Читать книгу Memorias de viaje (1929) - Raúl Vélez González - Страница 50
[18 de mayo]
ОглавлениеNada que merezca consignarse he hecho en los tres días que llevo sin escribir. Volví al Louvre a ver las esculturas y verdaderamente son preciosas. La Venus de Milo es la perfección del rostro y del busto. No se imagina uno cómo pudieron las gentes de esas épocas remotas darle esa expresión al mármol y sobre todo, representar los pliegues de un traje con la naturalidad con que esa estatua tiene el pedazo de tela que cubre la mitad de su cuerpo. El museo está lleno de otras esculturas más viejas y sorprendentes por su perfección, pero la Venus, colocada al frente, al final de la galería, lo llena todo.
Volví a la feria de París a ver más máquinas, más tapices, más cristalería. Me cansé un horror y no volveré. Esta mañana fui con el propósito de visitar el museo del Luxemburgo, pero me encanté en el jardín que está al frente y cuando me acordé ya era la una y el museo se había cerrado. Pero no me di por engañado, porque el jardín es hermoso: es un bosque de árboles y flores lleno de fuentes y de estatuas. En un extremo hay un recinto circular como de una cuadra, con una gran pila en el centro y un estanque que la rodea. Limitando el recinto están las estatuas de más de veinte reinas de Francia, muchas de ellas de quince siglos hace. Me llamó especialmente la atención la de María Estuardo, la infortunada nuera de Catalina de Medici. No pude ver todo el jardín.
Por la tarde fui a conocer el Cementerio de Montmartre,8 uno de los más viejos y tan hermoso como el del Padre Lachais. Algo interesante vi como la tumba de Heine y la de Creuze. Y como cuando uno menos piensa le resultan los recuerdos, en presencia de algo, me pasó que encontré un sencillo monumento que tiene una vieja historia. No sé quién me la contó y por cierto me la contó mal.
El monumento a que me refiero está constituido por dos lápidas de piedra de granito enterradas y que salen como un metro afuera. De cada una de las piedras sale una mano de hierro y en la mitad se encuentran entrelazadas. Las piedras señalan las tumbas del Caballero Renard y de su esposa. Él murió primero y la inscripción de su piedra es todo lo más amante; termina con estas sencillas pero profundas palabras: “Aquí terminan tus dolores y principian los míos”. En la lápida de ella hay una larga inscripción en que sus amigos cuentan las dotes de la dama (llamada Juana) como esposa, amante y fidelísima.
Todos los domingos y días festivos oigo misa en la Magdalena, iglesia que en un principio me dejó algo desilusionado por su tamaño y por su altura que no son admirables; pero luego, viéndola detenidamente se encanta uno con su estilo puramente romano, rodeado de columnas de orden corintio. Tiene en el exterior veinte nichos con estatuas de santos (al frente San Luis, rey de Francia, y San Felipe, y atrás los cuatro evangelistas). Las puertas son de bronce y tienen en bajorrelieves los diez mandamientos. Uno de ellos (el sexto) representa la predicación del profeta Natán a David y a Betsabé. Es divina la expresión de pesar del santo rey y la tribulación de la adúltera; al pie se ve un niño tendido (Salomón) como testimonio del pecado. Haré una visita detenida al interior que por ahora no lo he visto sino a la ligera. He dicho que es pequeña la iglesia, y estoy por arrepentirme, porque tiene ciento ocho metros de largo, cuarenta y tres de ancho y treinta de alto.