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II

Dentro del velo

Antes de seguir leyendo cierra los ojos. Permanece así al menos dos minutos.

[ En la versión impresa, aquí hay páginas en blanco. Se recomienda tener algunas hojas para realizar los ejercicios. ]

En las páginas en blanco anteriores haz un inventario de lo que has pensado durante este tiempo. Anota las ideas, las imágenes, los recuerdos o los pronósticos que han pasado por tu pensamiento.

Si no tienes a mano nada con qué escribir, hazlo mentalmente.

Ahora repasa la lista.

Tal vez al revisarla hayan surgido otras ideas derivadas de las anteriores. Añádelas a continuación.

Si apuntaras todo lo que pasa por tu mente, no acabarías nunca. Surgirían cosas como obligaciones por cumplir; lo que has olvidado hacer y sus consecuencias; cuándo vas a llevarlo a cabo, su nivel de urgencia; qué harás cuando algo vuelva a pasar para evitarlo o aprovecharlo; lo que te ha dicho alguien justa o injustamente; el origen de una sensación física; un problema surgido hace tiempo cuya solución no encuentras y cuál podría ser su impacto en el porvenir; un inconveniente ya superado que ha resurgido sin saber cómo; lo fastidioso de algo venidero; cómo debería haberse comportado alguien; de qué careces y cómo conseguirlo; el último placer vivido o uno por llegar; lo inevitable de un acontecimiento futuro; lo virtuoso o lo defectuoso en ti o en otros…

Pensar es algo que hacemos interminablemente. Para advertirlo, tan solo vuelve a cerrar los ojos y permanece así un minuto más.

Habrás notado que gran parte de los pensamientos surgen sin saber de dónde, sin mediación de la voluntad, sin que parezca posible pararlos y sin que, en muchas más ocasiones de las que quizá creas, los elijas. Simplemente aparecen al cerrar los ojos.

Sucede lo mismo con los ojos abiertos, haz la prueba.

Un buen sirviente y un mal amo

El cavilar incesante es un hábito profundamente arraigado en la mente humana. Tal fenómeno se produce cuando el pensamiento se separa de la voluntad, es decir, cuando uno1 comienza a pensar sin querer, literalmente sin darse cuenta, o cuando, acostumbrado a pensar de continuo, aun queriendo, no puede dejar de hacerlo.

En el punto en el cual el divagar y la voluntad de pensar se desligan sucede algo singular: el pensamiento se independiza y se desboca, las ideas brotan, se entrelazan, se ramifican, se extienden, proliferan, cunden, cobran volumen e inercia y discurren autónomamente con enorme e inadvertida fuerza.

Comprueba si te ha sucedido algo así realizando el ejercicio anterior.

Una querencia tan común y tan aparentemente inocua como la de pensar sin descanso tiene una relevancia mayor de lo que pueda parecer, porque la masa de especulaciones sueltas llega fácilmente a ocupar la totalidad del espacio interior creando una trama invisible cuyo tamiz filtra todo lo que se escucha, se ve o se siente.

Entonces, en vez de conducir a tu mente, tu mente te conduce a ti.

El espejo del mundo

Un hecho aparentemente trivial como encontrarse con un semejante —no hace falta que sea alguien tan característico como Álex, puede ser cualquier otro— constituye un acontecimiento realmente peculiar, no por lo que sucede fuera de ti, sino por lo que ocurre en tu interior. Es el encuentro con un espejo en cuya superficie se refleja una pequeña porción de la mente llamada pensamiento.

Al movernos por el mundo topamos con algo intrínseco, aunque lo tomemos por externo. Al mirar hacia el aparente exterior lo que vemos es el conjunto de nuestras ideas. El encuentro con lo que llamamos entorno es una confrontación extraordinaria e inadvertida con un orbe propio prefigurado antes de mirar.

Si es así, ¿cómo saber si lo que vemos es falso o no?

Antes de responder a esta pregunta, sopesa lo siguiente: cualquier cosa que permitas entrar en tu mente será real para ti2.

El mundo que ves es el conjunto de tus ideas

Cuando el pensamiento invade la consciencia adquiere un poder realmente notable, porque nos hace ver el entorno tal y como lo hemos concebido. Toda vez que predomina en la mente generamos experiencias tan reales en nuestro interior que seguimos percibiéndolas en todo lo circundante. Entonces actuamos como un cinematógrafo: nuestro devanar proyecta una película haciéndonos ver con terminante apariencia de realidad aquello prefigurado interiormente. Es la película de las ideas que nos colman. Creemos ver lo que pensamos plasmado frente a nosotros sin reconocer su origen como propio, sin reparar en que ha sido generado por nosotros en primera instancia. Al operar, ese proyector produce el ruido mental que a menudo nos aturde.

Tal fenómeno sucede porque el rumiar sin freno se obstina en confirmar su producto como cierto, encontrando, fabricando, modificando o añadiendo elementos que lo ratifiquen. Cuando se independiza por haberse suspendido toda atención sobre él, es fácil dar por válida cualquier abstracción, aceptar todo razonamiento y creer todo lo que se piensa. Así, se pierde la facultad de evaluar las ideas propias dándolas por válidas sistemáticamente. Como consecuencia, se produce una superioridad de lo que parece ser sobre lo que Es.

Como decíamos al principio, de todo lo que sucede hacemos una interpretación. Una vez construida, dejamos de actuar sobre lo sucedido y comenzamos a hacerlo sobre nuestra interpretación de lo sucedido. Cómo construyas dicha interpretación es crucial, pues determina tanto tu experiencia como tu comportamiento.

Cuando creemos actuar sobre lo que sucede en realidad estamos actuando sobre nuestra idea de lo que sucede. A veces producimos lo que vemos, pero siempre definimos cómo lo vemos. A través del cómo creamos percepciones tan sólidas que acaban constituyendo lo que creemos es el mundo, el conjunto de nuestras ideas.

Este proceso perceptivo sucede en décimas de segundo y se prolonga mecánicamente cuando miramos a través del filtro del pensamiento automatizado. Se trata de una supremacía callada, porque este proceso transcurre de forma inconsciente. Al no darnos cuenta de él, muchas veces no entendemos por qué sucede lo que parece suceder en lo percibido como exterior. También por eso a menudo ignoramos por qué nos sentimos de determinada manera, o por qué hacemos determinadas cosas. Cuando nos sumimos en la compulsividad del lucubrar, nuestras ideas toman posesión sobre nosotros sigilosamente y su curso nos lleva demasiadas veces, como la corriente de un gran río, a lugares a donde no queremos ir.

Un salto sin distancia

Cuando Álex se baje del autobús, sienta frente a ti tu enfermedad, tu situación de desempleo, tu relación difícil, tu pérdida, tu esperanza, la causa de tu dicha o tu posible futuro.

Mira... ¿qué ves?

El entorno que cada uno ve es la suma de sus propias ideas. Por eso, ante una misma circunstancia dos personas ven realidades diferentes; por eso, ante un mismo hecho, hay personas que reaccionan de manera distinta; por eso, cada uno de nosotros vive una realidad propia y dispar. Por eso también, ante situaciones como la pobreza, el dolor físico o la dificultad hay quien se desespera, mientras que hay quien es capaz de transformarlas en trabajo, salud o afecto. Por eso hay seres que, compartiendo el mismo entorno, viven unos en la oscuridad y otros en la luz.

Qué es el sueño

A la continua corriente de pensamientos le llamamos realidad. Mientras dormimos nuestra mente comienza a funcionar de una manera. Cuando durante la vigilia el pensamiento se separa de la voluntad y entra en proceso automático, opera de idéntico modo. El resultado es de la misma naturaleza que un sueño.

En el letargo nocturno cada situación, cada personaje y cada objeto parecen reales. Surgen ante nosotros figuras, personajes, situaciones. Si alguien nos dijese que lo sucedido es ilusorio le tomaríamos por loco, mas solo cuando despertamos nos damos cuenta de que lo creado por la mente dormida no existía.

De igual manera, el cavilar suelto filtra la experiencia transformándola, ocultándola a nuestra consciencia tal y como es. En consecuencia, construye un mundo imaginado de apariencia puramente real. Más allá, cuando su producto se convierte en lo único que vemos, creemos todo lo que pensamos, creemos ser lo que pensamos y creemos ser nuestros pensamientos.

El sueño consiste en la corriente desapercibida, continua, densa e hipnótica de ideas que surge cuando se desatiende el pensar, en el ruidoso tráfico producido por el uso descontrolado y abrumador de la mente.

Descuidarlo es como llevar una navaja abierta en el bolsillo. En su correcta utilización constituye una herramienta tremendamente útil, mas cuando se abre sola se convierte en un artilugio agudo y ciego.

Con todo, frente a la gran capacidad de confusión del pensar errático, tu potencial para disolverlo y ver a través de él es mayor.

Descorrer los velos

Al darse cuenta de cómo opera el velo del pensamiento, se queda en disposición de aflojar el de los sentidos. Sabiendo que lo esencial es invisible para ellos, y que la mente solo ve cuando trasciende el pensar, la atención del aparente exterior comienza a reenfocarse hacia la consciencia de lo interior. Entonces este otro filtro comienza a atenuarse.

Dicha disolución se acentúa cuando tal práctica se convierte en la manera habitual de aproximarse al Mundo. Esto no significa que los sentidos no sigan haciendo su trabajo, sino que así es posible ir más allá de ellos. Entonces se atraviesa la apariencia y el entorno pasa de ser percibido como un lugar formado por objetos deslavazados, un terreno monótono, lánguido o amenazante, a vivirse en pura fascinación.

Cruzar el espejo

La próxima vez que te halles con un desconocido no le mires a él, sino a ti. Adéntrate en las imágenes surgidas en tu pantalla interior, escucha tu diálogo interno, traza el camino entre todo ello y las emociones subsecuentes. Toma consciencia del pesado tamiz.

Investiga qué parte de lo que ves son tus prejuicios, tus miedos, tus deseos y tus ilusiones.

Si no te gusta lo que tienes delante, no intentes cambiarlo. Dirígete a lo que surge en tu mente y obsérvalo. Cuestiona qué parte de esa experiencia está constituida por tu interpretación de ella. Sigue observando tu pensar. Advierte si se aligera el mosaico tendido en tu entendimiento. No hace falta nada más. Es posible que durante ese tiempo tus emociones se transformen. En ese caso, haz lo mismo, obsérvalas.

Luego vuelve a mirar frente a ti y atisba qué cambia.

¿Por qué crees todo lo que ves? Porque crees todo lo que piensas.

Este es el punto clave: obsérvate y deja lo artificial desgajarse como el hueso se separa del fruto. Mientras mantengas la atención sobre tu filtro podrás ver a través de él, tal es el poder de la luz de la consciencia. Esto sucederá por sí solo si tú lo permites. Deja clarear tu ojo interior. Valora si así se ha descorrido algo cada velo.

Indaga en si sucede lo mismo cuando te relacionas con cualquier conocido, un amigo, un colega del trabajo o un familiar. Deja que, contemplándolo, lo perteneciente a tus ideas, tus prejuicios, tus deseos y tus miedos se disuelva.

Haz lo mismo al tropezarte con un suceso en la calle, en la familia, en la sociedad o cuando estés a solas.

Sobre todo, vigila tu pensamiento cuanto te enfrentes a un obstáculo: un difícil convivir, una dificultad económica, mala salud, una sombra en el ánimo o cualquier otro.

El juicio humano mora en la superficie cambiante, en el ámbito de los efectos. El Ser, aquello que Es y que Somos, habita en la permanente profundidad; mas existe primariamente en la hondura de nosotros mismos. Perder ese contacto es extraviar el sentido propio y por tanto de lo circundante, caer en la apariencia. En la superficie —en las olas, en el cuerpo, en las ideas, en el llamado mundo— habita el aparente cambio; en el fondo mora lo permanente, lo inmutable e infinitamente generador capaz de devolver sentido a todo.

El Alfabeto del Silencio

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