Читать книгу Sal - Rebecca Manley Pippert - Страница 7
Experimentar la hostilidad
ОглавлениеLa noche de nuestro tercer estudio bíblico regresaba a mi habitación y oí, al igual que todos los demás, un anuncio por los altavoces pidiéndome que fuera inmediatamente a la oficina de la encargada de la residencia. La encargada de la residencia era una mujer de mediana edad que vivía en un apartamento en la planta baja. Cuando entré en su oficina y vi su cara, supe que fuera lo que fuera, era algo serio.
“Becky, ¿es verdad que diriges un estudio bíblico en la residencia?”, preguntó.
“Sí”.
“Pues va en contra de la política de la residencia, y un estudiante ya ha presentado una queja”, dijo.
Me quedé atónita. “Pero yo no he coaccionado a nadie a que viniera. De hecho, ¡otros me pidieron que lo dirigiera!”.
“Becky, ya he tenido reuniones sobre esto con mis colegas de otras residencias. Te lo advierto: ¡Cancélalo AHORA!”.
“¿Pero por qué? ¿Es una violación de la política de la residencia dirigir un estudio bíblico que los propios estudiantes han pedido?”. No estaba siendo arrogante. Estaba aterrorizada, pero también sorprendida.
“Escucha, Becky”, dijo. “Eres joven. No sé cómo te has metido en esta cosa religiosa. Me caes muy bien, pero podrías tener serios problemas. De hecho, si persistes en ello, podrían echarte de la universidad. Así que, por tu propio bien, ¡déjalo estar!”.
“¿Podrían expulsarme de la universidad?”, pregunté incrédula.
“Eso es”, respondió.
Enseguida me vinieron a la mente dos cosas. Primero, mi padre no era cristiano. De hecho, en ese momento, aparte de mi hermana, yo era la única cristiana comprometida en mi familia. La vergüenza que iba a sentir si llegaba a casa de esa manera era insoportable.
Segundo, me di cuenta de que no había orado. Así que clamé en silencio al Señor pidiéndole ayuda. Nunca olvidaré la paz que me inundó de repente. Entonces dije unas palabras que sabía que venían de Dios.
“Quiero honrar a esta universidad y obedecer sus reglas. Realmente quiero ser respetuosa. Pero no puedo detener este estudio bíblico. Debo hacer lo que siento que Dios me ha llevado a hacer. ¿Cómo puedo no hablar de lo que sé que es verdad?”.
“Siento mucho oír eso, Becky”, respondió la encargada de la residencia. “Ahora tendré que llevar esto a mis superiores. Me pondré en contacto contigo pronto. Pero estás siendo una insensata. ¿Me aseguras que no invitarás a ningún estudiante más hasta que volvamos a hablar?”.
“Recuerda que nunca he invitado a nadie. Pero, sí, te lo aseguro”, dije.
Volví a mi habitación, me tiré en la cama y empecé a llorar. Recuerdo haberle dicho al Señor: “¡Señor, eres invisible! La gente no puede verte, pero pueden verme a mí. Y si me expulsan de la universidad, ¡tendrás que ser tú quien se lo explique a mi padre!”.
Una amiga, Paula, vino a mi habitación porque quería saber por qué me había llamado la encargada de la residencia. Se lo conté y, viendo mi angustia, me dijo: “Becky, mi padre es anciano de nuestra iglesia. Ven a casa conmigo este fin de semana y coméntalo con él”.
Ese fin de semana su padre escuchó mi historia con gran compasión y dijo: “Becky, no creo que puedan expulsarte. Pero te lo han hecho pasar bien mal. Esta tarde quiero que leas el libro de Hechos de principio a fin. Te ayudará. Y luego lo comentamos”.
Dejando de llorar, anoté obedientemente el título y le pregunté dónde podía comprar ese libro.
“Esto... Becky, el libro de Hechos está en la Biblia, justo después de los Evangelios”, dijo. Luego, con una sonrisa irónica, añadió, “¡Menudo debe ser el estudio bíblico que estás dirigiendo!”.
Esa tarde, por primera vez en mi vida, leí el libro de Hechos. Nunca olvidaré el momento en que leí Hechos 4:18-21, cuando Pedro y Juan fueron arrastrados ante las autoridades judías y amenazados por predicar el evangelio:
Los llamaron y les ordenaron terminantemente que dejaran de hablar y enseñar acerca del nombre de Jesús. Pero Pedro y Juan replicaron:
—¿Es justo delante de Dios obedeceros a vosotros en vez de obedecerle a él? ¡Juzgadlo vosotros mismos! Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.
Después de nuevas amenazas, los dejaron irse.
Cuando leí la respuesta de Pedro y Juan, mis ojos se abrieron como platos. Me levanté de la silla y dije en voz alta: “¡Señor, es casi lo mismo que le dije a la encargada de la residencia!”.
Mi primera reacción al leer Hechos fue la sorpresa de descubrir que mi experiencia no era nueva. Los cristianos siempre han sufrido persecución. Mi segunda reacción fue de vergüenza profunda. Los apóstoles no solo fueron perseguidos por compartir el evangelio, sino que todos menos uno morirían por ello. Experimentaron un nivel de persecución que yo nunca había sufrido y que probablemente nunca sufriré. Confesé mis temores a Dios y le pedí que me fortaleciera para ser obediente y fiel fuera cual fuera el resultado.
Regresé al campus con nuevas fuerzas. El martes por la noche, mientras caminaba hacia la sala donde nos reuníamos para el estudio bíblico, me sorprendió ver el vestíbulo lleno de estudiantes. “Perdón”, dije. “Necesito pasar porque tengo una reunión”.
“Nosotros también queremos entrar”, dijeron. “Solo que la sala no es lo suficientemente grande. ¡No cabemos todos!”.
¡Todos querían asistir a mi estudio bíblico!
Estaba horrorizada. A pesar de lo que me había dicho el padre de Paula, no estaba segura de que no me podían expulsar de la universidad. Aunque estaba decidida a ser obediente, todavía tenía la esperanza de que, como se trataba de un estudio bíblico pequeño, no habría más problemas. ¡Pero solo en el vestíbulo había más de diez chicas!
¡¿Qué había pasado?! Bueno, estábamos a finales de los años 60, el apogeo de la “protesta revolucionaria” entre los jóvenes de EE. UU. El mantra de la época era: “No confíes en nadie mayor de treinta años”. Así que mi historia se había propagado como el fuego. La noticia de que la administración quería suprimir algo iniciado por los estudiantes —¡aunque fuera un estudio bíblico!— alimentó el espíritu revolucionario de la época. A la semana siguiente vinieron más estudiantes. Al final tuvimos que reunirnos en la sala más grande de nuestra planta. Aquel interés probablemente estaba más motivado por el deseo de plantarse ante la universidad que de considerar las afirmaciones del cristianismo. Sin embargo, allí estaban, escuchando sobre Jesús.
Obviamente, la encargada de la residencia estaba furiosa y me llamó a su oficina.
“¡Becky, te dije que no invitaras a nadie más hasta que volviéramos a hablar!”.
“¡Pero yo no he invitado a nadie! ¡Los estudiantes empezaron a invitar a más estudiantes!”.
No parecía convencida, y lanzó más amenazas, diciendo que mi expulsión de la universidad era ahora casi inevitable.
Lo irónico es que yo esperaba mantener el estudio como algo reducido para que la cosa no trascendiera. Pero cuanto más me amenazaba la encargada, más avivaba la llama de la protesta de los estudiantes. ¡Aquel estudio bíblico, en un campus en pleno Cinturón Bíblico, había terminado siendo algo contracultural y revolucionario! Pero, eso es precisamente lo que cualquier estudio de las Escrituras debería ser, en cualquier época y lugar.
Unos días después, cuando pasaba por la cafetería del edificio de estudiantes, una estudiante del estudio bíblico me llamó y me presentó a un hombre mayor que nosotras. Dijo que le acababan de contar la situación en torno al estudio bíblico y me pidió que le explicara lo que había pasado. Después de escuchar mi historia dijo: “Becky, soy el pastor de una iglesia unitaria de la ciudad. ¿Querrías venir este domingo y contar tu historia en lugar de mi sermón?”.
Intenté negarme, pero él insistió tanto, que al final decidí aceptar. Pero me quedé preocupada. Los unitarios niegan la existencia de la Trinidad, uno de los pilares de la verdadera fe cristiana. Fui a hablar con una estudiante cristiana madura, Lydia, y le pregunté si había cometido un error al aceptar.
“Becky”, dijo Lydia. “Creo que el Señor te ha dado una oportunidad de proclamar el evangelio. Así que no solo compartas lo que pasó. Asegúrate de compartir tu testimonio también”.
“Lo haré”, respondí. “Pero... ¿qué es un testimonio?”.
“Es explicar cómo conociste a Cristo. Cuenta lo que nos has contado: que eras agnóstica y tenías muchas preguntas intelectuales, que estuviste investigando en otras religiones antes de fijarte en el cristianismo… ¡Y explica qué te hizo concluir que el evangelio tenía sentido!”.
Llegó el domingo por la mañana y estaba más que aterrorizada. Pero cuando empecé a hablar, sentí la misma paz que había experimentado cuando la encargada de la residencia me confrontó. Después del servicio dominical descubrí que muchos miembros de la iglesia trabajaban en la universidad. Cuatro profesores se me acercaron y me dieron sus tarjetas, diciéndome: “Te ayudaremos en todo lo que podamos. Llámanos si tienes algún otro problema”.
La encargada de la residencia y yo tuvimos una última reunión, pero esta vez sabía que sus amenazas eran huecas. Nunca sabré qué motivó sus acciones.