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La sombra y la luz

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Quizás hayas notado que gran parte de las ideas desatendidas que corretean por la cabeza son aciagas. Por lo general un buen número de ellas gira alrededor de cosas como qué habría sido mejor que sucediera en lugar de lo que ha pasado, por qué pasó, cuáles podrían ser sus consecuencias, qué podría ir mal, qué es necesario hacer para evitarlo, cómo ponerlo en práctica, los pros y los contras de ello, lo que alguien me ha hecho, la maldad o la estupidez de otros, cómo me afecta, el modo de sortearla, de lo que carezco, aquello que nunca tendré, lo defectuoso en mí o en los demás, los motivos de mi desdicha... y muchas otras cuestiones sombrías.

Este rodar continuo puede parecer necesario para sobrevivir, progresar o solucionar problemas, y a menudo esa es su intención, pero cuando se desborda se convierte en algo francamente contraproducente. Tal desbordamiento es muy habitual, porque ese tipo de diálogo interno tiene un gran poder magnético. De hecho, en el caso de muchas personas se convierte en un hábito continuo y por lo tanto en una manera de sentir y vivir. Porque una vez comienza, resulta difícil detenerlo; e incluso al querer hacerlo —si uno es consciente de ello, ya que a menudo transcurre sin que nos demos cuenta—, más que cesar se desborda hasta volverse casi incontrolable.

De esta manera de pensar muy a menudo brota la concepción de un mundo oscuro, en el que vivir es complicado, en el que la adversidad es inevitable y vida dolorosa o, al menos, incómoda. Cuando tal concepción es proyectada hacia el aparente exterior es percibida como cierta y acaba convirtiéndose en el entorno en el que creemos vivir. Se trata de una ilusión profundamente desasosegante porque nos separa de nuestra realidad y, cuando nos alejamos de lo que somos, sufrimos. La génesis de semejante concepción5 se encuentra en la ilusión de separación que describimos en el capítulo anterior, de la que deriva el convencimiento de que somos seres impotentes, frágiles, perecederos, desamparados, perdidos, sujetos a la merced de fuerzas externas, constreñidos por estrechos límites, abandonados a nuestros escasos recursos de los cuales dependemos.

Puede parecer así, pero nunca ha habido tesis más infundada. Aunque te pueda resultar inadmisible, muy al contrario, en nuestra esencia, somos seres plenos ajenos al dolor. Por ese mismo motivo estamos dotados de una cantidad ilimitada de recursos para disolver el delirio cuando aparece. Además, esos recursos están disponibles mucho más cerca de lo que piensas.

¿Dónde se encuentran? Existe algo primario, principal, algo por encima de todo en orden de importancia, del patrimonio, del mañana, de los deseos, de la personalidad, de las opiniones, los amigos, la familia, el poder y los valores: la Paz interior. ¿Por qué? Porque sin ella no te será posible llegar a la familia ni tendrá valor el patrimonio; el mañana será oscuro; cualquier inconveniente, un enorme problema; la personalidad, una prisión; las opiniones, un freno; los valores, un autoengaño; el entorno, un vórtice. Todas esas cosas son secundariamente importantes frente a la inmensa importancia de la Paz. En ella se encuentra cualquier recurso que puedas necesitar.

En nuestro interior existe un gran remanso de seguridad, dicha, Unión, Amor, belleza, sabiduría. Despertar consiste en llegar a él. Ese espacio es el nido de todo pensamiento luminoso, fecundo, cuerdo, sanador, productivo, reparador. Estos son los únicos pensamientos acertados porque solo a través de ellos es posible acceder al mundo que queremos y que nos pertenece por derecho propio; un mundo inconmoviblemente amplio, resplandeciente, dichoso, ilimitado, en el cual no existe lugar para el temor ni la sombra. Tal mundo está en nosotros y es nosotros: es nuestro estado original por más que permanezca momentáneamente olvidado. Su apertura se produce con la vuelta al conocimiento primordial de lo que somos. Por eso es vital despertar, recuperar la visión, recordar.

Aunque ocasionalmente accedemos a ese conocimiento, suele ser de manera efímera porque acostumbramos a recurrir a él únicamente para huir de la sombra fabricada. Cuando lo recuperamos, no le damos crédito y obviamos su inmensa importancia considerándolo irreal, secundario o fatuo. De hecho, es muy posible que lo anterior te haya parecido utópico, ingenuo, frívolo o irresponsable. Si es así, te invito a que lleves a la práctica los ejercicios que encontrarás más adelante, o que al seguir leyendo estas palabras pongas en marcha tu caja de resonancia, y que luego juzgues por ti mismo.

A causa de la mente obsesiva vivimos entre la ficticia sombra y la luz, entre el supuesto temor y la Paz, entre la aparente amenaza y la seguridad. La necesidad principal, la primera, la anterior a todo, la fundamental de cada uno de nosotros es salir de la ilusión que construye lo primero y oculta lo segundo para así retornar a nuestro radiante hogar, un hogar aparentemente oculto, aunque en realidad se halla en primer término, obvio y patente.

La única manera de recuperar la enorme riqueza subyacente en todos nosotros es acallar el fragor mental, soplar sobre esa cortina de humo. Así, el tesoro que hay detrás reaparece de manera natural porque nunca ha dejado de estar aquí.

El Alfabeto del Silencio

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