Читать книгу Posthoméricas - Quinto de Esmirna - Страница 14

LIBRO II

Оглавление

Cuando sobre las cumbres de los resonantes montes llegó la brillante luz del indestructible sol, seguían alegres en sus tiendas los poderosos hijos de los aqueos, muy orgullosos del infatigable Aquiles. Los troyanos, en cambio, lloraban [5] en la ciudad, y sentados por los torreones montaban guardia, ya que de todos se había apoderado el miedo, no fuera que por encima de la gran muralla saltara ese poderoso guerrero y a ellos los matara y a todo le prendiera fuego. En medio de éstos, desolados como estaban, habló el anciano Timetes 110 :

«Amigos, ya no acierto a imaginarme qué baluarte habrá [10] para nosotros en esta nefasta guerra, una vez ha caído Héctor, que de cerca combatía, quien era antaño la gran fuerza de los troyanos: ni siquiera él escapó a las Keres, sino que fue abatido a manos de Aquiles, ante quien creo que incluso [15] un dios, que le saliera al encuentro en la batalla, perecería, igual que en el tumulto abatió a esa que los demás argivos temían, a la valiente Pentesilea; pues era ella asombrosa: yo, cuando la vi, creí que uno de los bienaventurados desde el [20] cielo había venido hasta aquí para traernos alegría, mas no era ello verdad. Pero, ¡ea!, deliberemos qué es mejor para nosotros: que luchemos aún contra los odiosos enemigos o que huyamos de inmediato de una ciudad que está perdida; [25] pues no podremos ya rivalizar con los argivos, si lucha el inexorable Aquiles en el combate».

Así dijo, y le respondió el hijo de Laomedonte:

«Amigo y demás troyanos y esforzados aliados, no hemos de alejarnos, llenos de temor, de nuestra patria, ni hemos de [30] combatir ya contra los enemigos lejos de la ciudad, sino desde las torres y la muralla, hasta que llegue Memnón 111 , de poderoso ánimo, trayendo consigo innumerables tropas de gentes que habitan Etiopía, la de negros mortales 112 . Pues imagino que él está ya cerca de nuestra tierra, puesto que, [35] muy afligido en mi corazón, no hace mucho que le envié un mensaje: él me prometió que con gusto se ocuparía de todo una vez llegase a Troya; espero que esté ya cerca. Pero, ¡ea!, aguantad un poco más, porque es mucho mejor morir con [40] arrojo en el tumulto que huir y vivir entre extranjeros con deshonra».

Habló el anciano, pero al sensato Polidamante 113 ya no le era grato el combate, por lo que pronunció bienintencionadas palabras:

«Si con tanta certeza Memnón te aseguró que de nosotros apartaría la aciaga destrucción, no me opongo a aguardar [45] en la ciudad a ese guerrero divino; pero temo en mi corazón que, cuando llegue con sus compañeros, sea también abatido aquel hombre, y para otros muchos de los nuestros se convierta en una desgracia, pues más terrible se hace cada día la fuerza de los aqueos. Pero, ¡ea!, no huyamos lejos de nuestra ciudad para tener que soportar, por penosa cobardía, [50] una gran deshonra al habernos trasladado a tierra extranjera, ni permanezcamos en la patria para morir en la refriega contra los argivos; sino que todavía ahora, aunque tarde, sería mejor devolverles a los dánaos a la gloriosa Helena y sus riquezas, todas las que de Esparta se trajo y [55] otras más, hasta entregarles el doble de aquéllas, para proteger así nuestra ciudad y a nosotros mismos, antes de que pueblos hostiles se hayan repartido nuestras posesiones y haya consumido la villa un fuego destructor. Ahora, ¡ea!, en vuestro fuero interno hacedme caso, pues no creo que otro [60] entre los troyanos os dé mejor consejo. ¡Ojalá Héctor hubiera también escuchado antes mi indicación, cuando trataba yo de retenerlo dentro de la patria! 114 ».

Así dijo el excelso y fuerte Polidamante; a su alrededor los troyanos, al escucharlo, asintieron dentro de sí, pero [65] abiertamente no dijeron palabra; pues todos, temblorosos, respetaban a su soberano y a Helena, aun cuando por su culpa perecían. Mas a aquél, a pesar de su valentía, mucho lo injurió Paris en su cara:

«Polidamante, tú no eres sino un cobarde que del combate huye, y no albergas en tu pecho un corazón firme contra [70] el enemigo, sino miedo y pánico; tú te jactas de ser el mejor en el consejo, mas conoces los peores planes de todos. Pero, ¡ea!, aléjate del combate y aguarda sentado en tus mansiones; los demás, en cambio, a mi lado se armarán [75] en la ciudad, hasta que hallemos grato remedio de esta guerra despiadada. Pues sin esfuerzo ni penosa guerra no acrecientan los hombres su gloria y sus hazañas; a los niños pequeños y a las mujeres les es muy grata la huida: al de aquéllas se asemeja tu ánimo. Cuando te hallas en el combate, [80] no confío yo en ti, pues destruyes la audaz fuerza de todos».

Con grandes injurias le habló; irritado, Polidamante a su vez le replicó, pues no temía él gritarle cara a cara, ya que es odioso, malvado e insensato quien en público muestra cariñosos [85] halagos, pero otras cosas revuelve en su corazón y a escondidas insulta al que no está presente. Por ello entonces mucho injurió abiertamente al divino soberano:

«¡Oh tú, el más funesto para mí de todos los hombres que sobre la tierra habitan! Tu audacia nos trajo desgracias, tu determinación ha soportado una guerra interminable y la [90] soportará, hasta que veas aniquilada, junto con sus gentes, tu patria. ¡Que no me domine a mí una audacia tal, sino que tenga yo siempre un precavido reparo y prospere así sana y salva mi casa!».

Así dijo; él nada respondió a Polidamante, pues recordó cuántos disgustos les había causado a los troyanos y cuántos [95] aún les iba a ocasionar, puesto que su ardoroso corazón le incitaba a morir antes que hallarse lejos de Helena, comparable a una diosa, a causa de la cual los hijos de los troyanos montaban guardia desde lo alto de su elevada ciudad, esperando a los argivos y al Eácida Aquiles.

No mucho después les llegó el belicoso Memnón, Memnón, [100] soberano de los oscuros etíopes, que venía trayendo consigo un innumerable ejército. A su alrededor, gozosos lo contemplaron los troyanos por la ciudad, como los marineros, después de una devastadora tempestad, a través del éter observan, ya exhaustos, el brillo de la giradora Hélice 115 ; así [105] las gentes se alegraban en torno a él, y más que ninguno, el Laomedontíada, pues su corazón albergaba la firme esperanza de que con el fuego destruyeran las naves los guerreros etíopes, ya que tenían un rey prodigioso, y ellos mismos eran numerosos y todos con ansia se lanzaban hacia Ares 116 . [110] Por ello sin cesar honró al excelso hijo de la Erigenía con magníficos obsequios y un espléndido festín. Entre ellos conversaban durante la comida de ese banquete: el uno describiendo a los caudillos de los dánaos y cuántas desgracias había soportado; el otro, la vida por siempre inmortal de su [115] padre y su madre Eos 117 y las corrientes de la infinita Tetis 118 y el sagrado oleaje del Océano de profundo curso, los confines de la inquebrantable tierra y los ortos del sol, todo [120] su viaje desde el Océano 119 hasta la ciudad de Príamo y las cimas del Ida, y cómo masacró con sus robustas manos al sagrado ejército de los crueles sólimos 120 , que en su marcha lo detuvieron, lo que les acarreó la desgracia y un irresistible destino. Esto así lo relató, y además cómo conoció innumerables [125] pueblos de hombres; al escucharle, se regocijó el ánimo de aquél, quien con deferencia le dirigió respetuosas palabras:

«¡Oh, Memnón! Es obra de los dioses el que os vea yo a tu ejército y a ti en nuestros palacios. ¡Ojalá cumplan ellos también mi deseo de contemplar a todos los argivos aniquilados [130] a la vez por tu pica! Pues en todo te asemejas a los indestructibles bienaventurados de forma asombrosa, como ningún otro de los héroes que sobre la tierra habitan; por eso creo que a aquéllos les vas a acarrear una matanza luctuosa. Pero ahora, ¡ea!, deleita tu corazón hoy con mi banquete; luego, en cambio, lucharás como es debido». [135]

Tras hablar así, alzó con sus manos una copa de gran cabida y dio de corazón la bienvenida a Memnón con ese sólido vaso de oro, insigne obra que le entregó el muy sagaz Patizambo, Hefesto, cuando se casó con la Ciprogenía 121 , a [140] Zeus, de gran fuerza 122 ; éste se la dio como obsequio a su hijo Dárdano, comparable a un dios; éste se la regaló a su hijo Erictonio, y Erictonio a Tros, de gran corazón; él, a su vez, se la dejó entre sus bienes a Ilo; éste se la dio a Laomedonte; Laomedonte, a su vez, se la regaló a Príamo 123 , que [145] iba a entregársela a su hijo, pero ello no lo cumplió una divinidad. De aquella muy hermosa copa se quedó en su corazón maravillado Memnón al tocarla, y tales palabras dijo en respuesta:

«En el festín no debe uno mostrar una prodigiosa jactancia, [150] ni tampoco hacer promesas, sino banquetear con calma en la sala y trazar convenientes planes; si soy o no valiente y vigoroso, lo sabrás en la guerra, que es donde se ve la fuerza de un hombre 124 . Ahora, ¡ea!, ocupémonos del descanso y no bebamos durante la noche: dañino es para el que ansía [155] luchar el vino excesivo y el doloroso insomnio».

Así dijo; maravillado, se dirigió a él el anciano:

«Participa tú en el banquete como quieras, y haz caso de ti mismo, pues no te forzaré en contra de tu voluntad. No conviene retener al que se marcha del banquete ni al que se [160] queda echarlo de la sala: tal es entre los hombres la norma».

Así habló. Él abandonó la mesa y se fue a la cama por última vez. Al mismo tiempo se fueron otros invitados para ocuparse de su descanso; pronto les 125 sobrevino un sueño profundo.

Mientras tanto, en las mansiones de Zeus, amontonador de relámpagos, banqueteaban los inmortales; en medio de [165] ellos, por conocerlos bien, el padre Cronión proclamaba los acontecimientos del horrísono tumulto:

«Conoced, dioses, todos los que a mi alrededor os halláis, el penoso desastre que mañana en la guerra ha de sobrevenir, pues en uno y otro bando veréis el ímpetu de muchísimos caballos entre sus carros abatido y a los hombres [170] aniquilados. Por muy preocupado que esté por ellos uno de vosotros, quédese quieto y no acuda a mis rodillas para suplicar 126 , pues las Keres son también para nosotros inexorables 127 ».

Así habló en medio de ellos, a pesar de que esto bien lo sabían, para que, aun indignados, todos se apartaran de la guerra y no vinieran en vano a suplicar por un hijo o un ser [175] querido dentro del indestructible Olimpo 128 . Cuando esto oyeron del muy resonante Crónida, en su pecho se contuvieron y ante su rey no dijeron palabra, pues un temor infinito le tenían. Marcharon afligidos adonde se hallaban sus respectivas [180] moradas y lechos; en torno a ellos, a pesar de ser inmortales, se extendió sobre sus párpados el lánguido alivio del sueño.

Cuando sobre las cumbres de los escarpados montes se precipitaba por el vasto cielo el brillante Lucífero 129 , que [185] para ir a su trabajo despierta a los atadores de gavillas que con gran placer duermen, entonces al belicoso hijo de la Erigenía, portadora de la luz, le abandonó el sueño por última vez; él, acrecentando en su interior su fuerza, ansiaba ya combatir contra los enemigos. Eos, en cambio, en contra de [190] sus deseos ascendió al vasto cielo. Y entonces los troyanos se ciñeron en su cuerpo las hostiles armas, y a toda prisa junto a ellos, los etíopes y todos los pueblos aliados que en torno al violento Príamo se habían congregado. Con gran rapidez se precipitaron delante de la muralla, semejantes a [195] las oscuras nubes que el Cronión, al desencadenarse una tempestad, por el anchuroso aire reúne. Al punto ocuparon ellos la llanura entera: se desplegaron de forma igual a las langostas devoradoras de trigo, que, como una nube o una lluvia copiosa, insaciables se lanzan sobre la tierra de anchas llanuras, ocasionando a los mortales un hambre odiosa; [200] así marcharon ellos, muchos y poderosos: al precipitarse al ataque, la tierra se constreñía y a sus pies se levantaba el polvo. Los argivos a lo lejos se asombraron, cuando los vieron lanzarse al ataque; de inmediato se ciñeron en su cuerpo [205] el bronce, confiados en la fuerza del Pelida. Éste marchaba en medio semejante a los muy vigorosos Titanes, orgulloso de sus caballos y su carro; sus armas resplandecían por doquier de forma igual a los relámpagos. Como desde los confines del Océano, abrazador de la tierra, viaja hasta el cielo el brillante Helio 130 , iluminador de los mortales, y a su alrededor [210] sonríen la fértil tierra y el éter; tal se precipitó entonces entre los argivos el hijo de Peleo. Así también marchó entre los troyanos el belicoso Memnón, del todo igual al impetuoso Ares; a ambos lados, lanzados a la carrera, seguían los ejércitos de buena gana a su caudillo.

Al punto los largos escuadrones de ambos bandos, troyanos [215] y dánaos, se echaron al combate, y entre ellos sobresalían los etíopes. Con gran estruendo entrechocaron, como las olas del ponto al congregarse desde todas partes los vientos en la estación del invierno; se masacraban los unos a los otros arrojándose sus bien pulidas lanzas de fresno, y entre [220] ellos se extendían como el fuego el lamento y el estrépito. Como cuando los muy resonantes ríos lanzan grandes gemidos en su curso hacia el mar, cuando de parte de Zeus llega una lluvia muy violenta, mientras por encima retumban sin descanso las nubes, al afilarse unas con otras, y se escapa una llamarada de fuego; así bajo los pies de los combatientes [225] la descomunal tierra resonaba, y a través del divino aire un horrendo clamor se precipitaba, pues de forma terrible gritaban ellos desde ambos bandos.

Entonces el Pelida acabó con Talio y con el irreprochable Mentes, ambos de gran renombre. Alcanzó también las cabezas de otros muchos: como un violento huracán bajo [230] tierra se desencadena contra unas mansiones y al instante todas quedan por el suelo esparcidas, arrancadas de sus cimientos, pues mucho se estremece en sus profundidades la tierra 131 ; así ellos, presos de una repentina muerte, cayeron en el polvo por obra de la lanza del Pelión, pues muy excitado se hallaba su ánimo.

[235] Del mismo modo en el otro bando el excelso hijo de la Erigenía diezmaba a los argivos, semejante al funesto Destino, que a las gentes provoca una nefasta y odiosa ruina. En primer lugar acabó con Ferón al alcanzarle en el pecho con [240] su aciaga lanza, y luego mató al divino Ereuto, ambos deseosos de guerra y de odiosa batalla, que junto a las corrientes del Alfeo habitaban Trío 132 y a las órdenes de Néstor habían marchado a la sagrada ciudad de Ilio. Cuando derribó a éstos, se dirigió contra el hijo de Neleo 133 , ávido de [245] matarlo, pero delante de él se llegó Antíloco 134 , parejo a un dios, y le arrojó su enorme lanza; no le acertó, pues se retiró un poco, pero acabó con su querido compañero, el Pirrásida Étope 135 . Aquél, encolerizado por su muerte, saltó sobre Antíloco, como un león de poderoso ánimo sobre un jabalí, que por igual sabe luchar contra hombres y fieras, pues irresistible [250] es su embestida; así se lanzó él con rapidez, mas con una amplia piedra lo hirió Antíloco. Pero no se quebró su corazón, porque su robusto casco le protegió de una muerte dolorosa; de forma espantosa, herido como estaba, se enardeció en su pecho el corazón; resonó entonces su yelmo; aún [255] más se enfureció contra Antíloco y se inflamó su poderoso vigor. Por ello al hijo de Néstor, a pesar de ser hábil lancero, le golpeó sobre la tetilla; su fornida pica penetró hasta el corazón, por donde rápida les llega a los mortales la perdición 136 .

Al caer éste muerto, a todos los dánaos les sobrevino la [260] aflicción, y más que a ninguno, a su padre Néstor le llegó el dolor hasta las entrañas, por haber sido su hijo abatido ante sus ojos: pues no hay peor sufrimiento para los mortales que cuando los hijos perecen a la vista de su padre. Por eso, a [265] pesar de la firmeza de su fuerte corazón, su espíritu se afligió al haber sido su hijo abatido por la malvada Ker. Con precipitación llamó a Trasimedes 137 , que se encontraba lejos:

«Ven a mí, ínclito Trasimedes, para que al asesino de tu hermano y mi hijo rechacemos lejos de su odioso cadáver, o [270] también nosotros a su lado pongamos fin a nuestra luctuosa desdicha. Si en tu pecho albergas miedo, tú no eres hijo mío ni perteneces a la estirpe de Periclímeno, quien incluso se [275] atrevió a enfrentarse a Heracles 138 . Pero, ¡ea!, echémonos al combate, pues a menudo otorga la necesidad gran fuerza a los que luchan, por inútiles que sean».

Así dijo, y al escucharlo aquél, turbaron su ánimo crueles dolores. Al punto llegó cerca de él Fereo 139 , de quien también se apoderó la aflicción con la muerte de su soberano; [280] para combatir contra el poderoso Memnón, se lanzaron ellos dos por el sangriento tumulto. Como cuando unos cazadores, por los boscosos repliegues de un monte escarpado, muy ansiosos de una presa, se abalanzan contra un jabalí o [285] un oso, ávidos como están por matarlo, mas él se arroja sobre ambos y se defiende, con impetuoso ánimo, de la violencia de esos hombres, así también encerraba Memnón orgullosos pensamientos. Ellos llegaron cerca, pero no fueron capaces de matarlo con sus enormes lanzas de fresno, pues [290] las puntas se desviaron lejos de su cuerpo, ya que mucho las apartaba la Erigenía. Pero las lanzas no cayeron en vano a tierra, sino que, ávido como estaba, Fereo, de poderoso ánimo, de inmediato derribó a Polimnio, hijo de Meges, y a Laomedonte 140 lo mató el poderoso hijo de Néstor, irritado por su hermano, al que en la refriega Memnón masacró y a [295] continuación despojó con sus infatigables manos de su armadura toda de bronce, sin preocuparse del violento Trasimedes ni del noble Fereo, ya que era muy superior; ellos lo temían como dos chacales a un gran león que a un ciervo acosa, sin arder en deseos ya de dar un paso adelante. Terribles [300] lamentos lanzó Néstor al contemplarlos de cerca, y llamó a sus otros compañeros para que marcharan contra los enemigos; él mismo se habría arrojado también desde el carro a combatir, pues, una vez muerto su hijo, la pena lo empujaba a la lucha sin tener en cuenta sus fuerzas. A punto [305] estaba de yacer al lado de su querido hijo, como uno más entre los muertos, pero a él, lanzado a la carrera, se dirigió Memnón, de poderoso ánimo, compadecido en su corazón de un hombre de la misma edad que su padre:

«Anciano, no me conviene luchar contra ti, que posees mayor edad, porque al menos acierto ahora a apreciar ésta: [310] me creía yo que tú eras un guerrero joven y belicoso que a los enemigos se estaba enfrentando, y mi ánimo audaz esperaba que ésta fuera una hazaña digna de mi mano y de mi lanza. ¡Ea!, retírate lejos de la refriega y de la odiosa matanza; retírate, no sea que por imperiosa necesidad, aun en contra de mis deseos, te alcance y, por combatir con un hombre [315] mucho mejor, caigas junto a tu hijo: que no refieran luego las gentes que también tú fuiste un insensato, pues no conviene enfrentarse a alguien superior».

Así habló. El anciano, por su parte, le respondió con estas palabras:

«Memnón, vano es todo eso que proclamas, pues nadie dirá que es insensato quien a causa de su hijo se echa a [320] combatir contra los enemigos, para así rechazar lejos de su cadáver, en medio del tumulto, al despiadado asesino de hijos. ¡Ojalá se conservara aún íntegra mi fuerza, para que [325] conocieras mi lanza! Tú ahora muestras una total arrogancia, porque el espíritu de un guerrero joven es audaz y muy ligera su mente; por ello profieres, con altivos pensamientos, palabras necias. Si hubieras acudido a enfrentarte a mí cuando era joven, no se habrían alegrado por ti tus seres [330] queridos, por muy fuerte que fueras. Ahora, por el contrario, me veo abrumado por esta horrible vejez, como un león al que un simple perro con audacia ahuyenta de un aprisco lleno de corderos, y que, a pesar de sus ansias, no se defiende contra él, pues ya no se conservan iguales ni sus dientes ni su ímpetu, y destrozado por el tiempo se halla su corazón; [335] así tampoco alberga ya mi pecho una fuerza como la de antes. Sin embargo, soy aún mejor que muchos hombres, y ante pocos cede mi vejez».

Tras hablar así, se apartó un poco, y dejó a su hijo tirado [340] en el polvo, pues en absoluto poseía ya él en sus ágiles miembros una fuerza como la de antaño: por una muy sufrida vejez se veía agobiado. Así también se retiraron Trasimedes, experto en el manejo de la lanza, Fereo, de poderoso ánimo, y todos los demás compañeros, llenos de temor porque mucho les hostigaba ese funesto guerrero.

[345] Como cuando de los altos montes se precipita un río de profundos remolinos, borbollando con interminable fragor, en tanto que Zeus extiende sobre los hombres un día nublado, desencadenando así una gran tempestad, y por todas partes retumban los truenos a la vez que los relámpagos, al chocar [350] de continuo las divinas nubes 141 , y los hondos labrantíos quedan inundados al descargar sobre ellos una horrísona lluvia, y alrededor resuenan de forma espantosa por todos los montes las torrenteras, así rechazaba Memnón a los argivos hacia las costas del Helesponto, y al perseguirlos, causaba estragos en retaguardia. Entre el polvo y la sangre muchos [355] perdieron la vida a manos de los etíopes, y se manchaba la tierra con el crúor de los dánaos que sucumbían; gran alegría sentía Memnón en su corazón al lanzarse sin cesar contra las filas de los enemigos, y a su alrededor se cubría de cadáveres el suelo troyano. No flaqueaba él en el tumulto, pues esperaba ser luz para los troyanos y para los dánaos [360] calamidad. Pero lo engañaba la Moira de muchos lamentos, que cerca de él se había colocado y lo incitaba a la refriega. A su alrededor luchaban sus ayudantes de gran vigor: Alcioneo, Niquio y Asíades, de gran ánimo, Meneclo, hábil [365] lancero, Alexipo, Clidón y otros más deseosos de batalla, que también se esforzaban en el combate, confiados en su rey. Entonces a Meneclo, cuando se lanzaba contra los dánaos, lo mató el Nelida 142 ; irritado por su compañero, Memnón, [370] de poderoso ánimo, masacró a un nutrido grupo de guerreros. Como cuando un cazador en los montes se abalanza 143 sobre unas ágiles ciervas, reunidas en masa, gracias a la pericia de sus hombres, dentro de tenebrosas redes, en la última trampa de la montería, y alegres se hallan los perros, que ladran sin parar, y él, ávido como está, con su jabalina [375] ocasiona a las velocísimas cervatillas una matanza luctuosa; así Memnón diezmó a un nutrido ejército, y a su alrededor sus compañeros se alegraron. Los argivos huían de ese perínclito guerrero: como cuando de un escarpado monte [380] se desploma una descomunal piedra, que desde lo alto de un barranco el infatigable Zeus echa abajo al alcanzarla con su luctuoso rayo, y, al estrellarse por los espesos encinares y las extensas cañadas, resuenan los valles y en el bosque tiemblan, si se encuentran paciendo cuando por arriba viene [385] rodando, las ovejas, las vacas o algún otro animal, aunque, al llegar ella, esquivan su terrible e inexorable ímpetu; así temían los aqueos la lanza del poderoso Memnón, que contra ellos se precipitaba.

Entonces cerca del fuerte Eácida llegó Néstor, y muy afligido por su hijo, le dijo estas palabras:

[390] «Aquiles, egregio baluarte de los argivos de gran vigor, ha sucumbido mi hijo querido y, una vez muerto, con sus armas se ha quedado Memnón: temo que su cuerpo sea presa de los perros. ¡Ea!, acude rápido a defenderlo, porque amigo es quien se acuerda de su compañero fallecido y se aflige por el que ya no existe».

[395] Así dijo, y al escucharlo aquél, invadió el dolor su corazón. Cuando atisbó por el luctuoso tumulto a Memnón, que con su pica seguía aniquilando en masa a los argivos, al instante dejó a todos los troyanos entre los que con sus manos causaba estragos en otros escuadrones, y, ávido de batalla, [400] llegó frente a él, irritado por Antíloco y los demás fallecidos. Aquél cogió con sus manos una piedra, que los mortales colocaron como linde de una llanura de buenas espigas, y la arrojó contra el escudo del infatigable Pelión ese divino guerrero. Sin estremecerse ante aquella piedra de descomunal [405] tamaño, al instante él se le acercó, blandiendo por delante su enorme lanza, a pie, ya que sus caballos se hallaban detrás del tumulto, y por encima del escudo se la hundió en el hombro derecho. Aquél, aun herido, seguía luchando con ánimo intrépido, y golpeó el brazo del Eácida con su robusta lanza; se derramó entonces su sangre. En vano se alegró ese [410] héroe, y al punto se dirigió a aquél con arrogantes palabras:

«Ahora creo que, abatido a mis manos, con la muerte vas a cumplir tú un aciago destino y no vas a escapar ya de la refriega. ¡Desdichado! ¿Por qué aniquilabas tú sin piedad a los troyanos, vanagloriándote de ser con mucho el mejor [415] de todos los guerreros y de haber nacido de una madre inmortal, de una Nereida 144 ? Pero ya te ha llegado el día fatal, porque de origen divino soy yo, el poderoso hijo de Eos, al que lejos criaron las Hespérides, blancas como lirios, junto a la corriente del Océano 145 . Por ello no evito el inexorable [420] combate contra ti, pues bien sé cuán superior es mi divina madre a esa Nereida de la que tú te jactas de ser hijo. Aquélla ilumina a los bienaventurados y a los mortales, y gracias a ella se llevan a cabo, dentro del indestructible Olimpo, todas las buenas y gloriosas tareas que sirven de provecho a [425] los hombres; ésta, en cambio, sentada en las estériles grutas del mar, habita junto a los monstruos marinos, orgullosa entre los peces, inactiva e invisible. Yo no me cuido de ella ni la igualo a las celestes inmortales».

Así dijo, y le replicó el audaz hijo del Eácida: [430]

«Memnón, ¿cómo es que ahora funestos pensamientos te empujan a enfrentarte a mí y a medirte conmigo en la refriega? Yo soy superior a ti en fuerza, linaje y talla, pues [435] participo de la muy ilustre sangre del magnánimo Zeus y del fornido Nereo 146 , que engendró a las muchachas marinas, las Nereidas, a las que honran los dioses en el Olimpo, y por encima de todas, a Tetis, la de reconocido ingenio, ya que antaño recibió en sus mansiones a Dioniso, cuando miedo [440] tuvo éste de la violencia del pernicioso Licurgo, y también porque al bienintencionado artesano del bronce, a Hefesto, lo acogió en sus moradas tras haber caído del Olimpo, e incluso porque al Señor del fúlgido rayo lo liberó de sus ataduras 147 ; de ello se acuerdan los Uránidas que todo lo ven, y [445] a mi madre Tetis la honran en el muy divino Olimpo. Reconocerás que es una diosa, cuando mi broncínea lanza llegue hasta tu hígado, arrojada por mi fuerza. Al igual que a Héctor por Patroclo, a ti te castigaré, irritado como estoy, por Antíloco, pues no has derribado al compañero de un guerrero [450] cobarde. Pero, ¿por qué, iguales a niños sin juicio, estamos aquí quietos relatando las hazañas de nuestros progenitores y las nuestras? Cerca está Ares, cerca también nuestro vigor».

Tras hablar así, echó mano a su muy larga espada, y Memnón a su vez hizo lo mismo; con rapidez se atacaron el uno al otro. Lleno de orgullo su corazón, sin cesar se golpeaban los escudos que Hefesto forjó con su inmortal arte 148 , [455] lanzándose continuas acometidas; entre sí se tocaban, de uno y otro lado, los penachos en su casco encajados. Zeus, que apreciaba por igual a uno y otro, les infundió fuerza y los hizo infatigables y más corpulentos, en nada iguales a los hombres, sino a los dioses; con ambos se regocijaba [460] Eris. Ellos, ansiosos por hundir de inmediato sus filos en la carne, dirigían su furia a menudo entre el escudo y el casco de alto penacho, y otras veces, en cambio, un poco por encima de las grebas y por debajo de la labrada coraza, [465] bien ajustada a sus robustos miembros; lanzados ambos con ímpetu, a su alrededor resonaban las inmortales armas en sus hombros. Entre tanto, llegaba al divino éter el clamor de los troyanos, los etíopes y los argivos de gran ánimo, que a uno y otro lado combatían; a sus pies se alzaba el polvo hasta [470] el vasto cielo, ya que una gran hazaña se llevaba a cabo. Como se extiende la niebla sobre los montes al desencadenarse la lluvia, cuando los estruendosos torrentes se desbordan debido al agua que se precipita, y ruge entonces cada barranco de forma indescriptible, y todos los pastores se estremecen ante esas tempestuosas corrientes y esa niebla, [475] grata a los devastadores lobos y a las demás fieras, cuantas cría un indescriptible bosque; así flotaba en torno a sus pies un polvo dañino, que incluso la excelsa luz del sol ocultó al ensombrecer el éter; una nefasta calamidad abatía a los ejércitos [480] en medio del polvo y de la batalla, de aciago destino. Del combate apartó aquél con precipitación uno de los bienaventurados, pero las devastadoras Keres a uno y otro lado incitaban a los veloces escuadrones a combatir sin descanso en la luctuosa lucha; no puso fin Ares a la espantosa matanza, [485] y por todas partes se manchaba la tierra de la sangre derramada: se deleitaba la negra Muerte 149 . Se cubría de muertos esa llanura, grande y criadora de caballos, que entre sus corrientes encierran el Simunte y el Janto, que descienden del Ida hasta el sagrado Helesponto 150 .

[490] Pero cuando ya se prolongaba demasiado la larga lucha de los combatientes, y por igual se redoblaba en ambos la furia, entonces los Olímpicos los contemplaron desde lejos: unos deleitaban su corazón con el indestructible Pelión, [495] otros con el divino hijo de Titono y Eos. En lo alto retumbaba el vasto cielo, en torno bramaba el ponto y alrededor se estremecía bajo los pies de ambos la oscura tierra. Al lado de Tetis temblaban todas las hijas del magnánimo Nereo, y un indescriptible miedo tenían por el poderoso Aquiles. [500] Temía por su querido hijo la Erigenía, aun cuando entonces marchaba con sus caballos a través del éter; cerca de ella las hijas de Helio se habían quedado maravilladas alrededor de la órbita divina, la excelsa carrera de un año que al infatigable [505] Helio Zeus confió, gracias a la cual todo vive y se extingue al transcurrir el tiempo cada día sin interrupción con el rodar de los años 151 . Y entonces se habría producido entre los bienaventurados un inexorable combate, si por indicación de Zeus, de grandes retumbos, no se hubieran colocado rápidamente junto a ambos, cada una en un lado, las dos Keres: [510] una, sombría, marchó hacia el corazón de Memnón; la otra, brillante, alrededor del valiente Aquiles; al verlo, los inmortales lanzaron grandes gritos: al punto se apoderó de unos una espantosa pena, y a otros les invadió una feliz y radiante alegría.

Los héroes luchaban sin cesar por el sangriento tumulto, y no vieron acercarse a las Keres, pues estaban desplegando [515] el uno contra el otro su ímpetu y su gran fuerza. Se diría que por la luctuosa refriega aquel día peleaban como indestructibles Gigantes o robustos Titanes, pues un violento combate se había entablado entre ellos: lo mismo cuando se atacaban [520] con las espadas que cuando, para acometerse, se arrojaban piedras de descomunal tamaño. Aun heridos, ninguno de ellos retrocedió ni se estremeció, sino que, como escollos inquebrantables, allí se mantenían, revestidos de un vigor indescriptible, pues ambos se jactaban de proceder del gran Zeus 152 . Por ello, entonces Enío prolongó el igualado combate [525] entre ellos, que firmes aguantaron durante mucho tiempo en aquella batalla, ellos y sus intrépidos compañeros, que entre sus soberanos sin descanso ansiosos combatían, hasta que, ya agotados, las puntas de sus armas en los escudos se doblaron; entre tantos golpes, no quedaba en uno u otro [530] bando nadie ileso, sino que de todos sus miembros, siempre firmes, sangre y sudor al suelo se derramaban. Cubierta estaba la tierra de cadáveres, como el cielo de nubes al llegar el sol a Capricornio, cuando ante el ponto mucho tiembla el [535] navegante. Los caballos relinchando, a la vez que las tropas lanzadas al ataque, pisoteaban a los muertos, incontables como las hojas en el bosque al comenzar el invierno después del próspero otoño.

Entre los cadáveres y la sangre combatían los muy gloriosos [540] hijos de los bienaventurados, y no ponían fin a su mutua cólera. Eris enderezó la dolorosa balanza de la batalla. Ya no hubo equilibrio 153 : en la base del pecho hirió al divino Memnón el Pelida, y su negra espada pasó de parte a parte. [545] Al punto se quebrantó su muy amada vida: cayó en la negra sangre, resonaron sus indescriptibles armas, la tierra abajo retumbó y se espantaron sus compañeros. Los mirmídones entonces lo despojaron; alrededor huyeron los troyanos, mas él de inmediato los persiguió, con la misma gran furia de un huracán.

[550] Gimió Eos, cubierta entre nubes, y se oscureció entonces la tierra. Los veloces Vientos, por encargo de su madre 154 , se dirigieron todos a la vez por un mismo camino a la llanura de Príamo, y envolvieron al fallecido; con rapidez se llevaron ellos al hijo de Eos y lo trasladaron por medio de una bruma blanquecina 155 ; se hallaba afligido su corazón por la [555] muerte de su hermano, y alrededor se lamentaba el éter. De cuantas gotas de su sangre cayeron de sus miembros a tierra, ha quedado recuerdo incluso entre los hombres venideros, pues de uno y otro lado los dioses las reunieron todas en un solo lugar y crearon un estruendoso río, al que llaman Paflagonio [560] todas las gentes que habitan en las estribaciones del enorme Ida 156 ; éste recorre ensangrentado la fértil tierra cada vez que se conmemora el triste día en que murió Memnón; un espantoso e insufrible olor sale del agua: se diría [565] que de la herida mortal aún exhalan los humores putrefactos un dañino hedor 157 . Pero ello así se produjo por voluntad de los dioses: los veloces Vientos volaron a ras del suelo transportando al poderoso hijo de Eos, cubierto por una oscura tiniebla.

[570] Tampoco los etíopes se quedaron lejos de su soberano fallecido, ya que un dios al punto se los llevó, infundiéndoles, ansiosos como estaban, una velocidad con la que no mucho después se iban a desplazar por los aires; por ello seguían [575] a los Vientos, mientras lloraban a su rey. Como cuando, al haber sido abatido en la espesura un cazador por las terribles mandíbulas de un jabalí o un león, sus apenados compañeros transportan en alto su cuerpo, muy afligidos, y entre ellos los perros, que a su amo añoran, siguen a éste [580] con aullidos, a causa de esa lamentable caza; así ellos, tras haber abandonado el despiadado combate, seguían en medio de grandes gemidos a los rápidos Vientos, cubiertos por una oscuridad divina. Los troyanos y los dánaos por igual se maravillaron de que todos aquellos junto con su rey hubieran [585] desaparecido, y un interminable silencio se adueñó de sus corazones. Los infatigables Vientos, en medio de fuertes gemidos, depositaron el cadáver de Memnón, que de cerca combatía, junto a las corrientes del Esepo de profundo curso 158 , donde se halla el hermoso bosque de las Ninfas de bellos bucles, que más tarde alrededor de la gran tumba plantaron [590] las hijas del Esepo, quienes por doquier lo cubrieron con árboles de todas clases; muchos lamentos lanzaron entonces las diosas para glorificar al hijo de la Erigenía de hermoso trono.

Se ocultó la luz del sol, y Eos descendió del cielo llorando a su querido hijo; a su lado se encontraban las doce [595] muchachas de hermosos bucles, a cuyo cuidado están los altos caminos que en sus revoluciones siempre recorre el Hiperión 159 , la noche, la mañana y todo cuanto sucede por voluntad de Zeus, alrededor de cuya mansión e irrompibles puertas dan vueltas aquí y allá, trayendo consigo el año cargado [600] de frutos, pues alrededor de su órbita giran el helado invierno, la florida primavera, el agradable verano y el otoño de muchos racimos 160 . Cuando desde el escarpado éter bajaron éstas derramando por Memnón indecibles lágrimas, gimieron con ellas las Pléyades 161 , y resonaron los altos [605] montes y la corriente del Esepo: un duelo incesante tenía lugar. En medio de sus compañeras, abrazada a su hijo, profirió grandes lamentos la Erigenía de muchos llantos:

«¡Te me has muerto, hijo querido, y a tu madre le has [610] causado una espantosa pena! Ahora que tú has sido abatido, no me resignaré yo a iluminar a los celestes inmortales, sino que me hundiré en los horribles abismos subterráneos, adonde lejos de ti, una vez muerto, ha volado tu alma, con lo que por todas partes se extenderán el caos y la odiosa oscuridad, [615] para que así llegue también el dolor a las entrañas del Crónida. No soy yo menos digna que la Nereida, pues por deseo del propio Zeus todo lo contemplo y todo lo llevo a su fin. Pero en vano, porque ahora Zeus podría haber respetado esta luz mía. Por eso marcharé bajo las tinieblas: que desde el [620] mar se lleve a Tetis al Olimpo, para que ilumine ella a los dioses y a los hombres; a mí, en cambio, después del cielo, me agrada la luctuosa oscuridad, pues no sería capaz de arrojar luz sobre el cuerpo de tu asesino».

Mientras hablaba así, corrían las lágrimas por su rostro inmortal, de forma igual a un río que sin cesar fluye, y alrededor [625] del cadáver se empapaba la negra tierra; la Noche inmortal se sumó al dolor de su querida hija 162 y el Cielo ocultó todos los astros entre la bruma y las nubes, para dar así satisfacción a la Erigenía.

Los troyanos, dentro de la ciudad, tenían el corazón afligido por Memnón, pues a la vez que a sus compañeros, [630] echaban de menos al soberano. Ni siquiera los argivos estaban muy felices, sino que, mientras acampaban en la llanura entre sus guerreros muertos, por un lado glorificaban a Aquiles, experto en el manejo de la lanza, y por otro lloraban a Antíloco: a la vez que alegría, sentían pena.

Toda la noche, en medio de dolorosos gemidos, estuvo [635] Eos lamentándose, y en torno a ella se extendieron las tinieblas; no se preocupaba su ánimo del amanecer, y aborrecía el gran Olimpo. Cerca de ella muy a menudo se quejaban sus caballos de cascos veloces, pues pisaban una tierra desacostumbrada y veían a su reina afligida, muy ansiosos del regreso. Zeus, encolerizado, tronó sin cesar, y toda la tierra [640] alrededor se estremeció: el temor se apoderó de la inmortal Eos. Entonces a aquél con presteza lo enterraron entre lágrimas los etíopes de negra piel; a ellos, tan llorosos alrededor de la tumba de su robusto hijo, la Erigenía de ojos de vaca los convirtió en aves y les permitió desplazarse por el [645] aire. Ahora las infinitas naciones de los mortales los llaman «memnones» 163 , que todavía hoy sobre la tumba de su rey se precipitan y lanzan chillidos, mientras derraman polvo por encima de ese túmulo 164 , y entablan entre ellos un combate para rendir homenaje a Memnón; él en las mansiones [650] de Hades o acaso entre los bienaventurados, por la llanura de los Campos Elisios, se encuentra exultante 165 , mientras la inmortal Eos reconforta su corazón con aquel espectáculo: continúan ellos en su empeño, hasta que, agotados, en el [655] tumulto un bando aniquila al otro, o incluso ambos cumplen su destino cuando en torno a su soberano combaten 166 .

Esto lo llevan a cabo esas veloces aves por mandato de la Erigenía, portadora de la luz. Entonces la inmortal Eos ascendió al cielo a la vez que las muy fértiles Horas, que en [660] contra de sus deseos la condujeron al solar de Zeus, consolándola con palabras con las que, a pesar de estar aún afligida, su profundo dolor se disipaba. No se olvidó ella de su recorrido, pues temía las incesantes amenazas de Zeus, de quien procede todo cuanto en su interior abarcan las corrientes [665] del Océano, la tierra y la sede de los astros ardientes. Delante de ella marcharon las Pléyades; y ella misma también abrió las etéreas puertas y dispersó entonces las tinieblas.


110 Timetes ya aparece en la Ilíada como miembro del consejo de ancianos de Troya (cf. III 146). La tradición posterior lo hace enemigo personal de Príamo (cf. EUFORIÓN , fr. 55 POWELL ), de modo que se entiende que en VIRGILIO (En . II 32-34) sea Timetes uno de los partidarios de introducir en Troya el peligroso caballo de madera o que aquí mismo muestre una postura tan derrotista.

111 Memnón acude como aliado de los troyanos por ser sobrino de Príamo, ya que su padre era Titono, hijo de Laomedonte y hermano, por tanto, de Príamo (cf. APOLODORO , Bib . III 12, 3s.).

112 El dato de que Memnón se trae a Troya un inmenso ejército de etíopes se encuentra ya en APOLODORO (Epít . V 3) y se remonta probablemente a la Etiópida . A pesar de su soberanía sobre este pueblo, Memnón es considerado en un principio de raza blanca (como cabe esperarse por su filiación), pero más tarde algunos autores se lo imaginan con la piel negra; cf. VIRGILIO , En . I 489; OVIDIO , Amores I 8, 3 s., y Pónticas III 3, 95 s.; FILÓSTRATO , Descripciones de cuadros I 7, 2.

113 Polidamante, hijo de otro ilustre anciano troyano, Pántoo (cf. también Il . III 146), destaca ante todo en la Ilíada como estratega y consejero, si bien sus prudentes planes son las más veces rechazados por el arrojado Héctor (cf. Il . XII 60-81 y 210-250; XIII 723-753; XVIII 249-313). Aquí da también muestra de esa prudencia que lo caracteriza, al sustituir a Anténor en el papel de principal partidario de la rendición de la ciudad y de la inmediata devolución de Helena a los griegos (cf. nota 72).

114 Alusión a la vana advertencia que le hace Polidamante a Héctor en Il . XII 210-229 (cf. nota anterior).

115 La Osa Mayor, constelación boreal con la cual a menudo se orientan los marineros y que es también llamada Hélice, por dar vueltas alrededor del polo sin ocultarse nunca en el horizonte: cf. Il . XVIII 487-489; APOLONIO DE RODAS , Arg . III 744-746 y 1195s.; ARATO , Fenóm . 37-39.

116 Cf. nota 59.

117 El padre de Memnón, el bello Titono, fue raptado por Eos, la Aurora (cf. nota 10), quien se lo llevó a Etiopía y consiguió de Zeus para él la inmortalidad, pero no la eterna juventud, con lo que acabó aquél por ser un eterno anciano de extrema decrepitud; Eos finalmente lo encerró en un cuarto, donde únicamente podía ya emitir incesantes balbuceos, o bien lo metamorfoseó en cigarra para escuchar siempre su canto: cf. Himnos Homéricos V 218-238; PROPERCIO , II 18, 7-18; OVIDIO , Amores I 13, 35-38.

118 No se trata de la madre de Aquiles (en griego Thétis) , sino de su abuela la Titánide (Tēthýs) , esposa de Océano y madre con él de los tres mil Ríos y de las tres mil Oceánides (cf. HESÍODO , Teog . 337-370). Parece aquí representar, al igual que su marido, el río circular que rodea la Tierra (cf., más adelante, III 748 y XII 160), pero, como en el caso de Ares, también es muy frecuente en la poesía antigua el empleo de su nombre por metonimia, en esta ocasión con referencia al mar en general (cf. XI 418).

119 Para Quinto, Memnón procede de una Etiopía mítica y exótica, localizada sin más precisión en los confines occidentales del mundo habitado, confines por los que antiguamente se entendía que fluía la corriente del Océano, río circular que rodeaba el disco llano que entonces se creía que era la Tierra (de ahí que, en II 208, QUINTO llame al Océano «abrazador de la tierra»).

120 Los sólimos, pueblo de Pisidia vecino a los licios (cf. ESTRABÓN XIV 3, 9 s.), son ya conocidos por HOMERO , quien recuerda cómo Belerofonte los combatió (cf. Il . VI 184s. y 203s.). La derrota que igualmente les inflige Memnón sólo es contada aquí por Quinto de Esmirna, quien quizás se ha imaginado que su país era una etapa necesaria en el viaje desde Etiopía hasta Troya (en Od . V 282s. Posidón se detiene en los montes de los sólimos a su regreso de la tierra de los etíopes). Resulta difícil explicar el calificativo de «sagrado» (hierón en verso 122) que Quinto le da al ejército de estos sólimos: según PH . I KAKRIDIS (Kóintos Smyrnaîos …, pág. 28), puede deberse al culto de Zeus Solimeo, o bien (con mucha menos probabilidad) al nombre griego de Jerusalén (Hiero-sólyma) .

121 Epíteto de Afrodita que hace alusión a la relación que en su nacimiento esta diosa tiene con Chipre: según HESÍODO en Teog . 188-206 (en 199 incluso recoge y explica este epíteto), Afrodita había nacido de la espuma que alrededor de los castrados genitales de Urano se había formado en las aguas del mar adonde éstos habían sido arrojados, mas luego marchó hasta Chipre (cf. también nota 89).

122 Según la práctica primitiva del matrimonio por compra, Zeus, en calidad de padre de Afrodita, recibe a cambio de su mano un presente ofrecido por el pretendiente, Hefesto (también hijo de Zeus). Es llamativo que, inmediatamente después de haberse evocado, con el epíteto de Ciprogenía, la versión del nacimiento de Afrodita narrada por Hesíodo, se mencione aquí a Zeus como su padre y por tanto se tenga presente, en cambio, la tradición homérica de su origen, en que ésta es hija de Zeus y la Oceánide o Titánide Dione: cf. Il . III 374 y V 370-417; EURÍPIDES , Hel . 1098; APOLODORO , Bib . I 3, 1.

123 Todo un repaso de los Dardánidas que se fueron sucediendo de padres a hijos en el trono de Troya (cf. una descripción más detallada en Il . XX 215-240 y APOLODORO , Bib . III 12, 1-6.

124 Recuérdese el contraste entre estas moderadas y sensatas palabras de Memnón y las arrogantes y desmesuradas promesas que en similar contexto hacía Pentesilea en I 93-97 (cf. nota 17). Cobran aún más valor las primeras si tenemos en cuenta que Memnón resultará ser un guerrero mucho más poderoso que la Amazona, un adversario, a diferencia de Pentesilea, a la altura del invencible Aquiles.

125 Seguimos aquí la corrección de L. RHODOMANN (tácha dé sphin) , para así solucionar de algún modo la inaceptable lectura de los códices (toîs dé sphin) , que F. VIAN mantiene marcada entre cruces.

126 Esta breve escena en el Olimpo tiene por objetivo introducir la prohibición que a lo largo de toda la obra Zeus impone a los dioses de intervenir o luchar por causa de los mortales (como ya hiciera en Il . VIII 1-40). Temis recuerda esta prohibición en XII 202-213, pero antes de ello, en XII 160-189, los dioses desobedecen y combaten entre sí en una espantosa theomachía y en varias ocasiones más, como iremos viendo, tratan también de intervenir en el combate o de luchar entre ellos.

127 Las Keres (cf. nota 30) resultan aquí casi idénticas a las otras divinidades que con más propiedad personifican el Destino (en II 508-511, las dos Keres que quedan asignadas respectivamente a Aquiles y Memnón; o incluso en XIII 234 s., cómo cumplen la misma función que las Moiras). A estas representantes del destino también están inevitablemente sometidos los propios dioses (cf. nota 95).

128 El Olimpo, residencia de los dioses, es imaginado como un gran palacio, y no ya sólo como un monte.

129 El Lucífero —del latín Lucifer , traducción del griego Heōsphóros (el nombre aquí empleado por Quinto) o Phōsphóres , es decir, «Portador de la Luz»— es la estrella de la mañana o lucero del alba (el planeta Venus), ya bien personificado en HESÍODO (en Teog . 381 es hijo de Eos y Astreo, hijo del Titán Crío).

130 Helio, como es bien sabido, es el Sol, dios ya bien personalizado desde HESÍODO (cf. Teog . 371-374) y encargado de propagar la luz a lo largo de todo el día durante su recorrido en carro por la bóveda celeste; tal función la cumple en Quinto de Esmirna más bien su hermana Eos: cf. nota 10.

131 Se está aquí hablando en realidad de un terremoto, fenómeno que la física antigua entendía que se producía por la acción de violentos ciclones subterráneos: cf. ARISTÓTELES , Meteorológicos II 7 s.

132 Trío, ciudad a orillas del río Alfeo, pertenece al reino de Pilos, a pesar de su cercanía a la Élide: cf. Il . II 592.

133 El hijo de Neleo es Néstor, anciano rey de Pilos que marchó a Troya al mando de un contingente de noventa naves: cf. Il . II 591-602. Poseía una gran sabiduría y era muy apreciado como consejero y estratega; incluso, aunque no combatiera por su avanzada edad, estaba presente a menudo en la batalla montado en su carro, lo cual, como aquí, podía ponerlo en serio peligro: cf. Il . VIII 80-115.

134 Antíloco es uno de los hijos de Néstor que en su lugar participan realmente en la batalla dirigiendo a las tropas de Pilos. Notable guerrero en la Ilíada , es ante todo un íntimo amigo de Aquiles (cf. Il . XVII 673-701 y XVIII 1-34, donde es el encargado de llevarle la triste noticia de la muerte de Patroclo).

135 Aunque sin grandes detalles, encontramos aquí la típica escena de batalla en que el disparo errado contra un guerrero principal va a acabar fatalmente en un secundario, a menudo acompañante del anterior (cf. I 270-275, donde la flecha que Paris lanza contra Esténelo, caudillo argivo, va a dar al desconocido Evénor, un simple soldado duliquio).

136 La muerte de Antíloco a manos de Memnón se narraba en la Etiópida (cf. PROCLO , pág. 106, líns. 4 s. ALLEN ), si bien se alude a ella ya en la Odisea (III 111s. y IV 187s.) y más tarde es recreada por PÍNDARO (en Pít . VI 28-32).

137 Es el otro hijo de Néstor que participa en la Guerra de Troya; en la Ilíada tiene ya un modesto papel.

138 Periclímeno era un hijo de Neleo y hermano de Néstor, con la capacidad, otorgada por Posidón, de transformarse a voluntad: cuando Heracles asaltó Pilos, pudo gracias a ello enfrentarse a él, pero acabó abatido por sus flechas: cf. HESÍODO , frs. 33a y 33b MERKELBACH -WEST ; APOLODORO , Bib . I 9, 9, y II 7, 3; OVIDIO , Met . XII 549-572.

139 Este guerrero pilio sólo nos es conocido por Quinto de Esmirna. No obstante, F. VIAN (Quintus de Smyrne … I, pág. 66, n. 4) señala que también aparece representado en un vaso de figuras negras como uno de los griegos que descendieron del caballo de madera.

140 Un troyano llamado Laomedonte aparecía muerto durante la toma de Troya, según PAUSANIAS (X 27, 3), en una de las pinturas de Polignoto que se hallaban en el edificio ofrendado en Delfos por los cnidios, la Lesque, donde estaban representadas, efectivamente, numerosas escenas del saqueo de Troya.

141 Era el choque de las nubes entre sí lo que, según la física antigua, provocaba los relámpagos: cf. ARISTÓTELES , Meteorológicos II 9, 5, y LUCRECIO , VI 239-322.

142 El «hijo de Neleo» (según indica este patronímico homérico) no es otro que Néstor, quien interviene por fin en la batalla y se toma venganza por la muerte de su hijo matando él a su vez a uno de los compañeros de Memnón. Pero, dada la habitual inactividad de Néstor, cabe también la posibilidad de que este «Nelida» sea en realidad Trasimedes, en tanto que es «descendiente de Neleo».

143 En el texto griego hay en realidad un anacoluto, pues falta en esta primera oración un verbo en forma personal y sólo aparece un participio adaptado en la traducción como verbo principal; cf. anacolutos similares infra , en II 379-381 y 471-473).

144 Como es sabido por la Ilíada , la Nereida Tetis, una de las cincuenta hijas del dios marino Nereo (cf. Il . XVIII 35-69; HESÍODO , Teog . 240-264; APOLODORO , Bib . I 2, 6; HIGINO , Fáb . Pról. 8), es la esposa del rey tesalio Peleo y madre de Aquiles.

145 Nuevamente el remoto lugar de origen de Memnón se sitúa en los confines occidentales de la Tierra, rodeados por la corriente del Océano (cf. nota 119) y habitados por las Hespérides, las diosas «Occidentales» que cuidaban los fabulosos árboles productores de las manzanas de oro: cf. HESÍODO , Teog . 215 s.; EURÍPIDES , Her . 394-399; APOLODORO , Bib . II 5, 11; HIGINO , Fáb . 30, 12, y 31, 7.

146 Zeus es el bisabuelo paterno de Aquiles (cf. nota 3) y, del mismo modo, como a continuación se explica, Nereo es su abuelo materno (cf. nota 144).

147 Se recuerdan algunas notables actuaciones de Tetis: acogió a Dioniso cuando en Tracia se vio perseguido por el rey Licurgo, quien más tarde, en castigo, fue cegado por Zeus o enloquecido por el propio Baco (cf. HOMERO , Il . VI 130-140; SÓFOCLES , Antíg . 955-965; APOLODORO , Bib . III 5, 1; HIGINO , Fáb . 132); recibió en el mar, junto con la Oceánide Eurínome, a Hefesto, expulsado del Olimpo por su madre Hera debido a su deformidad y que con ellas vivió durante nueve años: cf. Il . XVIII 394-405; Himnos Homéricos , III 316-320; PAUSANIAS , I 20, 3; finalmente, ayudó al propio Zeus a detener una revuelta de los dioses, que habían conseguido encadenarlo, si bien entonces Tetis recurrió a uno de los Hecatonquires, Briáreo o Egeón, para liberarlo de sus ataduras y contener ya a los insurrectos; cf. Il . I 397-406.

148 Sólo se nos indica aquí que Memnón, al igual que Aquiles (cf. nota 81), porta unas armas forjadas por Hefesto, detalle que se encontraba ya en la Etiópida , según PROCLO (pág. 106, líns. 1 s. ALLEN ).

149 Ólethros , personificación de la Muerte.

150 El Simunte y el Janto o Escamandro (cf. notas 4 y 84) son los dos ríos principales de la Tróade (cf. a ambos, personificados como deidades, a lo largo de Il . XXI 211-384).

151 Se está hablando de las Horas, quienes, distribuidas a lo largo de la órbita del sol, ocupan las doce estaciones del Zodíaco (cf. nota 11), las cuales este astro recorre en su revolución anual (así en ARATO , Fenómenos 544-552, pasaje que parece servir de fuente a estos versos). En QUINTO DE ESMIRNA (cf. infra X 336-339) las Horas son hijas de Helio y de Selene, genealogía no presentada por ningún otro autor (en HESÍODO , Teog . 901-903, las Horas, bien distintas, son hijas de Zeus y la Titánide Temis).

152 Aquiles es descendiente de Zeus por su abuelo Éaco (cf. nota 3); Memnón lo es por su padre Titono, perteneciente al linaje real de Troya, fundado por Dárdano, hijo también de Zeus (cf. nota 37).

153 Quinto recurre a una psychostasía (o «pesaje de almas») para resolver el igualado enfrentamiento entre Aquiles y Memnón, recurso que ya empleaba HOMERO en Il . VIII 68-74 (para determinar la derrota entonces de los griegos frente los troyanos) y XXII 208-213 (para decidir la muerte de Héctor a manos de Aquiles). La escena que aquí desarrolla Quinto debía de tener lugar ya en la Etiópida , de donde la tomó ESQUILO para su tragedia dedicada a la muerte de Memnón, titulada precisamente Psychostasía .

154 Ya en HESÍODO (Teog . 378-380) son hijos de Astreo y Eos los Vientos, llamados Zéfiro, Bóreas y Noto. Quinto en realidad se refiere a ellos a lo largo de este pasaje como Aêtai , como «Soplos de viento», si bien en 574 sí recurre al mismo nombre que empleara Hesíodo, Ánemoi , con lo que queda segura su identificación.

155 Los Vientos se encargan de trasladar el cadáver de un guerrero ilustre, como ya hicieran Hipno y Tánato con el cuerpo de Sarpedón en Il . XVI 681-683, a quienes ahora parecen sustituir aquéllos en tal cometido (cf. además nota 43).

156 Este río, por las indicaciones ofrecidas, no se encontraría en ningún caso, a pesar de su nombre, en la región de Paflagonia, sino cerca de Zelea, ciudad de la propia comarca de la Tróade que se hallaba a orillas del Esepo, río que inmediatamente va a ser mencionado: cf. esta zona en Il . II 824 s.

157 El fenómeno que en estos versos describe Quinto debe de ser de origen volcánico: se sabe, en efecto, que en la región de la que aquí se habla existían fuentes sulfurosas. Volvemos a hallar ese gusto de Quinto de Esmirna por las descripciones de fenómenos sobrenaturales y fantásticos.

158 Según ESTRABÓN (XIII 1, 11), la tumba de Memnón se hallaba a unos pocos estadios de las desembocaduras del río Esepo; del mismo modo, cuenta PAUSANIAS (X 31, 6) que del Esepo traían los «memnones», que a continuación serán presentados, las aguas con las que la rociaban. Esta localización, ofrecida tal vez ya en HESÍODO (fr. 353 MERKELBACH -WEST ), debe de remontar a la Etiópida , si bien las Ixéuticas de un tal DIONISIO (I 8, de la paráfrasis en prosa que de esta obra se ha conservado) parecen ser aquí la fuente directa de Quinto: cf. F. VIAN , Recherches …, págs. 28 s., 123 y 144.

159 En Quinto, como en HOMERO , Il . VIII 480 y XIX 398; Od . I 8 y 24, XII 133, Hiperión —nombre parlante que quiere decir «El que marcha por arriba»— es un mero sobrenombre de Helio, el Sol, mientras que en HESÍODO , Teog . 371-374, Hiperión es un Titán, el padre precisamente de Helio.

160 Se habla aquí nuevamente de las Horas, encargadas en esta ocasión sobre todo de presidir las cuatro estaciones (cf. notas 11 y 151). La misión de custodiar también las puertas de las mansiones de Zeus —del cielo, en definitiva— se encuentra ya descrita en Il . V 748-751.

161 Las Pléyades son las siete hijas de Atlante que acabaron convertidas en la agrupación de estrellas del mismo nombre (cf. APOLODORO , Bib . III 10, 1; ARATO , Fenómenos 254-267; ERATÓSTENES , Catasterismos 23; HIGINO , Astron . II 21, 3 s. y Fáb . 192). Aparecen aquí asociadas a Eos, la Aurora, debido a su pertenencia, por ese catasterismo, al abigarrado mundo de las divinidades celestes y astrales.

162 En Quinto de Esmirna, Eos es hija de la Noche, mientras que en HESÍODO (Teog . 371-374) sus padres son los Titanes Hiperión y Tea o Tía (y, por tanto, sus hermanos son Helio y Selene). Dada la función de iluminar el día entero que posee en esta obra (cf. nota 10), Eos parece aquí coincidir en buena medida con la Hémera (el «Día» sin más) que en HESÍODO (Teog . 124) sí es hija de la Noche.

163 Se ha querido identificar a estas aves con cuervos, vencejos, palomas de toca o, con mayor probabilidad, collarines (cf. una vaga descripción de los «memnones» en ELIANO , Historia de los animales V 1). En OVIDIO (Met . XIII 600-622) reciben el nombre de «memnónides» y su origen es bien distinto: no son los compañeros de Memnón metamorfoseados, sino que nacen de las cenizas del propio hijo de Eos tras haber sido incinerado en la pira.

164 Se entendía que estos «memnones» llevaban a cabo unas peculiares migraciones anuales: partían de Egipto o Etiopía (cf. PLINIO EL VIEJO , Historia Natural X 74; SOLINO , 40, 19; DIONISIO , Ixéuticas I 8) o de la comarca de la ciudad misia de Cízico (cf. ELIANO , Historia de los animales V 1) y se congregaban, en efecto, en torno a la tumba de Memnón. Según PAUSANIAS (X 31, 6), sobre ella derramaban entonces agua traída del cercano río Esepo; en Quinto, en cambio, vierten polvo, detalle que también se encuentra en DIONISIO , Ixéuticas I 8 (fuente directa de Quinto: cf. supra , nota 158).

165 Quinto no se pronuncia de forma concluyente con respecto al destino de Memnón en el Más Allá, sobre el cual existían tradiciones diversas: en la Etiópida (según PROCLO , pág. 106, líns. 6 s. ALLEN ) EOS consigue de Zeus para él la inmortalidad, privilegio que tal vez haya que identificar aquí con esa vida en los Campos Elisios; en cambio, la creencia común se lo imagina simplemente como un difunto más en el Hades, tal y como aparecía representado en una pintura de Polignoto (según PAUSANIAS , X 31, 5).

166 Se creía que estos «memnones», divididos en bandadas, luchaban a muerte entre sí sobre la tumba de Memnón, cuando en realidad sus constantes vuelos entrecruzados se debían sin duda a la época de crianza: cf. también OVIDIO , Amores I 13, 3s. y Met . XIII 611-616; PLINTO EL VIEJO , Historia Natural X 74; ELIANO , Historia de los animales V 1; SOLINO , XL 19; DIONISIO , Ixéuticas I 8.

Posthoméricas

Подняться наверх