Читать книгу Sal - Rebecca Manley Pippert - Страница 10
02 Celebrar nuestra pequeñez
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Cuando era agnóstica, constantemente le daba vueltas a la misma pregunta: “¿Cómo puede el ser humano finito afirmar que conoce a Dios? ¿Cómo sabe que no está siendo engañado?”.
Un día soleado de verano estaba tumbada en el césped de nuestro jardín cuando vi que unas hormigas estaban ocupadas construyendo un hormiguero. Se me ocurrió redireccionar sus pasos usando ramitas y hojas. Y, sin más, cambiaron de ruta y empezaron un nuevo hormiguero. Pensé: “¡Esto es como ser Dios! ¡Estoy redirigiendo sus pasos y ni siquiera se dan cuenta!”.
En un momento dado, dos hormigas se subieron a mi mano y pensé: “Sería gracioso que una hormiga se volviera hacia la otra y le dijera: ‘¿Crees en Becky? ¿Crees que Becky existe?’”.
Me imaginé a la otra hormiga respondiendo: “¡No seas ridícula! Becky es un mito, un cuento de hadas!”. ¡Qué cómica la arrogancia de esa hormiga diciendo que no existo, cuando podía tirarla de allí con un simple soplido!
Pero, ¿y si la otra hormiga le dijera “Yo sí creo que Becky existe”? ¿Cómo lo resolverían? ¿Cómo podrían saber que soy real? ¿Qué tendría que hacer yo para revelarles quién soy?
De repente, me di cuenta: la única forma de revelarles quién soy, de un modo que ellas me pudieran entender, sería convirtiéndome en una hormiga. Tendría que identificarme por completo con el ámbito de su realidad.
Me senté y recuerdo que pensé: “¡Qué pensamiento tan asombroso! ¡Reducir mi tamaño para reflejar con exactitud quién soy en forma de hormiga! ¿Pero cómo sabrían las hormigas que se trataba de mí en forma de hormiga? Ya lo sé: ¡tendría que hacer trucos! ¡Cosas que ninguna otra hormiga podía hacer!”.
Entonces caí en la cuenta: acababa de resolver el problema de cómo los seres humanos finitos podríamos descubrir a Dios. Para ello, Dios tendría que venir del exterior y revelarnos quién es.
En aquel momento, yo aún no había analizado el cristianismo, pero sí había buscado en otras religiones del mundo y no me había encontrado con ningún fundador o profeta que dijera a sus seguidores: “¿No lo entendéis? Cuando me veis a mí estáis viendo a Dios, porque yo soy Dios”. En vez de animar a sus seguidores a que les miraran a ellos, les hablaban de la importancia de seguir ciertas reglas y realizar ciertas prácticas espirituales para lograr, tal vez, que Dios les aceptara o les salvara.
Ahora bien, necesitaba averiguar si la Biblia afirmaba que Dios vino a la tierra en forma humana. No pude encontrar una Biblia en nuestra casa, así que busqué cualquier libro que tuviera en el título la palabra “cristiano”. ¡Y encontré uno! Se trataba de un ejemplar intacto de Mero cristianismo, así que me senté y empecé a leer vorazmente.
¿Qué descubrí? ¡Que la premisa central de la fe cristiana es que Dios irrumpió de forma sobrenatural en el planeta Tierra! El cristianismo es la religión de la revelación. ¡Dios vino a nosotros! Así como yo tenía que convertirme en una hormiga mientras seguía siendo Becky si quería comunicarme con las hormigas, ¡Cristo había adoptado naturaleza humana mientras seguía siendo Dios para así poder comunicarse con nosotros!
Aún no estaba convencida de que el cristianismo fuera verdad, pero ese enfoque tenía sentido. Si Dios existía, lo más lógico es que se revelara de una manera que pudiéramos entender.
C. S. Lewis también despertó mi curiosidad por leer la Biblia. Empecé con los Evangelios, y nunca olvidaré cuando leí esto por primera vez:
El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al unigénito Hijo del Padre, lleno de gracia y verdad [...] La gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, quien es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer. Juan 1:14, 17-18
Fue un proceso, pero finalmente llegué a creer que Jesús era quien decía: el Hijo de Dios enviado a nuestro planeta para sacarnos de la situación desesperada en la que estamos. Jesús no solo vino a revelarnos al Padre, sino a morir en la cruz asumiendo nuestro pecado. Un día entregué mi vida a Dios a través de Jesucristo, completamente y sin reservas.