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Presentación

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Lo que de tus padres has heredado, adquiérelo para poseerlo.

(En Fausto de Goethe)

Yo no acepto llamarme freudiano:

yo soy yo y Freud es mi interlocutor principal

en el campo del psicoanálisis.

(En Conversaciones con Freud de Ricardo Avenburg)

Ricardo (así, despojado de cualquier formalismo, se presenta el autor de este libro ante el que se le acerque para dialogar) relata, en sus textos autobiográficos, en los que, al igual que en el resto de su obra, se expresa sin censurarse, como si se tratara de un autoanálisis, que se formó como psicoanalista bajo el influjo del pensamiento de Melanie Klein y que al terminar su período de estudiante, sintió que sus conocimientos estaban como en el aire, que necesitaban un fundamento. Comenzó, entonces, a leerlo a Freud, a quien tomó como maestro, impulsado por la necesidad de descubrir los primeros principios del cuerpo de conocimientos que él había fundado. Puso en acción sus enseñanzas, probándolas en la realidad y, en el proceso de adquirir el legado de Freud, descubrió que las transformaba, y que al transformarlas, disolvía el cuerpo de conocimientos que le habían transmitido durante el período de su formación como psicoanalista. Su pensamiento, que había estado fundido con las contradicciones que anidaban en el seno de las instituciones en que había realizado sus primeros estudios, se encontró enfrentado a esas instituciones y a esas contradicciones, y también con lo que convencionalmente es llamado psicoanálisis. Descubrió que dentro de este campo, la mayoría de los autores contemporáneos deja de lado aquello que está en el centro de la herencia que nos legó Freud: el concepto de inconsciente reprimido, producto de la represión de la sexualidad infantil y la consiguiente represión (¿o “naufragio”?) del complejo de Edipo, con todas las consecuencias que esto acarrea en la vida individual y en el conjunto de la sociedad humana.

También, al someter a prueba las enseñanzas de su maestro en las sesiones de terapia, descubrió el valor de preguntarle al paciente acerca de lo que para el propio paciente es importante, para luego devolverle una reformulación libre de las asociaciones que hubiere producido al responder, y así generar nuevas significaciones para elaborar lo que le está afectando. Al actuar como docente descubrió, en cambio, la importancia de fomentar las preguntas de los alumnos, para que desplieguen sus deseos de investigar y conocer, en los que subyace la curiosidad sexual infantil.

El afirmarse en el fundamento del pensamiento generado por el creador del psicoanálisis le permitió a Ricardo mantener sus diferencias en el interior de las instituciones psicoanalíticas, a pesar de la extrañeza que causan sus desarrollos. Durante este proceso fue determinando, a la vez, sus diferencias con otros autores y con el mismo Freud, a quien, lejos de sacralizarlo, lo convirtió, en forma similar a lo que con total sencillez hacen los niños con su llamado “amigo imaginario”, en un compañero con quien jugar y dialogar.

Ricardo, en el basamento de su propio pensamiento, recupera otro principio de Freud dejado de lado en el psicoanálisis contemporáneo: el concepto de acción específica, que incluye la presencia del cuerpo y de sus necesidades, y la de la realidad exterior, de la que el cuerpo depende para satisfacer sus instintos. En su concepción, el deseo aparece como la expresión psíquica del instinto. La realización del deseo, al encontrar en la realidad el objeto que lo satisface, constituye la acción específica, que al mismo tiempo modifica a la realidad y al sujeto que la realiza. La realidad específicamente humana en la que se realiza la acción específica es una realidad cultural constituida a partir de la prohibición del incesto. Considera que el aporte fundamental de Freud es haber descubierto que la prohibición del deseo determina una realidad contradictoria, que permanece oculta en el inconsciente reprimido, que estalla como conflicto psíquico dentro del individuo y, en la sociedad, se manifiesta como la lucha de las masas más pobres intentando satisfacer sus necesidades biológicas más elementales, contra un poder que en algunos casos responde con los métodos de represión más brutales, y en las guerras entre las naciones.

Tres libros preceden a estas Conversaciones con Freud. En el primero, El aparato psíquico y la realidad, en el final, discrimina lo que es la inhibición temporaria de la descarga o de la actividad inmediata, para el logro de la satisfacción real que es constitutiva del yo, y que permite que el yo se vaya organizando, diferenciándola de la represión, que está instaurada para satisfacer al ideal. Ricardo afirma que toda la organización social, moral y religiosa, se asienta sobre la lucha entre la realidad determinada por la vigencia del principio de realidad y la realidad determinada por el predominio del ideal.

El libro Breve historia del pensamiento de Freud, incluye capítulos en los que examina la vigencia actual del pensamiento de Freud y del psicoanálisis. Incluye también un importantísimo capítulo sobre la evolución del concepto de yo en la obra de Freud, hito importante para entender los propios desarrollos de Ricardo acerca del narcicismo y del abordaje de las neurosis narcisistas. También en este libro, después de estudiar el texto de Freud Sobre las afasias, agrega un apéndice titulado “Constitución del aparato psíquico a partir del aparato del lenguaje”, que termina con la formulación de esta pregunta “¿el aparato del lenguaje es el aparato psíquico? o ¿el aparato psíquico no es más que un aparato diseñado para ejercer las funciones del lenguaje?”.

El tercer libro, Perspectivas teóricas y clínicas, abarca temas atinentes a la teoría y a la técnica psicoanalítica, y al llamado psicoanálisis aplicado. Meterse en ese libro es meterse en corazón del torbellino que es el pensamiento de Ricardo. Aparece allí un trabajo que, hasta donde yo sé, es único dentro de la literatura psicoanalítica, me estoy refiriendo a “Sobre la cualidad psíquica”, donde son examinadas y unificadas, luego de una minuciosa discusión, las observaciones e hipótesis de Freud sobre este tema, para desplegarse luego en un desenvolvimiento que le es propio.

Otro capítulo se titula “El rol del objeto en la constitución del aparato psíquico”, y con lo que expone en esos capítulos y en los dedicados a la destrucción del complejo de Edipo y a la relación de su destrucción con la sublimación, sumado a los estudios previos sobre el yo, y sobre la estructura del aparato psíquico y su relación con la realidad, queda firmemente cimentada una teoría que posibilita la comprensión y el abordaje psicoanalítico de la patología narcisista a partir de conceptos de Freud, transformados y ampliados, desde las perspectivas teóricas y clínicas de Ricardo.

Tal como ocurre con los libros anteriores, es imposible exponer en pocas palabras el contenido de Conversaciones con Freud. A mí me interesa resaltar un aspecto que aparece en estos diálogos, que me remite a este bello fragmento de Freud: “Les dije que el psicoanálisis se inició como una terapia, pero no quise recomendarlo al interés de ustedes en calidad de tal, sino por su contenido de verdad, por las informaciones que nos brinda sobre lo que toca más de cerca al hombre: su propio ser”. Estas palabras las escribió al final de la penúltima de las “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis”; aquí les contaré acerca de lo temas por los que yo me sentí tocado más de cerca (seguramente cada lector encontrará otros).

En estas conversaciones entre Freud y Ricardo, por momentos, se pierden las diferencias entre ellos, para luego volver a manifestarse, hasta que, finalmente, ya no importa quién es el que habla, sino solamente el contenido de verdad de lo que se expresa. Ambos interlocutores se sumergen en aquello que los toca más de cerca. A través del diálogo, discurre el pensamiento acerca del ser del hombre. Ya el primer diálogo plantea la pregunta acerca de la relación entre la angustia y la muerte, y se descubre que es la angustia ante la propia naturaleza animal la que aparece al final, ante la muerte; a partir de allí la dialéctica entre el ser y el no ser se va a ir desarrollando a través de los nexos que se establecen entre algunos diálogos, y, a la vez, con el pensamiento de otros interlocutores: Platón, Aristóteles, Spinoza, Kant, Hegel, Marx, entre otros.

Al dialogar sobre “El tema de la espiritualidad en Moisés y el monoteísmo”, Freud dice que la prohibición de la representación del dios constituye un avance de la espiritualidad; Ricardo le responde que el avance de la espiritualidad se da en el desarrollo del lenguaje humano; Ricardo, en Acerca de los afectos, afirma que los afectos ocupan el lugar que funda y da sentido al aparato psíquico, y son la primera forma del lenguaje. En la conversación “Sobre el desarrollo del pensamiento humano”, aparece lo que está en la esencia del ser humano; allí Ricardo expresa: “El pensamiento humano se afirma en lo que él mismo es, el lenguaje humano: es el pensamiento verbal; la adquisición del lenguaje genera la omnipotencia (a la vez que la omnipresencia) del pensamiento: es la psiqué; halo vital, soplo de la voz que impregna el mundo otorgándole nuevos niveles de sentido”. Creo que con estas reflexiones los interlocutores se adentran en lo más específico del ser del hombre.

La palabra “conversar” deriva del vocablo latino conversari “vivir habitualmente en compañía”; y el término griego dia/logoj (diálogos) significa “hablar a través de dos o de varios”; y estos varios, que nos incluye a todos, esta compañía en la que nos encontramos, habita dentro del orden social en el cual se produce la lucha mencionada al tratar acerca del primer libro de Ricardo, entre la realidad determinada por el predominio del principio de realidad y la determinada por el ideal, y entonces, Ricardo se ve llevado a indagar desde qué lugar de la psiqué surge el soplo de la voz que impregna a cada uno de los polos entre los que se desenvuelve esa lucha. Al tratar sobre “El tema de la espiritualidad en Moisés y el monoteísmo”, dice Ricardo que el pasaje del orden social matriarcal al patriarcal, supone una regresión desde el pensamiento a la aplicación directa de la fuerza, y que es necesario contraponer una ética racional a la ética mística constituida a partir del totemismo, y además afirma, al conversar sobre “El problema económico del masoquismo”, que existe una moral previa a la moral superyoica. Sin duda, al hablar de una moral superyoica, se refiere a la ética mística constituida a partir del totemismo y de la aplicación directa de la fuerza, contrapuesta a una moral previa que es yoica y que está asentada en el ello “apuntando a colaborar con acciones específicas y que tienden a satisfacer nuestras necesidades humanas y materiales”; creo no equivocarme si entiendo que esa ética racional solo puede ser producto del diálogo que impregna al mundo y otorga nuevos niveles de sentido.

Al avanzar las Conversaciones, se avanza (o se vuelve) hacia aquello que está en la raíz del ser del hombre y de todo lo que vive, Instinkt, Trieb; el diálogo es sobre la naturaleza del instinto. Entonces, en “Dialogando con Freud en el análisis de Más allá del principio del placer”, el pensamiento, moviéndose hacia múltiples oposiciones, descubre que la contradicción entre ser y no ser estaría inscrita en el cuerpo del instinto; y surge entonces la pregunta: “¿Sería esta contradicción interior la que lo impulsa al devenir?”. Respuesta: “Aquí se anudan otras innumerables preguntas cuya respuesta no es aún posible”.

Al entrar en uno de los diálogos de este libro, Spinoza dice: “La verdadera felicidad y la beatitud consiste para cada individuo en el goce del bien y no en esta gloria de ser el único a gozar del mismo, estando los otros excluidos; […]”. Estas Conversaciones nos incitan a nosotros, sus lectores, a unirnos a ellos, a seguir jugando con ellos, a compartir la felicidad y el bien de pensar juntos buscando la verdad acerca del hombre y de la vida.

Jorge Garbarino

Conversaciones con Freud

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