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Retomando ahora, una vez más, esa fundamental idea de Quinto de Esmirna como mediocre autor formado sólo gracias a sus múltiples lecturas, el obligado examen, por otro lado, de sus rasgos literarios se centra sobre todo en hacer notar cómo a lo largo de sus Posthoméricas es del todo evidente, a causa de esa inspiración libresca, la profunda influencia en él de la enseñanza escolar de su época, circunstancia que, por cierto, como se podrá observar, le lleva no pocas veces a fracasar en su empresa de recrear la antigua epopeya homérica con sus debidas concepciones arcaicas, y es que Quinto, como bien ha advertido M. Wh. Mansur, no hacía sino recuperar artificialmente un mundo que en realidad ya no entendía 63 .

Quizás donde con mayor claridad se descubra en las Posthoméricas la formación escolar de su autor sea en su habitual tendencia a la moralización, al cuidado y decoroso planteamiento tanto de los personajes como de ciertos hechos y situaciones concretas. En efecto, buena parte de los antiguos héroes homéricos, aun a costa de perder los rasgos que más los caracterizaban e individualizaban en la Ilíada y la Odisea , aparecen aquí idealizados y se ven libres de sus tradicionales defectos. Esto se advierte sobre todo en el caso de Paris, retratado como un valiente príncipe que se esfuerza por suceder a su hermano Héctor, y no ya como el cobarde mujeriego y las más veces torpe guerrero que nos retrataba Homero. Del mismo modo, reina siempre la concordia en el campamento aqueo, bajo la incuestionable autoridad de Agamenón, y los escasos momentos de querella y enemistad son rápidamente resueltos (por ejemplo, el breve enfrentamiento entre Aquiles y Diomedes en I 767-781. Asimismo, con un marcado carácter pudoroso y una total ausencia de posibles evocaciones sensuales (por lo demás, tan del gusto de sus contemporáneos), se rememoran someramente episodios como el de la repentina pasión de Aquiles por Pentesilea (e incluso tal acontecimiento le permite al poeta exponer su negativa valoración del mero placer sexual, puesta ella en boca de Tersites a lo largo de I 723-740), y se disimulan más aún momentos escabrosos como la violación de Casandra. En fin, el indiscutible protagonista de los primeros libros, Aquiles, además de ser el héroe intachable y guerrero invencible de la Ilíada , posee ahora también trazos de mayor humanidad (así se apunta en III 422-426), y su hijo y sucesor, Neoptólemo, figura central a su vez de los siguientes libros, encarna también el ideal heroico, de forma si cabe aún más plena, por su valentía, su piedad filial, su sumisión al destino y la moderación de sus propósitos 64 .

Pero si cabe afirmar que Quinto de Esmirna nos ofrece una «épica moralizada» es ante todo por el hecho de poder verificar la consciente introducción a lo largo de toda su obra tanto de máximas como de digresiones edificantes, con una evidente pretensión de predicación ejemplar, de procurar a su poema (aunque F. Vian tiene tales enseñanzas por superficiales 65 ) los oportunos fundamentos éticos (algo por completo ausente en las epopeyas de Homero, donde, como es bien sabido, a modo de reflejo de la moral aristocrática de aquellos tiempos en ellas recreados, sus personajes carecen para nosotros de los debidos principios de comportamiento, pues en modo alguno toman conciencia de la bondad o la maldad de sus actos, sino que aspiran sólo a la estima pública, a mantener su honra y ganar honores). Así pues, destaca a este respecto (es un motivo desarrollado, ciertamente, en numerosas sentencias de la obra: I 459 s. y 738, II 76 s. y 275 s., IV 87, VI 451, VII 565 s., IX 105…) la constante exaltación del pónos , del esfuerzo, como único recurso válido para alcanzar la auténtica gloria o la misma virtud, expuesta la consecución de este último noble objetivo en repetidas ocasiones (V 49-56, XII 292-296 y XIV 195-200, con variados detalles y diversas modificaciones en cada caso) mediante la célebre alegoría del Monte o el Árbol de la Aretḗ . Por otro lado, se centra en buena medida el ideal ético de nuestro poeta en la resignación humana ante las adversidades y desgracias que nos pueda deparar el destino (éstas son, por ejemplo, el dolor por la pérdida de un ser querido, las penalidades durante la guerra, los meros padecimientos físicos…), fundamental doctrina que especialmente descubrimos en la sensata actitud y los sabios consejos tan a menudo exhibidos por el anciano Néstor (así, sobre todo, en III 5-9 y VII 30-95) o en las recomendaciones que le dispensa a su hijo el espectro de Aquiles a io largo del llamado «Sueño de Neoptólemo» (en XIV 179-227, episodio pleno, por cierto, de toda clase de estos preceptos edificantes que estamos comentando). Ante la formulación de tales peculiares ideas, no podemos pasar por alto la aparente adhesión de nuestro poeta, pues, a la corriente filosófica del estoicismo (de cuyas convicciones es a menudo portavoz, precisamente, el mencionado Néstor, convertido a todas luces en el prototipo de sabio de la Estoa 66 ), circunstancia que, a pesar de su propósito de recreación del mundo homérico, resulta innegable 67 si nos atenemos a otros muchos detalles de estas enseñanzas y doctrinas por él ofrecidas (aunque propiamente ya no tengan aquella explicada pretensión moralizante). En sus Posthoméricas está del todo presente, en efecto, esa máxima estoica de «vivir conforme a la naturaleza», y no menos se establece en ellas aquella firme creencia en la necesidad de un orden cósmico, representado aquí en esencia por el mismo Destino (sea llamado, como puntualmente iremos examinando, Aîsa, Kḗr o Kêres, Moîra o Moîrai, Móros , e incluso daímōn , y quizás anánkḗ) , que todo lo rige y todo lo gobierna, que se revela más poderoso que los mismos dioses, cediendo ante él incluso el propio Zeus (así en II 172, III 649-654, IX 414-422, XI 272-277, XIII 559 s., XIV 98-100…) 68 ; se atisban además ciertas concepciones atribuibles incluso al influjo de este estoicismo ya en las creencias populares de la Antigüedad tardía, tales como la idea de la unión de las almas de los recién fallecidos con el éter (en cierto modo reflejada en I 252 s., V 647 s., VII 41 s. y XI 465 s.) 69 o la del «alma universal» o «cósmica», planteamiento difundido por Crisipo con el que se relaciona, el recurrente concepto del ámbrotos aiṓn o «vida imperecedera» (presentado en III 319, VI 586, VIII 433 y XIV 256) 70 . Con todo, sería arriesgado considerar a Quinto un auténtico estoico, un firme adepto a los principios de esta escuela. De acuerdo con toda esa formación libresca sobre la que insistentemente venimos hablando, la que a buen seguro le ha proporcionado a nuestro poeta, aunque hombre instruido, tantos y tan variados conocimientos superficiales, es fácil imaginar que, sin más, se haya visto él impregnado también de una serie de conceptos básicos, más o menos difundidos y popularizados en su época, de esta exitosa corriente filosófica. Del mismo modo, es insostenible afirmar, como algunos estudiosos han pretendido, que Quinto llegó a conocer y aun profesar ya el mismo cristianismo, sólo por el hecho de que expone éste con rotundidad, en el controvertido pasaje de VII 87-89, cómo a las almas de los buenos y de los malvados les aguardan en la otra vida el cielo y las tinieblas como respectivos premio y castigo 71 , tanto más cuanto que resulta harto difícil ver en esos versos una segura presencia de las creencias cristianas, puesto que, a fin de cuentas, la doctrina de la inmortalidad del alma y su destino merecido en el Más Allá no es precisamente invención del cristianismo, ya que, como es bien sabido, es desarrollada con anterioridad por el orfismo, el pitagorismo y varias religiones mistéricas, y aun la hallamos tratada por Platón en República X 614c y Fedro 249a 72 .

En segundo lugar, debe también Quinto de Esmirna a la escuela aquel evidente gusto suyo por las digresiones didácticas, aquella tendencia suya (en modo alguno, desde luego, heredada de Homero) a los detallados excursos sobre temas, como con anterioridad comentamos, de astronomía, medicina, geografía y, sobre todo, mitología. Pero, como ya sabemos y F. Vian nos vuelve a insistir 73 , es inexacto hablar, al referirnos a esta práctica de nuestro modesto poeta, de auténtica poésie savante (aun cuando G. W. Paschal sí trata de ver en algunos de los datos médicos o astronómicos ofrecidos por Quinto verdaderas informaciones eruditas 74 ): siendo los suyos en realidad unos lectores en un nivel de cultura más bien media o mediocre, las más de las veces (salvo en el caso de algunas preciosas y acertadas noticias geográficas tomadas de las fuentes oportunas, como las que, en varias e insistentes ocasiones, conciernen a la Caria y la Licia) se contenta nuestro poeta, para elaborar tales llamativas digresiones, con hacerse eco de leyendas locales con elementos fantásticos (son las de tal naturaleza las que realmente más parecen interesarle: en I 291-306, la de la portentosa roca en que supuestamente fue transformada Níobe sobre el monte Sípilo, de la cual manan inagotables aguas; en II 556-566, la de la sobrenatural formación del río Paflagonio con las gotas de sangre del cadáver de Memnón; en II 642-655, la de la metamorfosis de sus compañeros etíopes en las aves llamadas «memnones»; en VII 408-411, la de los prodigiosos olmos situados alrededor de la tumba de Protesilao en Eleunte; en XI 92-98, la del fuego inextinguible de la «roca de Hefesto» en Cilicia, que abrasa las raíces de las palmeras cercanas sin que dejen éstas de echar abundantes frutos…), o sin más toma para ellas vagas reminiscencias (este recurso ya nada nos debe sorprender) de sus muchas lecturas, de obras ya autorizadas y de sobra conocidas (como es el caso, por ejemplo, para las cuestiones de astronomía, de los Fenómenos de Arato).

En fin, dada toda esta presencia de la formación escolar, era evidente que la misma retórica había de dejar su impronta en la obra que nos ocupa, en algunas ocasiones concretas de forma especialmente notoria, como es el caso (ya reparaba en ello Eustacio, el comentarista de Homero) de la tetralogía de discursos entre Ayante y Odiseo en la inevitable recreación del famoso «Juicio de las Armas» (a lo largo de V 180-317). En efecto, en las Posthoméricas puede uno descubrir con facilidad, junto a los esperables y obligados discursos de claro origen épico (es decir, la exhortación al combate, el lanzamiento de un desafío, las invectivas dirigidas a un adversario cobarde, las palabras altivas e injuriosas pronunciadas frente al enemigo muerto o moribundo, los lamentos fúnebres…), un buen número de intervenciones que se deben, en cambio, a los típicos ejercicios retóricos practicados en la escuela: éstos son, en general, el elogio, la invectiva, la exhortación, la consolación (simple variante de la exhortación moral) y las palabras de bienvenida (variados tipos de discursos que, como ha señalado F. Vian, tienden aquí a reproducirse con insistencia y a alargarse en detrimento del diálogo) 75 . Por otro lado, a este respecto de la significativa influencia de la retórica, también se puede constatar en nuestro poema el empleo de otros muchos de sus habituales recursos, tales como la hipérbole, el epíteto efectista, más grandilocuente que descriptivo, y aun los simples adjetivos de significado vago y general (los epítetos «colorless and monotonous», como aprecia M. Wh. Mansur 76 ); no faltan tampoco los pretendidos efectos de contraste y de simetría, ni las extensas ékphraseis , en su caso, ahora sí por herencia homérica, dedicadas ante todo a la descripción de las primorosas y labradas armas de algún destacado héroe: en V 6-120, las mismas armas de Aquiles (de las que ya se ocupara Homero en Il . XVIII 478-613); en VI 200-293, el escudo de Eurípilo; en X 180-205, el tahalí y el carcaj de Filoctetes. Con todo, M. Wh. Mansur entiende que, por lo menos, no se halla Quinto tan sometido a tales técnicas retóricas como cabría esperar en un autor de su época (para él, la influyente práctica de esos ejercicios de escuela sólo resulta alarmante, en realidad, en su a menudo repetitivo y cargante uso de los símiles, por lo demás, de corte genuinamente homérico) 77 .

Por lo demás, también es posible afirmar que, en el terreno de la misma métrica, igualmente resulta manifiesta la cultura adquirida por Quinto de Esmirna gracias a su amplia formación y, de este modo, es tan resuelto ese manejo suyo del legado tradicional. De acuerdo con el minucioso estudio de F. Vian 78 , cierto es que, para afrontar su ardua tarea de poeta, en no pocas ocasiones tiende nuestro autor a la comodidad mediante el empleo de sencillos expedientes de versificación, tales como el manejo de las formas adjetivales más largas, que con gran facilidad pueden rellenar notables espacios de un hexámetro (enseguida insistiremos en el intenso uso, por parte de Quinto, de estos epítetos), pero en conjunto se puede concluir que es capaz el de Esmirna de someter sus versos a cuidadas y exigentes normas de composición, de modo que su técnica se nos revela elegante y, aunque más libre que la de un Calímaco, acaba por ser más exigente que la del mismo Homero.

Y es que Quinto, en definitiva, en lo que atañe también a los recursos de estilo, en toda esta línea de inspiración suya en una larga tradición escolar (que se adscribe, por supuesto, a la concepción de la epopeya que tanto combatía el mencionado Calímaco), tiene al legendario autor de la Ilíada y la Odisea por modelo último, por inexcusable maestro, pero sucede que a menudo se excede en su papel de fiel epígono, hasta el punto de que, a causa de tal práctica, F. Vian llega a calificarlo de «hiperhomérico» 79 . Por ejemplo, los inevitables epítetos son casi cuatro veces más frecuentes en estas Posthoméricas que en las Argonáuticas del mismo Apolonio de Rodas, como bien ha advertido M. Wh. Mansur 80 , y su empleo, según ya hemos apuntado, es desmedido y superficial, hasta resultar del todo inútiles, para nada descriptivos, sino sólo capaces de expresar con vaguedad cualidades como la inmensidad, la fuerza y el horror (estas tres con tan fastidiosa como huera recurrencia). Y su vocabulario en general tiende a la uniformidad, a retomar y reutilizar de continuo, sin más problemas, los muchos elementos heredados de su principal modelo (en efecto, hasta el 80% de ese vocabulario es homérico, según ha constatado G. W. Paschal 81 ), situación que se ha de reseñar especialmente, además de en el caso de los comentados epítetos, en el de los participios y en el de los adverbios (cuyo uso es a veces realmente banal). Con todo, ya sabemos que hoy día Quinto de Esmirna no es considerado un vulgar imitador servil: antes bien, se esfuerza, según podemos alcanzar a observar, en evitar la monotonía fruto de todo ese obstinado empleo de los recursos heredados de su admirado Homero, en buscar de algún modo la variedad, que trata de lograr, ciertamente, con la combinación y la transformación puntuales de las viejas fórmulas homéricas, y aun con la modificación habitual de sus propias expresiones, ya sea en su valor métrico o en su mismo sentido. No obstante, como concluye F. Vian 82 , en este juego de variaciones puramente formales sigue pesando demasiado la rutina y Quinto no consigue depurar ciertos lamentables defectos, tales como son las mecánicas repeticiones de términos exactos en breves intervalos o la pérdida de precisión y vitalidad de que gozaban muchos vocablos en la antigua épica arcaica. Quizás semejantes negligencias pudiera haberlas evitado con una sistemática revisión, supuestamente, pues, no llevada a cabo, de la primera redacción de su poema, aunque, en definitiva, como ya se ha apuntado con anterioridad, tengamos sin más presente que un autor de su escaso talento tampoco estaba capacitado ya, tantos siglos después, para procurarle viveza y lozanía a un género tan convencional como lo era entonces el de la epopeya.

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