Читать книгу Libros de caballerías - Ramón María Tenreiro - Страница 3
ОглавлениеLIBRO PRIMERO
LA CORTE DE LISUARTE
CAPÍTULO PRIMERO
EL DONCEL DEL MAR
De la Pequeña Bretaña a Escocia, su patria, iba por el mar en una barca un caballero que había nombre Gandales. Llevaba consigo su mujer y un hijo, llamado Gandalín, nacido poco antes. Siendo ya mañana clara, vieron un arca que por el agua nadando iba, e llamando cuatro marineros, les mandó el caballero que presto echasen un batel e aquello le trajesen: lo cual prestamente se hizo. Vió entonces que el arca era larga como una espada y estaba hecha de tablas muy bien calafateadas para que en ella no pudiera entrar el agua. El caballero tomó el arca e tiró la cobertura, e vió dentro un hermoso doncel recién-nacido, que en sus brazos tomó, e dijo:
—Este de algún buen lugar es—; y esto decía él por los ricos paños en que venía envuelto y por un anillo que junto con una bola de cera traía en un cordón al cuello e por una espada, que muy hermosa le pareció y que venía puesta a su lado en el arca. E guardando aquellas cosas, rogó a su mujer que lo hiciese criar, la cual hizo darle la teta de aquella ama que a Gandalín, su hijo, criaba, e tomóla con gran gana de mamar, de que el caballero e la dueña mucho alegres fueron. Pues así caminaron por la mar con buen tiempo enderezado, hasta que aportados fueron a una villa de Escocia que Antalia había nombre, y de allí partiendo, llegaron a un castillo suyo, de los buenos de aquella tierra, donde hizo criar el doncel como si su fijo proprio fuese; e así lo creían todos que lo fuese; que de los marineros no se pudo saber su hacienda, porque en la barca, que era suya, a otras partes navegaron.
Fué corriendo el tiempo y el doncel que Gandales criaba, el cual el Doncel del Mar se llamaba, que así le pusieron nombre, criábase con mucho cuidado de aquel caballero don Gandales e de su mujer, e hacíase tan hermoso, que todos los que lo veían se maravillaban.
Un día cabalgó Gandales armado, que en gran manera era buen caballero e muy esforzado, e halló una doncella, que le dijo:
—¡Ay, Gandales! Si supiesen muchos altos hombres lo que yo agora, cortar-te-ían la cabeza.
—¿Por qué? —dijo él.
—Porque tú guardas la su muerte —dijo ella.
Gandales, que lo no entendía, dijo:
—Doncella, por Dios os ruego que me digáis qué es eso.
—No te lo diré —dijo ella—; mas todavía así averná.
E partiéndose dél, se fué su vía. Gandales quedó cuidando en lo que dijera y sin poderlo entender. Pero momentos después tuvo ocasión de salvar la vida a la doncella y como recompensa de ello le pidió que le explicara sus misteriosas palabras. Ella le dijo:
—Tú me harás pleito, como leal caballero, que otro por ti nunca lo sabrá fasta que te lo yo mande.
Él así lo otorgó. Díjole:
—Dígote de aquel que hallaste en la mar, que será flor de los caballeros de su tiempo; éste hará estremecer los fuertes, éste comenzará todas las cosas e acabará a su honra, en que los otros fallescieron: éste hará tales cosas, que ninguno cuidaría que pudiesen ser comenzadas ni acabadas por cuerpo de hombre; éste hará los soberbios ser de buen talante; éste habrá crueza de corazón contra aquellos que se lo merecieren; e aun más te digo, que éste será el caballero del mundo que más lealmente manterná amor e amará en tal lugar cual conviene a la su alta proeza; e sabe que viene de reyes de ambas partes. Agora te ve e cree firmemente que todo acaecerá como te lo digo.
—Ay, señora —dijo Gandales—; ruégovos por Dios que me digáis donde vos fallaré para hablar con vos en su hacienda.
—Esto no sabrás tú por mí ni por otro —dijo ella.
—Pues decidme vuestro nombre por la fe que debéis a la cosa del mundo que más amáis.
—Tú me conjuras tanto, que te lo diré; sabe que mi nombre es Urganda la Desconocida. Agora me cata bien e conósceme si pudieres.
Y él, que la vió doncella de primero, que a su parecer no pasaba de diez y ocho años, vióla tan vieja e tan lasa, que se maravilló cómo en el palafrén se podía tener, e comenzóse a santiguar de aquella maravilla. Cuando ella así lo vió, por sí tornó como de primero, e dijo:
—¿Parécete que me hallarías aunque me buscases? Pues yo te digo que no tomes por ello afán; que si todos los del mundo me demandasen, no me hallarían si yo no quisiese.
—Así Dios me salve, señora —dijo Gandales—, yo así lo creo; mas ruégovos por Dios que vos membréis del doncel que es desamparado de todos sino de mí.
—No pienses en eso —dijo Urganda—; que ese desamparado será amparo y reparo de muchos; e yo lo amo más que tú piensas.
E así se partieron de en uno. Don Gandales, partido de Urganda, tornóse para su castillo, cuidando en la facienda de su doncel; e llegando al castillo, ante que se desarmase lo tomó en sus brazos e comenzólo de besar, viniéndole las lágrimas a los ojos, diciendo en su corazón:
—Mi fermoso hijo, ¿si querrá Dios que yo llegue al vuestro buen tiempo?
En esta sazón había el doncel tres años, e su gran fermosura por maravilla era mirada; e como vió a su amo llorar, púsole las manos ante los ojos, como que gelos quería limpiar; de que Gandales fué alegre, considerando que siendo en más edad, más se dolería de su tristeza; e púsole en tierra, e fuése a desarmar, e dende adelante con mejor voluntad curaba dél, tanto, que llegó a los cinco años; entonces le fizo un arco a su medida e otro a su hijo Gandalín, e facíalo tirar ante sí; e así lo fué criando hasta la edad de siete años.