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LA OBRA: NOTICIA LITERARIA
ОглавлениеNo es apenas necesario insistir en una circunstancia innegable: la obra que nos ocupa, las Posthoméricas de Quinto de Esmirna, ha sido desde el siglo XIX poco estimada y valorada por la filología moderna, y sólo ha despertado interés entre los estudiosos por lo que en apariencia tiene de testimonio de anteriores obras perdidas o por ser a veces preciosa fuente para otros estudios, como pueden ser, evidentemente, los de mitografía. De este modo, no es de extrañar que, por sus mismos contenidos, obtenga tal composición la más sincera estima de un estudioso como A. Ruiz de Elvira 27 , y que, al mismo tiempo, en cambio, dada esa tradicional nula valoración por sus cualidades poéticas en sí, en su ejemplar y vasto repaso de la literatura griega A. Lesky poco más diga de Quinto, con evidente desprecio y desinterés por él, que resulta ser un «muñidor de versos» 28 .
Así pues, en esta última línea de común apreciación negativa, con el paso de los años los especialistas han hecho notar una y otra vez los indiscutibles defectos manifestados en su obra por Quinto, entre los cuales destacan (a modo de compendio) la servil imitación de Homero (advertida sobre todo por A. W. James 29 , aun cuando lo cierto es que los poetas épicos tardíos habían de depender de Homero casi por exigencia del género que practicaban, y a menudo, como ya sabemos, era su meta emularlo lo más posible), la monotonía (reprochada, entre otros, por S. E. Basset 30 y Th. Means 31 ) y la falta de inspiración poética (M. Wh. Mansur le niega a nuestro poeta, en efecto, cualquier atisbo de genialidad 32 ). En todo caso, la recurrente comparación (quizás inevitable, pero desde luego desmedida) de Quinto con quien era su principal fuente de inspiración, con el mismísimo Homero, no hace sino hundir sin remedio al de Esmirna, que carece del genio del autor de la Ilíada y la Odisea , y que ni siquiera puede lograr ya, tantos siglos después, reproducir la viveza y la lozanía de la ilustre épica arcaica.
No obstante, en las últimas décadas unos cuantos investigadores han optado por una estimación más positiva de la obra conjunta de Quinto de Esmirna, ya que han sabido descubrir en ella ciertos valores hasta el momento apenas atisbados por la crítica filológica. Ya en 1954, en su arriba comentado minucioso estudio sobre las comparaciones empleadas por Quinto, revelaba F. Vian una segura evolución técnica en el poeta, según la cual lograba éste liberarse poco a poco precisamente de esa servidumbre homérica (así como de su dependencia de otros muchos modelos) y alcanzaba un estilo algo más personal 33 . Pero fue unos pocos años más tarde, con la publicación en 1959 de su valiosísimo análisis ahora global sobre las Posthoméricas 34 , cuando este mismo profesor francés insistió en arrojar una nueva luz, esta vez mucho más favorable, sobre la apreciación literaria de nuestro autor. Para F. Vian, dentro de esa inevitable servil dependencia y a pesar de su falta de talento, Quinto supo ser un digno sucesor de Homero, ante todo porque fue capaz de retomar las leyendas sobre el final de la Guerra de Troya con un auténtico respeto hacia la narración homérica, es decir, tratando de remontarse hasta la misma épica arcaica, renunció a los elementos novelescos con los que en su época a menudo se recreaban esas antiguas historias, y aun se abstuvo las más veces de cualquier marca de alejandrinismo, e igualmente, manejó con espíritu crítico sus numerosísimas lecturas y acertó a quedarse con los relatos tratados de acuerdo con el espíritu de la vieja epopeya, relatos que, a pesar de su procedencia de los más variados géneros, se cuidó de presentar en un único y conveniente tono (ése que, a la postre, provoca la tan reprochada monotonía) 35 . En este mismo sentido, tres años después elaboró Ph. I. Kakridis una imprescindible monografía donde, aunque con otros puntos de vista, se ha querido también hacer justicia a Quinto, tenido por un gran poeta de su tiempo si nos atenemos a las conclusiones de un interesante artículo de A. Ferrua —según el cual el cultivo de la poesía, allá por el siglo IV d. C. en que pudo aquél haber vivido, era factible como una profesión más, para la que se requería buena voluntad, una cierta habilidad y un diestro aprendizaje de las técnicas de versificación y, por supuesto, un amplio conocimiento de los autores de la Antigüedad, pero no, precisamente, vena poética— 36 .