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Las fuentes

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He aquí la cuestión, como ya apuntamos al comienzo de este gran apartado, con la que, con diferencia, se ha tratado de hacer algo más interesante y complejo el estudio de nuestro desdeñado autor. Como bien hemos ido comentando en su momento oportuno, se tiene a Quinto tanto por un ilustrado hombre de muchas lecturas como por un poeta las más veces imitador de antiguos escritores prestigiosos, de manera que son numerosas y variadas las investigaciones respecto a los autores y las obras de los que se ha servido como recurrentes modelos para su propia composición. Sucede, por lo demás, que esta fundamental cuestión de las fuentes de las Posthoméricas , si bien, por supuesto, no se encuentra de forma definitiva solucionada (de hecho, en no pocos aspectos resulta irresoluble y las lagunas son notables), sí ha recibido pleno tratamiento y se halla muy bien tratada, por parte de F. Vian en sus tan eruditas como perspicaces disertaciones 40 .

Una primera circunstancia, desde luego, se ha de tener bien presente. Sostenía A. Köchly que el único modelo de Quinto de Esmirna había sido Homero, aun cuando también aceptaba que en determinados pasajes se pudiera constatar una puntual influencia de Hesíodo y de Apolonio de Rodas 41 . En efecto, no hay duda de que a Homero se deben, como no podía ser de otro modo por las exigencias mismas del género épico, el estilo, la métrica, el vocabulario y, en definitiva, el planteamiento del poema. Pero, en todo caso, tal apreciación de A. Köchly simplifica sobremanera el problema esencial de las fuentes e impide abordarlo en la exigida profundidad: es evidente que de Homero solo no pudo nuestro poeta haber tomado los contenidos de su obra (apenas si se apuntaban en la Ilíada y la Odisea las historias que tienen cabida en las Posthoméricas) , y que, por el contrario, como manifiestan la diversidad y riqueza temática observadas en ella, las lecturas de Quinto han debido de ser muchas y variadas. Con esta premisa, pues, se ha de afrontar la difícil cuestión que ahora nos ocupa.

Dentro de ella, una notable discusión se centra en la posibilidad de que Quinto haya recurrido como fuente principal, y aun única, a los antiguos poemas que por su contenido más le facilitaban su labor, esto es, a las obras que constituían el llamado Ciclo Épico (a grandes rasgos, de los siglos VII y VI a. C.), varias de las cuales estaban encargadas, como sus Posthoméricas , de narrar los episodios finales de la Guerra de Troya y de colmar así el vacío existente entre las dos epopeyas de Homero. Ante esta sencilla evidencia, ya en 1783 Th. Chr. Tychsen tenía el firme convencimiento de que tal Ciclo había de ser el modelo fundamental de que se había servido Quinto 42 (resultan innegables, desde luego, las correspondencias temáticas de esos distintos poemas con los sucesivos libros de las Posthoméricas , tal como más tarde ha expuesto Th. Means: los cuatro primeros coinciden con el argumento de la Etiópida , los ocho siguientes con la historia de la Pequeña Ilíada , el decimotercero cuenta los mismos hechos que el Saco de Troya y el decimocuarto abarca los relatos de los Regresos) 43 ; todavía en el siglo XX , pues, esta tesis ha contado con numerosos partidarios, tales como M. Wh. Mansur (en una investigación sobre el uso de los epítetos por parte de Quinto, terminó por defender su empleo casi exclusivo de los Cíclicos, aunque sin descartar ciertas reminiscencias en él de la tragedia clásica) 44 , W. H. Willis (quien a su vez ha examinado con detalle los juegos fúnebres del libro IV, cuya estructura, orden de las pruebas y premios también le hacen posicionarse a favor del Ciclo) 45 y A. R. Sodano (dedicado a estudios monográficos sobre los episodios concretos de Pentesilea, de Memnón, de la muerte de Aquiles y de las bodas de Tetis y Peleo, se pronuncia siempre en defensa de la influencia de los Cíclicos) 46 . Por el contrario, A. Köchly, en aquella defensa a ultranza de Homero como modelo casi exclusivo de Quinto, rechazaba tales poemas con determinación, fundamentándose además en la supuesta pérdida ya del viejo Ciclo Épico en tiempos de nuestro autor y en las significativas diferencias que se observan entre los relatos del de Esmirna y los resúmenes que al menos se nos han conservado de aquellas desprestigiadas obras, como ya comentamos, gracias a la Crestomatía de Proclo 47 . Por su parte, en sus ya mencionadas investigaciones pormenorizadas, F. Vian ha refutado debidamente a esos partidarios del Ciclo y, con todo, ha optado por una plausible postura moderada: en ningún caso Quinto se ha dedicado a ofrecer una reedición simplificada y unificada de aquellas remotas composiciones, a las que aún pudiera acceder en una lectura directa, pues son demasiado notorias las discrepancias argumentales que, en efecto, podemos acertar a asegurar entre las Posthoméricas y lo que hemos alcanzado a conocer (por los escasos fragmentos y por el sumario de Proclo) del arruinado Ciclo (fuera de toda duda está, por ejemplo, el que los libros VI-XI no deben nada a la Pequeña Ilíada); antes bien, cabe imaginar que nuestro poeta recurrió a recientes (y por ello con seguridad accesibles) compilaciones mitográficas donde todavía se podían recordar, aunque ya de segunda mano, los episodios finales de la Guerra de Troya, consagrados, eso sí, por la Etiópida , la Pequeña Ilíada , el Saco de Troya y los Regresos (aunque en esta época tardía, cuando Quinto busca sus modelos para trabajar, contaminados por otras muchas variantes y versiones nuevas) 48 .

Frente a toda esta polémica en que se sostienen posturas tan discrepantes, pocas dudas ofrece, en cambio, como ya hemos apuntado en alguna ocasión, la influencia que el prestigioso género de la tragedia ha podido ejercer en Quinto a la hora de elaborar su poema. Un hecho parece del todo indiscutible: cualquier intelectual y estudioso de su época debía de contar en su biblioteca con los ejemplares de los grandes trágicos, y Quinto, pues, necesitado de modelos para su tarea, no podía ignorar en muchas de sus narraciones las magníficas (y a menudo predominantes) versiones de genios como Esquilo (empleado en menor medida, como enseguida constataremos), Sófocles y Eurípides. Así pues, son notables los ecos en las Posthoméricas de piezas como el Ayante de Sófocles —para el relato del suicidio del Telamonio en el libro V, tras el incidente del «Juicio de las Armas»—, el Filoctetes del mismo y, sobre todo (aunque en ello existen ciertas vacilaciones y reservas), el hoy perdido de Eurípides —por supuesto, para los detalles, en la segunda mitad del libro IX, de la lamentable historia de este tan formidable como desdichado guerrero—, o las Troyanas y la Hécuba de este último —para diversos episodios, a lo largo de los libros XII-XIV, relacionados con la toma de Troya, como la suerte de las cautivas y el sacrifico de Políxena—, así como, para acontecimientos ya más concretos, sus Suplicantes (de cuyo relato del suicidio de Evadne es una clara evocación el de Enone al final del libro X) y sus Fenicias (de donde se toman varios motivos para la inevitable recreación, ahora en la segunda parte del XI, de una teichomachía) . De entre las obras que por el contrario se nos han perdido, además del mencionado Filoctetes de Eurípides, se ha propuesto (aunque en cada uno de estos casos se plantean serias reticencias, debido a nuestros ya precarios conocimientos) la utilización por parte de nuestro autor, sobre todo, de los Etíopes de Sófocles y del Memnón y la Psychostasía de Esquilo (para la leyenda del caudillo aliado Memnón en todo el libro II), de los Escirios de Sófocles (para el episodio, a lo largo de buena parte del VII, de la embajada griega a Esciros con el objetivo de la incorporación de Neoptólemo a la guerra), y, en fin, del Laocoonte del mismo trágico (para los peculiares detalles del castigo de este famoso personaje, en la segunda mitad del libro XII) 49 .

Fuera de este género concreto, se puede afirmar con rotundidad, por lo demás, que Quinto ha aprovechado en su obra otras muchas de sus variadas lecturas, que si bien no se pueden llegar a tener por parte de sus modelos fundamentales, sí resultan dignas de consideración por haber servido como puntual fuente de inspiración en el desarrollo de un tema concreto o en el empleo de determinadas expresiones y recursos literarios 50 . En primer lugar, dado que nuestro poeta se había propuesto elaborar una epopeya, era inevitable que, aparte de Homero, tuviera bien presentes a sus otros dos más renombrados predecesores en el género épico, éstos son, Hesíodo (más allá de aquellas estimaciones ya de A. Köchly en los Prolegomena a su edición de 1850, M. L. Mondino, en efecto, ha observado en la obra de Quinto numerosos elementos que, aun perteneciendo propiamente a la dicción formular de este género, no se deben en su origen a Homero, sino a Hesíodo 51 ) y Apolonio de Rodas (seguro modelo para multitud de expresiones y comparaciones, así como para algunos pasajes precisos, como, entre otros estudiosos, han reconocido, una vez más, A. Köchly, M. L. Mondino y F. Vian). Por otro lado, ha aprovechado también Quinto en su poema valiosas aportaciones de la misma literatura helenística (y aun ya de la de época imperial): entre otras varias obras, la Alejandra de Licofrón (para el particular tratamiento de algunos pasajes, como, dentro sólo del libro XIII, los del destino de los Enéadas, la violación de Casandra y la prodigiosa desaparición de Laódice), las llamadas Theriaca de Nicandro de Colofón (para los minuciosos detalles de la purulenta herida de Filoctetes, en la ya referida segunda mitad del IX ), los Fenómenos de Arato (para los ineludibles excursos y símiles de tema astronómico), las Haliéuticas (o De la pesca) de Opiano (para las varias digresiones sobre tipos de pesca), las Ixéuticas de un tal Dionisio (para la metamorfosis de los etíopes compañeros de Memnón, al final del libro II), e incluso algunos simples epigramas recogidos en la Antología Palatina (como el de Antífilo de Bizancio, en VII 141, para la descripción, aquí a mitad del libro VII, de la tumba de Protesilao). Un autor en el que se descubren sorprendentes paralelismos con puntuales episodios de la obra de Quinto (sobre todo, el de la detallada recepción de Neoptólemo en el campamento aqueo, al final de ese libro VII) es el novelista Dictis, aunque lo más probable es que tanto aquél como éste en realidad hayan contado para sus relatos con fuentes literarias comunes (o quizás suceda que sus argumentos coincidentes se deban a una misma difusa formación escolar). En fin, como ya hemos apuntado con anterioridad, es muy probable que también se haya servido nuestro poeta de ciertos tratados mitográficos, que tan útiles le resultaban con sus compilaciones de las antiguas leyendas (F. Kehmptzow, sin ni siquiera haber conocido aún la ejemplar Biblioteca de Apolodoro, desarrolló ya largamente la tesis de la presencia en las Posthoméricas de un libellus mythographicus 52 ).

Finalmente, un último grupo de posibles fuentes da ocasión a nuevas duras controversias, puesto que dista mucho de considerarse resuelto el arduo problema de la pretendida influencia también en las Posthoméricas de determinadas obras ya de la literatura latina 53 . Desde Th. Chr. Tychsen 54 , muchos especialistas habían rechazado la inspiración de Quinto también en una serie de destacados autores latinos, pero tras los estudios de J. Th. Struve 55 han sido más numerosos, en cambio, los defensores de la hipótesis favorable a esta influencia. Aun cuando hay quienes entienden, de entre los primeros, que difícilmente un escritor griego volcaría su interés en las obras latinas para llegar a convertirlas en modelos de imitación (la costumbre, como es bien sabido, era la contraria: los autores latinos leían, asimilaban e imitaban a los clásicos griegos), tampoco cuesta imaginarse, tal como juzgan los segundos, que un poeta como Quinto de Esmirna, que posee un nombre latino, que se atreve a proclamar el poderío de Roma (como ya indicamos, en XIII 334-341) y que procede de una ciudad minorasiática sometida a los romanos desde el 133 a. C., haya accedido a las obras latinas en su texto original (la penetración de la lengua y la literatura latinas en ese Oriente helenizado es ya segura durante la época imperial) y haya optado por utilizarlas convenientemente para su propia composición. En opinión de estos últimos estudiosos, resultan determinantes los frecuentes paralelos entre las Posthoméricas y la misma Eneida de Virgilio (descubiertos sobre todo, por supuesto, en su libro II, donde también se contaba la caída de Troya y en concreto aparecían e intervenían de forma igualmente notoria que en aquéllas los personajes de Sinón y Laocoonte). R. Keydell ha postulado la presencia también de las Metamorfosis de Ovidio, de las Troyanas y el Agamenón de Séneca y aun del Sobre la república de Cicerón (donde se contiene el famoso «Sueño de Escipión», que habría servido de modelo para el a su vez llamado «Sueño de Neoptólemo» del libro XIV) 56 ; años más tarde, se han mantenido en esta postura filólogos como Ph. I. Kakridis (para quien, de acuerdo con R. Keydell, Quinto debe bastante a la literatura latina: no sólo a Virgilio, sino también a Ovidio y a Séneca 57 ) y M. L. Mondino (quien también acepta el uso directo de la Eneida por parte de nuestro poeta, e incluso supone el empleo de las Metamorfosis para episodios concretos como el «Juicio de las Armas» y la muerte de Memnón 58 ). Frente a esta firme posición, M. Wh. Mansur rechazaba con decisión el que Quinto hubiera manejado directamente la Eneida , y sólo admitía para él su posible vago conocimiento gracias a los estudios escolares 59 . F. Vian, mediante exhaustivos análisis de los relatos virgilianos y de los de nuestro poeta, ha llegado a la conclusión de negar cualquier aparente influencia de los autores latinos, y prefiere imaginar la existencia de anteriores modelos griegos comunes, las más veces obras de época helenística hoy perdidas; de hecho, para solucionar el caso de los supuestos paralelismos entre Quinto y Virgilio, pretende que aquella obra de un tal Pisandro (cierto autor al parecer helenístico, no el ya mencionado Pisandro de Laranda, poeta del siglo III d. C.), de la que afirmaba Macrobio (en la sorprendente declaración de Saturnales V 2, 4) que el libro II de la Eneida no era sino una traducción literal, fue el modelo, pues, de Virgilio y una de las principales fuentes de Quinto 60 . Más recientemente, en fin, M. Campbell continúa en esta línea y tampoco admite la utilización de Virgilio 61 , y así, por ejemplo, entiende que el personaje de Laocoonte que descubrimos en las Posthoméricas lo podía encontrar, tal vez, en el libro II de la Eneida , pero, de acuerdo con el planteamiento de F. Vian, no fue ése su modelo directo, sino algún poema helenístico para nosotros desconocido 62 .

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