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3 Conversando con Freud: “La técnica psicoanalítica”1

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Trabajando en un grupo de estudios el “Compendio de psicoanálisis” al llegar al capítulo sobre “La técnica psicoanalítica” y en la medida que lo íbamos leyendo tuve una impresión que no tengo en general con los artículos más teóricos de Freud: leer algo que sonaba a antiguo. Si bien yo concordaba en general con sus conceptos, el método que describía no reflejaba lo que yo percibo durante los tratamientos que llevo a cabo. Algo de este tema ya lo he “conversado” con Freud a raíz del caso del “hombre de las ratas” (“Supervisándonos mutuamente con Freud”), pero el del “Compendio” es un trabajo que se refiere específicamente a la técnica y que corresponde a la última etapa del pensamiento de Freud (cito o resumo los fragmentos que me parecen más significativos para su discusión.

Dice Freud que, en tanto nuestro aliado en el tratamiento es el yo, limitado por sus dependencias del superyó, del ello y del mundo exterior, “debemos acudir en su ayuda”. Pero para esta tarea, el yo, aunque con sus limitaciones, debe “mantener una cierta medida de consistencia y una parte de intelección ante las exigencias de la realidad”. Es lo que no ocurre con el psicótico, por lo cual “debemos renunciar a intentar llevar a cabo, con el psicótico, nuestro plan de curación. Tal vez renunciar para siempre, tal vez solo por el momento, hasta que hayamos encontrado, para él un plan más apropiado”.

Con el neurótico, para ayudar al yo del paciente frente a las demandas de sus tres amos (el superyó, el ello y el mundo externo), establecemos un pacto: total sinceridad por el lado del paciente y discreción más estricta por parte de analista. Pero más allá de la sinceridad, esperamos que nos cuente no sólo lo que sabe sino también lo que no sabe: para esto se recurre a la regla fundamental y eliminando la autocrítica se abre el camino a un material que “está bajo la influencia de lo inconsciente y, a menudo, es derivado directo del mismo y nos pone en situación de colegir el inconsciente reprimido y, por nuestro intermedio, ampliar el conocimiento que su yo tiene de su inconsciente”.

Surge una primera pregunta: ¿qué es un derivado directo de lo inconsciente? ¿Hay un solo inconsciente que tiene sus derivados? ¿Se refiere al complejo de Edipo y derivados directos e indirectos? ¿Derivados progresivos y/o regresivos?; ¿se refiere en general a la sexualidad infantil reprimida? ¿Cuál es la distancia que separa los derivados del complejo nuclear de las neurosis? Con estas preguntas quiero plantear que me parece que el concepto de inconsciente –o de inconsciente reprimido– no es un concepto unívoco, a menos que se considere –y creo que así lo debía pensar Freud– como núcleo de lo inconsciente reprimido al complejo de Edipo (disculpe el lector estas elucubraciones pero pienso que los conceptos teóricos deben ser precisados, cosa que no puede hacerse con los empíricos, la realidad viene mezclada).

Yo diría que con la asociación libre buscamos liberar la corriente del pensamiento de la autocrítica, que muchas veces está al servicio de la censura y abrir caminos a representaciones que, si bien no necesariamente reprimidas, eran dejadas de lado por la lógica preconsciente y, como tales, tal vez más cercanas a la lógica de los procesos primarios, constituirían un primer paso para acercarnos a las representaciones reprimidas y a lo reprimido, sea este lo que fuere. Y este se define y se presenta de un modo al principio inesperado: bajo la forma de transferencia.2 La transferencia (neurosis de transferencia) es ya una manifestación del retorno de lo reprimido en el cual retorna el vínculo con un otro que quedó cristalizado en el síntoma.

Agrega Freud:

“No es lo deseable cuando el paciente, fuera de la transferencia, actúa3 en vez de recordar; el comportamiento ideal respecto a nuestros objetivos sería que él se comportase fuera del tratamiento lo más normalmente posible y que sus reacciones anormales se exteriorizasen sólo en la transferencia”.

Es ambiguo lo que se entiende por transferencia: ¿es que la transferencia o, mejor dicho, la neurosis de transferencia se da sólo en el tratamiento (acá Freud usa como sinónimos lo que se da en la transferencia con lo que se da en el tratamiento) o también es neurosis de transferencia cuando se da fuera del mismo? Y dentro del tratamiento, la neurosis de transferencia no es también un actuar en vez de recordar? Aunque fuese sólo verbalmente, el paciente expresa sus sentimientos al analista como algo presente y no como algo recordado; el riesgo es que el analista actúe en la contratransferencia como padre, maestro, etc., respondiendo a las demandas del analizando. Pero muchas veces no está mal jugar momentáneamente ese rol si se tiene conciencia de estarlo jugando (de lo contrario implicaría entrar en la neurosis de contratransferencia), particularmente con pacientes más regresivos.

Pero ¿por qué es mejor que el paciente actúe su neurosis de transferencia con el analista a que lo haga afuera? Lo que se decía en una época, enfatizando las interpretaciones de la transferencia, era que sólo se puede comprobar lo que se ve directamente y que no se puede confiar en las imprecisiones del relato del paciente. A veces se puede evaluar mejor el fenómeno si se lo tiene a cierta distancia (recordado o relatado) que cuando se lo está viviendo. De todos modos pienso que, como analista, no es uno el que puede decidir dónde ha de manifestarse el fenómeno, pero de ningún modo trataría de referir una neurosis de transferencia actuada en el afuera de la sesión a la relación conmigo como analista: por los diferentes personajes con los que se despliega la actuación en el afuera puede diferenciarse con más precisión lo cualitativo de la situación que se está repitiendo. Por otro lado, entiendo que en la época de Freud ciertas acciones en el afuera podían tener muchas más consecuencias sociales que lo que hoy implicaría, por ejemplo, la iniciación sexual en la mujer, un casamiento o un divorcio. Esta referencia de Freud trajo como consecuencia una patologización de lo que se tradujo como acting-out, como un actuar afuera del tratamiento: to act out es “representar dramática o teatralmente” (Appleton Dictionary) y no tiene que ver con el actuar “afuera” ni creo que es la mejor traducción de agieren, que es simplemente actuar, el equivalente de agir en francés. Creo que, como plantea Freud en el “Proyecto”, el primer pensamiento es una acción (el movimiento de la cabeza del bebé para encontrar el pecho de frente, en posición para mamar) y, como dice Marx (no recuerdo dónde), “los hombres lo hacen y después lo saben”. Si algo no ha sido desplegado en la acción no termina de ser conocido, recién después de repeticiones y poco a poco se va economizando la descarga en la acción para transformarse en descargas verbales que la signifiquen. Yo creo que el progreso en el análisis se muestra en la ampliación del campo de acción del analizando, acciones específicas de cada uno y correspondientes a cada circunstancia pero que al principio pueden aparecer como repeticiones transferenciales y que pueden ser objeto del análisis allí donde tienen lugar.

Por otra parte casi no veo el tipo de “transferencias” que describe Freud, irrumpiendo en el curso del análisis (me refiero a la intensidad, no a la cualidad de las mismas). Creo que esto tiene que ver con la menor cantidad de neurosis clásicas (en particular de histerias de conversión), la menor represión genital y la mayor libertad en general para tratar temas sexuales sin que necesariamente se erotice la relación. Creo, de todas maneras, que la transferencia (no neurosis de transferencia) erótica (en el sentido amplio de la palabra) es el verdadero motor del tratamiento: un niño debe enamorarse de su maestro/a, un discípulo de su docente (y viceversa) y no cabe duda de que entre analista y analizando, si no existe este afecto no hay motor para el trabajo en común y este afecto se construye con el trabajo mismo.

“Nuestro camino para reforzar al yo debilitado tiene como punto de partida la ampliación de su autoconocimiento. Sabemos que esto no es todo, pero es el primer paso […] Con lo cual la primera parte de nuestra asistencia es un trabajo intelectual de nuestro lado y una invitación a la colaboración por parte del paciente […] Pero jamás omitimos el mantener separados nuestro conocimiento del paciente. Evitamos comunicarle inmediatamente lo que a menudo hemos colegido muy tempranamente o comunicarle todo lo que creemos haber colegido. Reflexionamos cuidadosamente cuándo podemos hacerlo copartícipe de una de nuestras construcciones, esperamos el momento que nos parece apropiado, lo que no siempre es fácil decidir. Por lo general demoramos la comunicación de una construcción, el esclarecimiento, hasta que él mismo se haya acercado tanto a dicha construcción que sólo queda dar un paso, ciertamente la síntesis necesaria. Si obramos de otro modo o lo sorprendemos con nuestra interpretación, la comunicación o bien no tendrá efecto alguno o provocaría una fuerte irrupción de resistencia que dificultaría o inclusive pondría en riesgo la continuación del trabajo. Pero si hemos preparado todo correctamente, a menudo logramos que el paciente confirme inmediatamente nuestra construcción y él mismo recuerde el suceso olvidado, sea este exterior o interior. Cuanto más precisamente se corresponda la construcción con las singularidades de lo olvidado, tanto más fácilmente le será corroborada. En este fragmento nuestro saber ha devenido también su saber”.

¿Cuál es el saber que yo como analista tengo y que el analizando no tiene? De las singularidades olvidadas de su historia nos enteramos los dos al mismo tiempo.

¿Qué, de los sucesos interiores o exteriores, conozco yo y no el analizando? En principio, los universales (complejo de Edipo, las etapas de la evolución sexual del niño y características del aparato psíquico en general), lo que es difícil que un paciente que llega hoy al consultorio no conozca. A partir de mis conocimientos y de lo que el paciente me relata me formulo hipótesis, algunas de las cuales puedo compartir con el paciente. Entiendo que en la época de Freud formular hipótesis, por ejemplo, sobre la psicosexualidad infantil del paciente, podía generar resistencias muy intensas. Pero hablo de hipótesis, no de conocimiento de sucesos de la historia del paciente: éstos sólo los sabe el paciente, aunque no sepa que lo sabe. El saber manifiesto creo que se da al mismo tiempo en el paciente y el analista: a veces se da cuenta antes el paciente y otras, al hacerse el suceso casi manifiesto, es adivinado o colegido por el analista (Freud usa el término erraten, que es más adivinar que colegir, pero en este contexto me pareció más adecuado traducirlo como colegir). En resumen, no sé qué cosa puedo yo saber del paciente (salvo los universales) que el paciente no sepa (todo el tiempo tengo presente algo que escuché decir a Anna Freud, no recuerdo si en el Congreso de Edimburgo o en el de Ámsterdam: “Mi padre me dijo que no le hacía ningún bien al paciente si algo que yo sabía de él no se lo comunicaba”. No niego el margen de error que puede tener este recuerdo).

Me llama la atención el predominio del término “construcción” en relación con el de “interpretación”: parecería que en ese momento se centra más en la “verdad histórica” (que se manifiesta en la construcción) que en la “realidad psíquica” (develada en la interpretación: Deutung).

“Con la mención de la resistencia hemos llegado a la segunda parte, más importante, de la tarea”. La primera parte era el trabajo intelectual de ampliación del conocimiento que el paciente tiene de sí mismo. La segunda parte es la “que nos debe abrir el camino para otra tarea, más difícil”. Se refiere a las resistencias de represión (deja aquí explícitamente de lado las otras formas de resistencia). “Es interesante que en esta situación la toma de partido” que hasta ese momento tendía a ponerse de lado del yo reforzándolo a partir de su autoconocimiento,

“hasta cierto punto se revierte, pues el yo se rebela contra nuestra iniciativa, pero lo inconsciente, en otro momento nuestro oponente, nos ayuda, pues tiene un ‘empuje ascendente’ natural, no anhela otra cosa que avanzar hasta la conciencia por sobre las fronteras puestas en el yo. La lucha que en este momento se establece, si logramos nuestro objetivo y podemos mover el yo hacia el vencimiento de sus resistencias, se lleva a cabo bajo nuestra dirección y con nuestra ayuda. Es indiferente el resultado de esta lucha, si conduce a que el yo, tras un nuevo examen, admita a la exigencia instintiva hasta ahora rechazada o que la rechace, esta vez definitivamente. En ambos casos el peligro permanente está apartado, el territorio del yo está ampliado y un costoso gasto se ha vuelto superfluo”.

Estoy de acuerdo con nuestra neutralidad ante las salidas posibles que encuentre el paciente. Yo diría que la represión ha de ser sustituida por la judicación consciente y desde este lugar el paciente adquiere libertad de pensamiento y acción en áreas previamente constreñidas. Lo mismo que me pasaba con el tema de las neurosis de transferencia, tampoco aquí observo tan netamente diferenciadas ambas etapas en el curso del tratamiento: una primera etapa de mayor despliegue y colaboración intelectual y una etapa ulterior marcada por las resistencias de represión. Si bien en todo tratamiento (como en todo proceso creativo) hay etapas más productivas y otras menos (estas últimas marcadas por un predominio de la censura, que se refuerza ante la amenaza de todo retorno de lo reprimido, fundamento de todo proceso creativo) mi experiencia es que los fenómenos de la defensa y del retorno de lo reprimido vienen mezclados y lo que de entrada aparece como oposición ha de dialectizarse en el sentido que cada polo de esta contradicción contiene dentro de sí al otro polo, de modo que no podemos definir al principio qué es defensa y qué es retorno de lo reprimido; sólo a posteriori, luego de que se haya desarrollado el proceso de análisis, podremos decir qué hubo de defensa y qué de retorno de lo reprimido en cada producción del paciente. Pero esta diferencia entre la observación de Freud y la mía (a menos que la diferenciación de Freud en dos etapas sea más un desarrollo lógico que fenoménico) pienso que puede deberse a que yo le impongo al paciente menos condiciones que las que le imponía Freud: no impongo (a priori) número de sesiones, no impongo el uso del diván y ni siquiera planteo la regla fundamental (a veces la explicito para trabajar un fragmento de un sueño, de una fantasía o de un recuerdo encubridor). La imposición de entrada de ciertas normas que apuntan a la emergencia de lo reprimido pueden generar en el yo, luego de un primer período de deseo consciente de colaboración, la acumulación de resistencias que luego acuden en tropel. A esta altura de la experiencia del análisis en general y de mi desarrollo en particular, tengo confianza en que el retorno de lo reprimido se dará naturalmente bajo la única condición de que el paciente tenga 50 minutos (poco más o menos, pero no mucho menos) para ir diciendo en voz alta y escuchándose lo que él mismo piensa, estimulado a su vez por mis preguntas, interpretaciones y eventuales construcciones (que en principio no pasan de ser hipótesis).

“El vencimiento de las resistencias es la parte de nuestro trabajo que ocupa la mayor parte del tiempo y el máximo esfuerzo”. Yo diría que la esencia del psicoanálisis es justamente el vencimiento de las resistencias, o sea, la disolución de la censura inconsciente (pasando muchas veces por la disolución de las neurosis de transferencia) y este trabajo es continuo y se va dando casi naturalmente con las asociaciones del paciente, haciéndose más evidente cuando surge una formación sintomática, o sea, la emergencia de la ruptura de la lógica que va desarrollando el paciente en sus asociaciones y/o en su vida corriente.

Sigue diciendo Freud que el vencimiento de las resistencias “lleva a cabo una ventajosa modificación del yo independiente del efecto de la transferencia y que se conserva a lo largo de la vida”.

Se refiere luego a dos nuevos factores, fuentes de resistencia desconocidos por el paciente y que no parten de su yo.

“Se los puede englobar bajo un nombre común: necesidad de estar enfermo o necesidad de sufrir, pero son de origen diferente si bien de naturaleza emparentada. El primero de estos dos factores es el sentimiento o conciencia de culpa, que así se lo llama sin tener en cuenta que el enfermo no lo siente ni lo reconoce. Es evidentemente la contribución a la resistencia efectuada por un superyó que se ha hecho especialmente duro y cruel. El individuo no debe curarse sino permanecer enfermo pues no merece nada mejor. Esta resistencia no perturba nuestro trabajo intelectual pero lo vuelve ineficaz: a menudo permite que suprimamos una forma del padecer neurótico pero está inmediatamente preparado a sustituirlo por otro, eventualmente por medio de una enfermedad somática. Esta conciencia de culpa explica también la ocasionalmente observada curación o mejoría de graves neurosis luego de desgracias reales; se trata de que el individuo padezca, de la manera que fuese. La resignación sin queja con la que tales personas a menudo toleran su duro destino es muy llamativa, pero también reveladora. En la defensa de esta resistencia debemos limitarnos a hacer consciente a la misma y a tratar lentamente de desmontar al superyó hostil”.

En alemán, hasta donde yo entiendo, hay una ambigüedad de sentido: no se entiende si hay que defender a esa resistencia o defenderse de ella: “In der Abwehr dieses Widerstandes” puede implicar ambas cosas. Tanto L. Rosenthal (“Al combatir esta resistencia…”) como Strachey (“In warding off this resistance”) traducen en el sentido que esta resistencia debe ser combatida, lo que suena como lo más adecuado pero tomada la expresión en forma literal, Freud usa un posesivo (caso genitivo): la defensa de esta resistencia. Aunque tal vez un hablante habitual del alemán me diga que sólo puede entenderse de la manera como tradujeron Rosenthal y Strachey, no dejo de lado la posibilidad de ambigüedad en la expresión y que a Freud, aunque no lo hubiese querido decir conscientemente, se le hubiera filtrado una impresión que a este tipo de resistencia hay que respetarla; sí analizarla, pero teniendo en cuenta que su movilización puede traer riesgos más serios, dependiendo de la intensidad del sentimiento de culpa.

“Es menos fácil comprobar la existencia de otra resistencia, en la lucha contra la cual nos encontramos especialmente débiles. Entre los neuróticos existen personas en las cuales, por todas sus reacciones, podemos reconocer que el instinto de autoconservación ha experimentado ni más ni menos que una inversión (Verkehrung: inversión, transformación). Parecen dirigirse únicamente a dañarse o destruirse a sí mismas. Tal vez pertenecen también a este grupo personas que al final cometen suicidio. Suponemos que en ellas ha tenido lugar una amplia desmezcla instintiva como consecuencia de la cual son liberadas desmedidas cantidades del instinto de destrucción orientado hacia adentro. Tales pacientes no encuentran tolerable la curación por medio de nuestro tratamiento, se defienden de ella con todos sus medios. Pero admitimos que éste es un caso que aún no hemos logrado aclarar totalmente”.

¿Dónde ubicamos esta última forma de resistencia? En principio no recuerdo que Freud haya hablado de ella en otra ocasión. En “Inhibición, síntoma y angustia” Freud habla de cinco formas de resistencia: tres del yo (resistencia de represión, de transferencia y del beneficio secundario de la enfermedad) una del ello y una del superyó. De las dos últimas formas de resistencia de las que habla en el “Compendio” la primera se corresponde claramente con la resistencia del superyó (de “Inhibición, síntoma y angustia”); la segunda, por el aferramiento a la enfermedad, podría asociarse a la del beneficio secundario pero, siendo ésta una resistencia del yo, no podría aplicársele la referencia a la perturbación instintiva. Esta segunda forma se diferencia de la primera en que la resistencia del superyó, tiene una explicación referida a la tópica o estructura psíquica, en cambio en la segunda la explicación se refiere a los instintos: desmezcla instintiva y liberación y orientación hacia adentro del instinto de destrucción.

¿Correspondería a una resistencia del ello? En principio parece ser el resultado de un proceso previo a la represión de la sexualidad infantil: el destino del instinto (ver “Instintos y sus destinos”), la inversión o transformación en lo contrario (Verkehrung ins Gegenteil). Correspondería por lo tanto a un momento anterior y preparatorio de la formación del superyó: la vuelta del instinto de destrucción contra sí mismo sobre el cual va luego a instalarse el sentimiento de culpa, constituyente esencial del superyó.

En lo que se refiere a las resistencias del ello, son las que se hacen presentes en el proceso de elaboración (Durcharbeiten) como resistencias del inconsciente.

“No puede ser otra cosa que, tras la superación de la resistencia del yo, ha de ser vencida la fuerza de la compulsión de repetición, la atracción que los prototipos inconscientes ejercen sobre el proceso instintivo reprimido y nada nos impide designar este factor como resistencia de lo inconsciente”.4

Parece ser éste un fenómeno normal, es decir, el tiempo particular que necesita cada paciente para elaborar aquello de lo que se trata; parece sí corresponder a un proceso instintivo, la compulsión de repetición, pero que no necesariamente estaría más allá del principio del placer y no tendría por qué responder al instinto de destrucción: sería un proceso adscribible a la mayor o menor viscosidad de la libido de cada uno.

En resumen, en esta última forma de resistencia parece haberse dado un proceso previo a la formación del superyó, la transformación en lo contrario del instinto de autoconservación, sobre el cual se asentará el superyó con su sentimiento de culpa.

Por mi lado no me resulta clínicamente fácil diferenciar estas dos últimas formas de necesidad de sufrimiento y no imagino qué lo llevó a Freud a diferenciarlas entre sí. Entiendo y me parece claro lo que dice Freud en lo que se refiere a la acción del superyó, aunque no la separo mucho de la desmezcla instintiva y del hecho de dirigir la destructividad contra el propio yo. Me refiero a que no las separo como formas clínicas, aunque sí como momentos de estructuración de ese superyó con esas características y me acabo de dar cuenta de que, sin llegar a constituir una reacción terapéutica negativa (que es de lo que aquí se trata) en aquellos pacientes con mucha tendencia a la autocrítica, tiendo a investigar recuerdos y/o sucesos ocurridos en la etapa del desarrollo libidinal (etapa sádico-anal) que pudieron haber llevado a una inhibición del sadismo normal en esa etapa, transformándose prematuramente de activo en pasivo. De la vuelta contra sí mismo a la regresión y desmezcla instintiva hay un solo paso. En resumen, entiendo esta discriminación desde el punto de vista metapsicológico pero no la veo como formas clínicas diferentes.

Luego de una síntesis de lo hasta ahora planteado, dice que depende de la participación de estas dos últimas formas de resistencia la mayor o menor dificultad que presente el tratamiento. Agrega: “Una cierta inercia psíquica, una difícil movilidad de la libido, que no quiere abandonar sus fijaciones, no puede sernos bienvenida…”. Creo que es a lo que antes se refirió como resistencia de lo inconsciente. Pero, ¿por qué querer que la libido se mueva al ritmo que nosotros suponemos es el adecuado y no es bienvenido que se mueva a su propio ritmo? Entiendo que Freud se debe referir a cierta adhesión al síntoma y, por lo tanto, al mantenimiento de las represiones. ¿Es el tiempo que cada individuo tiene para levantar las represiones? Sin embargo Freud no nombra aquí a las represiones sino a las fijaciones y éstas se corresponden con formas de satisfacción sexual, por lo tanto con perversiones. ¿Qué pasa con éstas en relación con el análisis? Pero Freud en este capítulo sólo se refiere al psicoanálisis de las neurosis.

“La capacidad de la persona para la sublimación instintiva juega un importante papel e igualmente su capacidad para elevarse por sobre la cruda vida instintiva, así como el relativo poder de sus funciones intelectuales”.

Pienso que la vida instintiva es lo más rico que tenemos (el socio capitalista en los sueños) y que de la libertad que otorguemos al yo depende que pueda canalizar los instintos en las diversas acciones específicas adecuadas en su especificidad para consigo mismo y para con el medio que rodea a la persona.

“No estaremos decepcionados sino que lo encontramos completamente comprensible si llegamos a la conclusión de que el resultado de la lucha que hemos emprendido depende de relaciones cuantitativas, del monto de energía que podamos movilizar en el paciente a favor nuestro en comparación con la suma de las energías de los poderes que actúan contra nosotros. Dios esta vez, como siempre, está con los batallones más fuertes –ciertamente no siempre alcanzamos a ganar, pero por lo menos podemos, la mayoría de las veces, reconocer por qué no hemos vencido. Quien ha seguido nuestros desarrollos sólo a partir de intereses terapéuticos, tal vez, tras esta confesión, se aparte desdeñosamente. Pero aquí nos ocupa la terapia sólo en tanto trabaja con medios psicológicos, por el momento no tenemos otros. El futuro podría enseñarnos a influir directamente, con particulares sustancias químicas, sobre las magnitudes de energía y sus distribuciones en el aparato anímico. Tal vez se den aun otras posibilidades inesperadas de la terapia; por el momento no tenemos a disposición nada mejor que la técnica psicoanalítica por lo que no la hemos de despreciar a pesar de sus limitaciones”.

Estamos en el futuro, setenta y dos años después de que fuera escrito este texto (1938). ¿Cuáles son para Freud, los batallones que están en lucha? ¿El yo por un lado, por el otro el superyó, por el otro el ello y los tres enfrentándose con el mundo exterior? Pero es el yo el que a veces se pone de un lado, a veces del otro, por lo tanto la batalla estaría dada entre el yo y las fuerzas que se le oponen; nosotros nos ponemos del lado del yo aunque llega un momento en que, inclusive en oposición al yo, nos ponemos del lado del retorno de lo reprimido. Por lo tanto, simplificando, diríamos que los dos batallones en pugna son el yo versus lo reprimido y nuestra tarea es hacer preconsciente lo inconsciente reprimido.

El resultado estará dado por si los mayores ejércitos están del lado de la resistencia o de lo reprimido. Pero ¿en qué consiste lo cuantitativo? Freud no lo dice acá, o por lo menos no dice más que lo que acabo de comentar. Lo cuantitativo, en el orden psicológico, está dado por el afecto, en este caso por el monto de angustia. Si ésta es demasiado intensa el yo tenderá a estar aferrado con más intensidad a los mecanismos de defensa logrados. Pero también la angustia, lo cuantitativo, tendrá a su vez sus diferencias cualitativas: angustia de desamparo (biológica o de nacimiento), de pérdida de objeto, de castración (y/o miedo a la pérdida del amor de los progenitores) y del miedo al superyó (o sentimiento de culpa).

Las angustias que caracterizan a los procesos neuróticos, de los que acá se ocupa Freud, son la de castración y del miedo al superyó. Las angustias de nacimiento o de pérdida de objeto son las que se dan predominantemente en los derrumbes del yo (acá hablo de predominancia, ya que todos estamos expuestos a los diversos tipos de angustia): son aquellos casos que Freud plantea como no accesibles al tratamiento psicoanalítico y en los que actualmente la farmacología actúa disminuyendo el factor cuantitativo (la angustia) poniendo al yo en mejores condiciones para ser abordado por la psicoterapia, llámese a ésta psicoanálisis (tal vez el término análisis en estos casos no sea el más adecuado ya que en general no contamos con una estructura psíquica a analizar, o sea a descomponer) o psicoanálisis aplicado a la terapia de las psicosis. En las neurosis sigue siendo la psicoterapia lo esencial (a veces ayudada por un fármaco).

¿Qué era ese color de antigüedad que yo percibí en este capítulo? Ahora me parece que tiene que ver con que aquello que Freud definía como diversos momentos fenoménicos del análisis (primero trabajo intelectual, luego neurosis de transferencia, luego enfrentamientos de las resistencias y la diferenciación clínica de dos tipos de necesidad de castigo) yo no los veo como tales, separados en el proceso, pero sí los veo como momentos estructurales que se dan simultáneamente. ¿Tiene esto que ver con diferentes momentos históricos que se dan naturalmente en el psicoanálisis y tal vez en el desarrollo de la ciencia en general: que lo que aparece en la fenomenología deviene en estructura? ¿O tiene que ver con mi modo particular de ver el análisis?

1 Abriss der Psychoanalyse. G. W. Tomo XVII. Cap VI.

2 Yo prefiero llamar, a esto que Freud describe como transferencia, neurosis de transferencia, ya que corresponden a investiduras reprimidas que retornan de lo reprimido; creo que no toda transferencia tiene por qué ser neurótica.

3 El subrayado es de Freud.

4 Freud, S.: “Inhibición, síntoma y angustia”, GW, T. XIV, p. 192.

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