabo, ennoblecía todas sus obras; y además, cosas que suelen reputarse como de poca monta son, por lo común, muy del agrado de los hombres de armas, como el ejercicio físico en medio de los soldados, el traje y atuendo muy semejantes al de un particular, el vigor militar: con tales dotes, [20] naturales o adquiridas, había conseguido ser tan querido como respetado.
[7 ] Por su parte, Darío, ante la noticia de la enfermedad de Alejandro, con la rapidez que le permitía un ejército tan pesado, se dirigió hacia el Éufrates y, a pesar de haber tendido puentes sobre él, impaciente como estaba en ser el primero en ocupar la Cilicia, tardó, sin embargo, cinco días en pasar el ejército al otro lado.
[2] Alejandro, recuperadas sus fuerzas físicas, había llegado ya a la ciudad de Solos 87 . Después de tomarla y de imponerle un tributo de 200 talentos, colocó en la ciudadela [3] una guarnición. Entre diversiones y en medio del ocio dio cumplimiento a los votos hechos por su salud y dejó bien claro cuánto confiaba en sí mismo y cuánto despreciaba a los bárbaros al celebrar unos juegos en honor de Esculapio y de Minerva 88 .
[4] Mientras asistía a ellos, le llegó de Halicarnaso la feliz noticia de que sus tropas habían derrotado, en campo abierto, a los persas y de que tanto los mindios como los caunios y la mayor parte de los habitantes de aquella región habían sido sometidos. Así pues, clausurados los juegos, [5] levantó el campamento y, tras tender un puente sobre el río Píramo, llegó a la ciudad de Malos y, desde allí, en una segunda etapa, a la plaza fuerte de Castábalo. Aquí [6] le salió al encuentro Parmenión a quien había enviado por delante para explorar el trazado del desfiladero 89 que había necesariamente que atravesar para llegar a la ciudad de Iso.
Parmenión había ocupado las quebradas del desfiladero [7] y, tras dejar en él una pequeña guarnición, se había apoderado de Iso, que había sido abandonada por los bárbaros. Dejando atrás esta ciudad, después de poner en fuga a las tropas que tenían en su poder los macizos interiores de la cordillera, afianzó con guarniciones toda la posición y, tras apoderarse de la ruta, como se ha dicho hace un momento, vino en persona a anunciar al rey todo lo que había llevado a cabo.
Después el rey puso en movimiento sus tropas, dirigiéndolas [8] hacia Iso. En esta ciudad celebró una asamblea en la que se debatió si se debía seguir avanzando o si se debía aguardar allí la llegada de fuerzas de refresco de las que se tenía noticia que estaban a punto de llegar, procedentes de Macedonia. Parmenión era de la opinión de que ningún lugar era tan apropiado como aquél para entablar combate: en aquel lugar las tropas de ambos reyes vendrían [9] a ser iguales en número, al no poder el desfiladero dar cabida a una gran multitud. Los macedonios debían evitar las llanuras y el campo abierto en donde podrían ser cercados y destruidos entre dos frentes. Lo que le daba miedo es que fueran vencidos no por el valor de los enemigos sino por su propio agotamiento: los persas presentarían sin interrupción tropas de refresco si se les daba la oportunidad de desplegarse con holgura.
[10] Las razones en que se apoyaba un consejo tan saludable hicieron que se le diera una rápida aprobación y así Alejandro decidió aguardar al enemigo entre las quebradas del desfiladero.
[11] Había en el ejército del rey un persa llamado Sísenes 90 . Enviado en otro tiempo por el sátrapa de Egipto a la corte de Filipo 91 y cubierto de regalos y de toda clase de honores, había cambiado su patria por el destierro; después había formado parte del séquito de Alejandro en su expedición a Asia y se contaba en el número de los compañeros [12] leales del rey. A Sísenes un soldado cretense le entregó una carta sellada con un anillo cuyo sello le era completamente desconocido. Se la enviaba Nabarzanes 92 , general de Darío, y en ella le exhortaba a llevar a cabo una empresa digna de su nombre y de sus antepasados, lo que le granjearía una gran recompensa por parte de [13] Darío. Sísenes, como es natural cuando se es inocente, intentó muchas veces entregar la carta a Alejandro, pero, viendo al rey acosado por tantas preocupaciones y por los preparativos de la guerra, se mostraba siempre a la espera de una ocasión más propicia, con lo que dio pábulo a la sospecha de que andaba tramando el asesinato. En efecto, [14] la carta, antes de llegar a sus manos, había llegado a las de Alejandro, quien, después de leerla y de sellarla con el sello de un anillo que nadie conocía, había dado orden de entregársela a Sísenes a fin de poner a prueba su lealtad. Como quiera que iban pasando los días y éste no comparecía [15] ante el rey, dio la impresión de que había hecho desaparecer la carta con intención criminal y, durante la marcha, fue asesinado por unos cretenses, sin duda por orden de Alejandro.
Los soldados griegos que Timodes había recibido de [8 ] Farnabazo 93 y en los que Darío tenía cifrada su principal y prácticamente única esperanza, ya los tenía a su disposición. Éstos 94 le aconsejaban con insistencia que diera [2] marcha atrás y volviera a las espaciosas llanuras de Mesopotamia; si no daba su aprobación a este plan, que al menos dividiera sus innumerables tropas y no dejara que un solo golpe de la Fortuna echara por tierra todas las fuerzas del reino. Este plan desagradaba menos al rey que a sus [3] dignatarios. Éstos decían que la lealtad de aquellas tropas era poco de fiar y se la podía comprar con dinero; que la traición amenazaba y si los soldados griegos querían dividir las tropas era con el exclusivo fin de, formando grupo aparte, poner en manos de Alejandro lo que se les hubiera encomendado; que lo más seguro era cercarlos con [4] todo el ejército y acribillarlos a proyectiles, convirtiéndolos en testimonio de una traición bien castigada.
[5] Pero Darío, íntegro e indulgente como era 95 , hizo saber que él no cometería crimen tan execrable, dar orden de asesinar a los que le habían seguido, confiados en su palabra, y que eran sus propios soldados: ¿qué extranjero, en lo sucesivo, se iba a poner en sus manos, si ahora se [6] las manchaba con la sangre de tantos soldados? Nadie debía pagar con su cabeza el haber dado un mal consejo, porque, si el dar un consejo se convertía en un peligro, vendrían a faltar los consejeros. Finalmente, ellos mismos eran llamados todos los días a deliberar, manifestaban opiniones distintas y no era tenido por más leal el que daba [7] el mejor consejo. Y así dispuso que se anunciara a los griegos que les estaba agradecido por su buena intención, pero que, si se batía en retirada, sin ninguna duda pondría su reino en manos del enemigo: las guerras se sostienen por la fama y si uno echa pie atrás todos piensan que [8] huye. Por otra parte, no había ningún motivo para demorar el combate ya que una multitud tan enorme iba a tener serios problemas de avituallamiento, especialmente ante la proximidad del invierno 96 , en una región desolada y devastada unas veces por sus propios soldados y otras por [9] el enemigo. Dividir su ejército no podía hacerlo si quería seguir la tradición de sus antepasados que siempre habían hecho frente a las situaciones críticas con todos sus contingentes [10] de tropas. Y además, ¡por Hércules!, aquel rey, antes terrible y, en su ausencia, ensoberbecido con una confianza ilusoria en sí mismo, en cuanto se había dado cuenta de que él, Darío, estaba a punto de llegar, trocando su temeridad en cautela, se había escondido entre las quebradas del desfiladero, agazapado, como los animales cobardes que, al oír el ruido de los transeúntes, se ocultan en los escondrijos de los bosques. Incluso hasta engañaba [11] a sus propios soldados con el pretexto de una enfermedad. Pero no iba a consentir que siguiera demorando el combate: en el cubil en el que, medrosos, se habían refugiado, los aplastaría en medio de sus cavilaciones. Pero estas reflexiones de Darío sonaban más a jactancia que a sinceridad.
Ahora bien, después de enviar a Damasco de Siria, [12] con un pequeño destacamento como escolta, toda su fortuna y todos sus objetos de más valor, condujo a Cilicia el resto de sus tropas, seguido de su esposa y de su madre, tal como era costumbre entre sus antepasados. También las hijas y el hijo de corta edad acompañaban a su padre. Casualmente en la misma noche, por un lado Alejandro [13] llegó a los desfiladeros por los que se entra en Siria y, por otro, Darío al lugar denominado «Pilas Amánicas» 97 . Los persas, al ver que los macedonios habían abandonado, [14] después de tomarla, la ciudad de Iso, no tuvieron la menor duda de que aquéllos huían, pues incluso cayeron en sus manos algunos heridos y enfermos que no podían caminar al ritmo del ejército. Darío, por instigación de sus dignatarios [15] ensañados con una bárbara crueldad, después de cortarles las manos y quemar sus muñones, los llevó por todas partes para que conocieran sus tropas y, una vez que contemplaron suficientemente todo, les ordenó que comunicaran a su rey lo que habían visto.
[16] Así pues, levantó el campamento y atravesó el río Pínaro 98 con la intención de caer sobre los que, según creía, huían. Pero aquellos a los que les había cortado las manos entraron en el campamento macedonio e hicieron saber a Alejandro que Darío venía en su seguimiento con toda la [17] rapidez de que era capaz. Apenas si se daba crédito a sus palabras y así Alejandro dio orden de que fueran enviados por delante, a las zonas costeras, ojeadores para ver si el que venía era el propio Darío o si era alguno de sus generales el que había dado la impresión de que [18] venía todo el ejército en bloque. Pero he aquí que, cuando los oteadores estaban de vuelta, divisaron a lo lejos una inmensa multitud. Comenzaron después a brillar fuegos a lo largo de toda la llanura y daba la impresión de que todo ardía como en un incendio ininterrumpido, al extenderse ampliamente, sin orden ni concierto, la multitud, sobre [19] todo a causa de las bestias de carga. A la vista de ello, Alejandro dio orden de acampar en aquel mismo lugar, contento de que hubiera que entablar el combate (lo que siempre había deseado) en aquellos desfiladeros 99 .
[20] Pero, como suele suceder cuando llega el momento decisivo, su confianza se trocó en ansiedad. Le daba miedo aquella misma Fortuna con cuyo soplo favorable tantas hazañas había llevado a cabo y pensaba, no sin razón, precisamente por todo lo que de ella había recibido, cuán voluble era; sólo una noche le separaba del combate decisivo. Por otro lado, pensaba que la recompensa era mayor que [21] el peligro y así como la victoria se mostraba dudosa, una cosa era de todo punto cierta, que moriría con gran gloria y fama. Así pues, dio orden a sus soldados de atender [22] a sus necesidades corporales y de estar, en la tercera vigilia 100 , preparados para el combate. Él, por su parte, subió a la cima de una elevada montaña y, a la luz de gran cantidad de antorchas, hizo un sacrificio, siguiendo la costumbre de su país, a los dioses tutelares de la región. Al dar [23] la trompeta, según lo ordenado, la tercera señal, la tropa estaba ya preparada, tanto para la marcha como para el combate; se dio la orden de avanzar rápidamente y, al salir el sol, llegaron a los desfiladeros que habían determinado ocupar. Los oteadores, que habían sido enviados por delante, [24] informaron de que Darío estaba a una distancia de treinta estadios 101 . Entonces Alejandro ordenó detener la marcha y, después de ceñirse las armas, él mismo en persona dispuso el ejército en formación de combate.
Unos campesinos, aterrorizados, anunciaron a Darío la llegada de los enemigos. Darío apenas podía creer que aquellos a los que él perseguía como fugitivos le salieran incluso al encuentro. Un enorme temor se apoderó de los ánimos [25] de todos sus soldados, dispuestos como estaban más para la marcha que para el combate, y apresudaramente empuñaron las armas. Pero el espanto creció al correr los soldados apresuradamente en todas direcciones y al llamarse [26] unos compañeros a otros al combate. Unos subían a las cimas de las montañas para, desde allí, contemplar la columna enemiga; otros, los más, embridaban los caballos. Un ejército como aquél, sin unidad y no aplicado a seguir las órdenes de un solo jefe, en medio de un tumulto de todo tipo provocaba una confusión general.
[27] Darío, al principio, determinó ocupar la cima del monte con una parte de sus tropas, en la idea de cercar al enemigo de frente y por la espalda y de oponerle, también, para apretarle por todas partes, otro contingente de tropas desde el lado del mar que protegía el ala derecha de Alejandro. [28] Además había dado orden de que 20.000 soldados, adelantándose al resto del ejército, atravesaran, en compañía de un destacamento de arqueros, el río Pínaro, cuyo curso separaba los dos ejércitos, y que hicieran frente a las fuerzas macedonias; si fracasaban en su intento, que se replegaran a las montañas y, sin ser vistos, cercaran las [29] últimas formaciones enemigas. Pero la Fortuna, más poderosa que cualquier tipo de conjeturas, se encargó de echar por tierra proyectos tan halagüeños: en efecto, unos, por miedo, no se atrevían a dar cumplimiento a la orden; otros lo intentaban, pero en vano, ya que cuando las partes flaquean el conjunto se desmorona.
[9 ] Su línea de combate presentaba la siguiente formación: Nabarzanes, con la caballería, a la que se habían añadido unos 20.000 honderos y arqueros, protegía el ala derecha. [2] En dicho flanco se encontraba Timodes al frente de 30.000 mercenarios griegos del arma de infantería. Sin ningún género de dudas éstos formaban la espina dorsal del ejército, una formación que podía parangonarse con la falange macedónica. En el ala izquierda, el tesalio Aristómedes 102 comandaba [3] 20.000 infantes bárbaros. En calidad de reserva Darío había colocado a las tropas de los pueblos más belicosos. El rey, por su parte, iba a luchar en esta misma [4] ala 103 y llevaba como séquito 3.000 jinetes escogidos que constituían su acostumbrada guardia personal y una formación de a pie de 40.000 soldados; a continuación se alineaban [5] los jinetes hircanos y medos, seguidos por los jinetes de los restantes pueblos, colocados tras aquéllos a derecha e izquierda. Esta formación de combate, alineada según queda dicho, iba precedida por 6.000 arqueros y honderos. Las tropas habían llenado todo el espacio disponible en [6] el desfiladero y las alas estaban apoyadas, por un lado, en la montaña, por el otro, en el mar. La esposa y la madre del rey, así como la comitiva de las restantes mujeres, habían sido colocadas en medio del ejército 104 .
Alejandro colocó a la cabeza de su formación la falange, [7] el elemento más sólido del ejército macedonio. Al frente del ala derecha estaba Nicanor 105 , hijo de Parmenión. A su lado, Ceno 106 , Perdicas 107 , Meleagro 108 , Ptolomeo 109 y Amintas 110 , cada uno al mando de su correspondiente [8] cuerpo del ejército. En el ala izquierda, que se extendía hacia el mar, estaban Crátero 111 y Parmenión, el primero sometido a las órdenes del segundo. Tropas de caballería habían sido colocadas en ambas alas: los jinetes macedonios, a los que se les habían añadido los tesalios, reforzaban el ala derecha; los peloponesios, la izquierda. Delante de esta formación Alejandro había colocado un [9] pelotón de honderos entremezclados con arqueros. Además abrían filas los tracios y los cretenses, también ellos armados a la ligera. A las tropas que, enviadas por delante [10] por Darío, se habían apoderado de la cima de la montaña, Alejandro les opuso los agrianos que acababan de ser traídos de Grecia. Parmenión había recibido la orden de extender, todo lo que pudiera, la formación hacia el mar a fin de alejar lo más posible la línea de combate de las montañas, ocupadas por los bárbaros. Pero éstos, [11] no atreviéndose ni a hacer frente a los que venían ni a cercar a los que les habían adelantado, habían puesto pies en polvorosa, aterrorizados, sobre todo, a la vista de los honderos, y esta circunstancia otorgó a Alejandro la ventaja de mantener protegido un flanco del ejército contra el que había temido un ataque desde lo alto. Avanzaban [12] los macedonios en treinta y dos hileras 112 , ya que el desfiladero no permitía que la línea de combate presentara un mayor despliegue. Después las sinuosidades de los montes comenzaban a ensancharse poco a poco y a dejar abierto un espacio mayor, de tal manera que no sólo la infantería podía caminar en su formación habitual sino que incluso la caballería podía desparramarse por los flancos.
[10 ] Ambas formaciones podían ya divisarse una a otra pero aún se encontraban fuera del alcance de las flechas 113 , cuando los persas, los primeros, lanzaron un grito confuso [2] y salvaje. Los macedonios respondieron con otro grito mayor que el que cabía esperar por su número, contestado en eco por las cimas de las montañas y los amplios desfiladeros, ya que los bosques y los peñascos vecinos devuelven siempre el sonido, multiplicado, de cualquier voz que reciben.
[3] Alejandro caminaba delante de los estandartes, conteniendo de cuando en cuando a los suyos con señas a fin de que no entraran en combate sin aliento y agotados a [4] causa de su excesivo apresuramiento. Conforme iba recorriendo a caballo la formación, se dirigía a los soldados con palabras distintas según conviniera a la índole de cada uno. A los macedonios, vencedores en tantos combates en Europa, que habían partido a la conquista de Asia y de las últimas regiones del Oriente más por su propia iniciativa que por la de Alejandro mismo, les recordaba su antiguo [5] valor: ellos eran los libertadores del mundo y los que, después de franquear las antiguas fronteras de Hércules y del Padre Líber 114 , impondrían el yugo no sólo a los persas, sino incluso a todas las naciones. La Bactriana y la India se convertirían en provincias de Macedonia; lo que ahora divisaban era de bien poca monta, pero he aquí que la victoria les iba a abrir las puertas de todo. En adelante [6] no se iba a tratar de unas penalidades baldías en los peñascos cortados a pico de la Iliria o en las rocas de la Tracia 115 : lo que se les ofrecía era los despojos de todo el Oriente. Apenas si iba a ser necesario blandir las espadas: todo aquel ejército enemigo, al que su propio miedo hacía tambalear, podía ser rechazado a empellones con los escudos. A ello añadía el recuerdo de su padre Filipo, [7] vencedor de Atenas 116 , y presentaba a su consideración la imagen de la reciente sumisión de Beocia 117 y de su nobilísima capital, arrasada hasta sus cimientos 118 . Les recordaba el río Gránico, tantas ciudades o tomadas al asalto o previa rendición, y todo, a sus espaldas, abatido y puesto bajo sus pies.
[8] Cuando llegaba ante los griegos, les recordaba que eran aquellos pueblos los que habían llevado la guerra a Grecia por la insolencia, primero, de Darío, después de Jerjes 119 , que les exigían el agua y la tierra 120 , de modo que una vez sometida Grecia, no le quedaría ni el agua de sus fuentes [9] ni el alimento indispensable. Les recordaba cómo sus templos habían sido dos veces demolidos e incendiados, sus ciudades saqueadas, todos los pactos del derecho divino y humano conculcados.
A los ilirios y tracios, acostumbrados a vivir del pillaje, les invitaba a contemplar la formación enemiga, resplandeciente de oro y púrpura, y portadora de botín más que [10] de armas: «¡Adelante!», les decía, «a quitar como hombres el oro a aquellas mujeres cobardes y a cambiar las ásperas cimas de vuestras montañas y sus veredas desiertas endurecidas por el hielo perenne por los feraces campos y las llanuras persas».
Ya habían llegado al alcance de las flechas, cuando [11 ] la caballería persa se lanzó ferozmente contra el ala izquierda enemiga: Darío deseaba que el combate se dirimiera entre tropas de caballería, presumiendo que la flor y nata del ejército macedonio estaba constituida por la falange. Incluso el ala derecha de Alejandro se veía ya envuelta. En cuanto el macedonio se dio cuenta de ello, [2] ordenó que dos escuadrones de caballería se detuvieran en la cima de la montaña al tiempo que el resto lo condujo con presteza al punto crítico del combate. Después sacó [3] de la formación a los jinetes tesalios y dio orden a su comandante de que, sin ser vistos, dieran un rodeo tras sus propias tropas y se sumaran a las de Parmenión, poniendo en ejecución con toda diligencia lo que éste les ordenara.
Los que se habían introducido en medio de los persas, [4] a pesar de estar cercados por todas partes, se defendían a las mil maravillas, pero, apiñados como estaban y pegados prácticamente unos a otros, no podían lanzar los proyectiles: apenas lanzados en busca del mismo blanco, chocaban entre sí y eran pocos los que alcanzaban al enemigo, ocasionándole heridas superficiales y ligeras, mientras que, los más, caían al suelo sin causar el menor daño. Por eso, obligados a luchar cuerpo a cuerpo, desenvainaron rápidamente las espadas. Entonces corrió la sangre en abundancia: [5] las tropas de ambas formaciones estaban tan pegadas unas a otras que las armas chocaban con las armas y las puntas de las espadas se dirigían a los rostros del contrario. Ni el tímido ni el cobarde tenían posibilidad de permanecer inactivos: pie contra pie, como si su lucha fuera en duelo personal, permanecían clavados allí donde habían asentado sus pies hasta que la victoria les abría el camino. [6] Después de abatido a tierra el enemigo era cuando, por fin, daban un paso adelante. Pero frente a los agotados por el esfuerzo surgía un nuevo adversario y ni siquiera los heridos (como suele suceder en otras ocasiones) podían retirarse del combate sino que el enemigo los acosaba de frente y sus propios compañeros los empujaban por la espalda.
[7] Alejandro lo mismo se comportaba como jefe que como soldado, tratando de buscar la gloria de unos despojos opimos 121 si conseguía dar muerte al rey; Darío, elevado sobre su carro, sobresalía por encima de todos como poderosa invitación a los suyos a que le protegieran y al enemigo [8] a que le atacara. Y así su hermano Oxatres 122 , al ver que Alejandro le amenazaba, formó una barrera ante el mismo carro real con los jinetes que tenía bajo su mando. Oxatres superaba a todos los demás por sus armas y su fuerza física y, en cuanto a su valor y sus sentimientos, se encontraba entre los primeros. En aquel combate se cubrió de gloria, ya abatiendo a los que atacaban temerariamente, [9] ya poniendo a otros en fuga. Pero los macedonios que estaban junto al rey se habían hecho fuertes, animándose unos a otros y con él se lanzaron en tromba contra la caballería. Entonces la matanza tomó aspecto de carnicería. Junto al carro de Darío yacían los jefes más destacados, caídos con una muerte gloriosa ante los ojos del rey, todos rostro en tierra, tal como habían caído en su lucha con las heridas recibidas de frente. Entre éstos se podía reconocer [10] a Atizies 123 y a Reomitres 124 y a Sábaces, sátrapa de Egipto, generales al frente de grandes ejércitos y, a su lado, amontonados, una masa de infantes y de jinetes de rango inferior 125 .
De entre los macedonios, por su parte, no cayeron muchos, pero sí los más esforzados. Alejandro, en medio de ellos, recibió una herida superficial en el muslo derecho, hecha con la punta de una espada. Y ya los caballos que [11] transportaban a Darío, atravesados a lanzadas y enfurecidos por el dolor, comenzaban a sacudir el yugo y amenazaban con expulsar del carro al rey, cuando éste, temiendo caer vivo en manos del enemigo, saltó del carro y, después de arrojar ignominiosamente los emblemas de mando, a fin de pasar inadvertido en su huida, montó en un caballo que con tal fin iba detrás de su carro. Entonces todos los [12] demás se dispersaron, presas del pánico, y por donde encontraban un camino para huir se lanzaron arrojando unas armas que poco antes habían empuñado para su defensa personal: ¡hasta tal punto el pavor tiene miedo hasta de [13] lo que puede ser su protección! Parmenión lanzó su caballería, acosando a los fugitivos que, casualmente, en su huida habían ido a dar todos en aquella ala 126 .
Por su parte, en el ala derecha los persas ponían en [14] grave aprieto a la caballería tesalia, y ya un escuadrón de ésta había sido atropellado por efecto de una carga, cuando los tesalios, volviendo bridas con presteza, se dispersaron para volver después al combate y abatir, en impresionante matanza, a los bárbaros que se encontraban desperdigados y en desorden, confiados como estaban en la [15] victoria. Tanto los caballos como los jinetes persas, sobrecargados de láminas de hierro 127 , con dificultad podían llevar a cabo un tipo de maniobra que antes que nada se basa en la rapidez, por lo que, al intentar volver bridas a sus caballos, los tesalios, sin el menor riesgo, les tomaban la delantera.
[16] Ante el anuncio del feliz resultado de tan importante batalla, Alejandro, que hasta ese momento no se había atrevido a perseguir a los bárbaros, al saberse vencedor en ambos flancos, comenzó a ir en pos de los fugitivos. Al rey no le acompañaban más de 1.000 jinetes, mientras [17] los enemigos que huían eran toda una multitud, pero, tanto en la victoria como en la huida, ¿quién se pone a contar las tropas? Eran, pues, los persas empujados por unos pocos, como si se tratara de un rebaño, y el mismo miedo que les empujaba a huir les entorpecía la huida. Pero los griegos que se habían enrolado en el bando de [18] Darío, a las órdenes de Amintas 128 (en otro tiempo general de Alejandro y ahora pasado al enemigo), a pesar de encontrarse separados violentamente del grupo general, de ninguna manera daban la impresión de ser fugitivos.
Los bárbaros emprendieron la fuga en muy diversas direcciones: unos, por la ruta que conducía todo recto [19] hacia Persia; otros, dando un rodeo, se dirigieron a los peñascos y a las quebradas ocultas de las montañas; y unos pocos, al campamento de Darío. Pero ya el enemigo, [20] vencedor, había penetrado en él, en un campamento que derrochaba opulencia por todas partes. Los soldados habían tomado como botín una gran cantidad de oro y plata, que servía no ya para la guerra sino para el placer. Como se apoderaban de más cosas que las que podían abarcar, los fardos de menor precio, desparramados, alfombraban los caminos, abandonados por la codicia al ser comparados con los más valiosos. Y ya les había tocado el turno [21] a las mujeres a las que les arrancaban sus joyas con tanta mayor violencia cuanto que es mayor el cariño que las mujeres sienten por ellas. La violenta sensualidad no perdonaba ni siquiera el ataque físico. Todo el campamento [22] resonaba de llantos y de griterío, según había sido la suerte de cada uno, y todo tipo de desgracia tenía en él su asiento, al extenderse por todas las clases y edades el cruel desenfreno [23] del vencedor. Entonces pudo verse cuán engañosa es la incontenible Fortuna, cuando aquellos que habían engalanado la tienda para Darío, equipándola con toda clase de lujo y de opulencia, reservaban todo aquello para Alejandro, como si se tratara de su antiguo señor: en efecto, esta tienda era lo único sobre lo que los soldados no habían puesto sus manos, siguiendo una costumbre tradicional según la cual se recibía al vencedor en la tienda del rey vencido.
[24] Pero los prisioneros que atraían hacia sí las miradas y los sentimientos de todos eran la madre y la esposa de Darío; aquélla, venerable no sólo por su porte mayestático, sino también por su edad; ésta, por su hermosura no marchitada ni siquiera en aquellas circunstancias; estrechaba contra su pecho a su hijo que todavía no había cumplido siete años, un niño que, en el momento de nacer, había hecho concebir la esperanza de que un día recibiría toda [25] la fortuna que ahora acababa de perder su padre. En el regazo de la abuela permanecían recostadas dos muchachas jóvenes, abatidas no sólo por su propio dolor sino también por el de aquélla. Las rodeaba, de pie, una ingente muchedumbre 129 de mujeres nobles que, mesándose los cabellos y rasgándose las vestiduras, sin acordarse de su dignidad pasada, las llamaban «reinas» y «señoras», nombres que en otro tiempo eran apropiados, pero que ahora [26] estaban fuera de lugar. Aquellas mujeres, olvidándose de su propia desgracia, preguntaban en qué ala había combatido Darío, cuál había sido la suerte de la contienda, negándose a considerarse prisioneras mientras el rey siguiera con vida.
Darío, por su parte, cambiando, uno tras otro, de caballo, se alejaba más y más en su huida.
En el combate los persas tuvieron 100.000 bajas en la [27] infantería y 10.000 en la caballería. En el ejército de Alejandro hubo 504 heridos; entre los soldados de a pie, en total 302 perdieron la vida y 150 entre los jinetes: ¡tan poca cosa costó conseguir tamaña victoria!
Alejandro, cansado de perseguir desde hacía tiempo a [12 ] Darío, al ver, por un lado, que la noche se echaba encima y, por otro, que no había esperanzas de darle alcance, se dirigió al campamento que poco antes había sido tomado por sus soldados. Después invitó a un banquete a sus amigos [2] más íntimos (el arañazo, superficial, del muslo no le impedía tomar parte en él), cuando he aquí que, de repente, [3] un lúgubre clamor, procedente de la tienda de al lado, entremezclado con llantos y alaridos bárbaros, aterrorizó a los comensales. Incluso la cohorte que montaba guardia junto a la tienda del rey, ante el temor de que aquello fuera el inicio de una agitación más grave, había comenzado a empuñar las armas.
Aquel súbito pavor se debió a que la madre y la esposa [4] de Darío, en compañía de las nobles cautivas, con gemidos y lamentaciones lloraban a su rey al que creían muerto. Y es que, en efecto, uno de los eunucos prisioneros, que [5] casualmente se había detenido ante la misma tienda de las mujeres, había reconocido el vestido que Darío, como antes se ha dicho 130 , había arrojado para no ser traicionado por su indumentaria; al verlo en las manos de un soldado que lo había encontrado, y pensando que se lo había arrebatado al cadáver de Darío, había dado la noticia falsa de su muerte.
[6] Al enterarse de este error de las mujeres, se dice que Alejandro rompió a llorar por el destino de Darío y por el afecto que le demostraban las mujeres. En un primer momento ordenó a Mitrenes 131 , que había entregado la ciudad de Sardes —buen conocedor de la lengua persa—, [7] que fuera a consolar a las mujeres; pero temiendo, después, que la vista del traidor renovase la cólera y el dolor de las prisioneras, envió a Leonnato 132 , uno de sus dignatarios, con la orden de que les hiciera saber que estaban erróneamente llorando a un vivo.
Leonnato, con una pequeña escolta armada, llegó a la tienda de las prisioneras y se hizo anunciar como mensajero [8] del rey; pero he aquí que las que estaban en el vestíbulo, al ver la escolta armada, pensaron que se pretendía acabar con sus señoras y echaron a correr hacia el interior, diciendo a gritos que les había llegado la hora suprema y que habían sido enviadas tropas para dar muerte a las prisioneras. [9] Así pues, las mujeres, no atreviéndose ni a impedirle la entrada ni a hacerlo pasar, sin darle ninguna respuesta, esperaban en silencio la decisión del vencedor. [10] Leonnato, transcurrido un largo rato en espera de que alguien le hiciera pasar, al ver que nadie se atrevía a salir, dejó en el vestíbulo a los componentes de su escolta y entró en la tienda. Aquel hecho mismo llenó de turbación a las mujeres, al verle entrar bruscamente sin que nadie le hubiera dado permiso. Y así la madre y la esposa del [11] rey, postrándose a sus pies, comenzaron a suplicarle que, antes de darles muerte, les permitiera dar sepultura al cadáver de Darío según los ritos de su país 133 : después de rendir al rey los últimos deberes, estaban dispuestas a arrostrar la muerte sin vacilar. Leonnato les respondió, por un [12] lado, que Darío vivía y, por otro, que ellas mismas no sólo no iban a sufrir el menor daño sino que incluso seguirían siendo reinas con el protocolo de su condición anterior. Solamente entonces fue cuando la madre de Darío consintió en que la ayudaran a levantarse.
Al día siguiente, Alejandro, tras ser enterrados diligentemente [13] aquellos soldados cuyos cadáveres había podido encontrar, dio orden de que el mismo honor fuera otorgado a los más nobles de los persas y a la madre de Darío le permitió enterrar, según los ritos de su patria, a quienes ella quisiera. Sisigambis a unos pocos, los más íntimamente [14] ligados a ella por lazos de parentesco, los hizo enterrar de acuerdo con el estado de su fortuna presente, considerando que el boato de las pompas fúnebres con el que los persas celebran las últimas exequias no sería bien visto cuando los mismos vencedores eran sometidos a una sencilla cremación.
Terminadas las ceremonias fúnebres, Alejandro envió [15] por delante unos mensajeros para que anunciaran su llegada a las prisioneras y, tras impedir que le acompañara su numerosa comitiva, entró en la tienda en compañía de Hefestión [16] 134 . Éste, criado a su lado y confidente de todos sus secretos, era con mucho el más querido del rey entre todos sus amigos; a la hora de dar un consejo también era el que más derecho tenía a darlo, pero lo ejercía de tal manera que daba la impresión de que era el rey más bien el que se lo otorgaba que no que él se lo arrogara por propia iniciativa; aunque era de la misma edad que Alejandro, le sobrepasaba, sin embargo, en estatura 135 . [17] Y así pues, las reinas, creyendo que el rey era Hefestión, le hicieron las reverencias acostumbradas en su corte 136 y ante la indicación, por parte de algunos eunucos prisioneros, de quién era Alejandro, Sisigambis se arrojó a los pies de éste, aduciendo como excusa el ser aquella la primera vez que veía al rey. Éste, ayudándola a levantarse, le dijo: «Madre, no te has equivocado: también éste es Alejandro».
[18] Si Alejandro se hubiera sabido mantener en este dominio de sí mismo hasta el final de su vida, yo ciertamente creería que había sido más feliz que lo que parecía serlo cuando imitó el triunfo del Padre Líber tras vencer a todos los pueblos, desde el Helesponto hasta el Océano 137 . [19] Así, a no dudarlo, habría vencido a la soberbia y a la cólera, males invencibles; se habría abstenido de dar muerte a sus amigos en medio de los banquetes 138 y no se habría atrevido a ejecutar, sin celebración de juicio, a hombres sobresalientes por sus hechos de armas y que habían sido sus compañeros a la hora de someter tantos pueblos. Pero la Fortuna todavía no había embriagado su espíritu [20] y así, cuando ella comenzaba a sonreírle, la sobrellevó con tanta moderación y prudencia, mientras que al final no pudo sobrellevar su grandeza.
En aquella ocasión se comportó de tal manera que [21] superó a todos los reyes que le habían precedido en dominio de sí mismo y en clemencia. A las princesas, de una belleza extraordinaria, las respetó tan religiosamente como si fueran hijas de su mismo padre; y a la esposa de Darío, [22] que se llevaba la palma de la hermosura entre todas las mujeres de su tiempo, hasta tal punto no le infligió violencia alguna que puso extremo cuidado en que nadie abusara de la prisionera. Mandó que les fuera devuelto a [23] las mujeres todo su ajuar y de la magnificencia de su antigua fortuna nada echaron de menos a no ser la serenidad y el sosiego. Por todo ello, Sisigambis dijo: «¡Oh rey!, [24] tú mereces que en nuestras plegarias pidamos para ti lo que en otro tiempo pedíamos para nuestro Darío; y, por lo que veo, eres digno de ello, ya que has superado a un rey tan grande no sólo en la buena Fortuna sino también en la equidad. Tú me llamas en verdad ‘madre’ y ‘reina’, [25] pero yo me confieso tu esclava y lo mismo puedo alzarme hasta la cima de mi pasada fortuna que someterme al yugo presente: sólo a ti te toca decidir si del poder que tienes sobre nosotras quieres que quede testimonio de clemencia más bien que de crueldad».
[26] El rey las invitó a tener buen ánimo, tomó en sus brazos al hijo de Darío 139 y el niño, sin atemorizarse lo más mínimo por su aspecto, a pesar de que era la primera vez que lo veía, le echó los brazos alrededor del cuello. Conmovido el rey por la decisión del niño, dirigiendo sus miradas hacia Hefestión, dijo: «¡Cómo quisiera que Darío hubiese sacado algo de este carácter!», y salió de la tienda.
[27] Después de consagrar tres altares, a orillas del río Pínaro, a Júpiter, a Hércules y a Minerva, se dirigió a Siria, enviando por delante a Parmenión hacia Damasco, en donde se encontraba el tesoro real.
[13 ] Habiéndose enterado Parmenión de que también un sátrapa de Darío había ido por delante a Damasco, ante el temor de que el pequeño número de componentes de su propia escolta fuera menospreciado, determinó hacer venir [2] un destacamento mayor. Pero he aquí que dio la casualidad de que un mardo 140 vino a caer en manos de los exploradores que él había enviado por delante. Llevado a presencia de Parmenión, el mardo le hizo entrega de una carta remitida a Alejandro por el sátrapa de Damasco, añadiendo que éste no dudaba en entregar todo el tesoro y todo el dinero al rey.
[3] Parmenión dio orden de que se le pusiera a buen recaudo y después abrió la carta. En ella se podía leer que Alejandro se diera prisa en enviar a uno de sus generales con una reducida escolta a fin de hacerle entrega de todo lo que el rey persa había dejado en su poder. A la vista de ello, devolvió Parmenión el mardo al sátrapa traidor con una escolta. El mardo, escapándose de las manos de [4] sus guardianes, entró en Damasco antes del amanecer.
Todo esto había llenado de turbación a Parmenión que, temiendo una emboscada, no se atrevía a emprender sin un guía un camino desconocido; pero, confiando en la buena estrella de su rey, ordenó que se capturase a unos campesinos para que le sirvieran de guías en el viaje; los encontró rápidamente y, al cuarto día, llegó a la ciudad en donde el sátrapa andaba ya con miedo de que no hubiera dado fe a su palabra.
Así pues, el sátrapa, como si las fortificaciones de la [5] ciudad le inspiraran poca confianza, antes de la salida del sol dio orden de sacar fuera el tesoro real (los persas lo llaman «gaza») junto con los objetos más valiosos. Simulaba una huida pero, en realidad, su finalidad era entregar el botín al enemigo. Hombres y mujeres, a miles, le seguían [6] al salir de la ciudad, multitud digna de compasión para todos menos para aquel a cuya lealtad se habían confiado. En efecto, el sátrapa, a fin de conseguir una recompensa mayor por su traición, se disponía a poner en manos del enemigo un botín más codiciado que cualquier tipo de riqueza: los nobles, las esposas y los hijos de los generales de Darío y, además, los embajadores de las ciudades griegas, a los que Darío había dejado, como si se tratara de la ciudad más protegida, en manos del traidor.
Los porteadores (llamados «gangabas» por los persas), [7] al no poder resistir más (por un lado, se desencadenó una tormenta de nieve y, por otro, el suelo se encontraba entonces endurecido, rígido a causa de las heladas), se pusieron las vestiduras recamadas de oro y púrpura que llevaban junto con los tesoros, no atreviéndose nadie a prohibírselo: la triste suerte del rey consentía que hasta la chusma pudiera actuar impunemente contra él. Así pues, ofrecieron [8] a Parmenión el aspecto de un ejército respetable. Parmenión, con especial cuidado, después de dirigir a los suyos una breve exhortación, como si se tratara de entablar un combate en regla, dio orden de picar espuelas y [9] de lanzarse con ardor contra el enemigo; pero los que llevaban la carga, desembarazándose de ella, llenos de miedo, emprendieron la huida; los soldados que, armados, constituían la escolta, presas del mismo pánico, comenzaron a arrojar las armas y a dirigirse hacia los vericuetos que conocían bien.
[10] El sátrapa por su parte, simulando que él también se encontraba aterrorizado, había extendido el pavor por todas partes. En toda la extensión de la llanura yacían por tierra las riquezas reales: una ingente cantidad de dinero preparada para la paga de los soldados; las galas de tantos hombres nobles y de tantas mujeres de la alta sociedad, [11] vasijas de oro, frenos del mismo metal, tiendas adornadas con una magnificencia regia y, también, carros abandonados por sus ocupantes, repletos de una riqueza inconmensurable, espectáculo digno de lástima incluso para los saqueadores si es que algo pudiera contener su codicia. En efecto, una fortuna increíble y que sobrepasaba todo lo imaginable, acumulada a lo largo de tantos años, se veía ahora destrozada en medio de matorrales o sepultada en el cieno y a los saqueadores les faltaban manos para el pillaje.
[12] Ya se había dado alcance a los que habían sido los primeros en huir, la mayor parte mujeres que llevaban de la mano a sus hijos pequeños, entre ellos las tres hijas de Oco 141 , que había precedido a Darío en el trono: un golpe de estado les había hecho descender de la encumbrada posición en que se encontraban con su padre y ahora el destino agravaba aún más cruelmente su suerte. En el mismo [13] grupo se encontraban también la esposa del citado Oco y la hija de Oxatres (hermano de Darío), y la esposa del primero de sus dignatarios, Artabazo 142 , así como su hijo llamado Ilioneo. Fueron también apresados la mujer y el [14] hijo de Farnabazo, a quien el rey había entregado el mando supremo del litoral, tres hijas de Mentor e igualmente la esposa 143 y el hijo del famoso general Memnón: prácticamente las familias de todos los dignatarios fueron víctimas de tan gran desgracia. Fueron también hechos prisioneros [15] aquellos lacedemonios y atenienses que, violando el pacto de alianza, se habían pasado a los persas: Aristogitón 144 , Drópides 145 , Ifícrates 146 , que se encontraban entre la flor y nata de los atenienses tanto por su cuna como por su reputación; y los lacedemonios Pasipo y Onomastórides, junto con Onomante y Calicrátides 147 , también ellos famosos en su país.
[16] La suma de moneda acuñada capturada llegó a 2.600 talentos 148 y la plata labrada a 500; además se hicieron prisioneros 30.000 hombres y se capturaron 7.000 mulos con toda su carga.
[17] Pero el que había puesto en manos del enemigo tamaña fortuna no tardó en recibir el merecido castigo de manos de los dioses vengadores. En efecto, uno de sus cómplices, movido, pienso, por el respeto hacia la dignidad real incluso en aquellas circunstancias, después de asesinarlo, llevó su cabeza a Darío, como oportuno consuelo en medio de la traición sufrida, ya que, por un lado, el rey se había vengado de un enemigo y, por otro, veía que todavía no se había marchitado el recuerdo de su majestad en el corazón de todos.
1 Tal como han llegado hasta nosotros los manuscritos de Q. Curcio, faltan, completos, los libros I y II, así como el final del V, el comienzo del VI y una parte central del X. J. FREINSHEM , en sus ediciones de 1648 y 1670, ofreció un resumen de los dos primeros libros basándose en fuentes antiguas de otros historiadores de Alejandro que hacen mención de lo que presumiblemente Curcio contaba en tales libros, por ejemplo, DIODORO , XVII 2-29, JUSTINO , IX 5-XI 6, PLUTARCO , Alejandro XI-XVII, ARRIANO , Anábasis I 1 -II 2. (Una versión, al inglés, de los resúmenes de Freinshem puede verse en la edición de Q. Curcio preparada por J. C. ROLFE , para la colección de clásicos «Loeb», I 3-59). Intentar adivinar cuál era el contenido de los dos primeros libros de Curcio ha tentado a muchos investigadores en todas las épocas. No hace mucho S. ALESSANDRI ha vuelto sobre el tema en su trabajo «Curzio Rufo e la paideia de Alessandro», Annali della Facoltà di Lettere di Lecce , 2 (1964-5), 35-70. Según este autor (información tomada de L’Année Philologique , 44 (1975, 92), Curcio seguramente no trataba de la paideia de Alejandro al comienzo de su obra. El libro I contendría el relato de la eliminación de los aspirantes al trono de Macedonia, las campañas en Europa, el asedio y destrucción de Tebas, así como la organización política de Macedonia y de Grecia, antes de la expedición contra Persia, que fue iniciada en el año 334, cuando Alejandro tenía 22 años. En el libro II se narraría el paso de los Dardanelos, la batalla junto al río Gránico, la conquista de la Frigia, de la Lidia, de la Panfilia y de la Licia, así como las empresas de Memnón en el Egeo y la muerte de este general. En este punto —primavera del año 333, un año después de iniciada la campaña— comienza la narración de libro III.
2 General de Alejandro. Su regreso se narra en IV 3, 11 y, según ARRIANO II 20, 5, volvió con 4.000 mercenarios griegos. Era hijo de Polemócrates y hermano de Ceno. Intervino directamente, por orden de Alejandro, en el asesinato de Parmenión, pero, a pesar de ello, Alejandro le condenó a muerte cuando, a su regreso de la India, fue acusado de mal gobierno y abuso de poder, como se cuenta en X 1.
3 Licia, península del Asia Menor, entre la Caria y la Pisidia; 23 ciudades de este país constituían una confederación democrática. La Panfilia, por su parte, abarcaba una zona costera situada entre la Licia y la Cilicia.
4 Según T. LIVIO , XXXVIII, 13, 5 y sigs., Celenas fue en otro tiempo la capital de la Frigia. De esta ciudad nos habla con detenimiento JENOFONTE , Anábasis 1 2, 7 sigs. En ella tenía Ciro una residencia y un gran parque lleno de fieras que el rey cazaba a caballo, y por el parque corría el río Meandro.
5 Según la leyenda, el sátiro Marsias habría tenido la osadía de competir con Apolo en un duelo musical, Marsias con la flauta (cuya invención se atribuía al sátiro) y Apolo con la lira. Apolo, tras vencer en el duelo, desolló vivo a Marsias. El dios, conmovido por las lágrimas de las ninfas, de los pastores y de los faunos, convirtió aquellas lágrimas, mezcladas con la sangre de Marsias, en un río.
6 La leyenda de Marsias ha sido objeto de múltiples referencias entre los antiguos, tanto griegos como romanos. A los dos historiadores citados en la nota n.° 4 podemos añadir: HERÓDOTO , VII 26, DIODORO , III 58; PAUSANIAS , I, 24, 1; II 7, 9; 22, 9; X 30, 9; PLUTARCO , De Musica V y VII; OVIDIO , Metamorfosis VI 383 sigs.; Fastos VI 696 sigs.; HIGINIO , Fábulas 165; APULEYO , Florida III; etc. Particularmente interesante es la descripción preciosista del duelo musical que nos ofrece Apuleyo.
7 Los comentaristas interpretan que lo más probable es que aquí haya una confusión de Curcio, llamando «Lico» al Meandro, que vertía sus aguas en el Marsias dentro de la ciudad de Celenas. Por otra parte, varios eran los ríos que, en Asia Menor, tenían el nombre de «Lico» y uno de ellos era, precisamente, afluente del Meandro.
8 Según ARRIANO , I 29, 1, la ciudadela estaba defendida por 1.000 carianos y 100 griegos mercenarios, a las órdenes del sátrapa de Frigia.
9 El texto latino lo llama caduceator . El caduceo era la vara que llevaba Mercurio, el dios mensajero, y que pasó a ser el distintivo de los heraldos, convirtiéndose en símbolo de inviolabilidad cuando un delegado se disponía a parlamentar.
10 Darío III Codomano (380-330), el último rey de los persas. Subió al trono el año 336 (hay autores que piensan que en el 337 y algunos que en el 335), gracias a su eunuco Bagoas, que había asesinado al padre y al hermano de Darío. Darío va a ser el gran rival de Alejandro y el antihéroe del relato histórico-épico de Curcio en los libro III, IV y V. Fue derrotado por Alejandro en las memorables batallas de Gránico, Iso y Arbelas, siendo asesinado por Beso, sátrapa de la Bactriana, el año 330, tal como se cuenta en el último capítulo del libro V.
11 ARRIANO , I 29, 2, cuenta que Alejandro dejó ante la ciudadela un contingente de 1.500 soldados mientras él seguía su marcha hacia Gordio.
12 Según ARRIANO , I 29, 5, la embajada ateniense llegó a presencia de Alejandro cuando éste se encontraba ya en Gordio. En cuanto a la petición de que eran portadores, se trataba del rescate de unos 2.000 soldados griegos que habían militado en el bando persa. En IV 8, 12-13, se habla de otra embajada ateniense que vuelve a interesarse por los prisioneros griegos y es entonces —en el a. 331— cuando Alejandro accede a darles la libertad.
13 El río Gránico (hoy, Oust-vola-sou) es un río de Misia que nace en el Ida y desemboca en la Propóntide (mar de Mármara). La victoria conseguida por Alejandro junto a sus aguas fue la primera de las grandes victorias del Macedonio sobre el rey persa y tuvo lugar en junio del año 334; indudablemente Curcio hablaría de ella en el libro II.
14 No aguardó hasta terminar la guerra con Persia para ponerlos en libertad. Como se ha dicho en nota 12, lo hizo en el año 331 cuando, a la vuelta de Egipto, se detuvo en Tiro.
15 Se trata de uno de los ríos más cargados de historia. Nace en las montañas de Armenia, cerca del monte Ararat. En la antigüedad formaba frontera entre Siria y Mesopotamia. Esta última región recibía su nombre por encontrarse entre los dos grandes ríos Éufrates y Tigris. Hoy ambos ríos unen sus aguas antes de desembocar en el golfo Pérsico, pero en la Antigüedad, cuando el Golfo penetraba hasta el paralelo 31, cada uno de esos ríos desembocaba por su lado.
16 El legendario rey del que se contaba que cuanto tocaba con sus manos se convertía en oro.
17 Ponto Euxino = mar Negro.
18 Como es tradicional en los autores clásicos, se trata, por supuesto, del Asia Menor.
19 Los antiguos aquí, como en muchas otras cuestiones geográficas, tenían una idea muy equivocada al respecto, considerando que la distancia entre el mar Negro y el Mediterráneo (o mar de Cilicia o de Chipre) era mucho menor que lo que en realidad es. HERÓDOTO , I 72, llega a decir que un hombre ágil podía hacer el recorrido desde la desembocadura del Cidno, en el mar de Chipre, hasta la del Halis, en el mar Negro, en cinco días de marcha. También PLINIO EL VIEJO , VI 2 (7), tiene una idea errónea al respecto.
20 La historia del campesino Gordio que, de labrador, pasó a rey de la ciudad a la que dio su nombre por haber sido el primero que dio cumplimiento al oráculo, según el cual el primero en entrar con su carro en el templo de Júpiter sería nombrado rey, es narrada por JUSTINO , II, 11, 5-16, Y POR ARRIANO , II 3.
21 El Helesponto o mar de Helle (el actual estrecho de los Dardanelos) une el archipiélago del Egeo y la antigua Propóntide o mar de Mármara. Se llamó «Helesponto» porque allí habría caído Helle cuando, en compañía de su hermano Frixos, huía, a lomos del carnero volador, de las iras de su madrastra Ino.
22 Hermano menor de Crátero.
23 Comandante de la caballería macedonia en la batalla del Gránico. Del resultado de la operación mencionada en el texto se da cuenta en IV 5, 14.
24 El valor del talento (empleado para contar grandes sumas de dinero) varió según las épocas y según los Estados. El talento ático de la época de Alejandro correspondía al valor de 60 minas, 3.000 siclos, 6.000 dracmas o 36.000 óbolos. Dada la constante fluctuación de la cotización del oro en los tiempos actuales es imposible aventurar una equivalencia actual del talento. Normalmente se entiende que el talento en cuestión equivaldría a unas 5.500 pts. oro a su cotización de comienzos del presente siglo.
23 Gobernador de Macedonia y de Grecia durante la campaña de Alejandro en Oriente. Tras la muerte del rey, en el reparto del Imperio a Antípatro le correspondieron las mismas regiones de las que había sido gobernador, muriendo en el año 319.
26 Griego, de Rodas, que en la batalla del Gránico capitaneaba las tropas griegas que militaban en el bando de Darío. Tras esta batalla fue nombrado sátrapa del Asia Menor. Después de conquistar Quíos y Lesbos, se disponía a llevar la guerra a Europa cuando murió en el asedio de Mitilene, el año 333. Era hermano de Mentor y se convirtió en el prototipo del general fiel y abnegado que, a las órdenes de Darío, militó contra Alejandro. (De la fidelidad de los soldados griegos que servían en el bando persa tenemos abundantes testimonios en el relato de Curcio).
27 Corresponde a la actual Ankara.
28 Región costera del Asia Menor, situada entre el Ponto Euxino al norte, la Bitinia al oeste, la Galacia al sur y el río Halis (que marcaba la frontera entre la Paflagonia y el reino del Ponto) al este.
29 Gobernador de la pequeña Frigia, a cuyo gobierno parece que Alejandro añadió el de Paflagonia. En la batalla de Iso estará al frente de la caballería tesalia.
30 Una de las regiones más extensas del Asia Menor, entre la Cilicia, la Frigia y el Ponto.
31 Capital de la región de este mismo nombre. Se extendía a ambas orillas del Éufrates. Había sido fundada por Belo (año 2640 ?) o por Semíramis. Fue, en principio, una de las cuatro capitales de la monarquía persa y Alejandro hizo de ella la capital del imperio de Asia. En ella morirá Alejandro el año 323.
32 El procedimiento seguido por Darío es repetición del ideado por Jerjes cuando, en la llanura de Doriscos (hoy, Romigik), contabilizó sus tropas, tal como lo cuenta HERÓDOTO , VII 60.
33 Hijo de Darío I. Fue rey de Persia entre el 486 y el 465. Famoso por su desgraciada expedición contra Grecia (Segunda Guerra Médica).
34 Como se ha dicho en nota n.° 15, el nombre significa, en griego, «región entre ríos», pero los límites geográficos de la Mesopotamia histórica eran mucho más amplios: los montes de Armenia al norte, los de Zagros al este, el Éufrates al oeste y el desierto de Siria al sur.
35 Pueblo vecino de Hircania.
36 «Cetra»: pequeño escudo redondo, muy ligero y recubierto de cuero.
37 Se trataba de un pueblo medo que habitaba en una región costera del mar Caspio entre los hircanios y los dérbices. En un principio sirvieron en la caballería de Darío, pero después lo hicieron también en la caballería de Alejandro.
38 Se trata de tropa de infantería al frente de la cual, en la batalla de Iso, será puesto Timodes, como se nos dice en 9, 2 de este mismo libro.
39 Habitantes de la Bactriana, región del Asia central, al norte del Hindukusch.
40 La Sogdiana era una región septentrional del imperio persa, entre el río Oxo y el Iaxartes.
41 En Curcio «mar Rojo» nunca designa lo que nosotros entendemos con tal denominación, sino que, según los casos, unas veces designa lo que nosotros llamamos «golfo Pérsico», otras «golfo de Arabia» o —como es aquí el caso— «océano Índico».
42 General ateniense. Había militado a las órdenes de Filipo, del que había sido uno de sus primeros consejeros. Desterrado de Atenas por Alejandro, como otros muchos generales griegos había ofrecido sus servicios al rey de Persia. De entre todos los historiadores de Alejandro cuyas obras han llegado hasta nosotros, sólo DIODORO , XVII 30, 2 sigs. nos cuenta la historia y el triste final de Caridemo.
43 Una descripción parecida de la falange macedónica la ofrece, por ejemplo, T. LIVIO , XXXII 17. (El propio Curcio vuelve sobre ella en IV 15, 15).
44 Los testimonios antiguos están todos de acuerdo en reconocer que la caballería tesalia constituía el elemento más decisivo del ejército de Alejandro, junto con la falange. Por ejemplo, T. LIVIO , IX 19; DIODORO , XVII 33, 2; 57, 4; 60, 5; etc.
45 Como se dice en el texto, era hijo del griego Mentor y, por consiguiente, sobrino del rodio Memnón, del que se ha hablado en nota 26. En el ejército de Darío estaba al frente de las tropas mercenarias. Tras la muerte del rey persa, huyó, en compañía de otros desertores, a Chipre y después a Egipto, donde encontró la muerte.
46 Hermano de Memnón. Tres hijas de Mentor (como se dice en 13, 14 de este mismo libro) fueron apresadas por Parmenión, junto con otros personajes nobles, cuando el general, siguiendo instrucciones de Alejandro, se apoderó del botín de Darío en Damasco, después de la batalla de Iso.
47 Hijo de Artabazo. A la muerte de Memnón pasó a comandar la flota persa, en el año 333.
48 En Curcio, como en repetidas ocasiones entre los autores antiguos, «caldeos» no designa a los habitantes de la Caldea, sino a los sacerdotes babilonios que se ocupaban de astrología, astronomía, matemáticas e interpretación de sueños.
49 La bocina («bucina») era una especie de trompeta más o menos encorvada terminada en un pabellón ancho.
50 Debía de tratarse de una especie de disco de oro encerrado en cristal de roca. Los persas adoraban a un dios solar que a veces se confundía con Mithra.
51 Primitivamente constituían una tribu de la confederación de los medos. Después se designó con el nombre de «Magos» a los sacerdotes del Mazdeísmo, y llegaron a constituir una casta de gran importancia en la vida política, encargados como estaban de la predicción del porvenir, explicación e interpretación de sueños e incluso la educación de los reyes.
52 Es decir, Ormuz. El carro sagrado de Ahuramazda es descrito por HERÓDOTO , VII 40, y también nos habla de él JENOFONTE , Ciropedia VIII 3, 12.
53 «Los Inmortales» era el nombre que se daba a un escuadrón escogido de la caballería persa. HERÓDOTO , VII 38, nos informa que se les daba este nombre porque este cuerpo estaba constituido por 10.000 jinetes cuyas bajas se reponían automáticamente, de modo que la formación no decrecía jamás en número.
54 Guardia personal del rey formada por soldados de infantería armados de lanza. De ahí su nombre: «portadores de lanzas».
55 Nino y Belo fueron míticos fundadores del imperio asirio-babilonio. Belo, padre de Nino, fue identificado con el dios Belo, helenización de Baal.
56 El águila era, entre los persas, el símbolo de la realeza. JENOFONTE , Anábasis I 10, 2 y Ciropedia VII 1, 4, describe este emblema que era transportado en las batallas: un águila de oro, colocada en lo alto de una pica, con sus alas desplegadas.
57 La kídaris era la tiara llevada por los reyes persas, en forma de cono y rodeada de una diadema azul con puntos blancos.
58 El estadio venía a tener, prácticamente, 185 metros.
59 Hija de Ostanes, un hijo de Darío II; hermana y esposa de Arsanes y madre de Darío III Codomano.
60 Estatira, hermana y esposa de Darío III. De ella se decía que era la mujer más hermosa de toda el Asia y Curcio se hace eco en diversos pasajes de su legendaria belleza. Murió, de sobreparto, en septiembre del año 331. Alejandro lloró su muerte con verdadero sentimiento, como recuerda Curcio en IV 10, 18 sigs.
61 Coches de cuatro ruedas, con cortinas a los flancos, destinados al transporte de mujeres y niños.
62 Un niño que todavía no había cumplido los siete años, llamado Oco, y sus hermanas Estatira (que después casó con Alejandro) y Drypetis (casada más tarde con Hefestión, íntimo amigo del rey).
63 Referencia, anticipada, a las condiciones en que se desarrolló la batalla de Iso, en los desfiladeros de Cilicia.
64 Región costera del sudeste del Asia Menor, entre los montes Tauro y el mar de Cilicia o Chipre.
65 Región del Asia Menor, en la costa occidental, entre la Misia y la Caria. Su capital era Sardes.
66 Curcio comete aquí el error (que ya cometían los mismos persas) de atribuir a Ciro el Grande (Ciro I) lo que en realidad se refiere al campamento levantado por Ciro el Joven (Ciro II) con motivo de su expedición, en el año 401, contra Artajerjes. (Véase JENOFONTE , Anáb . I, 2, 20).
67 Poco más de 9 Km.
68 Este sátrapa de la Cilicia no debe confundirse con el de la Drangiana del que se habla en VIII 2, 17. Combatió en el Gránico y murió en la batalla de Iso.
69 Se trata de la cordillera del Tauro.
70 El Tauro ofrecía tres pasos naturales que eran: el valle del Cidno, el del Píramo y el del Psaro. En este último paso se encontraban las denominadas «Puertas de Cilicia».
71 El Píramo nace en Capadocia, atraviesa el Tauro y, tras recorrer las tierras de Cilicia, desemboca en el golfo de Iso. También el Cidno desemboca en el golfo de Iso. En este río contrajo Alejandro la enfermedad que lo puso a las puertas de la muerte, como se cuenta en 5, 1 sigs. de este mismo libro.
72 También aquí Curcio comete un error que indudablemente estaba ya en sus fuentes: Lirneso y Tebas no estaban en Cicilia sino en la Tróade. Lirneso estaba cerca de Troya y era la patria de Briseida. También cercana a Troya era Tebas, patria de Andrómaca. Los comentaristas, de todas maneras, hacen notar que esta parte de la Tróade había sido primitivamente habitada por cilicios.
73 Tifón, hijo de la Tierra y del Tártaro, era un monstruo de cien cabezas y cien brazos y combatió con Júpiter por el poder supremo. Júpiter, en un primer momento, fue vencido y encerrado, después de ser encadenado, en la gruta de Coricio. Puesto en libertad por Hermes, Júpiter reemprendió la lucha y derrotó a Tifón.
74 A orillas del Cidno, Tarso fue famosa por su Academia y, sobre todo, por haber sido con el tiempo cuna del apóstol san Pablo.
75 Macedonio, de noble linaje. Constituye una de las figuras más nobles y más esforzadas de cuantas rodearon a Alejandro. Era padre de Filotas, Nicanor y Héctor. En el año 337 recibió de Filipo el encargo de liberar las ciudades griegas y preparar la campaña de Asia. Su actuación como general fue decisiva en las tres grandes confrontaciones armadas de Alejandro y Darío: la del Gránico, la de Iso y la de Arbelas. Tras esta última, permaneció en Ecbatana como gobernador de la Media. Alejandro lo hizo asesinar (véase VII 2) por temor a que vengara Parmenión la muerte de su hijo Filotas, cómplice, al parecer, de la conjuración de Dimno (véase VI 7 sigs.).
76 La batalla de Iso, entablada poco después de los acontecimientos que aquí se narran, tuvo lugar en noviembre del año 333 (véase ARRIANO , II 11, 10), por lo que el baño en el Cidno debió de tener lugar entrado ya el otoño.
77 La escuadra con la que Alejandro había pasado el Helesponto fue devuelta a la patria después de la batalla del Gránico; según decía el rey, para reducir gastos, dado que la campaña se presentaba en adelante como esencialmente terrestre, pero en la mente de Alejandro subyacía la intención de quitar de este modo a la tropa la idea de un fácil retorno al hogar. (Un Hernán Cortés a distancia).
78 Lo más probable es que se trate de los «hetairos» (Curcio los suele denominar con el nombre genérico de «amici»), jóvenes pertenecientes a la aristocracia macedonia y a los que Alejandro encomendó tanto funciones civiles como militares.
79 La única alusión directa a esta carta nos la ofrece el PSEUDO -CALÍSTENES , I, 39. Se trataría de una misiva del rey persa a sus sátrapas en la que les decía: «Me comunican que se ha rebelado Alejandro, el hijo de Filipo. Capturadlo y traédmelo sin hacerle ningún daño en su cuerpo para que yo, después de quitarle su manto de púrpura y de aplicarle unos azotes, lo remita a Macedonia, su patria, junto a su madre Olimpíade, dándole unas castañuelas y unos astrágalos, como usan para jugar los niños de los macedonios». (PSEUDO -CALÍSTENES , Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia , traducción de C. GARCÍA GUAL , cit. en n. 115). Dado que Alejandro, en el relato de Curcio, se hace eco de tal misiva, que supone conocida de sus oyentes, cabe conjeturar que el autor había hablado ya de ella tal vez en el libro II, perdido.
80 Véase nota 24. Otros intentos de soborno por parte de Darío son mencionados por Curcio en 7, 12 de este mismo libro y IV 10, 16.
81 En Curcio figuran 7 personajes con el nombre de «Filipo» que, por el orden en que aparecen en la obra, son: el médico del texto; el padre de Alejandro (7, 11 de este mismo libro); el hijo de Balacro (IV 13, 28); el hijo de Menelas, comandante de la caballería tesalia (IV 13, 29); el hermano de Lisímaco (VIII 2, 35); el hermano de Harpalo, gobernador de una parte de la India (X 1, 20) y Arrideo (X 7, 7).
82 JUSTINO , XI 8, 5-6, dice que Parmenión le envió la carta desde Capadocia y que lo hizo sin saber nada acerca de la enfermedad del rey (lo cual es obvio dada la lentitud del correo).
83 Se trata de los «purpurati» (así llamados porque iban vestidos de púrpura) que constituían algo así como el Alto Estado Mayor del ejército de Alejandro.
84 Según PLUTARCO , Alej . XIX 5, sería una hija la que Darío habría prometido darle en matrimonio.
85 Se trata de Olimpíade, madre, y Cleopatra, Cina y Tesalónica, hermanas de Alejandro. Por todas ellas éste sintió un profundo afecto, como se deja entrever en diversos pasajes del relato de Curcio.
86 En el momento a que se refiere el relato del texto (año 333), Alejandro (nacido el 356) tenía 23 años.
87 La ciudad de Solos está, en la costa de Cilicia, más hacia el oeste que Tarso; por consiguiente, en su marcha hacia el este, Alejandro tenía que haberla dejado atrás antes de llegar a la patria de san Pablo. Los comentaristas, por lo común, achacan a un error de Curcio el emplazamiento de Solos, pero hay quienes interpretan (por ejemplo, VERGÉS en su comentario al pasaje) que Alejandro habría dado marcha atrás «para dejar asegurada su retaguardia, tanto más cuanto que la ciudad de Solos, aunque griega de origen, era muy adicta a la causa de los persas».
88 A Esculapio, dios de la medicina, en agradecimiento por su curación. En cuanto a Minerva, el mismo relato de Curcio nos deja ver la devoción de Alejandro por esta diosa (véase, por ej., 12, 27 de este mismo libro; IV 13, 15; VIII 2, 32; 11, 24). ARRIANO , I 4, 8, informa de que en Troya Alejandro había hecho un sacrificio en su honor.
89 Al parecer se trata del desfiladero de Karalück Kapu, que pone en comunicación la Cilicia y la llanura de Iso.
90 ARRIANO , I 25, 3, dice que se llamaba Sisínēs y que (en contra de la información ofrecida por Curcio), después de permanecer en la corte de Filipo, habría vuelto a la corte persa.
91 Filipo II, rey de Macedonia entre los años 359 y 336. Padre de Alejandro. Había nacido el año 382. Tenía, pues, 46 años cuando fue asesinado por el joven palaciego Pausanias, en el momento en que, al frente de toda la Grecia, se disponía a llevar la guerra a Persia.
92 Como se contará en V 9 sigs., conspiró, en compañía de Beso, contra su propio rey Darío. Después abandonó a Beso e hizo las paces con Alejandro. BARDON , en nota a este pasaje, opina que puede ser que Curcio confunda esta carta con la que Nabarzanes envió a Alejandro Lincestes en el invierno del 334-3.
93 Siguiendo las instrucciones de Darío, como se ha dicho en 3, 1.
94 Según PLUTARCO , Alej . XX 2, y ARRIANO , II 6, 3, el que dio este consejo fue Amintas, hijo de Antíoco, desertor del bando macedonio y a las órdenes de Darío.
95 Más arriba, en 2, 17, Curcio ha dicho que Darío «tenía un carácter afable y bondadoso». Véase también ARRIANO , III 22, 2.
96 Testimonio, indirecto, de que el baño de Alejandro en el Cidno no había tenido lugar, como se dice en 5, 1, en el verano.
97 Alejandro, en su avance hacia el sur, a lo largo de la costa y en dirección a Siria, había llegado a Miriandro (cerca de la actual Alejandreta). Darío, por su parte, tras atravesar el Éufrates, franqueó la cordillera por las «Pilas Amánicas» y se apoderó de Iso que, como se dice en el texto, había sido abandonada por el ejército macedonio.
98 Según ARRIANO , II 7, 1 y II 10, 1, no llegó a atravesar el río y del mismo relato de Curcio se desprende (téngase en cuenta lo que se dice en el párrafo 28 de este mismo capítulo) que sólo una parte de su ejército lo hizo.
99 Cortando de raíz las pretensiones de Darío que, confiando en la magnitud de sus tropas, deseaba dar la batalla en las llanuras de Siria. El combate tuvo lugar en el mes de noviembre del año 333.
100 Los romanos dividían la noche en cuatro vigilias (los griegos, en tres), de tres horas cada una; es decir, doce horas que variaban su duración de acuerdo con las estaciones. La tercera vigilia comprendía las tres primeras horas del día.
101 A unos cinco km. y medio.
102 Originario de Feras, en Tesalia, comandante de la infantería persa. Un griego más al servicio de Darío. Después de la derrota de Iso tomó parte en la expedición de Amintas a Chipre y Egipto.
103 A pesar de que en la línea de combate persa el rey solía colocarse en el centro.
104 Los efectivos del ejército persa en la batalla de Iso varían notablemente de acuerdo con los diversos autores: según Arriano y Plutarco, ascendían a 600.000 hombres; según Diodoro y Justino a 500.000. De los datos suministrados por Curcio se deduce que llegarían a 311.000 hombres.
105 Hijo de Parmenión. Al frente de los «hypaspistas» (cuerpo de infantería ligeramente armado) luchó en el Gránico, en Iso y en Arbelas, muriendo de enfermedad (lo que es digno de ser notado) poco después que el ejército macedonio entrara en Hircania. A su muerte se alude en VI 6, 18. (Curcio habla en su relato de otros dos personajes con este nombre: un cómplice de Dimno, en VI 7, 15, y un joven macedonio de familia noble, en VIII 13, 13).
106 Hijo de Polemócrates y yerno de Parmenión. Murió (también de enfermedad) durante la expedición a la India.
107 Uno de los más sobresalientes generales de Alejandro, quien (como lo deja entrever el propio relato de CURCIO , X 5, 4 sigs.) tal vez vio en él a su posible sucesor. Estaba emparentado con la familia real y actuó como regente a la muerte de Alejandro. En medio de las luchas que siguieron a la muerte del rey entre los diversos generales que se habían repartido el Imperio, una confederación de adversarios se levantó contra Perdicas, del que se sospechaba que aspiraba al trono de Macedonia, y fue derrotado —y asesinado por sus propios soldados— en la batalla de Menfis, en el año 321, dos años después de la muerte de Alejandro.
108 Otro jefe de la falange. Era hijo de Neoptólemo y, tras la muerte de Alejandro, formó parte del consejo de regencia, siendo asesinado por orden de Perdicas, a pesar de haber buscado refugio sagrado, como se cuenta en X 9, 21.
109 Hijo de Lago y de Arsínoe. Era originario de Eordea. Por su madre estaba emparentado con la familia real. Curcio, a propósito del episodio de la herida envenenada que recibió Ptolomeo (episodio que se relata en IX 8, 22 sigs.), se hace eco de los rumores según los cuales Ptolomeo sería hijo del propio Filipo, habido con una concubina; lo cual es abiertamente erróneo. A la muerte del rey, en el reparto del Imperio a nuestro personaje le tocó en suerte Egipto, donde fundó la dinastía de los Lágidas. Reinó hasta el año 283 y hacia el 303 escribió una historia de la expedición de Alejandro de la que hemos dado noticia en la «Introducción», historia que fue utilizada ampliamente por Arriano.
110 En Curcio hay seis personajes con este nombre, más un Lincestes Amintas. Aquí se trata del hijo de Andrómenes y hermano de Simias, Atalo y Polemón. Implicado en el proceso de Filotas, consiguió ser absuelto.
111 Tras la relación de los generales que acaudillan la falange, he aquí el nombre de otro general benemérito del ejército macedonio. Crátero era hermano de Anfótero. Curcio nos informa de diversas misiones importantes llevadas a cabo por él: IV 3, 1; IX 8, 3; etc. Tras la muerte de Parmenión se convirtió en el consejero de más prestigio de Alejandro. A la muerte de éste, fue encargado de los asuntos de Europa, mueriendo en el campo de batalla en lucha contra Eumenes, en el año 321.
112 La falange presentaba un frente de 16 filas, pero lo angosto del desfiladero por donde tenían que avanzar hacía que la formación en su frente quedara reducida a la mitad de sus efectivos (8 filas), con lo que se duplicaban los efectivos del fondo, por lo que de 16 hileras se pasó a 32.
113 Estaban, pues, ambos ejércitos a una distancia de unos 180 mts.
114 Hércules, héroe legendario que liberó al mundo de monstruos y, al morir, fue acogido por sus hazañas en el círculo de los dioses. Sobre las relaciones de Alejandro con Hécules, véase la segunda parte de la nota 76, pág. 106, de C. GARCÍA GUAL , en PSEUDO -CALÍSTENES , Vida y hazañas … Por otra parte, Alejandro mismo creía que los reyes macedonios descendían de Hércules. (Véase IV 2, 3.). «Liber» es el sobrenombre de Baco (el Dionisos griego). Su viaje triunfal a la India no fue inventado por los poetas hasta después de la época de Alejandro. Éste (véase IX 4, 21) anima a sus tropas a sobrepasar los límites de la expedición de Baco. Por otro lado, Baco había levantado el templo en honor de Júpiter-Amón, en el oasis de Siwa, en pleno desierto de Libia, templo al que acudirá Alejandro a consultar al oráculo (véase IV 7, 8 sigs.). La mención en el texto de Hércules y Líber (los dos héroes conquistadores de los que, juntos, se vuelve a hacer mención en IX 2, 29 y en IX 4, 21) responde a un pensamiento profundo de Alejandro: por su padre Filipo pretendía descender de Hércules; en cuanto a Líber, Bardon, en nota a este pasaje, pone en evidencia el deseo de Alejandro, cada vez más intenso, de identificarse con este dios, por lo que hay que admitir como válido el testimonio de Diógenes Laercio que recuerda un decreto de Atenas, según el cual se hacía del príncipe un nuevo Dionisos. Por otro lado se sabe que la madre de Alejandro, Olimpíade, originaria de Tracia, era una ferviente adoradora de este dios.
115 Región del sudeste de la península balcánica, limitada por el Mar Negro al este, la Propóntide, el Helesponto y el Egeo al sur, Macedonia al oeste y una línea vaga e incierta al norte que varió con el tiempo, pero que nunca sobrepasó los Balcanes.
116 En la batalla de Queronea, en agosto-septiembre del año 338.
117 Región de la Grecia central limitada al norte por la Fócide y la Lócride Opuntiana; al oeste por el golfo de Corinto, el golfo Alcionio y la Fócide; al sur por la Megárida y el Ática y al este por el estrecho de Euripo, que la separaba de Eubea.
118 Al suceder Alejandro a su padre Filipo en el año 336, surgió la rebelión promovida por la nobleza. Al salir Alejandro hacia el norte para sofocar uno de estos levantamientos, Grecia aprovechó la ocasión para rebelarse, siendo Tebas, capital de Beocia, la ciudad más firmemente decidida a oponerse al dominio macedónico. Alejandro, deseoso de aplicar un castigo ejemplar que sirviera de escarmiento a las demás ciudades griegas, arrasó la ciudad (no perdonó más que los templos y la casa de Píndaro) y pasó a cuchillo a gran parte de sus habitantes, vendiendo a los demás como esclavos.
119 Darío I fue rey de Persia desde el 522 al 485. En el año 492 llevó a cabo la primera expedición contra Grecia, dando origen a las guerras médicas. Esta primera expedición constituyó un auténtico fracaso para el invasor, que fue derrotado en la batalla naval de Athos. La segunda expedición, montada también por Darío, cruzó el mar Egeo y terminó, con nueva derrota de los persas, en la batalla de Maratón, el año 490. Darío murió antes de poder organizar una tercera expedición. Jerjes, que sucedió a su padre a la muerte de éste en el año 485, reemprendió la lucha contra Grecia en el año 480. En esta tercera expedición los griegos obtuvieron las victorias de Temístocles en Salamina y de Pausanias sobre el sátrapa Mardonio en Platea en el año 479.
120 Esta era la fórmula empleada por los persas para exigir la rendición.
121 Se obtenían cuando el general en jefe conseguía dar muerte personalmente al general del ejército enemigo.
122 El hermano de Darío, tras hacer gala de un valor encomiable durante la batalla, le acompañó cuando aquél emprendió la huida, cayendo en manos de Alejandro. Éste le trató con amabilidad y, a la muerte de Darío, Oxatres se pasó al bando de Alejandro.
123 Sátrapa de la Gran Frigia. En la batalla del Gránico había tenido a sus órdenes un escuadrón de caballería. DIODORO , XVII 21, 3, da su nombre en la relación de víctimas famosas habidas en tal batalla. ARRIANO , que en I 16, 3, nos ofrece una lista mucho mayor, no dice que Atizies muriera en la batalla del Gránico, sino en la de Iso (II, 11, 8), como Curcio. Lo perturbador es que también DIODORO , XVII 34, 5, coloca a Atizies entre las bajas de Iso. Tal vez haya que pensar que la información de Diodoro acerca de la muerte del sátrapa en el Gránico sea errónea.
124 También este sátrapa, al frente de un escuadrón de caballería, había tomado parte en la batalla del Gránico, como informan DIODORO , 19, 4 y ARRIANO , I 12, 8.
125 ARRIANO , II 11, 8, menciona, entre las víctimas persas más notables habidas en Iso, aparte de las ya ofrecidas por Curcio, a Arsames y Bubaces.
126 El ala izquierda.
127 Se trata de los «catafractos», soldados cubiertos totalmente de una armadura (denominada cataphractes ) de láminas metálicas, armadura que también cubría las partes vitales del caballo. (Véase, a este respecto, la nota 61, pág. 91, de C. GARCÍA GUAL , en PSEUDO -CALÍSTENES , Vida y hazañas de Alejandro de Macedonia quien llama a estos jinetes «caballeros acorazados»).
128 Amintas era hijo de Antíoco, antiguo oficial de Alejandro. Desertó del bando macedonio y se pasó a los persas. Tras la batalla de Iso, huyó a Egipto en compañía de 4.000 griegos, con la idea de fundar allí un gobierno independiente, pero murió en una batalla contra el persa Mazaces. (Véase IV 1, 27 sigs.).
129 Parece una exageración de Curcio. ARRIANO , II 12, 3 sigs., que cita a Aristobulo y a Ptolomeo como fuentes de su narración en este pasaje, habla de unas mujeres, pero de su relato no se desprende, ni mucho menos, que fueran «una ingente muchedumbre».
130 En el capítulo precedente, párrafo 11.
131 Como se dice en el texto, había entregado a Alejandro la ciudad de Sardes y éste le recompensó con su amistad. En el 331-330 fue nombrado sátrapa de Armenia.
132 Leonnato era uno de los siete u ocho «guardias de corps» que constituían el círculo más íntimo de los colaboradores de Alejandro. Hizo toda la campaña al lado del rey, al que salvó la vida en el asalto a una ciudad india (véase IX 5, 15). A la hora del reparto del imperio le tocó en suerte la Pequeña Frigia, muriendo en combate el año 322.
133 «Los persas no incineraban los cadáveres sino que los enterraban después de haberlos recubierto de cera» (Dosson). Véase HERÓDOTO , III 16.
134 Amigo íntimo de Alejandro. Éste lo casó con Dripetis, la hija menor de Darío y hermana de Estatira, la segunda mujer de Alejandro. Poco después de la boda cayó enfermo y murió en Ecbatana el año 324. Alejandro le dedicó unos funerales suntuosos y quiso que se le adorara como a un semidiós.
135 De que Alejandro era de mediana estatura tenemos testimonios indirectos en el mismo Curcio, V 2, 13; VI 5, 29 y DIODORO , XVII 37, 5, por ejemplo.
136 Es decir, prosternándose.
137 Véase IX 10, 24 sigs.
138 Alusión al asesinato de Clito (véase VIII 1, 52).
139 Oco, nacido el año 339. Tenía, pues, 6 años.
140 Perteneciente a una tribu que habitaba al sur del mar Caspio.
141 Se trata de Artajerjes III que reinó entre el 358 y el 338 y a quien sucedió Arses (338-336). Ambos fueron asesinados por el eunuco Bagoas, quien puso en el trono de Persia a Darío III. Artajerjes no precedió, pues, directamente a Darío en el trono. En cuanto a «Oco», era el nombre de varios reyes persas antes de su ascensión al trono, nombre que algunos conservaron después de ella. Como se ha visto en nota 139, «Oco» se llamaba el hijo de Darío III, y por este nombre se le cita en IV 11, 6 y 14, 22.
142 Hijo del sátrapa frigio Farnabazo y de Apamé, hija de Artajerjes II. Fue sátrapa de Ionia bajo Artajerjes III. Se rebeló contra su rey en el año 356 y buscó refugio en Macedonia en la corte de Filipo. Volvió después a Persia y sirvió con lealtad a Darío III, tomando parte en la batalla de Arbelas. No consintió en formar parte de la conjuración de Beso y Nabarzanes contra su rey. El año 330 Alejandro lo nombró sátrapa de la Bactriana.
143 Barsine, hija de Artabazo, esposa, sucesivamente, de sus dos tíos, Mentor y Memnón. Fue después la amante de Alejandro, a quien dio un hijo, Hércules, nacido el 327 seguramente. Finalmente fue esposa de Eumenes de Cardia, secretario de Filipo y de Alejandro y autor (en colaboración con Diódoto de Eritrea) de un diario de la expedición de Alejandro.
144 Embajador ateniense.
145 Lo mismo que el anterior, había sido enviado a Darío como embajador por los atenienses.
146 Un tercer embajador ateniense pasado, como los otros, al bando de Darío. Alejandro lo trató con benignidad y, tras su muerte, envió sus cenizas a Atenas.
147 Todos ellos embajadores de Esparta en la corte de Darío.
148 Véase nota 24.