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“Yo” y “Tú”: la dinámica del amor

“Y Dios creó al hombre a su imagen;

los creó a imagen de Dios,

los creó varón y mujer”

(Génesis 1,27)

El ser humano está hecho para el encuentro. Necesita del otro, y desea dar, especialmente, darse a sí mismo. “Tus afectos movieran mi demanda, si por mi fueran, cual por ti los míos”1. Dante, con una expresión aventurada, nos presenta el dinamismo del ‘yo’ y el ‘tú’, la capacidad de salir de sí para el encuentro con el otro, que se revela como decisiva para la maduración de la persona y para su salud psicológica. Se demanda los afectos del otro y, al mismo tiempo, se los ofrece.

En la aparición sorpresiva del ‘tú’, en la experiencia del enamoramiento -entre otras-, despierta el ‘yo’ que no reduce en nada su identidad. Todo lo contrario, el encuentro con el ‘tú’ potencia la propia identidad. Resalta al propio ‘yo’.

En todas las culturas y las latitudes geográficas, el ‘yo’ experimenta una motivación e invitación constante, desde el inicio de la propia existencia, que lo empuja, lo lanza al encuentro con el ‘tú’. Es un sello imborrable de la misma naturaleza humana.

La Palabra de Dios nos muestra el origen del hombre, utilizando una definición inconfundible: un ‘yo’ es varón, y otro ‘yo’ es mujer. Llamados a un encuentro profundo, de consecuencias que trasciende los sueños e ilusiones que jamás alguien pueda sospechar. El amor de este encuentro, genera maravillosamente un nuevo amor. Genera ‘otro’, el hijo.

El ‘yo’ nace siempre de una relación. Nadie puede “fabricarse” a sí mismo. Cada uno debe su origen a ‘otros’, papá y mamá y a ‘Otro’, que es Dios.

Para la realización personal también es necesario ‘otro’. Nadie es feliz aislado, sin la relación con el ‘tú’ del ‘otro’. Nadie puede ser feliz, si es un solitario en una isla.

Recuerdo que en una oportunidad, hace unos años, me encontré con una exposición de maquinarias, de electrónica y, entre todo eso, había una joven dentro de una vitrina, la que era su casa. Una silla, un baño y una computadora. Incomunicada con el resto de los ‘tú’ de modo directo, ni siquiera sonreía a quienes se acercaban a su stand. Mostraba cómo con la computadora podía resolver absolutamente “todas” sus necesidades. Era una chica “enfrascada”. Mejor dicho, intentaba demostrar que con una computadora ella todo lo resolvía. Pero, cómo lograr desde una vitrina el encuentro personal con el ‘tú’. La vida no se puede resolver a “distancia”. Es muy diferente sacar el pan de una góndola, a que te sirva el medio kilo el propio panadero, que lo amasó, lo horneó y lo sirve. Ese momento implica muchas otras cosas, “hace calor”, “qué manera de llover”, “¿cómo están tus hijos?”, “¿superaste el problema de salud?”, “¡qué bien se te ve!”… en fin, temas que hacen a la vida, pero que lo posibilita el encuentro de persona a persona, de ‘yo’ a ‘tú’. El individualismo intenta una vitrina para cada uno, pero somos personas capaces del encuentro con el otro, de abrir el corazón y la mente, de comunicarnos.

Como vemos, la experiencia con el otro, lo recuerda permanentemente la vida misma. Pensemos en un bebé, cuando mira detenidamente el rostro de su mamá al descubrir que ella le sonríe; o en el alivio de un niño cuando frente a un temor determinado encuentra la mano del papá; o en la sensación del adolescente, que enamorado, se encuentra con la mirada cómplice de su pretendida; o en el compartir de dos amigos sentados en una escalinata conversando y contemplando la juntura de dos ríos; o en el “milagro” de aquel hombre chileno que “estampillado” contra un camión lo dieron por muerto: su esposa por un hilito de sangre luchó y peleó diciendo que estaba vivo, después de seis meses en terapia intensiva el hombre al abrir los ojos, se encontró con la esposa incondicional, que vendió todo lo que tenían por esos seis meses de esperanza; la última frase de mi padre que quedó tallada en mis oídos; la mirada y sonrisa de mi madre que me buscaron intencionalmente al partir… en fin, el otro, incondicionalmente necesario.

Nadie puede vivir cerrado en sí mismo, autosuficiente. El ‘yo’ abre los ojos a la vida, busca y se realiza en la impresionante e irresistible atracción del ‘tú’. El amor en todas sus dimensiones explica esta experiencia universal, que afecta a todos los hombres de las diferentes latitudes y culturas, en todos los tiempos. Inquebrantable experiencia, a pesar de que el término amor, hoy está tan devaluado, ¡realidad tan manoseada y desgastada!

El encuentro por excelencia se da respondiendo a la misma creación, en la que Dios hizo al hombre, varón y mujer, dándoles la oportunidad de lo relacional, de la comunicación, del amor, respondiendo al hecho de haber sido creados, a imagen y semejanza de Él. El ser varón o mujer, marca la impronta de la creación, dando la oportunidad especialísima, de vivir un amor entre ambos como regalo, don “de sí mismo” al otro, que se coronará con el don de la fecundidad.

Al haber “despegado” el sexo de la fecundidad, de la paternidad, nos han llevado al ficticio problema del género. Al quitar del sexo, el amor y la comunicación de la vida, cualquier placer es válido, cerrando cada vez más al individuo en sí mismo. Dios hizo al hombre persona, capaz de abrirse en el encuentro con el otro, y tejer con sus vidas una maravilla que trasciende las propias vidas haciéndose “hijo”.

“Y dijo Dios: No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda adecuada” (Gn 2,18). Todas las células serán de ahí en más, masculinas o femeninas, complemento para los grandes proyectos de la vida, para el fruto del hijo, para entretejer juntos la realización y felicidad de la vida.

La dinámica del amor matrimonial se conjuga necesariamente en el encuentro personal del ‘yo’ y del ‘tú’. No se puede vivir el matrimonio a través de una computadora, ni por medio de las redes sociales, ni por celular… aunque esta sociedad ha logrado que muchos lo vivan como tal… que algunos esposos tengan que competir con el cónyuge que desea vivir en una vitrina conectado anónimamente con muchos y olvidando la caricia, la actitud de escucha, la atención, que necesita su esposo o esposa.

Unas palabritas para finalizar la reflexión, para que compartan tomados de la mano: “Porque eres un ‘yo’, para mí eres un ‘tú’, y por ser también yo un ‘yo’, soy para ti, un ‘tú’. ¡Oh! Este decir ‘tú’, este pasar hacia el otro como por un puente liviano, que se tiende sobre infinitudes, un puente de luz pero que tiene la suficiente fuerza como para soportarte a ti y soportarme a mí. Yo voy hacia ti, diciendo ‘tú’; y tú vienes hacia mí, diciendo ‘tú’ a mí. “¡Oh, este decir ‘tú’!” (Lippert).

Para dialogar en pareja.

1.- ¿Recordamos el momento en el cual el otro comenzó a ser un ‘tú’ que sorprendió al ‘yo’? Narrarlo mutuamente.

2.- ¿Nos regalamos el suficiente tiempo para el encuentro de nuestros ‘yo’ y ‘tú’?

3.- ¿Existe algún aspecto en los que nuestros ‘yo’ viven en vitrina? ¿Cómo mejorar en este sentido?

4.- El individualismo que quiere imponer nuestra sociedad, ¿permite descubrir al ‘tú’? Los jóvenes, ¿tienen posibilidades de salir de su ‘yo’ frente a las propuestas sociales?

5.- ¿Cómo trabajar en la educación de las nuevas generaciones para que puedan descubrir el ‘tú’ del otro?

Para orar juntos.

Señor Jesús,

en Tu propia experiencia del misterio Trinitario

se encuentra la dinámica del ‘yo’ y del ‘tú’,

por eso, te pedimos que nos ayudes

a enriquecer nuestro encuentro,

que aquella primera vez,

en que cada uno comenzó a ser un ‘tú’ para el otro,

sea la constante motivación a crecer

en el ir trenzando ambos ‘yo’ y ‘tú’,

para el maravilloso logro del ‘nosotros’.

Además, Señor,

deseamos profundizar en la búsqueda del ‘Tú’,

que eres en “medio de nosotros”,

para entregarnos ambos de modo más pleno a Ti.

Amén.

1. (Dante, Divina Comedia, Paraíso IX, Losada, Bs As 2004, pág. 414)

El misterio del amor matrimonial

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