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Baruch Spinoza entra en el diálogo5

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“Los israelitas no han sabido casi nada de Dios, aunque él se reveló a Moisés; lo demostraron lo suficiente cuando transfirieron a un becerro, algunos días después, el honor y el culto de Dios y creyeron que era aquél, esos dioses que los habían sacado de Egipto. Por cierto que no se debe creer que hombres llenos de supersticiones egipcias, groseros y agotados por los infortunios de la servidumbre, hayan tenido de Dios un conocimiento sano; o que Moisés les haya enseñado otra cosa que una regla de vida, no fundada en la filosofía y de modo que por medio de la libertad del alma fuesen llevados a vivir bien, sino como legislador, de modo que ellos estuviesen constreñidos por el mandato de la Ley. De este modo la regla que conduce a vivir bien, es decir, la verdadera vida, el culto y el amor de Dios, fue para ellos más una servidumbre que una verdadera libertad, una gracia y un don de Dios. Moisés les ordenó amar a Dios y obedecer su ley en reconocimiento de los beneficios que Dios les dio en el pasado (es decir, la libertad que sucedió a la servidumbre en Egipto, etc.). Además anunció terribles sanciones si transgredían estos mandatos y, por el contrario, prometió que muchos bienes recompensarían su observancia. Moisés instruyó a los Hebreos como los padres que enseñan a niños enteramente privados de razón. Por eso no cabe duda que ellos han ignorado la excelencia de la virtud y la verdadera beatitud […]. No se encuentra a nadie en el Antiguo Testamento que haya hablado de Dios de un modo más racional que Salomón, quien dominó un siglo por su luz natural; también por eso él se juzgó a sí mismo superior a la ley (pues ella fue establecida únicamente para aquellos que carecen de razón y de las enseñanzas de la luz natural), e hizo poco caso de todas las leyes concernientes al rey […]; más aún, las violó manifiestamente, en lo cual sin embargo no hizo bien, y su conducta no fue digna de un filósofo al entregarse a los placeres; enseñó que todos los bienes de fortuna son cosas vanas para los mortales, que los hombres no tienen nada más excelente que el entendimiento, y que la sinrazón es el peor suplicio con el que puedan ser castigados” (pp. 703-704).

“La verdadera felicidad y la beatitud consisten para cada individuo en el goce del bien y no en esta gloria de ser el único a gozar del mismo, estando los otros excluidos; estimarse en posesión de una beatitud más grande por ser el único que está en una buena condición, o porque se goza de una beatitud más grande y que se tiene mejor fortuna que los demás, es ignorar la verdadera felicidad y la beatitud; la alegría que se experimenta en creerse superior, si no es totalmente infantil, sólo puede nacer de la envidia y de un corazón malo. Por ejemplo, la verdadera felicidad y la beatitud de un hombre consisten únicamente en la sabiduría y el conocimiento de la verdad y de ningún modo en el hecho de ser más sabio que los otros o que los otros estén privados de sabiduría, pues esto de ningún modo aumenta su propia sabiduría, es decir, su verdadera felicidad. Quien se alegra de eso, se alegra del mal de otro, es envidioso y malo y no conoce ni la verdadera sabiduría ni la tranquilidad de la vida verdadera. Cuando la Escritura, para exhortar a los Hebreos a la obediencia de la ley, dice que Dios los ha elegido entre las otras naciones, que él está cerca de ellos y no de los otros, que sólo a ellos les ha prescripto leyes justas, finalmente que sólo a ellos les ha acordado el privilegio de conocerlo, al hablar así se puso a la altura de los Hebreos, quienes […] no conocían la verdadera beatitud; no hubieran estado en posesión de una menor beatitud si Dios hubiera igualmente llamado a todos los hombres a la salvación; Dios no les hubiera sido menos propicio aunque les hubiera acordado a los otros una igual asistencia; las leyes no hubieran sido menos justas ni ellos mismos menos sabios si dichas leyes hubieran sido prescriptas para todos; los milagros no hubieran mostrado menos la potencia de Dios si hubieran sido hechos para otras naciones; y finalmente los Hebreos no hubieran tenido que honrar menos a Dios si también Dios hubiera acordado todos estos dones a todos igualmente. Cuando Dios le dijo a Salomón que nadie después de él lo igualaría en sabiduría, ésta parece ser únicamente una manera de hablar para significar su elevada sabiduría: sea lo que fuere, no es necesario creer que Dios haya prometido a Salomón, para su mayor felicidad, que él no le otorgaría a nadie una tan grande sabiduría; pues esto no acrecentaría para nada el poder del entendimiento de Salomón, y este rey prudente no hubiera tenido que agradecerle menos a Dios por un beneficio tan grande, aun cuando Dios le hubiera anunciado su intención de otorgar a todos una igual sabiduría” (pp. 707-708).

1 Los textos citados fueron traducidos por mí a partir de los Gesammelte Werke. (S. Fischer, Verlag, 1961, T. VI). No necesariamente considero que sea la mejor traducción pero es aquella sobre la cual fundamento mi diálogo con Freud. No es este el lugar para discutir por qué traduzco el término alemán Trieb por “instinto”. Tomo para la discusión la última parte de “Moisés y el monoteísmo”.

2 Sudamericana, 1962, Tomo I, p. 128.

3 d.org.uk/arab-israeli.html www.psiconline.it

4 Kant: Crítica de la razón pura, Losada, 1960, p. 651. Lo puesto entre corchetes son aclaraciones mías.

5 Spinoza, B: Traité des autorités theologique et politique. Bibliothèque de la Pléiade, 1954. Traducido por mí del francés.

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