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INTRODUCCIÓN EL AUTOR: NOTICIA BIOGRÁFICA

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De la vida del poeta épico Quinto de Esmirna, como de las de tantos otros autores de la Antigüedad grecolatina, son escasos los datos biográficos de los que en nuestros días podemos disponer. Lo cierto es que, en los exiguos y tardíos testimonios que con escuetas referencias a aquél se nos han conservado (pero sobre los que no hay, al menos, ninguna sombra de duda), apenas si tenemos confirmación de su identidad y de la atribución de la presente obra.

En efecto, sólo los escolios homéricos (concretamente, el escolio AD Gen a Il . II 220) y dos eruditos escritores ya del siglo XII , Juan Tzetzes (en Posth . 10, 13, 282, 522, 584 y 597; Prooemium in Il . v. 482; y los escolios a Licofrón, Alej . 61 y 1048) y Eustacio, el arzobispo de Tesalónica (en la misma Introducción a su Comentario de la Il . [pág. 5 de la edición de Leipzig] y en los comentarios a Il . I 468 y II 814 y a Od . VIII 501 y XI 546 y 592), nos llegan a transmitir el nombre del autor que nos ocupa, conocido por ellos como «Quinto», «Quinto el poeta» o (denominación ésta con gentilicio, la más común hoy, que hallamos en Tzetzes en Exeg. in Il ., pág. 772, 20 Bachmann, en Chiliades II 489 s., y en el escolio a Tzetzes, Posth . 282) «Quinto de Esmirna»; respectivamente en la lengua griega original, Kóintos, Kóintos ho poiētḗs y Kóintos ho Smyrnaîos . Asimismo, el aludido escolio y Eustacio (también en la Introducción a su Comentario de la Il ., pág. 5, donde además se nos informa de cómo el propio Quinto daba el nombre de lógos —y no ya, por cierto, de rapsōidía o «canto», como era costumbre para la poesía épica primitiva— a cada uno de los catorce libros que acabaron por configurar su poema) nos proporcionan el tradicional título de la obra, Tà metà tòn Hómēron o Tà meth’ Hómēron es decir: «Lo de después de Homero», si bien lo más apropiado y preciso sería decir, aún en el original, «Lo de después de la Ilíada de Homero», ya que en la presente obra se van a narrar, a modo de rigurosa continuación del relato de la Ilíada , los sucesos finales de la Guerra de Troya.

Fuera de estos testimonios, que apenas sí nos aportan el nombre de un autor y de su obra felizmente conservada —pero que al menos resultan fidedignos—, no poseemos detalle alguno de la vida del tal Quinto, salvo los que él mismo nos ofrece (o nos pretende ofrecer) dentro de su propia creación literaria, en el célebre pasaje autobiográfico de XII 306-313:

Y ahora, Musas, a mí, que os lo solicito, indicadme uno por uno, con claridad, los nombres de quienes penetraron dentro del caballo, de mucha cabida. Pues fuisteis vosotras quienes en las entrañas me inspirasteis todo este poema, antes incluso de que el bozo se extendiera por mis mejillas, mientras en los prados de Esmirna apacentaba mis perínclitos rebaños, no lejos del Hermo (a tres veces la distancia a la que se puede escuchar un grito), por los alrededores del templo de Ártemis, en el Jardín de la Libertad, en una parte del monte ni demasiado baja ni en exceso elevada.

Tal pasaje en principio se nos aparece repleto de datos interesantes, ya que nos asegura la patria del autor, Esmirna (en esa mención, sin duda, se fundamentaría Tzetzes para referirse en varias ocasiones, según ya hemos comentado, al autor de estas Posthoméricas como «Quinto de Esmirna»), su sorprendente ocupación, al menos previa, de pastor de ovejas y su temprana dedicación a la poesía. No obstante, un riguroso estudio de los hexámetros antes traducidos llega a cuestionarse seriamente todas esas afirmaciones, por más que quieran ser tenidas por preciosas declaraciones del mismo Quinto, hasta el punto de que pueden ser consideradas como un simple cúmulo de motivos épicos convencionales. No es difícil advertir, desde luego, que nuestro poeta comienza aquí con el típico recurso, dentro del género de la epopeya, de la invocación a las Musas en busca de inspiración, cuando el propio autor, un simple e incapaz «mortal», se ve desbordado y sin suficientes fuerzas a la hora de acometer un canto extenso y complicado: Quinto, de este modo, necesitado de «ayuda» ante la magna empresa, como se ha podido leer, de elaborar el catálogo de los numerosos caudillos griegos que se introdujeron en el célebre caballo de madera, sin duda está imitando a Homero, quien en Il . II 484-493 ya pedía de forma similar asistencia a tales diosas para afrontar el «Catálogo de las Naves». Más aún, en todo ese supuesto pasaje autobiográfico es evidente e innegable la consciente recreación del famoso proemio de la Teogonía de Hesíodo (a lo largo de sus versos 22-34), donde también se nos recuerda la sobrenatural consagración poética de quien en su juventud se dedicara al pastoreo (hecho que desde entonces queda convertido, pues, en todo un tópico del género épico: cf. también, en efecto, el fr. 2 Pfeiffer de los Aitia de Calímaco). E incluso la mención de Esmirna como su patria pudiera ser una invención más de Quinto, una interesada y tendenciosa referencia: para alguien de su condición literaria, un decidido continuador de la poesía homérica misma, tal ciudad resultaría un lugar de nacimiento en verdad prestigioso, ya que, como es bien sabido, era en la Antigüedad una de las pretendidas patrias del gran Homero (según sabemos, sus habitantes incluso le habían dedicado allí un templo: cf. el dato en Cicerón, Defensa del poeta Arquías 19, y Estrabón, XIV 1, 37). De hecho, a este respecto hemos de señalar que nuestro poeta no ha sido sólo comúnmente conocido como «Quinto de Esmirna», sino que también nos lo han presentado, hasta el siglo XVIII varios, manuscritos y, luego, ediciones (ya desde la Aldina) descendientes del códice Hydruntinus (prototipo de toda una familia, como en su momento examinaremos) como «Quinto de Calabria» 1 , pero tal circunstancia en principio tiene una sencilla explicación (aunque tampoco queda excluido por ello el que Quinto, ciertamente, pudiera proceder de esta última ciudad 2 ): fue en una villa de Calabria, en Otranto (esto es, Hydruntum) , donde el cardenal Besarión, a buen seguro entre 1452 y 1462, descubrió, contenidas en dicho códice, las hasta entonces olvidadas Posthoméricas) .

Ahora bien, a pesar de todas estas objeciones fundadas a las supuestas afirmaciones autobiográficas del propio Quinto, lo cierto es que de igual modo es posible (de hecho, a grandes rasgos, a ello se inclina en la actualidad la crítica filológica en general) defenderlas y tenerlas por veraces (obviando, por supuesto, lo que en ellas hay de evidentes licencias literarias). Y así, pocas reticencias restan hoy día a considerar la ciudad de Esmirna como la auténtica patria de nuestro poeta (por ella abogan, con diferentes puntos de vista, notables estudiosos como Ph. I. Kakridis 3 , A. S. Way 4 y, siguiendo a A. Köchly, S. E. Basset 5 ). Un argumento resulta aquí determinante: en momentos puntuales a lo largo de su obra, por parte de Quinto son notorias las precisiones topográficas y acertado el conocimiento del área de Esmirna (sin ir más lejos, en este problemático pasaje del libro XII parece situarse al final con exactitud en cierta zona montañosa de Esmirna, aun cuando a nosotros nos resulten por completo desconocidos tanto ese «templo de Ártemis» como el tal «Jardín de la Libertad» 6 ), y aun es indiscutible, en fin, su interés por otras muchas regiones de Asia Menor en general, con cierto llamativo desdén, en cambio, hacia la geografía de la Hélade). Así pues, en sus variados excursos sobre determinados parajes y la historia local, sobre las curiosidades naturales y los aparentes fenómenos prodigiosos de tales comarcas, incluso parece dar pruebas Quinto del testimonio ocular de quien por esas tierras habita y puede desplazarse para conocerlas en profundidad. Aunque no por ello tenga que dejar de ser considerado oriundo de aquel país, viene a dificultar notablemente esta impresión sobre Quinto su más que probable posición, sobre la que a continuación hemos de insistir, de sedentario poeta doctus , de erudito hombre de biblioteca que, tal como puede descubrir un atento examen de todas esas alusiones geográficas 7 , lejos de haber adquirido tan exóticos conocimientos por sus propias vivencias, trabaja de segunda mano gracias a sus numerosas lecturas, cometiendo a veces ligeros errores con las fuentes literarias manejadas, equívocos simplemente imposibles en un pretendido «poeta viajero».

También se han alzado voces en defensa de su ocupación de pastor de ovejas: ya en los Prolegomena a su edición de 1850 aceptaba A. Köchly esa faceta bucólica de Quinto, y para ello se apoyaba en los numerosos símiles que a lo largo de su obra describen las más variadas tareas propias del mundo rural (y, en este sentido, tal gusto por la vida del campo le llevaría a ofrecernos también otras muchas escenas de montaña y de caza). Pero la lectura en conjunto de las Posthoméricas permite una conclusión más evidente: Quinto demuestra un perfecto conocimiento y manejo de sus más ilustres y modélicos predecesores en el género épico, Homero, Hesíodo y Apolonio de Rodas, y aun parece bien familiarizado, según podemos alcanzar a confirmar, con la restante literatura griega en general (tragedia clásica, poesía helenística…). Es decir, como ya hemos adelantado, se nos revela Quinto todo un poeta doctus , un instruido lector formado en las bibliotecas y en los bancos de la escuela, donde ha podido conocer a los grandes escritores del pasado y, a partir de ellos, componer su propio poema (y así, de los citados autores épicos, y no de su experiencia y gusto personal, habría extraído buena parte de esos símiles de tema rural y campestre). De modo que difícilmente nos lo podemos imaginar al mismo tiempo como un rústico mozo ocupado en apacentar sus rebaños por los prados de Esmirna (y, dado que se habría tenido que formar desde muy joven, tampoco cabe pensar que primero se dedicara al pastoreo y luego, «inspirado por las Musas», abandonara esa profesión para inmediatamente ponerse a elaborar su obra). Así F. Vian rechaza, en efecto, las propias palabras del poeta (a quien varias veces califica, pues, de homme de cabinet) sobre su idílico estilo de vida en el campo, que no duda en considerar un mero artificio literario, pura imitación del famoso proemio de la Teogonía de Hesiodo 8 . Por lo demás, a propósito de este problema sobre la ocupación de nuestro autor, merece la pena exponer la peculiar cuestión que se plantea L. Rhodomann: se preguntaba este fundamental editor del texto de las Posthoméricas si la sospechosa expresión con que, según hemos leído, Quinto alude a sus ovejas, sus «perínclitos rebaños» (periklytà mêla en XII 310), no es más que una metáfora con la que quiere referirse a sus alumnos quien no era en realidad sino un profesor encargado de impartirles con cuidado y atención sus enseñanzas escolares. Pero ya M. Wh. Mansur rechazó este poco sostenible postulado: para él, la única prueba de la condición de Quinto de Esmirna como maestro sería, curiosamente, su característica monotonía en el estilo 9 . Más aún, sin mucho éxito tampoco, se ha llegado a proponer que su auténtica profesión fuera la de médico, debido a que en determinados pasajes de su poema describe ciertas enfermedades y dolencias con un notable rigor técnico —en especial, S. E. Basset ha advertido la gran exactitud con que describe los síntomas y el proceso de dos enfermedades de los ojos, la oftalmía en I 76-82 y el glaucoma en XII 395-417 10 —. Para desdeñar esta propuesta basta con volver a la tesis de F. Vian de Quinto como simple homme de cabinet : y así, por más que resulten deslumbrantes sus digresiones, antes de tema geográfico, ahora médico, o también, como por ejemplo comprobaremos, astronómico, no dejan de ser el fruto de sus muchas lecturas, conocimientos, aunque muy amplios, de segunda mano en un hombre en realidad carente de auténtico rigor intelectual (como bien señala J. Alsina, dista mucho Quinto ya de ser un poeta erudito al estilo de los helenísticos Calímaco y Apolonio de Rodas) 11 .

Por último, de entre esas declaraciones autobiográficas, también se puede aceptar con garantías, sin tantos inconvenientes como en el caso anterior de su discutida profesión, la supuesta juventud de Quinto cuando se consagró a la elaboración de estas Posthoméricas . En efecto, un estudio conjunto del estilo exhibido a lo largo de todo este poema nos muestra, en un primer momento, a un escritor falto de madurez, a un principiante inexperto en el manejo del obligado lenguaje poético (incapaz de atenuar y pulir, pues, defectos tales como las monótonas repeticiones de términos o el socorrido manejo de los típicos ejercicios retóricos), pero luego nos va descubriendo la evolución del mismo, quien mejora su expresión y, como si tomara conciencia de su propio talento, logra liberarse paulatinamente de las ataduras de sus muchos modelos y encuentra así un tono más personal. A tal conclusión determinante llega F. Vian en sus minuciosos exámenes tanto de las partes narrativas de la presente obra 12 como, en particular, especialmente, de las comparaciones en ella de continuo ofrecidas (este examen concreto revela un hecho sobremanera ilustrativo: diecinueve de los veinticuatro símiles que pueden ser tenidos por originales de nuestro poeta se localizan en los siete últimos libros de su composición final) 13 .

Queda por hablar, en fin, ineludiblemente, de la época en que se ha de situar a Quinto de Esmirna, cuestión aún más intrincada y difícil de resolver que las anteriores, dado que la tradición literaria o filológica tardía no nos ha transmitido ninguna información sobre los años en que pudo aquél llegar a florecer como poeta, y ello ha llevado a los estudiosos modernos a postular para su vida fechas del todo dispares, que van desde la misma época homérica (tal es la opinión, hoy a todas luces errónea e inaceptable, de E. A. Berthault, quien, en concreto, consideraba las Posthoméricas contemporáneas de Homero, y a Quinto su editor) 14 hasta ya el siglo VI d. C. —con lo que nuestro poeta sería incluso posterior a Nono de Panópolis, fechado hacia la mitad del siglo V d. C.—. Una datación tan tardía resulta inadmisible: parece seguro que tanto el mencionado autor de las Dionisíacas como, más aún, sus sucesores Trifiodoro y Museo (aunque, en el caso del primero, existen en la actualidad serias dudas en cuanto a sus fechas convencionalmente tan tardías 15 ) ya conocen bien a Quinto. En el inmenso poema de Nono se pueden advertir incluso puntuales imitaciones literales de los recursos estilísticos y temáticos del de Esmirna, como bien ha constatado F. Vian 16 , y, en definitiva, de ser Nono anterior a Quinto, es casi imposible imaginar, a pesar del criterio de M. Wh. Mansur 17 , que el primero no haya influido de algún modo en el segundo con su peculiar versificación y su estilo retórico). Fuera de estas dataciones tan extremas, pero desde luego sin apartarnos ya de la época romana 18 , contamos con algunas otras propuestas bastante más moderadas (y, como a continuación veremos, más acertadas y fundamentadas): A. Köchly (y ya el viejo editor Th. Chr. Tychsen) entendía que la importancia para Quinto, como en su momento debidamente examinaremos, de la idea del Destino situaba su obra en el imperio de Juliano y los años siguientes 19 ; en cambio, P. Mass sugirió que nuestro poeta incluso podría ser anterior a la era cristiana 20 ; G. W. Paschal, por su parte, postulaba para él, con mayor imprecisión, el final del siglo II y el comienzo del III (siempre, por supuesto, d. C.) 21 .

Se admite hoy día sin duda alguna que Quinto de Esmirna es un autor de época imperial (fechado comúnmente entre el III y el IV d. C. ya por los estudiosos de principios del pasado siglo, tales como A. S. Way 22 y M. Wh. Mansur 23 ), y ello gracias a dos breves indicaciones extraídas de su propia obra: en VI 531-536 se hace alusión, dentro del típico símil de herencia homérica, a la costumbre romana de las luchas entre fieras y esclavos que para dar tal espectáculo eran arrojados al anfiteatro (con lo que el poeta, por lo demás, incurre en un flagrante anacronismo, dada la legendaria época heroica en que supuestamente fija su relato), sangrientas prácticas que además sabemos que fueron prohibidas por Teodosio I (379-395 d. C.); en XIII 334-341, por otro lado, se recoge la profecía del adivino Calcante sobre la fundación de Roma junto al Tíber y su glorioso futuro por sus amplias conquistas: de acuerdo con A. Köchly y F. Vian, difícilmente se admitiría que estos versos son posteriores al 324 d. C., al nacimiento del Imperio Romano de Oriente con la fundación de Constantinopla, ya que en ellos no hay referencia alguna a Bizancio y la misma Roma parece retratada en el apogeo de su incontestable supremacía 24 . Establecido, pues, el terminus ante quem con esta última fecha tan concreta, determina a su vez F. Vian también el terminus post quem gracias a las Haliéuticas de Opiano (datadas hacia el 177-180 d. C.), poema que, según aquél, cuando en su composición ha recurrido a temas relativos a la pesca, Quinto sin duda ha seguido de cerca, no sólo en las ideas desarrolladas, sino también en la propia expresión. En fin, el editor francés sitúa a nuestro autor un prudencial medio siglo después del citado Opiano y lo fecha, por tanto, entre comienzos y mediados del III d. C., quizás, tratando de ser aún más preciso, tras del imperio de Alejandro Severo (emperador desde el 222 al 235), según deduce del significativo silencio de Filóstrato en sus Vidas de los Sofistas , donde ciertamente no se hace mención alguna de Quinto, a pesar de la abundante información en ellas ofrecida sobre los círculos literarios de Esmirna 25 .

La conclusión, pues, a la que llega F. Vian es afortunada también porque permite situar a Quinto en un siglo a cuyas tendencias literarias se ajustan perfectamente el contenido y la intención de sus Posthoméricas: si el II d. C. había cultivado ante todo la poesía didáctica, en efecto, el postulado siglo III d. C. desarrolla con predilección la vasta epopeya narrativa, trata de hacer resurgir una épica continuadora de la prestigiosa poesía homérica, aun cuando las más veces sus resultados sean meras mediocridades. A partir de su segunda mitad, ciertamente, florece de forma especial la poesía de tema mitológico, recogida en composiciones siempre de gran extensión: Néstor de Laranda, además de elaborar una extravagante Ilíada desprovista de una letra , es autor de unas Metamorfosis; su hijo Pisandro, en tiempos por cierto del mencionado Alejandro Severo, compone en sesenta libros, toda una enorme enciclopedia mitológica, las Teogamias Heroicas; en Egipto, Sotérico de Oasis escribe, entre otras varias obras, una Ariadna … Algunos de estos poetas no dudan en rivalizar directamente con Homero y en tratar a su manera la materia de las mismas Ilíada y Odisea , mientras que otros, en cambio, no abrigan tantas aspiraciones y se contentan con recrear más bien los relatos heroicos de aquel viejo Ciclo Épico que, aun destinado a completar la exposición de los episodios de la Guerra de Troya (gran parte de ellos, como es sabido, no habían sido contados por Homero), en esta época imperial, víctima al parecer de su escaso valor literario, poco a poco ha ido cayendo en el olvido y cuyas leyendas más bien se conservan y resultan accesibles, para especialistas y escritores interesados, en variados resúmenes en prosa y así, para abordar dichas leyendas, se manejan entonces ante todo los antiguos escritos de los logógrafos, tales como Ferecides y Helánico; se recurre luego a los mismos manuales de mitología, como los primeros libros de la obra de Diodoro de Sicilia y, de forma especialmente significativa, la preciosa Biblioteca de un tal Apolodoro; en este sentido (como hecho en verdad notorio), sin duda en el siglo II d. C., el gramático Proclo se ocupa en su llamada Crestomatía de ofrecernos todo un sumario de los distintos desprestigiados poemas que constituían en concreto el ciclo troyano. En esta corriente poética, pues, sin lugar a dudas, hay que ubicar a Quinto de Esmirna con sus Posthoméricas , ya que, más allá de la coincidente materia escogida, resultan indiscutibles su pretensión de seguir con fidelidad al mismo Homero y su intención de colmar el vacío existente entre sus dos epopeyas, laguna que de nuevo había quedado, como decimos, con el deterioro y la desaparición del aludido Ciclo Épico (y la aridez de los comentados resúmenes en prosa y manuales mitográficos era también merecedora de una superación en verso).

Un propósito similar todavía se puede advertir, bastantes años después (sean cuales sean sus fechas, problema que ya hemos insinuado), aunque en una composición ya de mucha menor extensión y con un contenido más concreto y delimitado, en La toma de Ilión de Trifiodoro (tal vez, en fin, un siglo posterior a Quinto) 26 . Pero, con el transcurso del tiempo, esta poesía épica aún de corte homérico poco a poco se va también olvidando para dar paso a unas creaciones que culminarán, allá por el siglo V d. C., en la figura de Nono de Panópolis, y cuyos temas serán ya estrictamente, como es bien sabido, dionisíacos.

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