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CAPÍTULO SEGUNDO

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LA SIN PAR ORIANA

Pues a esta sazón el rey Languines, pasando por su reino con su mujer e toda la casa, de una villa a otra, vínose al castillo de Gandales, que por ahí era el camino, donde fué muy bien festejado; mas a su Doncel del Mar e a su fijo Gandalín e a otros donceles mandólos meter en un corral por que no lo viesen; e la Reina, que en lo más alto de la casa posaba, mirando de una finiestra, vió los donceles que con sus arcos tiraban, y al Doncel del Mar entre ellos tan apuesto e tan hermoso, que mucho fué de lo ver maravillada; e viólo mejor vestido que todos, así que parescía el señor; e de que no vió ninguno de la compañía de don Gandales a quien preguntase, llamó sus dueñas e doncellas, e dijo:

—Venid, e veréis la más fermosa criatura que nunca fué vista.

Y admiróse también mucho de oír que sus compañeros le llamaban Doncel del Mar. Así estando, entró el Rey e Gandales, e dijo la Reina:

—Decid, don Gandales, ¿es vuestro hijo aquel hermoso doncel?

—Sí, señora —dijo él.

—Pues ¿por qué —dijo ella— lo llamáis el Doncel del Mar?

—Porque en la mar nació —dijo Gandales— cuando yo de la Pequeña Bretaña venía.

El Rey, que el Doncel miraba e muy hermoso le pareció, dijo:

—Faceldo aquí venir, Gandales, e yo lo quiero criar.

—Señor —dijo él— sí haré, mas aún no es en edad que se deba partir de su madre.

Entonces fué por él e trájolo e díjole:

—Doncel del Mar, ¿queréis ir con el Rey, mi señor?

—Yo iré donde me vos mandardes —dijo él— e vaya mi hermano comigo.

—Ni yo quedaré sin él —dijo Gandalín.

—Creo, señor —dijo Gandales—, que los habréis de llevar ambos, que se no quieren partir.

—Mucho me place —dijo el Rey.

Entonces lo tomó cabe sí y mandó llamar a su fijo Agrajes; e díjole:

—Fijo, estos donceles ama tú mucho; que mucho amo yo a su padre.

Cuando Gandales esto vió, apenas pudo contener el llanto. El Rey, que los ojos llenos de agua le vió, dijo:

—Nunca pensé que érades tan loco.

—No lo só tanto como cuidáis —dijo él—; mas si os pluguiere, oídme un poco ante la Reina.

Entonces mandaron apartar a todos, e Gandales les dijo:

—Señores, sabed la verdad deste Doncel que lleváis, que lo yo fallé en la mar. —Y contóles por cuál guisa, e también dijera lo que de Urganda supo, sino por el pleito que fizo—. Agora faced con él lo que debéis; que así Dios me salve, según el aparato que él traía, yo creo que es de muy gran linaje.

Mucho plugo al Rey en lo saber, y preció al caballero que lo tan bien guardara, e dijo a don Gandales.

—Pues que Dios tanto cuidado tuvo en lo guardar, razón es que lo tengamos nos en lo criar e hacer bien cuando tiempo será.

La Reina dijo:

—Yo quiero que sea mío, si os pluguiere, en tanto que es de edad de servir mujeres; después será vuestro.

El Rey se lo otorgó. Otro día de mañana se partieron de allí, llevando los donceles consigo, e fueron su camino. Pero dígoos de la Reina que facía criar al Doncel del Mar con tanto cuidado e honra como si su fijo propio fuese; mas el trabajo que con él tomaba no era vano, porque su ingenio era tal e condición tan noble, que muy mejor que otro ninguno, e más presto, todas las cosas aprendía. Él amaba tanto caza e monte, que si lo dejasen, nunca dello se apartara, tirando con su arco, cebando los canes. La Reina era tan agradada de como él servía, que lo no dejaba quitar delante su presencia.

Ocurrió entonces que yendo el nuevo rey de la Gran Bretaña, Lisuarte, navegando con gran flota para tomar posesión de sus estados, fué aportado en el reino de Escocia, donde con mucha honra del rey Languines recebido fué. Este Lisuarte traía consigo a Brisena, su mujer, e una hija que en ella hobo, que Oriana había nombre, de fasta diez años, la más hermosa criatura que nunca se vió; tanto, que ésta fué la que Sin-par se llamó, porque en su tiempo ninguna hobo que igual le fuese; e porque de la mar enojada andaba, acordó de la dejar allí, rogando al rey Languines e a la Reina que gela guardasen.

Ellos fueron muy alegres dello, e la Reina dijo:

—Creed que yo la guardaré como su madre lo haría.

Y entrando Lisuarte en sus naos con mucha priesa, en la Gran Bretaña arribado fué, e fué el mejor rey que ende hobo ni que mejor mantuviese la caballería en su derecho, fasta que el rey Artur reinó, que pasó a todos los reyes de bondad que ante dél fueron.

El Doncel del Mar, que en esta sazón era de doce años, y en su grandeza e miembros parescía bien de quince, servía ante la Reina, e así della como de todas las dueñas e doncellas era mucho amado; mas desque allí fué Oriana, la hija del rey Lisuarte, dióle la Reina al Doncel del Mar que la sirviese, diciendo:

—Amiga, este es un doncel que os servirá.

Ella dijo que le placía. El Doncel tuvo esta palabra en su corazón, de tal guisa, que después nunca de la memoria la apartó; que sin falta, así como esta historia lo dice, en días de su vida no fué enojado de la servir, y en ella su corazón fué siempre otorgado, y este amor duró cuanto ellos duraron; que, así como la él amaba, así amaba ella a él, en tal guisa, que una hora nunca de amar se dejaron; mas el Doncel del Mar, que no conocía ni sabía nada de cómo ella le amaba, teníase por muy osado en haber en ella puesto su pensamiento, según la grandeza y fermosura suya, sin cuidar de ser osado a le decir una sola palabra; y ella, que lo amaba de corazón, guardábase de hablar con él más que con otro, porque ninguna cosa sospechasen; mas los ojos habían gran placer de mostrar al corazón la cosa del mundo que más amaba.

Pasando el tiempo, como os digo, entendió el Doncel del Mar en sí que ya podía tomar armas si hobiese quien le ficiese caballero, y esto deseaba él, considerando que él sería tal e haría tales cosas por donde muriese, o viviendo, su señora le preciaría; e con este deseo fué al Rey, que en una huerta estaba, e hincando los hinojos, le dijo:

—Señor, si a vos pluguiese, tiempo sería de ser yo caballero.

El Rey dijo:

—¿Cómo, Doncel del Mar? ¿Ya os esforzáis para mantener caballería? Sabed que es ligero de haber e grave de mantener; e quien este nombre de caballería ganar quisiere e mantenerlo en su honra, tantas e tan graves son las cosas que ha de facer, que muchas veces se le enoja el corazón, e por ende ternía por bien que por algún tiempo os sufráis.

El Doncel del Mar le dijo:

—Ni por todo eso no dejaré yo de ser caballero; que si en mi pensamiento no toviese de complir eso que habéis dicho, no se esforzaría mi corazón para lo ser; e pues a la vuestra merced soy criado, complid en esto comigo lo que debéis.

El Rey dijo:

—Doncel del Mar, yo sé cuándo os será menester que lo seáis, e más a vuestra honra, e prométoos que lo faré.

E luego mandó que le aparejasen las cosas a la orden de caballería necesarias; e hizo saber a Gandales todo cuanto con su criado le contesciera, de que Gandales fué muy alegre, y envióle por una doncella la espada y el anillo e la bola de cera, como lo hallara en l’arca donde a él falló; y estando un día la hermosa Oriana con otras dueñas e doncellas en el palacio, holgando en tanto que la Reina dormía, era allí con ellas el Doncel del Mar, que sólo mirar no osaba a su señora, y decía entre sí:

—¡Ay, Dios! ¿por qué vos plugo de poner tanta beldad en esta señora, y en mí tan gran cuita e dolor por causa della? En fuerte punto mis ojos la miraron, pues que perdiendo la su lumbre con la muerte, pagarán aquella gran locura en que al corazón han puesto.

E así estando casi sin ningún sentido, entró un doncel e díjole:

—Doncel del Mar, allí fuera está una doncella extraña que os trae donas e os quiere ver.

Él quiso salir a ella, mas aquella que lo amaba, cuando lo oyó, estremeciósele el corazón y dijo:

—Doncel del Mar, quedad, y entre la doncella y veremos las donas.

Él estuvo quedo, e la doncella entró; y ésta era la que enviaba Gandales, e dijo:

—Señor Doncel del Mar, vuestro amo Gandales vos saluda mucho, así como aquel que os ama, y envíaos esta espada y este anillo y esta cera, e ruégaos que trayáis esta espada en cuanto vos durare, por su amor.

Él tomó las donas, e puso el anillo e la cera en su regazo, y Oriana tomó la cera, que no creía que en ella otra cosa hobiese, e díjole:

—Esto quiero yo destas donas.

A él pluguiera más que tomara el anillo, que era uno de los hermosos del mundo; e mirando la espada, entró el Rey e dijo:

—Doncel del Mar, ¿qué os paresce de esa espada?

—Señor, parésceme muy hermosa, mas no sé por qué está sin vaina.

—Bien ha quince annos —dijo el Rey— que no la hobo.

E tomándole por la mano, se apartó con él e díjole:

—Vos queréis ser caballero, e no sabéis si de derecho os conviene; e quiero que sepáis vuestra hacienda, como yo la sé.

E contóle cómo fuera en la mar hallado con aquella espada e anillo en el arca metido, así como lo oístes.

Dijo él:

—No me pesa de cuanto me decís, sino por no conocer mi linaje, ni ellos a mí; pero yo me tengo por hidalgo, que mi corazón a ello me esfuerza; e agora, señor, me conviene más que ante caballería, y ser tal que gane honra y prez, como aquel que no sabe parte de donde viene.

Por aquellos días el rey Perión de Gaula, cuñado de Languines, y uno de los más famosos caballeros de aquel tiempo, presentóse en la Corte de Escocia en demanda de guerreros que le ayudaran contra el rey Abíes de Irlanda, que le había invadido el reino con gran fuerza de armas. Agrajes, el hijo de Languines, que ya era armado caballero, rogó a su padre que le dejara ir con Perión a defender a su tía la reina de Gaula, y aquél se lo otorgó.

El Doncel del Mar, que ahí estaba, miraba mucho al rey Perión, por la gran bondad de armas que dél oyera decir, e más deseaba ser caballero de su mano que de otro ninguno que en el mundo fuese, e fuese donde su señora Oriana era; e hincados los hinojos ante ella, dijo:

—Señora Oriana, si a vos pluguiese que yo fuese caballero, sería en ayuda desa hermana de la Reina, otorgándome vos la ida.

—E si la yo no otorgase —dijo ella—, ¿no iríades allá?

—No —dijo él—; porque este mi vencido corazón sin el favor de cuyo es, no podría ser sostenido en ninguna afrenta, ni aun sin ella.

Ella se rió con buen semblante e díjole:

—Pues que así os he ganado, otórgoos que seáis mi caballero y ayudéis a aquella hermana de la Reina.

El Doncel le besó las manos e dijo:

—Pues que el Rey, mi señor, no me ha querido hacer caballero, más a mi voluntad lo podría agora ser deste rey Perión, a vuestro ruego.

—Yo faré en ello lo que pudiere —dijo ella—; mas menester será de lo decir a la infanta Mabilia, que su ruego mucho valdrá ante el Rey, su tío.

Entonces se fué a ella e díjole cómo el Doncel del Mar quería ser caballero por mano del rey Perión, e que había menester para ello el ruego suyo e dellas. Mabilia, hija del rey y hermana de Agrajes, que muy animosa era e al Doncel amaba, dijo:

—Pues fagámoslo por él, que lo merece; e véngase a la capilla de mi madre armado de todas armas, e nós le haremos compañía con otras doncellas; e queriendo el rey Perión cabalgar para se ir, que, según he sabido, será antes del alba, yo le enviaré a rogar que me vea, e allí hará el vuestro ruego, ca mucho es caballero de buenas maneras.

—Bien decís —dijo Oriana.

E llamando entrambas al Doncel, le dijeron cómo lo tenían acordado; él se lo tuvo en merced y llamó a Gandalín e díjole:

—Hermano, lleva mis armas todas a la capilla de la Reina, encubiertamente; que pienso esta noche ser caballero; e porque en la hora me conviene de aquí partir, quiero saber si querrás irte comigo.

—Señor, yo os digo que a mi grado nunca de vos seré partido.

Al Doncel le vinieron las lágrimas a los ojos y besóle en la faz e díjole:

—Amigo, agora haz lo que te dije.

Gandalín puso las armas en la capilla en tanto que la Reina cenaba; e los manteles alzados, fuése el Doncel a la capilla, e armóse de sus armas todas, salvo la cabeza e las manos, e hizo su oración ante el altar, rogando a Dios que, así en las armas como en aquellos mortales deseos que por su señora tenía, le diese vitoria.

Desque la Reina fué a dormir, Oriana e Mabilia con algunas doncellas se fueron a él por le acompañar; e como Mabilia supo que el rey Perión quería cabalgar, envióle a decir que la viese ante; él vino luego, e díjole Mabilia:

—Señor, haced lo que os rogare Oriana, fija del rey Lisuarte.

El Rey dijo que de grado lo haría, que el merecimiento de su padre a ello le obligaba. Oriana vino ante el Rey; e como la vió tan hermosa, bien creía que en el mundo su igual no se podría fallar; e dijo:

—Yo vos quiero pedir un don.

—De grado —dijo el Rey— lo faré.

—Pues facedme ese mi doncel caballero—; e mostróselo, que de rodillas ante el altar estaba.

El Rey vió al Doncel tan fermoso, que mucho fué maravillado; y llegándose a él, dijo:

—¿Queréis recebir orden de caballería?

—Quiero —dijo él.

—En el nombre de Dios, y Él mande que tan bien empleada en vos sea e tan crecida en honra como Él os creció en fermosura.

E poniéndole la espuela diestra, le dijo:

—Agora sois caballero, e la espada podéis tomar.

El Rey la tomó e diógela, y el Doncel la ciñó muy apuestamente, y el Rey dijo:

—Cierto, este acto de os armar caballero, según vuestro gesto e aparencia, con mayor honra lo quisiera haber hecho; mas yo espero en Dios que vuestra fama será tal, que dará testimonio de lo que con más honra se debía facer.

E Mabilia e Oriana quedaron muy alegres y besaron las manos al Rey; e encomendando el Doncel a Dios, se fué su camino.

Seyendo armado caballero el Doncel del Mar, e queriéndose despedir de Oriana, su señora, e de Mabilia e de las otras doncellas que con él en la capilla velaron, Oriana, que le parecía partírsele el corazón, sin se lo dar a entender, le sacó aparte y le dijo:

—Doncel del Mar, yo os tengo por tan bueno, que no creo que seáis hijo de Gandales; si al en ello sabéis, decídmelo.

El Doncel le dijo de su hacienda aquello que del rey Languines supiera; y ella, quedando muy alegre en lo saber, lo encomendó a Dios; y él falló a la puerta del palacio a Gandalín, que le tenía la lanza y escudo y el caballo; y cabalgando en él, se fué su vía sin que de ninguno visto fuese, por ser aún de noche.

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