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LIBRO I

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Una vez que a manos del Pelión 1 fue abatido Héctor, semejante a un dios, y la pira lo devoró y la tierra hubo cubierto sus huesos 2 , los troyanos permanecían en la ciudad de Príamo, temerosos de la gran furia del Eácida 3 de audaz espíritu: como las vacas en la espesura no se arriesgan a encontrarse [5] con un terrible león, sino que huyen en tropel escondiéndose entre ramajes espesos, así ellos en la ciudad temblaban ante ese poderoso guerrero, al recordar a cuantos antaño arrebató la vida cuando se lanzó furioso por las desembocaduras [10] del Escamandro ideo 4 , y a cuantos aniquiló mientras escapaban al pie de la gran muralla, y cómo abatió a Héctor y lo arrastró alrededor de la ciudad, y a los otros que masacró a lo largo del infatigable mar cuando llevaba [15] por primera vez la perdición a los troyanos 5 . Con el recuerdo de aquello, permanecían ellos en la ciudad; a su alrededor sobrevolaba una angustiosa pena, como si ya ardiese Troya bajo un fuego luctuoso.

Y entonces, desde las corrientes del Termodonte 6 de ancho curso, llegó Pentesilea, revestida de la belleza de las [20] diosas, por dos motivos: por arder en deseos de una guerra luctuosa y, ante todo, por evitar una odiosa y vergonzosa reputación, no fuera que alguien en su propio pueblo la injuriara con reproches debido a su hermana Hipólita, por la cual se acrecentaba su pena: pues le había dado muerte ella con su robusta lanza, no de forma intencionada, sino al tratar [25] de alcanzar a una cierva 7 . Por ello llegó entonces a la tierra de la muy gloriosa Troya. Y además, su corazón belicoso la empujaba a purificarse de la funesta mancha del asesinato y a aplacar con sacrificios a las espantosas Erinies, que, irritadas a causa de su hermana, desde aquel mismo [30] instante la acosaban invisibles, pues ellas siempre dan vueltas alrededor de los pies de los culpables, y no hay quien, tras haber cometido una falta, escape a estas diosas 8 . Con ella venían detrás otras doce, todas ilustres, todas deseosas de guerra y de odiosa batalla; ellas eran sus sirvientas, aun [35] siendo tan insignes. Pero entre todas sobresalía con mucho Pentesilea: como cuando en el vasto cielo destaca entre todas las estrellas la divina luna, una vez ha quedado especialmente brillante, al ser el éter rasgado por las nubes muy resonantes, [40] cuando duerme la enorme furia de los vientos que soplan con violencia, así destacaba ella entre todas las que acudían presurosas. Allí estaban Clonia, Polemusa, Derínoe, Evandra, Antandra y la divina Bremusa, también Hipótoe, y [45] además Harmótoe, de negros ojos, Alcibia, Antíbrote y Derimaquea, y con ellas Termodosa, muy orgullosa de su lanza; todas éstas seguían a ambos lados a la valiente Pentesilea 9 . Y como desciende del inquebrantable Olimpo Eos 10 , con el corazón lleno de orgullo por sus resplandecientes caballos, [50] en compañía de las Horas 11 de hermosos bucles, y entre todas ellas sobresale por su rutilante aspecto, aun siendo aquéllas irreprochables; tal marchó Pentesilea a la ciudad troyana, destacada entre todas las Amazonas. Los troyanos, que se precipitaban a su alrededor desde todas partes, mucho [55] se maravillaron cuando vieron a la hija de gruesas grebas del infatigable Ares 12 , semejante a los bienaventurados, puesto que en su rostro se vislumbraba una apariencia a la vez terrible y radiante, tenía una sonrisa encantadora, sus ojos seductores bajo las cejas brillaban de forma igual a los rayos del sol, y el pudor sonrojaba sus mejillas, sobre las [60] que se extendía una gracia divina revestida de vigor.

Las gentes estaban alegres, a pesar de haber sentido antes gran aflicción: como cuando, tras contemplar desde el monte los campesinos a Iris 13 surgiendo desde el mar de anchos caminos, cuando ansían la lluvia divina, puesto que sus [65] tierras, deseosas del agua de Zeus, están ya secas, por fin el enorme cielo se ve envuelto en la oscuridad, y ellos, al observar el feliz presagio del viento y de la lluvia que se halla cerca, se alegran, a pesar de haber llorado antes por sus campos; así entonces los hijos de los troyanos, cuando vieron [70] dentro de su patria a la terrible Pentesilea, ávida de guerra, se llenaron de gozo, pues la esperanza de una buena ventura, cuando llega al corazón de un hombre, disipa la angustia luctuosa.

Por ello también el espíritu de Príamo, que mucho gemía y sentía gran aflicción, experimentó cierto regocijo en su [75] fuero interno. Como cuando un hombre que mucho ha sufrido por sus ojos ciegos, deseoso de ver la sagrada luz o morir, gracias al esfuerzo de un médico irreprochable o a un dios que aparta las tinieblas de sus ojos, vuelve a ver la luz del día, pero no como antes, a pesar de lo cual siente una [80] pequeña alegría después de tanta angustia, mas aún conserva el tremendo dolor de su padecimiento, que subsiste bajo sus párpados 14 ; así vio entonces el hijo de Laomedonte 15 a [85] la terrible Pentesilea: se alegró un poco, pero sentía aún mayor aflicción por sus hijos muertos. Condujo a la reina a su palacio y sin cesar le hizo honores de buena gana, como a una hija que de lejanas tierras regresa a casa al cabo de veinte años, y le ofreció manjares de toda clase, como los que toman los insignes reyes cuando, después de aniquilar a [90] los pueblos enemigos, banquetean en festines, orgullosos de su victoria. Le entregó regalos hermosos y opulentos, y se comprometió a darle otros muchos, si socorría a los diezmados troyanos 16 . Ella prometió una hazaña por la que nunca un mortal había albergado esperanzas: matar a Aquiles, destruir el amplio ejército de los argivos y arrojar al fuego sus [95] naves. ¡Insensata!, pues no tenía idea de cuánto mejor que nadie era Aquiles, experto en el manejo de la lanza, en la batalla destructora de guerreros 17 .

Cuando la escuchó, la excelsa hija de Eetión, Andrómaca, tales cosas se dijo en su corazón:

«¡Desdichada! ¿Por qué con orgullosos pensamientos [100] proclamas semejante cosa? Pues no posees tú fuerzas suficientes para luchar contra el intrépido Pelión: pronto enviará contra ti la muerte y la destrucción. ¡Miserable! ¿Por qué ha enloquecido tu corazón? Sin duda se hallan cerca de ti el final que trae consigo Tánato y el Destino decretado por una divinidad 18 . Héctor era mucho mejor que tú con la lanza, y [105] sin embargo, aun siendo tan poderoso, fue abatido, y gran pesadumbre causó a los troyanos, pues todos como a un dios lo miraban en la ciudad: era él, mientras se hallaba en vida, una gran gloria para mí y para sus padres, semejantes a dioses. [110] ¡Ojalá un túmulo de tierra me hubiera cubierto, antes de haber perdido él la vida por obra de una lanza que le atravesó la garganta! Ahora, lamentablemente, un dolor indecible he contemplado, cuando a aquél alrededor de la ciudad lo arrastraban de manera salvaje los caballos de cascos veloces de Aquiles, quien me ha dejado viuda de mi esposo legítimo, lo cual me supone una terrible aflicción todos los días».

[115] Así se dijo en su corazón la Eetione 19 de hermosos tobillos, recordando a su marido, pues una gran pena por el esposo muerto se acrecienta en las mujeres virtuosas.

El sol, recorriendo su órbita con rápida revolución, se sumergió en la profunda corriente del Océano, y se extinguió [120] la luz del día. Cuando ellos acabaron la bebida y la sabrosa comida, las sirvientas extendieron gratos lechos en las moradas de Príamo para Pentesilea, de audaz espíritu. Ella, tras marchar allí, se echó a dormir, y un profundo sueño la [125] envolvió y le cubrió los ojos. Pero desde lo alto del éter, por indicación de Palas, llegó la furia del engañoso Oniro 20 , para que, al contemplarlo, se convirtiera ella en una calamidad para los troyanos y para sí misma, cuando se lanzara presurosa contra los escuadrones de la batalla. Así lo maquinó la valiente Tritogenía 21 : sobre ella se colocó el funesto Oniro, que había adquirido la figura de su padre, y éste la animaba [130] a combatir audazmente cara a cara contra Aquiles, de ágiles pies. Ella, al oírlo, sintió una completa alegría en su corazón, pues se pensó que ese mismo día realizaría una gran hazaña en el espantoso tumulto 22 . ¡Insensata!, pues hizo caso precisamente al pernicioso Oniro vespertino 23 , que a la [135] raza de los muy sufridos hombres hechiza en sus lechos al proferir en demasía palabras burlonas, y que entonces a ella la engañó animándola a echarse al combate.

Pero cuando llegó la Erigenía 24 de rosados tobillos, entonces Pentesilea, infundiendo a su corazón un gran vigor, saltó de la cama y se puso en los hombros las armas bien labradas [140] que el dios Ares le entregó. En primer lugar, sobre sus blancas piernas colocó unas grebas de oro, que le quedaban muy bien ajustadas; se vistió luego una coraza resplandeciente; [145] de sus hombros colgó, llena de orgullo, una gran espada, a la que todo alrededor bien enfundaba una vaina trabajada en plata y marfil; tomó el divino escudo, parecido al círculo de la luna 25 , que sobre el Océano de profunda corriente se alza medio llena con sus curvos cuernos: [150] tal brillo indecible lanzaba éste; en su cabeza colocó un casco empenachado con crines de oro. Así se puso ella en su cuerpo las elaboradas armas 26 : se veía igual al relámpago que desde el Olimpo envía a la tierra la cólera del infatigable [155] Zeus, que indica así a los hombres la furia de la lluvia, de sordo estruendo, o el rugido incesante de los muy silbantes vientos.

Al punto se apresuró a salir a través de la sala y cogió dos jabalinas bajo su escudo, y con la diestra un hacha de [160] doble filo que la terrible Eris 27 le entregó para que fuera prodigiosa ayuda en la guerra devoradora de vidas. Orgullosa de ella, marchó enseguida fuera de las murallas, animando a los troyanos a encaminarse a la batalla que reporta gloria; ellos de inmediato la obedecieron, pues se reunieron los insignes caudillos, aun cuando antes no se arriesgaban éstos a enfrentarse a Aquiles, ya que él a todos abatía. Ella, no [165] obstante, poseía un incontenible orgullo: se montó en su caballo, uno hermoso y muy veloz que la esposa de Bóreas, Oritía, le regaló antaño como obsequio de hospitalidad, cuando fue a Tracia 28 , y que incluso aventajaba a las veloces Harpías 29 ; montada entonces en él, abandonó los altos [170] palacios de la ciudad la noble Pentesilea: la animaban las funestas Keres 30 a encaminarse a la vez a su primer y último combate. Muchos troyanos, con pies que ya no iban a regresar, seguían a ambos lados a la atrevida muchacha hacia un despiadado combate, en tropel, como ovejas detrás del carnero, [175] que, cuando marchan todas a la vez, corre delante gracias a la pericia del pastor; así la seguían entonces, lanzados con tremenda violencia, los troyanos de gran vigor y las Amazonas de poderoso ánimo. Y como la Tritónide 31 cuando [180] marchó contra los Gigantes 32 , o Eris, incitadora de tumultos, al precipitarse a lo largo del ejército, tal iba entre los troyanos la veloz Pentesilea.

Entonces, alzando sus muy sufridas manos hacia el Cronión 33 , el excelso hijo del opulento Laomedonte lanzó una [185] súplica volviéndose hacia el ilustre templo de Zeus Ideo 34 , que siempre contempla a Ilio con sus ojos:

«¡Escucha, padre: permite que el ejército aqueo caiga este día a manos de la reina Aréyade 35 , y a ella, por el contrario, tráela sana y salva de vuelta otra vez a mi mansión, [190] por respeto a tu prodigioso hijo, el poderoso Ares, y a ella misma, porque se asemeja a las celestiales diosas de forma asombrosa y sus orígenes se remontan a tu divina estirpe! ¡Ten compasión de mi corazón, puesto que muchos males he soportado con la muerte de mis hijos, que las Keres me arrebataron a manos de los argivos en el frente de batalla 36 ! ¡Ten compasión, mientras aún vivimos unos pocos portadores [195] de la noble sangre de Dárdano 37 , mientras aún la ciudad no se encuentra arrasada, para que también nosotros tomemos un respiro en la espantosa matanza de Ares!».

Así dijo con grandes súplicas. Entonces un águila, emitiendo agudos chillidos, con una paloma ya agonizante entre sus garras, se lanzó con precipitación por su izquierda. En [200] su fuero interno tuvo miedo el espíritu de Príamo, y se dijo que ya no vería regresar viva del combate a Pentesilea. Ello lo iban a cumplir así en verdad las Keres aquel día: él sentía una gran aflicción en su desgarrado corazón.

Los argivos a lo lejos se asombraron, cuando vieron precipitarse [205] a los troyanos y a la Areide 38 Pentesilea: aquellos, semejantes a fieras que en los montes llevan la muerte luctuosa a los rebaños de espeso vellón, y ella, igual a la llamarada de fuego que sobre las matas secas se aviva al desencadenarse [210] el viento. Y alguien, entre los que estaban congregados, dijo tales palabras:

«¿Quién ha reunido, tras la muerte de Héctor, a los troyanos, esos que decíamos que ya no se enfrentarían a nosotros llenos de ardor? Ahora de repente se lanzan muy ansiosos de pelea. Sin duda alguien en medio les anima a echarse [215] al combate: se podría decir que es un dios, puesto que planea una gran hazaña. Pero, ¡ea!, arrojemos en nuestro pecho una audacia insaciable y acordémonos de nuestra valerosa fuerza, pues tampoco nosotros lucharemos este día contra los troyanos sin ayuda de los dioses».

[220] Así habló. Y ellos, tras colocarse sus brillantes armas, salieron fuera de las naves, revestidos de cólera sus hombros. Se encontraron, semejantes a las fieras carnívoras, en el sangriento combate; por igual poseían hermosas armas: [225] lanzas, corazas, escudos de gran vigor y robustos cascos; cada uno golpeaba sin piedad con el bronce el cuerpo de otro: se teñía de rojo el suelo troyano.

Entonces Pentesilea acabó con Molión, Persínoo, Iliso, Antíteo y el valiente Lerno, con Hipalmo, Hemónides y el [230] poderoso Elasipo. Derínoe acabó con Laógono y Clonia con Menipo, quien antaño desde Fílace siguió a Protesilao 39 para luchar contra los troyanos de gran vigor. Al morir éste, se turbó el corazón de Podarces Ificléyada 40 , pues a él lo quería [235] especialmente entre sus compañeros. Al punto atacó él a Clonia, semejante a una diosa: su robusta lanza le atravesó de parte a parte el vientre, y rápido se derramó por esa lanza su negra sangre, a la que siguieron todas sus entrañas. Por ella se encolerizó entonces Pentesilea, y a Podarces le hirió [240] con su muy larga lanza en el grueso músculo de su brazo derecho, y le cortó sus sanguinolentas venas y la negra sangre le brotó a borbotones por la herida abierta; él entonces se retiró hacia atrás en medio de gemidos, pues la angustia mucho le había domeñado el corazón. Al alejarse, les sobrevino a los filacios una pena indecible; él, a escasa distancia del [245] combate, pronto murió en brazos de sus compañeros 41 .

Idomeneo 42 le acertó a Bremusa con su enorme lanza en el seno derecho, y al punto le quebró su corazón. Ella cayó igual a un fresno que, aun descollante, en los montes cortan [250] los leñadores, y que al desplomarse lanza a la vez un silbido y un estrépito doloroso; así, profiriendo un grito lastimero, cayó ella: todos sus miembros los aflojó la muerte y su alma se mezcló con las brisas de muchos soplos 43 . Meríones 44 acabó con Evandra y Termodosa cuando se lanzaban por el [255] devastador combate: a una introduciéndole en el corazón su lanza, a otra clavándole bajo el vientre su espada; a ellas con precipitación las abandonó la vida. A Derínoe la abatió el poderoso hijo de Oileo 45 tras alcanzarla en la clavícula con su puntiaguda lanza.

[260] A Alcibia y Derimaquea el Tidida 46 les cortó a ambas las cabezas, y con ellas sus cuellos, justo por encima de los hombros, con su funesta espada: ambas cayeron como terneras a las que un hombre al instante priva de vida al cortarles [265] con su robusta hacha los tendones del cuello; así cayeron ellas, abatidas a manos del Tidida, en la llanura de los troyanos, lejos de sus cabezas. Sobre sus cuerpos Esténelo 47 mató al poderoso Cabiro, que llegó desde Sesto 48 deseoso de guerrear contra los argivos, mas no regresó de nuevo a su [270] patria. A causa de su muerte se encolerizó Paris en su corazón, y disparó contra Esténelo, mas no lo hirió, a pesar de sus deseos, pues la flecha 49 se desvió hacia otro lado, adonde las Keres inexorables la dirigían: mató de inmediato a Evénor, de broncíneo cinturón, que desde Duliquio 50 llegó [275] para luchar contra los troyanos. Al morir éste, se turbó el hijo del ilustre Fileo 51 : se lanzó con gran rapidez, como un león contra los rebaños de ovejas; todos ellos a la vez se estremecieron ante ese poderoso guerrero. Mató, pues, a Itimoneo y a Agelao Hipásida, que, venidos desde Mileto, lanzaban [280] contra los dánaos su grito de guerra a las órdenes de Nastes, semejante a un dios, y del magnánimo Anfímaco, quienes habitaban el Mícale, las blancas cimas del Latmo, los enormes valles de Branco, la costera Panormo y las corrientes del Meandro de profundo curso, que hacia la tierra poblada de viñedos de los carios, desde Frigia, abundante en [285] rebaños, marcha serpenteando por sus muy curvadas orillas 52 . A éstos mató Meges en el combate; y de nuevo abatió a otros, a cuantos alcanzó con su negra lanza, pues en su pecho le infundió audacia la Tritogenía, para que condujera a [290] sus enemigos al día aciago.

Polipetes 53 , caro a Ares, abatió a Dreseo, a quien dio a luz la divina Neera 54 , unida en su lecho al muy prudente Tiodamante a los pies del nevado Sípilo, donde los dioses [295] convirtieron en piedra a Níobe, cuyas abundantes lágrimas se derraman aún de lo alto de una escarpada roca, y junto a ella gimen las corrientes del rugiente Hermo y las muy altas cumbres del Sípilo, sobre las que siempre se extiende alrededor una niebla odiosa para los pastores. Es ella una gran [300] maravilla para los mortales que allí acuden, porque se asemeja a una mujer muy llorosa que, profiriendo gemidos en medio de funestos dolores, derrama innumerables lágrimas: esto dirías que es lo que realmente ocurre, cuando de lejos la observas; mas cuando cerca de ella te llegas, parece sin más una escarpada roca o un saliente del Sípilo. Pero ella, dando [305] satisfacción a la devastadora cólera de los bienaventurados, llora aún entre las rocas, semejante a una mujer afligida 55 .

Unos a otros se iban causando una matanza y una muerte dolorosa. Pues el terrible Tumulto daba vueltas en medio de los ejércitos; cerca de él se hallaba el funesto fin que trae [310] consigo Tánato; y a su alrededor deambulaban las perniciosas Keres acarreando esa luctuosa matanza. En el polvo se quebraron aquel día los corazones de muchos troyanos y argivos, y se alzaba un gran griterío. Pues no cesaba la gran cólera de Pentesilea, sino que, como una leona en las altas [315] montañas salta sobre las vacas tras haberse precipitado a través de un valle de profundos riscos, ávida de la sangre que mucho le reconforta el corazón, así saltó entonces sobre los dánaos la doncella Aréyade. Ellos hacia atrás se retiraban con el corazón estupefacto; y ella los perseguía, como la [320] ola del mar de sordo retumbo a las rápidas naves, cuando el viento presuroso despliega las blancas velas y rugen por todos lados los promontorios, al bramar el ponto contra la extensa orilla de la costa: así perseguía y diezmaba ella los escuadrones de los dánaos; y los amenazaba, henchida de gran [325] orgullo en su corazón:

«¡Ah, perros! ¡Cómo vais a pagar hoy la alevosa afrenta cometida contra Príamo! Pues nadie escapará a mi fuerza para ser la alegría de sus queridos padres, hijos y esposas: al morir, yaceréis como pasto de las aves y las fieras, y ni un [330] túmulo de tierra siquiera caerá sobre vosotros. ¿Dónde está ahora la fuerza del Tidida? ¿Dónde la del Eácida 56 ? ¿Dónde también la de Ayante 57 ? Pues es fama que ellos son los mejores, pero no se atreverán a combatir cara a cara contra mí, no sea que sus almas, arrancadas de sus miembros, las arroje yo entre los muertos».

[335] Dijo, y, con orgullosos pensamientos, se lanzó sobre los argivos con una violencia semejante a la de Ker 58 . Abatió a una buena parte del ejército, unas veces con su hacha de corte profundo, y otras blandiendo su aguda jabalina; su ágil [340] caballo le portaba el carcaj y el arco inexorable, por si en medio del tumulto sangriento le sobrevenía la necesidad de las dolorosas flechas y del arco. Rápidos guerreros la seguían, los hermanos y amigos de Héctor, que de cerca combatía, respirando al poderoso Ares 59 en su pecho; éstos diezmaban [345] a los dánaos con sus bien pulidas lanzas de fresno. Ellos, semejantes a ligeras hojas o a gotas de agua, caían uno tras otro, y mucho gemía una indescriptible tierra, bañada en sangre y cubierta de cadáveres, mientras los caballos, traspasados por flechas o por lanzas de fresno, relinchaban por [350] última vez al exhalar su ímpetu vital. Ellos 60 , agarrando el polvo a manos llenas, se convulsionaban; y los caballos troyanos, lanzados a la carrera desde atrás, como a la mies los pisoteaban, al haber caído entre los muertos.

Uno de los troyanos, con enorme alegría, se maravilló cuando vio a Pentesilea lanzarse por entre el ejército, semejante [355] a una oscura tempestad que en el ponto se desencadena cuando la fuerza del sol llega a Capricornio 61 ; y con vanas esperanzas dijo:

«Amigos, ¡qué evidente es que hoy ha venido del cielo una de las inmortales, para luchar contra los argivos y darnos [360] satisfacción de acuerdo con la voluntad de tenaz decisión de Zeus, que rápido se ha acordado de Príamo, de gran vigor, quien le ha hecho ver que posee su sangre inmortal! Pues no creo estar viendo a esta mujer, tan audaz y con esas espléndidas armas, sino a Atenea, o a Enío 62 , de violento [365] ánimo, o a Eris, o a la ilustre Letoide 63 ; y creo que ella hoy sobre los argivos va a arrojar la muerte luctuosa y que va a incendiar con devastador fuego sus naves, en las que antaño vinieron a Troya maquinando contra nosotros males: vinieron [370] para traernos una irrefrenable aflicción a manos de Ares, pero no regresarán a la Hélade otra vez para ser la alegría de su patria, puesto que una divinidad nos protege».

Así habló uno de los troyanos, con total alegría en su corazón. ¡Insensato!, pues no se imaginó el penoso desastre que se precipitaba sobre él mismo, sobre los troyanos y sobre [375] la propia Pentesilea. Todavía no había llegado el horrísono fragor a oídos de Ayante, de poderoso ánimo, y de Aquiles, destructor de ciudades, sino que ambos estaban echados en torno a la tumba del Menecíada 64 recordando a su [380] compañero, y el duelo mantenía a cada uno en un lado. A ellos uno de los bienaventurados los retenía lejos del tumulto, para que muchos cumpliesen su doloroso destino abatidos a manos de los troyanos y de la noble Pentesilea, que, precipitándose contra ellos [***] 65 , albergaba nefastas intenciones; se acrecentaban aún más su fuerza y su audacia [385] por igual; y nunca se lanzaba en vano a la refriega, sino que siempre desgarraba las espaldas de los que huían o el pecho de quienes se abalanzaban de frente. Estaba toda ella bañada en sangre caliente; sus miembros eran ligeros cuando se lanzaba a la carrera; la fatiga no sometía su intrépido corazón, sino que poseía un ímpetu inquebrantable. Pues a ella [390] todavía […] 66 la glorificaba el malvado Destino; mas, situado lejos de la batalla, se gloriaba éste de una forma funesta, porque no mucho después iba a abatir a la doncella a manos del Eácida; las tinieblas lo ocultaban alrededor; a ella la hostigaba de continuo sin dejarse ver y la conducía hacia una [395] aciaga muerte, glorificándola por última vez 67 . Ella aniquilaba a uno en cada lado: como cuando, lanzándose dentro de un jardín cubierto de rocío, una ternera en primavera, deseosa de deliciosa hierba, se precipita, al no encontrarse allí el amo, de uno a otro lado, dañando todas las plantas que recientemente han brotado, y a unas las devora y a otras las [400] destroza con sus patas; así, lanzada entre la multitud contra los hijos de los aqueos, la doncella Enialia 68 a unos los mató y a otros los puso en fuga.

Las troyanas a lo lejos admiraban las belicosas hazañas de esa mujer. Entonces el deseo de batallar se apoderó de Hipodamía, la hija de Antímaco y esposa de Tisífono, firme [405] en la lucha 69 . Enardecida en su poderoso espíritu, pronunció audaces palabras, animando así a sus compañeras al luctuoso combate; la audacia le despertó ese vigor 70 :

«¡Amigas, dotemos a nuestro pecho de un valiente corazón, semejante al de nuestros maridos, que por la patria luchan [410] contra los enemigos en defensa nuestra y de nuestros hijos, sin tomarse nunca un respiro en esta calamidad! 71 . ¡Infundamos pasión también nosotras a nuestro espíritu y atendamos a esa misma batalla! Pues no vamos tan a la zaga [415] de los hombres de gran vigor, sino que el ímpetu que hay en ellos, también está en nosotras; iguales son los ojos y las rodillas, semejante es todo, común a todos es la luz y el aire que a raudales corre, y no es distinto el alimento. ¿Qué otro privilegio dispuso la divinidad para los hombres? Por tanto, [420] ningún miedo tengamos de la batalla. ¿Es que no veis cómo esa mujer supera con mucho a los hombres que de cerca combaten? Próximas a ella no se hallan ni su familia ni su ciudad, y sin embargo, en defensa de un rey extranjero lucha de corazón y de los hombres se despreocupa, en tanto que [425] infunde a su espíritu audacia y un funesto designio. A nuestros pies, por el contrario, yacen aquí y allá las desgracias: a unas sus queridos hijos y esposos se les han muerto en torno a la ciudad, otras lloramos a nuestros padres que ya no existen, otras se afligen por la pérdida de sus hermanos y parientes; [430] no hay nadie que no tome parte en una calamitosa desdicha, y nuestra única esperanza es contemplar el día de la esclavitud. Por tanto, atormentadas como estamos, no demoremos más el combate, pues vale más morir en la batalla que luego, por penosa obligación, con nuestros hijos pequeños [435] ser conducidas por extranjeros al cautiverio, una vez la ciudad esté incendiada y nuestros maridos ya no existan».

Así dijo, y a todas ellas les sobrevino el deseo del odioso fragor: con precipitación se apresuraron a salir en armas delante de la muralla, deseosas de socorrer a su ciudad y a sus [440] gentes; muy excitado se encontraba su ánimo. Como cuando dentro de una colmena mucho zumban las abejas por no ser ya invierno, cuando se preparan para ir al prado y no les es grato quedarse dentro, sino que se invitan unas a otras a dirigirse fuera, así las troyanas, apresurándose camino de la refriega, se animaban las unas a las otras: lejos dejaron sus [445] lanas y canastillas y a las dolorosas armas echaron mano. Y entonces fuera de la ciudad junto con sus maridos y las fuertes Amazonas habrían aquéllas perecido en la batalla, si a ellas, lanzadas a la carrera, no las hubiera detenido la de prudentes pensamientos, Teano 72 , que las habló con sabias [450] palabras:

«¿Por qué al terrible tumulto, deseosas de echaros al combate, ¡desdichadas!, de forma insensata os lanzáis, vosotras que nunca antes os echasteis a combatir en la batalla, pero que ahora, inexpertas como sois, ardéis en deseos de una insufrible hazaña? Pues no será vuestra fuerza igual a [455] la de los dánaos, que bien saben batallar. A las Amazonas, en cambio, desde un principio les agradaron el inexorable combate, la equitación y cuantas tareas ocupan a los hombres; por ello siempre aflora en ellas un ánimo belicoso y no son inferiores a los hombres, ya que ese adiestramiento ha [460] acrecentado la gran fuerza de su ánimo y les impide a sus rodillas temblar. Y ella es fama que es hija del poderoso Ares (por tanto, no le conviene a ninguna mujer convertirse en su rival), o tal vez sea una de las inmortales, que ha acudido en respuesta a nuestras plegarias. Todos los hombres tienen el mismo origen, pero cada uno se dedica a una tarea, [465] y la mejor tarea es aquella que realiza uno que en sus mientes posee los debidos conocimientos. Así pues, apartaos del estruendoso combate y aprestaos al telar dentro de vuestras [470] mansiones: nuestros maridos se cuidarán de la guerra. Pronto habrá esperanza de una buena ventura, porque vemos morir a los aqueos y se incrementa la fuerza de nuestros guerreros. No hay miedo a una desgracia, pues ni los implacables enemigos tienen asediada la ciudad, ni existe la dolorosa necesidad de que incluso combatan las mujeres».

[475] Así habló. Ellas la obedecieron, por ser de mayor edad, y sólo de lejos contemplaron ya la batalla. Aún estaba Pentesilea abatiendo a los ejércitos: temblaban todos los miembros de los aqueos, y no había para ellos modo de escapar a la luctuosa muerte, sino que perecían como cabras baladoras [480] bajo las terribles mandíbulas de una pantera. No se apoderaba ya de esos guerreros el deseo de batallar, sino el de huir: cada uno iba por un lado, unos tras arrojar sus armas de los hombros al suelo, otros incluso con sus armas; también los caballos, sin sus aurigas, se daban a la fuga. Entre los que se [485] lanzaban al ataque reinaba la alegría, mas grande era la pena de los que perecían; por completo agotados, no les quedaba ya fuerza alguna. Corta vida tenían todos aquellos a los que alcanzaba ella en el aterrador frente de batalla. Como cuando una luctuosa tempestad descarga con fuerza sobre unos [490] enormes árboles en plena floración, y a unos, arrancados de raíz, los arroja por tierra, y a otros, desgarrados por el tronco, los esparce por lo alto, y, una vez tronchados, quedan amontonados los unos sobre los otros; así yacía entonces en el polvo el nutrido ejército de los dánaos, por voluntad de las Moiras 73 y por la lanza de Pentesilea.

Pero cuando las naves estaban a punto de ser incendiadas a manos de los troyanos, Ayante, firme contra el enemigo, [495] escuchó los gemidos y le dijo al Eácida 74 :

«Aquiles, un inmenso griterío ha llegado a mis oídos, como si se hubiera entablado una gran batalla. ¡Ea, vamos!, no sea que los troyanos se adelanten y junto a las naves hagan sucumbir a los argivos y a la flota prendan fuego. Sobre [500] ambos caerán entonces dolorosos reproches, pues no conviene que unos descendientes del gran Zeus deshonren el sagrado linaje de sus padres 75 , quienes también la espléndida ciudad de Troya saquearon antaño con sus lanzas en [505] compañía del valiente Heracles 76 , [***] de Laomedonte 77 . Así también creo que han de obrar hoy nuestras manos, porque en ambos se acrecienta una gran fuerza».

Así dijo, y le obedeció la audaz fuerza del Eácida, pues en sus oídos escuchó también éste un luctuoso clamor. Ambos [510] se precipitaron sobre sus resplandecientes armas; ataviados con ellas, se colocaron frente al tumulto. Mucho resonaron sus hermosas armaduras, y se excitó su ánimo de forma igual que el de Ares: tan grande fue la fuerza que a ambos, lanzados a la carrera, les concedió la Infatigable 78 [515] que el escudo agita. Los argivos se alegraron cuando vieron a esos dos poderosos guerreros, semejantes a los hijos del gran Aloeo, que un día convinieron en colocar sobre el vasto Olimpo unos enormes montes, el escarpado Osa y el Pelio de alta cima, para así alcanzar, ávidos como estaban, el [520] cielo 79 ; de tal manera tomaron posición entonces en la funesta batalla los Eácidas 80 , para gran regocijo de los ansiosos aqueos, bien dispuestos ambos a destruir las tropas de los enemigos. A muchos abatieron con sus invencibles picas: [525] como cuando dos leones, asesinos de vacas, al encontrarse en la espesura unas pingües ovejas lejos de sus queridos pastores, las matan a toda prisa, hasta beberse su negra sangre y saciar de vísceras su vientre de mucha cabida; así ambos hicieron sucumbir a ese inmenso ejército de guerreros.

Entonces Ayante acabó con Déyoco y el belicoso Hilo, [530] con Eurínomo, amante de la guerra, y el divino Enieo. Luego el Pelida acabó con Antandra y Polemusa, y también con Antíbrote, después con Hipótoe, de gran ánimo, y sobre ellas, con Harmótoe. Marchó él contra todo el ejército, en compañía del Telamoníada de gran corazón; a sus manos los [535] compactos y sólidos escuadrones sucumbieron fácil y rápidamente, como un umbroso bosque bajo el fuego al que en la espesura del monte con fuerza aviva el viento.

Cuando la valiente Pentesilea los vio lanzarse cual fieras por el espantoso tumulto, se precipitó contra ambos, como [540] en la espesura, con funesto corazón, una terrible pantera, sacudiendo de forma espantosa su cola, se abalanza contra los cazadores que la acechan, quienes, revestidos de sus armas, aguardan su acometida confiados en sus picas; así aguardaban [545] esos belicosos guerreros a Pentesilea, con sus lanzas en alto, mientras retumbaba a su alrededor el bronce con cada movimiento. La primera en arrojar su muy larga lanza fue la noble Pentesilea; llegó hasta el escudo del Eácida, pero rebotó hecha pedazos, como desde una roca: tales eran los [550] inmortales dones del muy sagaz Hefesto 81 . Ella, no obstante, con sus manos apuntaba otra impetuosa jabalina contra Ayante y a ambos amenazaba:

«Ahora de mi mano ha salido en vano una lanza, pero creo que con ésta de inmediato destruiré esa furia y ese ánimo de ambos, que os jactáis de ser, entre los dánaos, [555] hombres poderosos: más llevadero será entonces para los troyanos, domadores de caballos, el desastre de la guerra. ¡Vamos, llegaos más cerca de mí a través del tumulto, para que veáis cuánta fuerza alberga el pecho de las Amazonas! Mi origen se debe a Ares: no me engendró un varón mortal, [560] sino el mismísimo Ares, insaciable del grito de guerra; por ello mi furia es muy superior a la de los hombres».

Dijo con gran [***] 82 , y ellos se rieron. Al instante alcanzó [565] la lanza la greba toda de plata de Ayante, pero no se hundió en su hermosa piel, aun ansiosa como estaba de llegar a ella: no había decretado el destino que las luctuosas puntas de las armas enemigas se tiñeran en la batalla con la sangre de aquél 83 . Ayante no se preocupó ya de la Amazona, sino que se lanzó entonces contra el grueso de los troyanos; [570] dejó a Pentesilea sólo para el Pelión, porque en su fuero interno su ánimo sabía que para Aquiles, por violenta que ella fuera, fácil sería la empresa, como para el halcón la paloma.

Mucho se lamentó ella por haber arrojado en vano sus lanzas; entre burlas le dijo entonces el hijo de Peleo:

[575] «¡Mujer, cuán inútiles han sido las palabras con las que orgullosa llegaste, ávida de combatir contra nosotros, que, entre los héroes que sobre la tierra habitan, somos con mucho los mejores. De la estirpe del muy resonante Cronión nos jactamos de proceder: temblaba ante nosotros incluso el [580] veloz Héctor, aun cuando desde lejos nos viera lanzarnos al luctuoso combate; mi lanza lo mató, aunque era poderoso. Por completo ha enloquecido tu corazón, pues una gran osadía has cometido hoy al amenazarnos con la muerte. Pero de [585] inmediato te va a llegar tu día postrero: pues ni siquiera tu padre Ares te va a librar ya de mí, y recibirás el castigo de un aciago destino, como la cervatilla que en los montes se topa con un león asesino de vacas. O no ha llegado a tus oídos el gran número de cuerpos que junto a las desembocaduras del Janto cayeron a nuestras manos 84 , o, si te enteraste [590] de ello, los bienaventurados te han arrebatado el juicio y la mente, para que las inexorables Keres te devoren».

Tras hablar así, se lanzó con ímpetu blandiendo en su robusta mano la enorme lanza, asesina de ejércitos, que con esfuerzo había fabricado Quirón 85 . Al punto hirió a la valiente Pentesilea sobre su seno derecho, y a borbotones corrió [595] la negra sangre. De inmediato se le aflojaron los miembros y arrojó de su mano la gran segur; la noche ensombreció sus ojos y hasta el diafragma penetraron los dolores. Pero aún así recobró el aliento y vio cómo su enemigo estaba ya a [600] punto de tirarla de su veloz caballo: dudó entre desenvainar con la mano su gran espada y aguardar la acometida del rápido Aquiles, o saltar con ímpetu de su velocísimo caballo y suplicarle a ese guerrero divino y prometerle enseguida bronce en abundancia y oro, algo que en su interior ablanda [605] el corazón de los hombres mortales, por muy brusco que uno sea, por si con ellos se dejaba persuadir la devastadora fuerza del Eácida, o si, por consideración en su ánimo a su misma edad, le concedía el día del regreso, deseosa como estaba de escapar.

[610] Así meditaba eso, pero los dioses decidieron de otra manera. Pues en cuanto ella con presteza se movió, mucho se encolerizó el hijo de Peleo 86 , y al punto la traspasó tanto a ella como el cuerpo de su caballo, de huracanados cascos. Igual que en los espetones, sobre el fuego abrasador, ensarta [615] uno unas vísceras, ávido de comida, o como en los montes un cazador, tras arrojar su luctuosa jabalina, con gran ímpetu atraviesa por medio del vientre a una cierva, y, tras volar de parte a parte, su poderosa punta se clava en el tronco de una encina de alto follaje o de un pino; así entonces a Pentesilea, a la vez que a su muy hermoso caballo, de frente la [620] ensartó con su ansiosa pica el Pelida. De inmediato se mezcló ella con el polvo y con la muerte, tras haber caído con decoro por tierra; no hubo espectáculo vergonzoso que mancillara su excelso cuerpo 87 : se inclinó, todo lo grande que era, sobre su vientre, entre convulsiones alrededor de la [625] lanza, y quedó recostada sobre su rápido caballo. Como un abeto tronchado por la violencia del helador Bóreas, el más alto por los extensos valles y el bosque, al que, para su propia gloria, nutre junto a un manantial la tierra; tal se desplomó de su veloz caballo Pentesilea: por muy admirable que ella fuera, se quebrantó su vigor.

Cuando la vieron morir en la batalla, los troyanos, temblorosos, [630] a toda prisa se precipitaron hacia la ciudad, por un gran dolor afligidos en su corazón. Como cuando, tras desencadenarse el viento sobre el vasto ponto, unos marineros, a pesar de haber perdido su nave, escapan a la muerte, sólo [635] unos pocos que mucho han penado dentro del calamitoso mar, y por fin se les aparece cerca la tierra y también una ciudad, y ellos, con todos sus miembros agotados por la luctuosa fatiga, salen del mar a la carrera, muy apenados por su nave y por sus compañeros, a los que bajo terribles tinieblas arrastró la ola; así los troyanos, una vez habían huido de la [640] guerra hasta la ciudad, lloraban todos a la hija del invencible Ares y a los ejércitos que en el luctuoso combate habían perecido.

Exultante ante ella, mucho se ufanaba el hijo de Peleo:

«Yaz ahora en el polvo como pasto de perros y aves, ¡desdichada! ¿Quién te engañó para que te enfrentaras a mí? [645] ¿Acaso anunciaste que regresarías de la batalla y te llevarías indecibles regalos entregados por el anciano Príamo, después de matar a los argivos? Pero ese propósito tuyo no lo cumplieron los inmortales, ya que somos con mucho los mejores héroes 88 , gran luz para los dánaos y calamidad para los [650] troyanos y para ti, infortunada, pues las tenebrosas Keres y tu propio espíritu te incitaron a abandonar las tareas de las mujeres y a encaminarte a la guerra, ante la que incluso los hombres tiemblan».

Tras hablar así, extrajo el hijo de Peleo su lanza de fresno del veloz caballo y de la terrible Pentesilea; ambos se [655] convulsionaban, abatidos por una sola pica. De la cabeza le quitó su casco resplandeciente, semejante a los rayos del sol o al fulgor de Zeus; incluso caída ella entre el polvo y la [660] sangre, su rostro, bajo sus encantadoras cejas, se mostró hermoso, a pesar de estar muerta. Los argivos la rodearon y, cuando la vieron, se maravillaron, porque se asemejaba a los bienaventurados. Pues yacía por tierra entre sus armas, como la indomable Ártemis, hija de Zeus, mientras duerme, [665] cuando tiene sus miembros agotados después de haber estado disparando por los altos montes a los rápidos leones. La hizo entonces admirable, aun entre los muertos, la propia Cípride de hermosa corona, compañera de lecho del poderoso Ares 89 , para así causar aflicción incluso al hijo del irreprochable Peleo. Muchos desearon, cuando hubieran regresado [670] a sus casas, poder acostarse en sus lechos con una esposa como ella. También Aquiles sentía sin cesar gran tormento en su corazón, por haberla matado y no habérsela llevado como su divina mujer a Ftía, de hermosos potros, ya que por su talla y su belleza resultaba ella intachable e igual a las inmortales 90 .

[675] En su fuero interno a Ares, lleno de aflicción su corazón, le invadió el dolor a causa de su hija. De inmediato saltó del Olimpo, semejante al terrible rayo, siempre resonante, que Zeus envía y que de su infatigable mano se precipita resplandeciente sobre el ponto infinito o sobre la tierra, y a cuyo [680] alrededor se estremece el gran Olimpo; tal se precipitó Ares con sus armas a través del anchuroso aire, muy apenado en su corazón una vez se enteró del aciago destino de su hija, pues mientras marchaba por el amplio cielo, las Auras, diosas hijas de Bóreas 91 , le contaron el aciago fin de la doncella. [685] Él, cuando lo escuchó, igual a un huracán se posó sobre los montes ideos 92 : bajo sus pies se sacudían los enormes valles y los barrancos de profundas simas, los ríos y todos los ilimitados pies del Ida. Y entonces a los mirmídones 93 les hubiera ocasionado un día cargado de lamentos, si [690] el propio Zeus no lo hubiera espantado desde el Olimpo con sus terribles relámpagos y sus crueles rayos, que ante sus pies volando cayeron en tropel, a través de un cielo despejado, con unas tremendas llamaradas. Él, al contemplarlos, comprendió la muy rugiente advertencia de su resonante padre, y se detuvo, a pesar de que iba lanzado al tumulto de la [695] guerra. Como cuando desde una escarpada atalaya con violencia arranca una piedra de descomunal tamaño, a la par que los vientos, la lluvia de Zeus, o tal vez la lluvia y el rayo, y retumban los valles al rodar ella con gran violencia, y bajo un incansable estruendo se precipita ésta con frecuentes [700] rebotes, hasta que llega a un lugar llano y al punto se detiene, a pesar de sus deseos; así Ares, el poderoso hijo de Zeus, en contra de su voluntad, aunque estaba ansioso, se detuvo, porque ante el soberano de los bienaventurados por igual [705] ceden todos los Olímpicos, ya que es con mucho el mejor de ellos y posee una fuerza indescriptible. Su impetuosa mente lo apremiaba, mientras daba él vueltas a muchas ideas, unas veces, temblando ante la terrible amenaza del muy indignado Crónida 94 , a regresar al cielo; otras, a no preocuparse de [710] su padre, sino bañar sus indestructibles manos en la sangre de Aquiles. Pero al final su corazón le recordó cuántos hijos de Zeus fueron en la guerra también abatidos, a los que ni siquiera él en el momento de su muerte pudo socorrer 95 . Por ello marchó entonces lejos de los argivos, pues, igual que [715] los Titanes, iba a yacer abatido por un luctuoso rayo 96 , si maquinaba otra cosa en contra de la voluntad del inmortal Zeus 97 .

Entonces los belicosos hijos de los argivos de gran vigor con presteza despojaron de sus ensangrentadas armas a los cadáveres, precipitándose por todas partes. Muy afligido se hallaba el hijo de Peleo al contemplar en el polvo la encantadora gracia de la doncella; por ello desgarraban su corazón [720] funestos sufrimientos, igual que antaño, cuando fue abatido su compañero Patroclo. Mas Tersites 98 en su cara lo injurió con malvadas palabras:

«¡Aquiles, de horribles entrañas! ¿Cómo es que en tu pecho una divinidad ha seducido tu ánimo a causa de una nefasta Amazona, que contra nosotros muchos males ansiaba [725] maquinar? Tú, que en tus entrañas posees un corazón loco por las mujeres, te preocupas como si se tratara de una muy prudente esposa, a la que con regalos pretendiste deseoso de convertirla en tu legítima mujer. ¡Ojalá se hubiera ella adelantado en el combate a alcanzarte con la lanza, ya [730] que demasiado se deleita tu corazón con las mujeres y en tus perniciosas entrañas, cuando ves a una, nada te cuidas de las gloriosas hazañas a la excelencia debidas! ¡Desdichado! ¿Dónde están ahora tu fuerza y tu cordura? ¿Dónde el ímpetu de un rey irreprochable? ¿Es que desconoces cuánto pesar [735] les ha sobrevenido a los troyanos, locos por las mujeres? Pues nada hay más funesto para los mortales que el placer ávido de lecho, que vuelve insensato a un hombre por muy prudente que sea. Al esfuerzo acompaña la gloria: al guerrero valiente le son gratas la fama de la victoria y las hazañas de Ares, mientras que al que huye de la guerra le gusta la [740] cama de las mujeres 99 ».

Con grandes injurias le habló, y en su corazón mucho se irritó el Pelida, de gran ánimo. Al punto, con su fuerte mano le golpeó entre la mandíbula y la oreja: todos sus dientes a la vez salieron desparramados por el suelo, y él mismo cayó [745] de cabeza; por su boca salía la sangre a borbotones; de inmediato escapó de sus miembros el ánimo cobarde de ese hombre inútil. Se alegró entonces el ejército de los aqueos, pues a ellos, siendo como era él un canalla, sin excepción los injuriaba con su malvada palabrería: era él, pues, la vergüenza [750] de los dánaos. Y uno de los argivos, ágiles en el combate, dijo así:

«No está bien que con los reyes sea insolente un hombre inferior, ni en público ni a escondidas, porque una terrible cólera entonces lo acosa: hay justicia, y a la lengua desvergonzada la castiga Ate 100 , que a los mortales no hace sino acarrearles de continuo dolor tras dolor».

[755] Así habló uno de los dánaos, e, indignado en su corazón, el Pelida de gran ánimo le dirigió tales palabras:

«Yaz ahora en el polvo, olvidado de tus insensateces, pues con un hombre superior no debe medirse uno malvado como tú, que ya antes también el paciente corazón de Odiseo [760] con crueldad turbaste, al proferir innumerables denuestos. Pero yo, el Pelida, no me he mostrado contigo igual, pues he quebrado tu ánimo, incluso sin haberte golpeado con toda la fuerza de mi robusta mano. A ti te ha envuelto un inexorable destino, y por tu debilidad has perdido la vida. ¡Ea!, márchate lejos de los aqueos y entre los muertos pronuncia [765] tu palabrería».

Así habló el intrépido hijo del Eácida de audaz espíritu. El Tidida fue el único de los argivos que se irritó con Aquiles por la estrepitosa muerte de Tersites, ya que aseguraba ser de su misma sangre, pues era él el poderoso hijo del noble [770] Tideo, y aquél el de Agrio, igual a un dios, de Agrio, que era hermano del divino Eneo; y Eneo engendró un hijo, belicoso entre los dánaos, Tideo, del que nació a su vez un fornido hijo, Diomedes 101 . Por ello se disgustó él con la muerte de Tersites 102 . Y entonces habría alzado sus manos [775] contra el Pelión, si no lo hubieran detenido los mejores hijos de los aqueos, que en tropel mucho lo apaciguaron; así también al otro lado retuvieron al propio Pelida. Iban ya a contender con las espadas los caudillos de los argivos, pues les [780] incitaba una nefasta cólera. Pero ellos hicieron caso a los consejos de sus compañeros 103 .

Muy compadecidos de la insigne Pentesilea, los reyes Atridas 104 , llenos también ellos de admiración, permitieron a [785] los troyanos llevársela con sus armas a la ciudad del muy glorioso Ilo 105 , cuando escucharon el mensaje enviado por Príamo: dentro de sí anhelaba él depositar en la gran tumba del opulento Laomedonte 106 , junto con sus armas y su caballo, a la doncella de poderoso ánimo. Y así erigió para ella [790] una pira, elevada, ancha, delante de la ciudad; encima colocó a la doncella con abundantes riquezas, cuantas convenía que en el fuego ardieran junto con el cadáver de una reina de hermosas posesiones. Y la devoró la gran furia de Hefesto, la llama devastadora; las gentes alrededor, cada uno por [795] su lado, rápidamente apagaron luego la pira con oloroso vino. Tras recoger sus huesos, en abundancia vertieron sobre ellos dulce ungüento, y los colocaron en una cóncava urna; en torno a ellos echaron por encima la pingüe grasa de una vaca que destacaba entre los rebaños que en los montes [800] ideos pacen. Tras llorarla como si se tratara de su querida hija, los troyanos, muy afligidos, la enterraron junto a la bien construida muralla, sobre una descollante torre al lado de los restos de Laomedonte, para dar así satisfacción a Ares y a la propia Pentesilea 107 . A su lado sepultaron también a cuantas Amazonas la habían acompañado al combate [805] y habían sido abatidas por los argivos, pues no les negaron los Atridas la tumba de muchos llantos, sino que a los troyanos, hábiles guerreros, les permitieron retirarlas del alcance de los dardos, igual que a los otros que también habían perecido. Pues contra los muertos no hay resentimiento, sino que son dignos de compasión los enemigos cuando ya no [810] existen, una vez han perdido la vida.

Los argivos, por su parte, entregaron al fuego los cuerpos de muchos héroes que, al igual que aquéllos, perecieron y fueron abatidos a manos de los troyanos en el frente de batalla. Gran aflicción sintieron por sus muertos, pero, más que a ningún otro, lloraban al valeroso Podarces. Pues en el [815] combate no iba él a la zaga de su noble hermano Protesilao; mas ya hacía tiempo que el excelso Protesilao yacía víctima de Héctor, y ahora aquél, herido por la lanza de Pentesilea, había causado también a los argivos una amarga pena 108 . Por ello, lejos de él enterraron la masa de cadáveres; y sólo [820] a aquél le erigieron con gran esfuerzo una tumba muy visible, ya que audaz había sido su corazón. Y tras sepultar aparte el miserable cuerpo del inútil Tersites, se encaminaron a las naves, de hermosas proas, para de todo corazón glorificar al Eácida Aquiles. Y cuando la resplandeciente [825] Eos había marchado bajo el Océano y en torno a la tierra se extendió la divina Noche 109 , entonces en las tiendas del opulento Agamenón banqueteó el violento Pelida; con él los [830] demás caudillos disfrutaron en el festín hasta la llegada de la divina Eos.


1 Patronímico aplicado a Aquiles como «hijo de Peleo». Optamos por transcribir este Pēleíōn con su forma correspondiente y no dejarlo en un simple «Pelida» (de Pēleídēs ), forma a la que sin más distinción suelen recurrir los traductores (de Quinto o de cualquier otro autor épico) por ser desde HOMERO la más corriente y divulgada como patronímico de este héroe (si bien aquél es igualmente homérico).

2 Se resumen en este comienzo, que, por cierto, no presenta la habitual y ya tópica invocación a un dios o a la Musa como fuente de inspiración, los sucesos finales narrados en la Ilíada (muerte y funerales de Héctor), poema con el que enlaza directamente Quinto, quien de este modo se presenta como claro continuador de Homero; tal vez por ello se omita precisamente esa invocación introductoria.

3 Otro habitual calificativo de Aquiles, que por su padre Peleo era nieto de Éaco, hijo de Zeus y legendario rey de la isla de Egina.

4 El Escamandro es el célebre río de la Tróade que, por su cercanía a Troya, tiene ya notable presencia en la Ilíada . Se le califica aquí de «ideo» por su proximidad también al monte principal de la región, el Ida.

5 En estos últimos versos se recuerdan algunas de las hazañas que Aquiles lleva a cabo en los cantos XXI y XXII de la Ilíada , cuando regresa al combate después de la muerte de su querido Patroclo: la gran masacre que a orillas y dentro del Escamandro provoca entre los troyanos y sus aliados peonios (Il . XXI 1-210); su devastadora persecución de los enemigos cuando se retiran a Troya en desbandada (Il . XXI 520-611); y la muerte de Héctor y el maltrato de su cadáver (Il . XXII 248-404 y también XXIV 14-21, si bien el detalle concreto de que Aquiles arrastró alrededor de la ciudad de Troya el cuerpo de Héctor, atado con correas a su carro, es posterior a Homero: se encuentra en EURÍPIDES , Andr . 107s. y luego en VIRGILIO , En . I 483). Pero al final se evoca también un episodio anterior a los acontecimientos de la Ilíada , ya que éste se desarrolla a comienzos de la guerra: en una travesía por mar, camino aún de Troya, Aquiles conquista hasta doce ciudades vecinas, como se recuerda en Il . IX 328 y Od . III 105 s.

6 Río de la Capadocia tradicionalmente asociado a las Amazonas, pues, según ciertas leyendas, a sus orillas se hallaba Temiscira, capital del imaginario país de estas mujeres guerreras: cf. ESQUILO , Prometeo Encadenado 723-725; DIODORO DE SILICIA , IV 16, 1; APOLODORO , Bib . II 5, 9.

7 Quinto parece contaminar los dos motivos que en otros autores se atestiguan para la presencia de Pentesilea en Troya: según afirma TZETZES en Posth . 14-19, en los relatos de HELÁNICO (F. Gr. Hist . I A, 4, fr. 149) y Lisias (¿?) ésta acude a la guerra en busca de gloria; en cambio, en DIODORO DE SILICIA (II 46, 5), APOLODORO (Epít . V 1) y SERVIO (Com. a En . I 491), se presenta en Troya para purificarse del crimen involuntario cometido contra su hermana Hipólita (tal sería el resultado de combinar los datos parciales de estos tres autores). Esta última versión, que tal vez se remonte a la Etiópida , trataba sin duda de justificar de algún modo la presencia de Pentesilea como aliada de los troyanos, ya que en principio las Amazonas eran sus enemigas tradicionales, según se atestigua en Il . III 188 s., donde Príamo manifiesta haber combatido contra ellas en su juventud.

8 Las Erinies son tradicionalmente las diosas encargadas de castigar a los parricidas (independientemente de que su crimen haya sido voluntario o no). La misma necesidad de aplacar a estas diosas vengativas la hallamos en APOLONIO DE RODAS , Arg . IV 698-717.

9 El breve catálogo de estas doce Amazonas se inspira en el de las Nereidas de Il . XVIII 39-49. Sus nombres, salvo el de Hipótoe, ya mencionada por HIGINO (Fáb . 163, 1) como Amazona y por TZETZES (Posth . 176) como parte también de las tropas de Pentesilea, son aparentemente invención del propio Quinto, que para ellas en general ha recurrido a unos definitorios nombres parlantes: Clonia es «La tumultuosa», Polemusa «La que guerrea», Derínoe «La de mente combativa», Evandra «La muy varonil», Antandra «La pareja a un hombre», Bremusa «La bramadora»…

10 Como se podrá observar sobre todo en el libro II, Eos es en QUINTO DE ESMIRNA la diosa del día (de ahí que no hayamos traducido su nombre por «Aurora», en referencia únicamente al amanecer), y por tanto, la encargada no ya sólo de disipar la noche y traer la luz, sino también de propagarla a lo largo de toda la jornada hasta el ocaso durante su recorrido en carro por la bóveda celeste.

11 Las doce Horas, fieles compañeras de Eos, situadas a lo largo de la órbita del sol, representan aquí por igual las doce horas del día o los doce signos zodiacales (cf. II 501-506) y al mismo tiempo presiden también las estaciones (cf. II 594-602).

12 Pentesilea es hija del dios Ares, considerado habitualmente padre también de las Amazonas Hipólita y Antíope (que aparecen en las leyendas de Heracles y Teseo) o incluso de las Amazonas en general.

13 Iris parece ser aquí considerada una mera personificación del arco iris, si bien luego aparecerá en su tradicional papel de mensajera y asistente de los dioses.

14 Este símil en que se presenta a un hombre aquejado de oftalmía resulta ser uno de los más originales y precisos de Quinto de Esmirna. Para S. E. BASSET («The Laocoon episode…», pág. 251), junto con la minuciosa descripción de los síntomas del glaucoma de Laocoonte en XII 395-417, demuestra ciertos conocimientos oftálmicos por parte de Quinto. Cf. introducción.

15 Príamo, cuyo padre Laomedonte fue el anterior monarca de Troya, rey perjuro por excelencia que engañó a Apolo y Posidón para que rodearan con inexpugnables murallas su ciudad a cambio de un salario que luego no les pagó (cf. HOMERO , Il . VII 452s. y XXI 441-457; HELÁNICO , F. Gr. Hist . I A, 4, fr. 26a y b; PÍNDARO , Ol . VIII 31-47; APOLODORO , Bib . II 5, 9; HIGINO , Fáb . 89, 1…), y que igualmente prometió entregarle a Heracles, en recompensa por la liberación de su hija Hesíone (dispuesta para ser sacrificada a un monstruoso cetáceo que había enviado Posidón como castigo por la anterior afrenta), los caballos divinos que en otro tiempo Zeus le regaló a Tros, abuelo de Laomedonte, como reparación por el rapto de su hijo Ganimedes, y que finalmente no le dio a pesar de cumplir Heracles lo acordado: cf. HOMERO , Il . XX 145-148; HELÁNICO , F. Gr. Hist . I A, 4, fr. 26b; DIODORO DE SILICIA , IV 42, 1-7; APOLODORO , Bib . II 5, 9; VALERIO FLACO , Arg . II 451-578; HIGINO , Fáb . 89, 2-4…); tiempo después, el héroe se vengó preparando una expedición militar contra la ciudad, que supuso la primera Guerra de Troya y que acabó con su conquista y saqueo, en el que Heracles mató a Laomedonte y a todos sus hijos, a excepción precisamente de Príamo: cf. HOMERO , Il . V 640-642; HELÁNICO , F. Gr. Hist . I A, 4, fr. 26b; PÍNDARO , Ístm . VI 26-35; DIODORO DE SILICIA , IV 32, 1-5; APOLODORO , Bib . II 6, 4; HIGINO , Fáb . 89, 4.

16 En estos versos de I 85-92 nos encontramos con la típica escena de recepción del guerrero, que QUINTO va a repetir en esquemas muy similares con la llegada de Memnón (II 111-123) y de Eurípilo (VI 133-185).

17 Nótese cómo Pentesilea (a diferencia de Memnón en II 148-155) se muestra orgullosa e imprudente y realiza unas promesas desmesuradas que desde el primer momento el poeta épico omnisciente advierte que en modo alguno ésta va a ser capaz de cumplir y que van a suponer bien pronto su ruina.

18 Una buena muestra de la presencia que en Quinto tiene la doctrina del estoicismo es la importancia que en su obra alcanzan las distintas figuras que representan al destino ineludible (cf. F. A. GARCÍA ROMERO , «El Destino en los Posthomerica …», págs. 101-106): como luego con la Kḗr o la Moîra , aquí nos encontramos con la Aîsa , el «Destino» como mera abstracción convertida apenas en divinidad (de ahí que la hayamos adaptado con su correspondiente traducción). Es distinto el caso de Tánato, abstracción ahora de la Muerte, pero con mucha mayor identidad y tradición mítica (por ello en esta ocasión hemos respetado la transcripción de su nombre): representado como un joven alado, es ya mencionado por HESÍODO como hijo de la Noche (Teog . 212) y tiene ciertas actuaciones concretas: lucha contra Heracles por el alma de Alcestis (en EURÍPIDES , Alc . 840-849 y 1139-1142) y es encadenado por el astuto Sísifo y luego liberado por Ares (según FERECLDES , F. Gr. Hist . I A, 3, fr. 119).

19 Patronímico de Andrómaca, «hija de Eetión», rey de la vecina Tebas Hipoplacia, que Aquiles tiempo atrás conquistó y saqueó con la consiguiente muerte del monarca: cf. Il . VI 395-397 y 414-424.

20 El Óneiros designa concretamente al «Ensueño», esto es, a aquellas imágenes que se ven durante el hýpnos , el «sueño» entendido, a diferencia de lo anterior, como la acción misma de dormir, para la que también existe una abstracción, Hipno, tradicionalmente considerado hermano de Tánato: cf. HOMERO , Il . XIV 231 y XVI 682, y HESÍODO , Teog . 211 s.

21 Epíteto de Atenea ya varias veces empleado por HOMERO (Il . IV 515, VIII 39…), pero de complicada interpretación. Se suele explicar como una referencia al nacimiento de Atenea junto al río Tritón (cf. HESÍODO , fr. 343 MERKELBACH -WEST ), río localizado en Arcadia o en el norte de África, donde se encuentra también la laguna Tritónide, igualmente asociada a esta diosa (cf. PAUSANIAS , IX 33, 7).

22 Se imita aquí el célebre episodio del «Sueño de Agamenón» (HOMERO , Il . II 5-75), en que es Zeus quien, tramando una derrota de los aqueos, envía al Ensueño para incitar con excusas a su caudillo supremo a retomar el combate. No obstante, es probable que Quinto no esté aquí aplicando sin más este motivo a su personaje, sino que tal «Sueño de Pentesilea» responda a una auténtica tradición, pues también lo hallamos (en otras circunstancias, pero con la misma intención) en TZETZES , Posth . 119-135.

23 Existía en la Antigüedad la creencia de que los sueños tenidos antes de la media noche resultaban engañosos y los inmediatamente anteriores al amanecer, en cambio, veraces: cf. PLATÓN , Critón 44a; HORACIO , Sátiras I 10, 31-35; OVIDIO , Heroidas XIX 195.

24 Epíteto de Eos que se refiere a ella como «nacida de la mañana». Quinto lo emplea con gran frecuencia, hasta el punto de convertirse en un nombre más de la diosa del día (cf. nota 10).

25 Se trata de la péltē , el escudo de los tracios con forma de luna en cuarto creciente: cf. HERÓDOTO , VII 75; EURÍPIDES , Alc . 498; ARISTÓFANES , Lis . 563; y especialmente, VIRGILIO , En . I 490 s., donde aparecen la propia Pentesilea y sus Amazonas con tales escudos.

26 En esta escena típica de equipamiento del guerrero, Quinto dota a Pentesilea de un armamento variado y excesivo: en este pasaje se ciñe la Amazona las armas distintivas de los hoplitas (poco apropiadas para combatir en el caballo en que ésta va a estar todo el tiempo montada), pero más adelante toma el hacha de doble filo (I 158s.) y, sin haber sido mencionado antes, porta el arco (I 338-341), armas que (junto con el escudo de mimbre o gérron) sí son características de las Amazonas.

27 Eris, la «Discordia», da lugar al «Juicio de Paris» y, en consecuencia, a la Guerra de Troya. Dada su naturaleza, Quinto la asocia frecuentemente a los acontecimientos de la guerra, con lo que queda estrechamente relacionada con Ares y puede explicarse aquí el trato que con ella tiene su hija Pentesilea.

28 Oritía es, efectivamente, la esposa de Bóreas, el Viento del Norte, y con él residía en Tracia, país con el que es fácil imaginar que Pentesilea tuviera también relación, ya que, además de encontrarse allí tradicionalmente los dominios de su padre Ares (por ser Tracia un lugar tenido por primitivo, salvaje y hostil), era uno de los territorios (para el otro, cf. nota 6) en que supuestamente se situaba el reino de las Amazonas (de hecho, la Etiópida presentaba a Pentesilea como venida de Tracia, según parece desprenderse del resumen de PROCLO , pág. 105, líns. 22-24 ALLEN ).

29 Las Harpías son espantosas criaturas femeninas aladas, dedicadas a toda clase de rapiña (su nombre sugiere la idea de «Raptoras»), para lo cual están dotadas de gran velocidad (destacada ésta ya por HESÍODO en Teog . 267-269).

30 Las Keres (hijas de la Noche ya en HESÍODO , Teog . 217) son en Quinto de Esmirna las personificaciones por excelencia de la muerte y del destino: muy a menudo aparecen cuando se señala la suerte fatal de un guerrero o se relata el momento mismo de su caída.

31 Otro epíteto de la diosa Atenea, en el que parece haber también referencia a su relación con el río Tritón o la laguna Tritónide (cf. nota 21).

32 En la lucha que se desencadena entre los dioses Olímpicos y los Gigantes, la llamada Gigantomaquia, Atenea tiene una notable participación: de acuerdo con APOLODORO (Bib . I 6, 1s.), es ella quien se trae a Heracles para combatir al lado de los dioses —condición indispensable, según un oráculo, para su victoria final—; lucha además contra Encélado, a quien sepulta bajo la isla de Sicilia; y mata también a Palante, al cual desuella para usar su piel como protección en la batalla: origen de la famosa égida.

33 Esto es, Zeus, hijo de Crono.

34 Zeus recibe la advocación de Ideo por su relación con el Ida (cf. nota 4), en una de cuyas cimas, el Gárgaro, poseía un santuario (cf. HOMERO , Il . VIII 47s. y XVI 604s.) y se dedicaba a menudo a observar las batallas que en la llanura troyana se desataban: cf. Il . XI 181-184 y XXIV 290 s.

35 Peculiar patronímico de Pentesilea como «hija de Ares».

36 En la traducción no hemos conservado la expresión original, «en las fauces del combate», ya que preferimos ofrecer la idea que encierra tal imagen («en vanguardia», «en primera línea de combate»).

37 Dárdano, hijo de Zeus y la Atlántide o Pléyade Electra, fue quien, tras llegar por mar a la Tróade y establecerse en la región, se convirtió en el fundador de la estirpe real troyana (para un rápido repaso de ésta, cf. II 140-144).

38 Otro patronímico de Pentesilea; cf. nota 35.

39 Desde Fílace, una aldea de la Tesalia Ftiótide, Protesilao había traído un contingente de cuarenta naves. Este guerrero griego fue el primero en caer muerto en la Guerra de Troya, a poco de producirse su desembarco: según HOMERO (Il . II 698-702), murió alcanzado por un enemigo anónimo, pero la tradición posterior pretendía que había sido abatido a manos del propio Héctor. Cf. APOLODORO , Epít . III 30, e HIGINO , Fáb . 103, 1.

40 Podarces, hijo de Íficlo, es hermano de Protesilao y, a su muerte, su sucesor en el mando: tal situación la detalla ya HOMERO en el «Catálogo de las Naves» (Il . II 695-710).

41 La muerte de Podarces es la mayor hazaña que Pentesilea lleva a cabo en su corta intervención en la Guerra de Troya. Según APOLODORO (Epít . V 1), en cambio, es Macaón el caudillo al que Pentesilea da muerte (QUINTO DE ESMIRNA , como luego veremos en VI 391-435, reserva la victoria sobre éste para Eurípilo).

42 Idomeneo, cuyo padre es Deucalión, hijo del famoso rey Minos, es el caudillo del contingente cretense (cf. sus tropas en Il . II 645-652). En este primer episodio de batalla, Quinto hace repaso de los principales próceres griegos mencionados en el homérico «Catálogo de las Naves».

43 Responde a una creencia popular de época imperial (creencia en la que tiene presencia sin duda el estoicismo) la idea de que los vientos eran los conductores de las almas de los difuntos: cf. también, más adelante, II 550-587 (los mismos vientos transportan el cadáver de Memnón); IV 4-9 (hacen lo propio con el cuerpo de Glauco); V 647 s. (se recuerda cómo el alma de Heracles, en el momento de su apoteosis, se mezcló con el éter); VII 41 s. (es el alma del fallecido Macaón la que ha volado a los aires), etc.

44 Meríones, pariente de Idomeneo —el padre de aquél era Molo, quien, según APOLODORO (Bib . III 3, 1), era un hijo bastardo de Deucalión, el padre de Idomeneo—, se encuentra también al mando de los ejércitos cretenses (cf. Il . II 650 s.).

45 El hijo de Oileo es Ayante —no el Telamonio, evidentemente—, caudillo del contingente locrio, que acude a Troya con cuarenta naves (cf. Il . II 527-535).

46 Tidida, esto es, «hijo de Tideo», es el patronímico con que habitualmente se designa a Diomedes, uno de los caudillos del contingente argivo (cf. Il . II 559-568) y, tras Aquiles y Ayante Telamonio, sin duda alguna el mejor guerrero griego en Troya. Es célebre especialmente su aristeía a lo largo de todo el canto V de la Ilíada .

47 Esténelo es otro de los caudillos del ejército argivo (cf. Il . II 563 s.), habitual compañero y asistente de Diomedes en la batalla.

48 Principal ciudad del Quersoneso Tracio, situada en la costa occidental del Helesponto frente a Abido. Sesto y Abido son célebres por la leyenda de Hero y Leandro.

49 Recuérdese que Paris actúa en la batalla ante todo como arquero, hecho que está en consonancia con su carácter más bien cobarde —al menos en la Ilíada (III 15-57), pero no tanto ya en Quinto de Esmirna—, pues en la antigua poesía épica es notable el desprecio que hay por el arco como arma, ya que éste parece propio de aquellos que no se atreven a combatir cara a cara y de cerca.

50 La más importante de las islas Equínades del Mar Jonio, junto a la desembocadura del río Aqueloo.

51 El hijo de Fileo, como luego se indica, es Meges, caudillo del contingente procedente de Duliquio y las otras islas Equínades (cf. Il . II 625-630).

52 Quinto evoca aquí, a la vez que completa, la descripción que HOMERO hace de Caria en Il . II 867-875, pasaje en que se recuerdan las tropas que de esta región de Asia Menor han llegado como aliadas de los troyanos y que efectivamente capitanean Nastes y Anfímaco. El Mícale es un promontorio frente a la isla de Samos, en la desembocadura del tortuoso río Meandro; el Latmo es un monte donde supuestamente se hallaba la cueva de Endimión, el joven amado por Selene o la Luna (cf. APOLONIO DE RODAS , Arg . IV 57 s. y PAUSANIAS , V 1, 3-5); Branco fue un bello pastor del que se enamoró Apolo, tras lo cual fundó aquél en su honor el célebre oráculo de Dídima y se convirtió en el antepasado de la famosa dinastía sacerdotal de los Bránquidas (cf. CALÍMACO , fr. 229 PFEIFFER , y ESTRABÓN , XIV 1, 5); al oeste de Dídima se halla la región costera de Panormo.

53 Polipetes, hijo de Pirítoo, el famoso amigo íntimo de Teseo, comandaba junto con Leonteo el contingente de los lápitas (cf. Il . II 738-747).

54 Debido a la leyenda que a continuación se va a recordar, esta Neera tal vez sea la hija de Níobe que menciona APOLODORO en Bib . III 5, 6, y que en esta versión de Quinto (a diferencia de la de Apolodoro) habría escapado a la masacre que entre los Nióbidas provocaron Apolo y Ártemis.

55 Se evoca aquí la historia de Níobe, la hija de Tántalo que por sus insolencias contra Leto perdió a todos sus hijos, asaeteados a su vez por los de esta diosa, Apolo y Ártemis, tras lo cual acabó transformada en roca y trasladada al Sípilo, monte de su país de origen, Lidia, a cuyos pies corre el río Hermo. La leyenda, evocada ya en HOMERO (Il . XXIV 602-617), fue objeto de numerosas recreaciones literarias (cf., especialmente, OVIDIO , Met . VI 146-312), pero Quinto, debido a su gusto por las digresiones geográficas con elementos fantásticos, parece más bien evocar esta historia movido por sus impresiones personales, ya que el Sípilo se hallaba cerca de su patria. Esmirna, y el poeta podía haber observado en directo el «misterioso» fenómeno de la fuente que brotaba de esta roca con supuesta forma de mujer.

56 Aquiles (cf. nota 3).

57 Se trata de Ayante Telamonio —distinto, pues, del Ayante Oilíada antes mencionado—, el poderoso caudillo del contingente venido de Salamina (cf. Il . II 557 s.) y primo de Aquiles, a quien en estos instantes acompaña lejos de la batalla, como luego se descubre en I 376-380.

58 Esta Ker única puede ser una de las imprecisas Keres, hijas de la Noche que, como ya hemos visto (cf. nota 30), generalmente aparecen en grupo, o bien concretamente la Ker que, en Teog . 211, HESÍODO señala aparte como hija también de la Noche, mencionada junto con Moro, Tánato, Hipno, Momo… y distinta aparentemente de esas otras Keres, que en Teog . 217 aparecen, en cambio, al lado de las Moiras.

59 Es un recurso literario muy frecuente el emplear al propio dios Ares para aludir por metonimia al hecho mismo de la guerra o, como en este caso, al furor o ardor bélico manifestado en combate.

60 Se habla ahora, evidentemente, de los guerreros griegos agonizantes, y no ya de sus caballos previamente aludidos. Seguimos aquí, pues, la acertada interpretación de F. VIAN , con la que se puede conservar la lectura de los manuscritos (cf. sus Recherches …, págs. 205 s.).

61 Esto es, cuando acontece el solsticio de invierno (Quinto parece imitar a ARATO , Fenómenos 286 y 291-294).

62 Enío es una oscura diosa de la guerra (corresponde a la romana Belona), compañera por tanto de Ares: cf. Il . V 333 y 590-595 y PAUSANIAS , I 8, 4.

63 La «hija de Leto», esto es, Ártemis, diosa en realidad nada guerrera o belicosa, pero sí salvaje, indómita e igualmente letal con sus flechas.

64 El «hijo de Menecio», esto es, Patroclo, el íntimo amigo de Aquiles muerto a manos de Héctor en la Ilíada . Su tumba, según ESTRABÓN (XIII 1, 32), se encuentra en el cabo Sigeo, con lo que efectivamente se halla bastante retirada del campo de batalla troyano.

65 A mitad del verso 383 el texto se encuentra corrupto y necesariamente hay que admitir una laguna de al menos un verso; hasta la mitad, pues, del siguiente ahora establecido, con el resto de ese 383 transmitido.

66 El verso 389a, aunque ofrecido por todos los manuscritos, es incorrecto métricamente y carece de sentido en este lugar. Parece deberse más bien a un comentario marginal que trataba de explicar el sentido de los versos 389-395 («debido a que la Moira que la incitaba contra el renombrado Aquiles» es lo que aquél viene a decir simplemente) y que más tarde fue considerado un verso auténtico por algún copista.

67 Con «glorificaba», «se gloriaba» y «glorificándola» tratamos de reproducir los distintos verbos que en el texto griego original presentan en su formación la raíz de kŷdos , «gloria».

68 Pentesilea recibe la forma femenina de Enialio, el nombre de un antiguo dios de la guerra identificado con Ares. «Enialio» es ya en HOMERO un sobrenombre suyo: cf. Il . II 651, XIII 519, XVIII 309…

69 Los versos 404-406 son tremendamente confusos y ofrecen una gran variedad de lecturas: aquí seguimos la versión de F. VIAN (el tal Tisífono quizás coincida con el hijo de Príamo muerto en XIII 215, si bien aquí el nombre de este personaje plantea también problemas textuales); en la lectura de A. Köchly, que se aparta notablemente de los manuscritos y que, no obstante, siguen A. Zimmermann y A. S. Way, nos encontramos, en cambio, con una Tisífone hija de Antímaco y esposa de Meneptólemo.

70 El episodio que ahora se va a desarrollar, con el intento por parte de las mujeres troyanas de entrar en combate, parece inspirado en los acontecimientos que narra VIRGILIO en En . XI 891-895, donde la muerte de la amazona Camila provoca en las mujeres de Laurento la misma reacción de defender a toda costa su asediada patria. El papel que van a tratar de desempeñar aquí las troyanas resulta verdaderamente atípico en Quinto, ya que en su obra no tienen en general las mujeres una destacada actuación y quedan reservadas para las escenas de duelo. Resultan por tanto meramente circunstanciales los alegatos que a favor de la condición de la mujer va a pronunciar inmediatamente Hipodamía.

71 En los versos 409-412 del texto griego falta el verbo en forma personal de la oración principal, anacoluto que era imposible conservar en la traducción.

72 Teano, además de sacerdotisa de Atenea (según Il . VI 297-311), es la esposa de Anténor, el famoso troyano que fue siempre contrario a la guerra y partidario de la devolución de Helena y los tesoros robados por Paris a Menelao; cf. APOLODORO , Epít . III 28 s. y V 21, y TITO LIVIO , I 1, 1-3.

73 Diosas tradicionalmente encargadas de señalar y ejecutar el destino de cada individuo, ante todo el momento de su muerte. Bien definidas ya desde HESÍODO , que fija su número en tres y da a conocer sus nombres, si bien les atribuye dos orígenes por completo distintos: hijas de la Noche en Teog . 217 y de Zeus y Temis en 904; en Quinto cumplen un papel muy similar al de las Keres (cf. notas 30 y 58).

74 El Eácida es una vez más Aquiles, quien, como se adelantó en I 376-380, se encuentra retirado del combate en compañía de este Ayante, el Telamonio.

75 Peleo y Telamón, padres de Aquiles y Ayante respectivamente, son en Quinto hijos de Éaco (cf. nota 3). Se sigue así una tradición que sin duda se remonta al Ciclo Épico y que no se encuentra aún en HOMERO , quien no declara en ningún momento que Peleo y Telamón sean hermanos y, en consecuencia, Aquiles y Ayante primos (en HOMERO , Telamón y Ayante no son considerados, en efecto, descendientes de Éaco, pero QUINTO DE ESMIRNA llama al primero «Eácida» en IV 450 y al segundo en III 244).

76 Alusión a la primera Guerra de Troya (cf. nota 15). Es notable en ella la participación de Telamón (cf. APOLODORO , Bib . II 6, 4), mientras que la de Peleo sólo está claramente atestiguada en PÍNDARO , fr. 172 SNELL -MAEHLER , y EURÍPIDES , Andr . 796-801.

77 Tras el verso 505 hay que imaginar sin duda una laguna de un verso, en el que evidentemente se haría alusión a la venganza que Heracles se tomó para castigar el perjurio de Laomedonte (cf. también nota 15).

78 «Infatigable» (Atrytṓnē) es otro epíteto de Atenea ya empleado por HOMERO (Il . II 157, V 115…).

79 Con el propósito de alcanzar el cielo y atacar a los dioses, los llamados Alóadas, los gigantescos Oto y Efialtes, colocaron el monte Osa sobre el Olimpo y el Pelio sobre el Osa —todos ellos montes de Tesalia próximos entre sí—, pero fueron entonces víctimas de las flechas de Apolo o de un ardid de Ártemis: cf. Od . XI 305-320 y APOLODORO , Bib . I 7, 4.

80 Aquiles y Ayante (cf. nota 75).

81 Alusión a las armas que Hefesto forjó para Aquiles a petición de su madre Tetis (cf. Il . XVIII 369-617). Queda así claro que el Eácida antes mencionado, como casi siempre, no es Ayante, sino Aquiles.

82 Hay aquí una nueva laguna, que ocuparía buena parte del verso 563 conservado y el principio del siguiente ahora establecido.

83 Alusión, en apariencia, a la invulnerabilidad que tradicionalmente, al igual que a Aquiles, se le atribuía a Ayante, y que, como la de su primo, no era total: desconocida por Homero, debe remontarse a la Etiópida , que Quinto parece seguir, si bien resulta difícil afirmar esto con garantías, ya que en V 482-486 Ayante se suicida sin problemas clavándose su propia espada (cf., en cambio, las dificultades con que se encuentra en las Tracias de ESQUILO , fr. 83 NAUCK ). Parece entonces que en Quinto Ayante es inmune a los golpes de las armas enemigas, pero no a los lanzados por su propia mano.

84 Se recuerda una vez más (cf. nota 5), la masacre que Aquiles provocó en el Escamandro, río que también recibe ese nombre de Janto. Sorprende que Aquiles, que a lo largo de esta intervención está hablando en nombre también de su primo, continúe aquí usando el plural, ya que Ayante no participó en realidad en la batalla junto a ese rio.

85 El sabio Centauro Quirón (en algunas leyendas educador de Aquiles: cf. APOLODORO , Bib . III 13, 6) le había regalado en sus bodas a Peleo una magnífica lanza hecha con madera de fresno del monte Pelio, la cual luego heredó Aquiles, que era el único capaz de manejarla: cf. Il . XVI 140-144.

86 Sin corregir los manuscritos (se hace a partir de A. Köchly, pero lo evita F. Vian), se entiende que Pentesilea, una vez se ha decidido por la segunda de las alternativas que meditaba, se mueve con rapidez para descabalgar y suplicarle a Aquiles, pero éste interpreta su gesto como un ataque y se encoleriza.

87 Nótese cómo insiste Quinto en la decorosa muerte de la Amazona, trato pudoroso que es extensible a las demás mujeres que en su obra aparecen (cf. especialmente IV 188-192). Contamos, no obstante, con otras descripciones semejantes de doncellas caídas: EURÍPIDES , Héc . 568-570; OVIDIO , Met . XIII 479 s.; NONO DE PANÓPOLIS , Dion . XVII 220-224; TZETZES , Posth . 198.

88 Aquiles continúa utilizando el plural y, por tanto, hablando en nombre también de su primo Ayante, dando así gloria por igual, con la victoria que él solo acaba de lograr, a ambos Eácidas.

89 Cípride (Kýpris) es un epíteto de Afrodita, relacionado en apariencia con el nombre griego de Chipre (Kýpros) , isla a la que esta diosa llegó tras su nacimiento en las aguas del mar (cf. HESÍODO , Teog . 188-199) y donde existía un importante culto en su honor. Sus amores adúlteros con Ares son famosos por el detallado y jocoso relato que de ellos hace HOMERO en Od . VIII 266-369.

90 Dado su carácter austero, Quinto apenas profundiza en este repentino enamoramiento de Aquiles por Pentesilea, narrado en la Etiópida (según PROCLO , pág. 105, líns. 25-27 ALLEN ) y luego señalado por PROPERCIO , III 11, 13-16; NONO DE PANÓPOLIS , Dion . XXXV 21-29; o TRIFIODORO , 39.

91 La genealogía de estas diosas, mera personificación de los soplos del aire, es original de Quinto. No obstante, como en el caso de Pentesilea y Oritía (cf. nota 28), es comprensible que tengan relación el dios tracio Ares y estas hijas de Bóreas, viento del Norte que residía igualmente en Tracia.

92 Cf. lo advertido en nota 4.

93 Los mirmídones, originarios de la isla de Egina, pero instalados con Peleo en la Tesalia Ftiótide, constituyen las tropas que ante Troya dirige Aquiles: cf. Il . II 681-694 y XVI 155-220.

94 Otro patronímico para referirse a Zeus como «hijo de Crono».

95 Quinto tiene aquí presente, sin duda, el episodio de la muerte de Sarpedón, caudillo licio aliado de los troyanos que muere a manos de Patroclo sin que su padre Zeus pueda evitarlo (cf. HOMERO , Il . XVI 419-683). En efecto, tanto en Homero como en Quinto de Esmirna, incluso Zeus, a pesar de su preeminente poder y su autoridad incuestionable, está sometido a los designios del destino ineludible.

96 Se evoca aquí la famosa Titanomaquia, batalla en la que Zeus y los nuevos dioses Olímpicos hubieron de combatir por el poder contra las antiguas divinidades, especialmente los Titanes encabezados por Crono (cf. HESÍODO , Teog . 617-819 y APOLODORO , Bib . I 2, 1). En tal lucha, Zeus empleó por vez primera las armas que para él habían forjado los Cíclopes, el trueno, el relámpago y el rayo.

97 Esta intervención de Ares —todo un añadido circunstancial: hasta ahora Ares no ha aparecido en el relato ni se ha preocupado de la batalla o de su hija— recuerda a la de Il . XV 100-142, donde el dios se entera de la muerte de otro hijo suyo, Ascálafo, y trata también en vano de bajar a la llanura troyana a vengarlo.

98 Tersites, según HOMERO (Il . II 212-221), era el más indigno de los aqueos en Troya: feo y deforme, se caracteriza por su insolencia y sus injuriosas palabras, lanzadas sin reparo contra sus superiores. Ello le vale en Il II 221-277 una severa reprimenda por parte de Odiseo, que no duda en golpearlo con su cetro.

99 Las advertencias que Tersites hace en contra de ese placer sexual desmedido que nada bueno reporta al hombre están en consonancia con la moralidad acostumbrada por Quinto de Esmirna, pero resultan del todo exageradas e injustificadas al ser aquí aplicadas a Aquiles, nada mujeriego y guerrero irreprochable.

100 Átē es la «Ofuscación» de que en sus actos son víctimas los hombres por obra de los dioses. Bien personificada en HOMERO (Il . IX 504-512 y XIX 91-133), de igual modo la presenta Quinto, aunque no se advierte ya con claridad ese estado de «ceguera mental» que implicaba: cf. F. A. GARCÍA ROMERO , «La intervención psíquica…», pág. 111.

101 En HOMERO (Il . XIV 115-117) son hermanos Eneo y Agrio, pero Tersites no parece ser hijo del segundo —dadas sus características y el rapapolvo que recibe (cf. nota 98), no parece pertenecer a una estirpe heroica—. Debió de ser en la Etiópida donde se le dio un origen mucho más ilustre al ser incluido en esta familia real de Etolia y quedar emparentado con Diomedes (cf. APOLODORO , Bib . I 8, 6).

102 A pesar de los lazos de sangre, sorprende este disgusto de Diomedes por la muerte de Tersites, no ya sólo porque hubiera de aborrecer de todos modos la infame naturaleza de su pariente, sino porque en el Ciclo Tebano éste era enemigo suyo: según APOLODORO (Bib . I 8, 6), los hijos de Agrio destronaron al anciano Eneo, por lo que Diomedes acudió en ayuda de su abuelo y mató a la mayoría de aquéllos, si bien Tersites y su hermano Onquesto escaparon y más adelante acabaron con Eneo en una emboscada.

103 Tal muerte de Tersites era ya narrada por la Etiópida: según el resumen de PROCLO (págs. 105, líns. 25-29, y 106, lín. 1 ALLEN ), ocasionaba una revuelta en el ejército griego y Aquiles tenía que marchar a Lesbos para ofrecer sacrificios a Apolo, Ártemis y Leto y ser purificado del crimen por Odiseo. Quinto no incluye en su relato nada de esto y se conforma con reducir las consecuencias del asesinato de Tersites a este conato de enfrentamiento entre Aquiles y Diomedes.

104 Como es sabido, Agamenón y Menelao, «hijos de Atreo» y caudillos principales del ejército griego, pues eran ellos quienes, por el rapto de la esposa del segundo, Helena, habían organizado la expedición de castigo contra Troya. Aunque Menelao, rey de Esparta (cf. Il . II 581-590), es el marido injuriado que ansía venganza, en realidad el jefe supremo de las tropas es Agamenón, soberano de la poderosa y rica Micenas: cf. Il . II 569-580.

105 Ilo, hijo de Tros y padre de Laomedonte (cf. nota 15), fue, en virtud de un oráculo, el fundador de Troya, de la que también era epónimo pues, como es sabido, recibe ésta igualmente el nombre de Ilio.

106 La tumba de Laomedonte se hallaba en lo alto de las Puertas Esceas, y de su inviolabilidad, según una creencia, dependía la suerte de Troya: cf. SERVIO , Com. a En . II 241.

107 Quinto recrea con fidelidad el tipo de ritual funerario descrito por HOMERO , con las debidas escenas de duelo, la incineración del cadáver en una pira, el depósito de las cenizas en una urna y la inhumación de estos restos en una tumba: cf. Il . XXIII 109-257 y XXIV 719-804.

108 Sobre las muertes de Protesilao y Podarces, cf. notas 39-41.

109 La Noche, aunque simple personificación, es una diosa primigenia bien definida desde HESÍODO , quien en Teog . 211-225 la convierte en madre de una importante prole de siniestras abstracciones conceptuales: Moro, Ker y Tánato (representaciones diversas de la «Muerte»), Hipno (el «Sueño»), los Ensueños, Momo (la «Burla»), las Moiras, Némesis (la «Venganza»), Eris (la «Discordia»), etc.

Posthoméricas

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