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EL TEXTO: NOTICIA DE SUS MANUSCRITOS, EDICIONES Y TRADUCCIONES

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Resta por hablar, con brevedad y sin excesivas disquisiciones técnicas, de los avatares de la transmisión y recepción del texto mismo de las Posthoméricas , exposición que hoy día realmente no nos resulta complicada gracias a las clarificadoras y concluyentes investigaciones llevadas a cabo por F. Vian 83 . Gracias a ellas, podemos ahora afirmar con rotundidad, como primera idea fundamental, que todos nuestros manuscritos de Quinto de Esmirna (es decir, los que de algún modo contenían su poema y se nos han podido conservar) son posteriores a la mitad del siglo XV y provienen de dos claros prototipos, los códices H e Y (tal vez, pues, del XIV ), que en cambio, lamentablemente, se nos han acabado por perder.

El primero de estos dos prototipos mencionados, el H, no es sino el ya conocido códice Hydruntinus , descubierto, según nos informa la Vida de Coluto incluida en el Ambrosianus 661 (Q 5 sup.) , por el cardenal Besarión, como ya sabemos, a buen seguro entre 1452 (año de la toma de Constantinopla) y 1462 (fecha inscrita ya sobre uno de sus descendientes directos, el D que a continuación vamos a señalar), en el monasterio de San Nicolás de Cassoli, cerca de la villa de Otranto (esto es, Hydruntum) , en Calabria (hecho que supuso, como en su momento ya comentamos, el que a nuestro poeta comúnmente se le conociera hasta el siglo XVIII , en varios manuscritos aún y luego en las primeras ediciones de su obra, como Quintus Calaber o «Quinto de Calabria»). Este Hydruntinus , hallazgo que significó, por supuesto, la recuperación de las hasta entonces olvidadas Posthoméricas y, en consecuencia, el comienzo de los estudios modernos sobre Quinto de Esmirna, por desgracia, como sabemos, se nos ha perdido, pero sí conservamos su primera copia, fiel y cuidada, encargada ya por el propio Besarión, el Ambrosianus D 528 inf . (el anunciado códice D), al que se deben a su vez otras muchas copias valiosas: el Laurentianus LVI 29 (el T), el Neapolitanus gr. II E 24 (el L), el Matritensis gr. 4566 (o, como lo designa F. Vian, Lasc .1 , por ser copia ordenada por Constantino de Láscaris, de la que deriva, en especial, el Matritensis gr. 4686 , o Lasc .2 , esta vez de la mano del propio Láscaris) y un manuscrito b , de menor calidad ya, para nosotros representado por sus varios descendientes, el Neapolitanus gr. II F 11 (el N), el Vindobonensis phil. gr. 5 (el R) y un códice d , que a su vez ha servido de modelo al Scorialensis Σ II 8 (el E) y aun ya a la primera edición impresa, la Aldina (o Ald.). Por lo demás, tras haber sido utilizado, pues, para el establecimiento del inestimable Ambrosianus D 528 inf ., el Hydruntinus fue luego víctima de notables degradaciones al haber ido recibiendo correcciones absurdas y en exceso audaces, deteriorada forma (que F. Vian designa como Hc o Hydruntinus correctus) bajo la que dio lugar a nuevas copias: el Urbinas gr. 147 (el U, que, con todo, resulta ser, tras ese D, la copia más fiel de este prototipo), el Barberinus gr. 166 (el Q, cuyas particulares faltas comunes al U anterior invitan a postular un intermediario perdido entre ellos dos y ese Hc ) y el Cantabrigiensis Corporis Christi Collegii 81 (el C), la más reciente copia directa de Hc , que permite constatar cómo se habían agravado las degradaciones del Hydruntinus y de la que proceden, en fin, el Marcianus gr. Z 456 (el V) y el Bruxellensis gr. 11.400 (el B).

El segundo prototipo, igualmente hoy día extraviado, como sabemos, es el manuscrito Y, cuyo principal representante es el Neapolitanus gr. II F 10 (el P, pues también es conocido como Parrhasianus , por haber pertenecido al humanista J. Parrasio); contamos con otros dos descendientes suyos menos valiosos y más problemáticos: el denominado Nr , resto de una segunda copia, pues, de Y, consiste en realidad en las variae lectiones inscritas en el margen y en el interlineado del ya conocido manuscrito N, y el Monacensis gr. 264 (el M), notablemente incompleto, sólo conserva dos segmentos de la obra, desde su inicio hasta IV 10 y el libro XII entero. Debido a un curioso accidente de transpapelación de un folio en su ancestro común 84 , podemos acertar a saber que este prototipo Y es en realidad una copia anterior a H y también mejor, de modo que su descendiente P resulta ser, de entre todos nuestros manuscritos, el que merece la mayor confianza (en efecto, al desaparecido Hydruntinus , en cambio, por lo que leemos en sus copias conservadas, se le puede achacar un número importante de omisiones y de faltas, imputables a la negligencia de su copista, aunque tampoco se ha de subestimar su gran valor: Y, aunque en su conjunto más cuidado, es obra de un copista instruido que, dada su formación, puede haber llegado a introducir en él caprichosas conjeturas personales, mientras que el tal autor de H, menos cultivado pero también por ello más modesto, a menudo ha debido conservar mejor la fisonomía del original).

En fin, H e Y proceden de ese ancestro común antes mencionado de pasada, el llamado Ω, pretendido arquetipo para cuya datación no contamos con ningún criterio seguro, aunque cabría la posibilidad de situarlo en el siglo XIII , tal vez entre los años 1260-1280, de acuerdo con la sugerencia de F. Vian. Por lo demás, permanece del todo oscura la historia del texto de las Posthoméricas en los aproximadamente diez siglos que en ese caso separarían a Quinto de Esmirna (recuérdese que el mencionado editor francés acababa por situar a nuestro autor, con grandes garantías, entre comienzos y mediados del III d. C.) de este ancestro común a él más cercano; y, desde luego, no acierta a aportamos nada valioso la casi inexistente tradición indirecta de esos siglos intermedios, constituida por los dos únicos autores, ya del siglo XII , por cierto, que llegan a referirse, más en alusiones que en citas propiamente dichas, al poema de Quinto (éstos son, como ya expusimos al principio, Eustacio y, sobre todo, Tzetzes, en cuyas propias Posthoméricas podemos al menos advertir, por las indicaciones que hace a algunos pasajes concretos de la obra que nos ocupa, que leía precisamente el texto correcto de ese arquetipo Ω).

En cuanto a las ediciones, la princeps , como ya hemos adelantado, fue la Aldina, que, derivada, pues, de defectuosas transcripciones del Hydruntinus , vio la luz en Venecia en 1504 ó 1505, junto con los textos, por cierto, de Trifiodoro y Coluto. Un siglo más tarde, en 1604, realiza L. Rhodomann una elaborada edición bilingüe (con traducción al latín) que aparece en Hannover; le sigue, en 1734, la de J. C. de Pauw, la última en referirse a nuestro autor como Quintus Calaber , pues éste será ya conocido invariablemente como «Quinto de Esmirna» a partir de la edición siguiente, la de Th. Chr. Tychsen, de 1807. En París, en 1840, F. S. Lehrs publica a su vez, en la Bibliothèque Didot, una edición, con traducción además al latín (basada en la anterior de L. Rhodomann), también de estas Posthoméricas , junto con los poemas de otros varios autores griegos; tras ello, vienen las ediciones de A. Köchly, valiosa por sus Prolegomena y comentarios incorporados, aparecida en 1850, en Leipzig, y de A. Zimmermann, de 1891, publicada en la Bibliotheca Teubneriana con un extenso aparato crítico. Ya en el finalizado siglo XX , para la colección bilingüe Loeb Classical Library edita asimismo la obra de Quinto, concretamente en 1913, A. S. Way, quien se limita a reproducir el texto de A. Köchly con ciertas correcciones de A. Zimmermann; finalmente, todas estas ediciones se han visto notablemente mejoradas y superadas por la casi definitiva de F. Vian (no sólo por su concienzudo establecimiento del texto, sino también por sus introducciones general y a cada uno de los catorce libros y por sus profusas y sabias notas), publicada para la colección Budé (o Les Belles Lettres) en tres sucesivos volúmenes, de 1963, 1966 y 1969 85 .

De las traducciones a las principales lenguas modernas, en fin, hemos de señalar, ante todo, su notable escasez a lo largo de estos últimos siglos (además, la mayoría de ellas adolece de resultar hoy día muy antiguas, y a veces incluso han quedado incompletas), como bien cabría esperar, desde luego, en el caso de nuestro autor, poeta épico, según de sobra ya sabemos, de tan poca calidad y que tan exiguo interés ha sabido despertar. En lengua italiana, por ejemplo, si nos ceñimos a las traducciones más recientes y dignas por ello de reseñarse (tenemos noticia de algunas otras al menos completas, pero publicadas a comienzos del siglo XIX ), A. Taccone se ha ocupado precariamente de estas Posthoméricas entre 1910 y 1912, pues sólo ha vertido en su idioma el libro I completo, y del II y el III apenas si ha realizado sucesivas traducciones parciales; ya en las últimas décadas, G. Pompella ha ido abordando en sendas ediciones bilingües (dada la escasa trascendencia de sus textos establecidos, no las hemos mencionado antes) los libros I y II en 1979, los III-VII en 1987 y, por fin, los VIII-XIV en 1993. En alemán, por su parte, podemos destacar otras dos traducciones, aunque ya bastante anticuadas: la de C. F. Platz, en tres volúmenes aparecidos entre 1857 y 1858, y la de J. J. C. Donner, de 1866-1867. En lengua inglesa, por otro lado, contamos con la traducción (por cierto, en pentámetros yámbicos) de la ya conocida edición bilingüe llevada a cabo por A. S. Way, publicada, como sabemos, para la Loeb Classical Library en 1913; más tarde, en 1968 edita la Universidad de Oklahoma The war at Troy. What Homer didn’t tell , una traducción, con las debidas introducción y notas, realizada por F. M. Combellack. En Francia, por último, apareció la primera traducción del poema de Quinto en 1800, obra en dos volúmenes de R. Tourlet; al término de este siglo XIX , en 1884, elabora una nueva versión E. A. Berthault; y finalmente, para su también ya comentada estupenda edición bilingüe en tres tomos (de 1963-1969, en la colección Budé, según sabemos), preparó F. Vian, como no podía ser de otro modo, una precisa y atinada traducción (muy valiosa, además, por sus ya mencionadas introducciones y notas).

En España, por lo demás, ha sido muy peculiar la suerte que ha corrido Quinto de Esmirna a lo largo de todos estos siglos. Hasta hace escasos años, su presencia en la lengua castellana, como era de esperar, había resultado exigua (y aún es inexistente, desde luego, en los restantes idiomas de la Península Ibérica): según nos informa M. Menéndez Pelayo, el valenciano Vicente Mariner, bibliotecario de El Escorial, realizó en 1635 una versión de los catorce libros compuestos por nuestro poeta, aunque sólo del griego al latín (no hubo entonces, por tanto, traducción al castellano), sin que llegara a lograr su publicación (se conserva su manuscrito, por cierto, en la Biblioteca Nacional de Madrid) 86 ; y también M. Menéndez Pelayo nos aporta la preciosa noticia de que, ya en el siglo XVI , F. Sánchez de las Brozas, el famoso Brocense, tradujo pequeñas partes de las Posthoméricas para dos de sus obras, los Emblemas y las Silvas 87 . Pero en la década de los 90 del ya finalizado siglo XX , curiosamente, ha conocido en España el poema de Quinto, por el contrario, hasta dos traducciones completas, aceptables y dignas obras de sendos especialistas (quizás sea ello una ilustrativa muestra de la renovada apreciación actual por nuestro autor, positiva valoración por la que han abogado, como en su momento ya indicamos, algunos estudiosos recientes, a la cabeza de los cuales se encuentra, por supuesto, el francés F. Vian): en 1991 aparece en Ediciones Clásicas la traducción de I. Calero Secall, y en 1997, en Alcal/Clásica, la de F. A. García Romero.

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