Читать книгу Libros de caballerías - Ramón Marí­a Tenreiro - Страница 7

CAPÍTULO QUINTO

Оглавление

Índice

LOS ANILLOS DEL REY PERIÓN

Por razones que no son del caso, el hijo mayor de los reyes Perión y Elisena, nacido en ausencia del padre, había sido hecho desaparecer, al tiempo de ver la luz del mundo, por Darioleta, doncella y confidente de la madre. Entre otras cosas había llevado el niño colgado al cuello un anillo que Perión le había dado a Elisena, su mujer, idéntico a otro de que jamás se desprendía el Rey. Pero la Reina nunca le había confesado que, siendo en gran peligro su vida, había tenido que abandonar su hijo, sino que Perión creía que éste había nacido muerto y que el anillo, por falta de cuidado, era perdido.

Otro hijo de aquel real matrimonio, Galaor, aún muy mancebo, había también desaparecido y, sin que sus padres supieran de él, se criaba en tierra extraña, en el ejercicio de toda suerte de armas.

Días después de su victoria, pasando el Doncel del Mar por una sala, vió a Melicia, hija del Rey, niña, que estaba llorando, y preguntóla qué había. La niña dijo:

—Señor, perdí un anillo que el Rey me dió a guardar en tanto que él duerme.

—Pues yo os daré —dijo él— otro tan bueno o mejor, que le deis.

Entonces sacó de su dedo un anillo e dióselo. Ella dijo:

—Este es el que yo perdí.

—No es —dijo él.

—Pues es el anillo del mundo que más le parece —dijo la niña.

—Por esto está mejor —dijo el Doncel del Mar—, que en lugar del otro le daréis.

Y dejándola, se fué a su cámara, e acostóse en un lecho.

El Rey despertó y demandó a su hija que le diese el anillo, y ella le dió aquel que tenía; él lo metió en su dedo, creyendo que el suyo fuese; mas vió yacer a un cabo de la cámara el otro que su hija perdió, e tomándolo, juntólo con el otro, e vió que era el que él a la Reina había dado, y dijo a la niña:

—¿Cómo fué esto de este anillo?

Ella, que mucho le temía, dijo:

—Por Dios, señor, el vuestro perdí yo, e pasó por aquí el Doncel del Mar, e como vió que yo lloraba, dióme ese que él traía, e yo pensé que el vuestro era.

El Rey entró en la cámara de la Reina, y cerrada la puerta, dijo:

—Dueña, vos me negastes siempre el anillo que yo os diera, y el Doncel del Mar halo dado agora a Melicia; ¿cómo pudo ser esto? Que veisle aquí. Decidme de qué parte le hobo, e si me mentís, vuestra cabeza lo pagará.

La Reina díjole:

—¡Ay, señor, agora vos diré la mi cuita, que hasta aquí os hobe negado!

Entonces comenzó de llorar muy recio, firiendo con sus manos en el rostro, e dijo cómo echara a su hijo en el río, que llevara consigo el espada e aquel anillo.

—Por cierto —dijo el Rey— yo creo que este es nuestro hijo.

La Reina tendió las manos, diciendo:

—Así pluguiese al Señor del mundo.

—Agora vamos allá vos e yo —dijo el Rey— e preguntémosle de su hacienda.

Luego fueron entrambos solos a la cámara donde él estaba, e falláronlo durmiendo muy asosegadamente. Mas el Rey tomó en su mano la espada, que a la cabecera de la cama era puesta, e catándola, la conoció luego, como aquel que con ella diera muchos golpes e buenos, e dijo contra la Reina:

—Por Dios, esta espada conozco yo bien, e agora creo más lo que me dejistes.

—Ay, señor —dijo la Reina—, no le dejemos más dormir, que mi corazón se aqueja mucho.

E fué para él, e tomándole por la mano, tiróle un poco contra sí, diciendo:

—Amigo señor, acorredme en esta priesa e congoja en que estoy.

Él despertó e vióla muy reciamente llorar, e dijo:

—Señora, ¿qué es eso que habéis? Si mi servicio puede algo remediar, mandádmelo; que fasta la muerte se cumplirá.

—Ay, amigo —dijo la Reina—; pues agora nos acorred con vuestra palabra en decir cúyo hijo sois.

—Así Dios me ayude —dijo él—, no lo sé; que yo fuí hallado en la mar por gran aventura.

La Reina cayó a sus pies toda turbada, y él hincó los hinojos ante ella e dijo:

—¡Ay, Dios! ¿Qué es esto?

Ella dijo llorando:

—Hijo, ves aquí tu padre e madre.

Cuando él esto oyó, dijo:

—¡Santa María! ¿Qué será esto que oyo?

La Reina, teniéndolo entre sus brazos, tornó e dijo:


—Es, hijo, que quiso Dios, por su merced, que cobrásemos aquel yerro que por gran miedo yo hice; e, mi hijo, yo, como mala madre, os eché en la mar, e veis aquí el Rey, que os engendró.

Entonces hincó los hinojos y les besó las manos con muchas lágrimas de placer, dando gracias a Dios porque así le había sacado de tantos peligros para en la fin le dar tanta honra e buena ventura con tal padre e madre.

La Reina le dijo:

—Hijo, ¿sabéis vos si habéis otro nombre sino éste?

—Señora, sí sé —dijo él— que al partir de la batalla me dió aquella doncella una carta que llevé envuelta en cera cuando en la mar fuí echado; en que dice llamarme Amadís.

Entonces sacándola de su seno, gela dió, e vieron cómo era la mesma que Darioleta por su mano escribiera, e dijo:

—Mi amado hijo, cuando esta carta se escribió era yo en toda cuita e dolor, e agora soy en toda holganza e alegría, ¡bendito sea Dios!, e de aquí adelante por este nombre os llamad.

—Así lo haré —dijo él; e fué llamado Amadís, y en otras muchas partes Amadís de Gaula.

El rey Perión mandó llegar cortes, porque todos viesen a su hijo Amadís; donde se hicieron muchas alegrías e juegos en honor y servicio de aquel señor que Dios les diera, con el cual e con su padre esperaban vivir en mucha honra y descanso; en fin de las cuales Amadís habló con su padre, diciendo que él se quería ir a la Gran Bretaña, y que le diese licencia. Mucho trabajó el Rey e la Reina por lo detener; mas por ninguna vía pudieron; que la gran cuita que por su señora pasaba no le dejaba ni daba lugar a que otra obediencia tuviese sino aquella que su corazón sojuzgaba, e tomando consigo solamente a Gandalín e otras tales armas como las que el rey Abies le despedazara en la batalla, así se partió, e anduvo tanto fasta que llegó a la mar; y entrando en una fusta, pasó en la Gran Bretaña.

Libros de caballerías

Подняться наверх