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Mi padre quiere hacer charqui con Lina.

—Son tiempos malos —responde Lucio— Tiempos de sacrificio.

—¿Por qué hay que dejar todo, tío?

—Dicen que por la patria… y por la libertad. Vaya uno a saber si es cierto.

—¿Qué sabe usted?

—Que vienen miles desde el norte, matando y robando. Es mejor no pensar mucho. Llevale el burro a tu padre, que hay poco tiempo.

Julián tira de la rienda y saluda. Poco más adelante, antes de llegar al puente, la prima Cata le empareja la marcha. Está agitada por el apuro. Dice que escuchó lo de Lina. Dice que no puede dejar que la hagan carne.

—¿Sos hombre o qué? —le dice.

—Claro que soy hombre —responde el niño.

—Demostralo, entonces, defendé a tu animal.

La prima le propone que en la primera hora de la noche, saque a la llama del corral y la ponga en el camino del cerro.

—Coquena la va a cuidar —le dice.

Hasta ahí llega la compañía de la prima. Con el rabillo, Julián la ve volver hacia la casa, cruzando el puente. Ahora, la marcha se hace lenta. El burro se resiste a seguir el paso de Julián. Tal vez lo asuste la partida de soldados que viene saliendo del pueblo. Tal vez lo asuste el apuro que todo el mundo tiene en Humahuaca. O el aletear de las gallinas que corren delante de sus amos, con la esperanza de vivir un día más. Tal vez presiente que vienen días de pesados esfuerzos.

Cuando llegan a la casa, el carro está dispuesto sobre la calle, cargado a medias. Está oscureciendo. Ciriaco y Lorenza entran y salen de la casa. Llevan utensilios, herramientas, sacos con alimentos. El arcón, con los atados de ropa, ya está dispuesto sobre la plataforma. Julián deja al animal en el patio trasero. Enlaza las riendas a un esquinero. Mira hacia el corral. Bartolina se destaca entre las sombras. También ella lo mira. El muchacho ya ha tomado una decisión. Lo hizo en el tiempo que le llevó recorrer el camino desde el puente hasta la casa. Solo tenía que encontrar el momento apropiado. Se acerca a la puerta de palos del corral. Bartolina se apresura a salir. Julián le corta el paso, la obliga a tomar el sendero del este, el que lleva al ganado, cada mañana, camino del cerro. Pronto son, animal y muchacho, dos sombras que se escurren, montaña arriba, sin que nadie lo note.

Más que nada

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