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CAPÍTULO OCTAVO

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LAS CORTES DE LONDRES

Con acuerdo de Amadís e Galaor, que ya eran llegados, de Agrajes, e de otros preciados caballeros de su corte, ordenó el Rey que dentro de cinco días todos los grandes de sus reinos en Londres, que a la sazón como un águila encima de lo más de la Cristiandad estaba, a cortes viniesen, como de antes lo había pensado e dicho, para dar orden en las cosas de la caballería.

Partió el rey Lisuarte de Vindilisora con toda la caballería, e la Reina con sus dueñas e doncellas, a las cortes; la gente pareció en tanto número, que por maravilla se debría contar. Había entre ellos muchos caballeros mancebos ricamente armados e ataviados, e muchas infinitas hijas de reyes, e otras doncellas de gran guisa, que dellos muy amadas eran, por las cuales grandes justas e fiestas por el camino hicieron. El Rey había mandado que le llevasen tiendas e aparejos, porque no entrasen en poblado, e se aposentasen en las vegas cerca de las riberas e fuentes, de que aquella tierra muy bastada era. Así por todas las vías se les aparejaba la más alegre e más graciosa vida que nunca fasta allí tuvieran; y llegaron a aquella gran ciudad de Londres, donde tanta gente hallaron, que no parecía sino que todo el mundo allí asonado era. El Rey e la Reina con toda su compaña fueron a descabalgar en sus palacios, e allí en una parte dellos mandó posar a Amadís e a Galaor e Agrajes e otros algunos de los más preciados caballeros, e las otras gentes en muy buenas posadas, que los aposentadores del Rey de antes les habían señalado. Así holgaron aquella noche e otros dos días con muchas danzas e juegos, que en el palacio e fuera en la ciudad se ficieron; en los cuales Amadís e Galaor eran de todos tan mirados, e tanta era la gente que por los ver acudían donde ellos andaban, que todas las calles eran ocupadas.

A estas cortes que oís vino un gran señor, más en estado e señorío que en dignidad de virtudes, llamado Barsinan, señor de Sansueña, no porque vasallo del rey Lisuarte fuese, ni mucho su amigo ni conocido, mas por lo que agora oiréis. Sabed que estando este Barsinan en su tierra, llegó ahí Arcalaus el Encantador, e díjole:

—Barsinan, señor, si tú quisieses, yo daría orden como fueses rey sin que gran afán ni trabajo en ello hobiese.

—Cierto —dijo Barsinan— de grado tomaría yo cualquier trabajo que ende venir me pudiese, con tal que rey pudiese ser.

—Tú respondes como sesudo —dijo Arcalaus— e yo haré que lo seas, si creerme quisieres y me ficieres pleito que me farás tu mayordomo mayor, e no me lo quitarás todo el tiempo de mi vida.

—Eso faré yo muy de grado —dijo Barsinan—; e decidme por cuál guisa se puede hacer lo que me decís.

—Yo os lo diré —dijo Arcalaus—. Id vos a la primera corte que el rey Lisuarte ficiere, e llevad gran compaña de caballeros; que yo prenderé al rey en tal forma que de ninguno de los suyos pueda ser socorrido; e aquel día habré a su fija Oriana, que vos daré por mujer; y en cabo de cinco días enviaré a la corte del rey su cabeza. Entonces punad vos por tomar la corona del rey, que siendo él muerto, e su hija en vuestro poder, que es la derecha heredera, no habrá persona que vos contrariar pueda.

—Cierto —dijo Barsinan—; si vos eso hacéis, yo vos haré el más rico e poderoso hombre de cuantos comigo fueren.

—Pues yo haré lo que digo —dijo Arcalaus.

Por esta causa que oís vino a la corte este gran señor de Sansueña, Barsinan, al cual el rey salió con mucha compaña a lo recebir, creyendo que con sana e buena voluntad era su venida; e mandóle aposentar, e a toda su compaña, e darle las cosas todas que menester hobiesen; mas dígovos que viendo él tan gran caballería, e sabido el leal amor que al rey Lisuarte habían, mucho fué arrepentido de tomar aquella empresa, creyendo que a tal hombre ninguna adversidad le podía empecer. E hablando con el Rey, le dijo:

—Rey, yo oí decir que hacíades estas grandes cortes, e vengo ahí por vos hacer honra; que yo no tengo tierra de vos, sino de Dios, que a mis antecesores e a mí libremente dió.

—Amigo —dijo el Rey—, yo os lo agradezco mucho.

Otro día de mañana vistió el Rey sus paños reales, cuales para tal día le convenían, e mandó que le trajesen la corona que el caballero le dejara, y que dijesen a la Reina que se vistiese el manto. La Reina abrió el arqueta, en que todo estaba, con la llave que ella siempre en su poder tovo, e no halló ninguna cosa dello, de que muy maravillada fué, e comenzóse de santiguar y enviólo decir al Rey; e cuando lo supo, mucho le pesó, pero no lo mostró así ni lo dió a entender; e fuese para la Reina, e sacándola aparte, díjole:

—Dueña, ¿cómo guardastes tan mal cosa que tanto a tal tiempo nos convenía?

—Señor —dijo ella— no sé qué diga en ello, sino que el arqueta hallé cerrada; e yo he tenido la llave, sin que de persona la haya fiado; pero dígovos tanto, que esta noche me pareció que vino a mí una doncella, e díjome que le mostrase el arqueta, e yo en sueños gela mostraba, y demandábame la llave, e dábagela, y ella abría el arqueta e sacaba della el manto e la corona, e tomando a cerrar, ponía la llave en el lugar que ante estaba, e cobríase el manto e ponía la corona en la cabeza, pareciéndole tan bien, que muy gran sabor sentía yo en la mirar; e decíame: “Aquel y aquella cuyo será, reinará ante de cinco días en la tierra del poderoso que se agora trabaja de la defender e de ir conquistar las ajenas tierras.” Y desapareció ante mí, llevando la corona y el manto; pero dígovos que no puedo entender si esto me avino en sueños o en verdad.


El Rey lo tovo por gran maravilla e dijo:

—Agora vos dejad ende y no lo habléis con otro.

Y saliendo ambos de la tienda, se fueron a la otra, acompañados de tantos caballeros y dueñas e doncellas, que por maravilla lo toviera cualquiera que lo viese, y sentóse el Rey en una muy rica silla, e la Reina en otra algo más baja, que en un estrado de paños de oro estaban puestas; e a la parte del Rey se pusieron los caballeros, y de la Reina sus dueñas e doncellas, e los que más cerca del Rey estaban eran cuatro caballeros que él más preciaba; el uno Amadís y el otro Galaor, e Agrajes e Galvanes Sintierra.

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