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El velo de los sentidos

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Los sentidos son incapaces de acceder a lo que Es por tres motivos. Por un lado, porque únicamente tienen acceso a parte de la envoltura física de las cosas. Solo ven superficie y una superficie transformada. Por otro, porque, aunque captar una porción mayor de la materia tal vez nos ayudaría a entender algo más de ella, aún nos faltaría acceder a un gran reino impalpable existente más allá de lo físico, a una parte sustancial de la totalidad que nada tiene que ver con lo tangible. La vista de las águilas es mucho más profunda que la nuestra y el oído de los perros es mucho más penetrante, pero en caso de que existiera un animal capaz de captar todo lo físico, solo se quedaría en el umbral. A medida que conocemos más del entorno, al igual que de nosotros mismos, nos damos cuenta de que la creación es un incontable mar donde se conjugan lo explícito y lo tácito. La forma es manifiesta y parcialmente captable por los sentidos, mientras que su origen es imperceptible. Como veremos más adelante, este último solo se puede alcanzar por la gran mente oculta tras el pensar obsesivo. Finalmente, porque los utilizamos principalmente para reafirmar nuestras ideas, una suma preestablecida antes de mirar, escuchar u oír. Entre esas preconcepciones existe una particularmente determinante en la captación de lo creado: la convicción de que somos seres separados tanto de todo lo demás como de nosotros mismos. Y al estar ciertos de ello, eso es exactamente lo que experimentamos.

El Alfabeto del Silencio

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