Читать книгу El misterio del amor matrimonial - Ricardo E. Facci - Страница 13
ОглавлениеDebo cuidarte a ti y no tú de mí
“Hagan lo que deseen que los demás
hagan por ustedes”
(Mateo 7,12)
Tuve una experiencia de esas que, de un modo u otro, seguramente todos han vivido, la que me dio paso a una reflexión, que hoy quiero compartirles.
Resulta que cuando llevé a mi mamá a vivir conmigo, en sus últimos tres meses de vida, me di cuenta de que le faltaban algunas prendas de vestir. Fui personalmente a comprarlas a una ciudad distante 30 km de casa. En el primer negocio al que entré, una señorita me atendió muy amablemente, y cuando fui a pagar la cuenta, me dijo: “llévala, si le va bien vuelves a pagarla, sino, me la devuelves”. Así se repitió un par de veces más. Luego fui a otro negocio a comprar zapatos (necesitaba números grandes), allí los pagué y los llevé. No funcionaron, volví, los cambié, debía pagar una diferencia, y me dijo el señor que me atendía: “llévalos, luego vemos”. En ambos lugares no sabían quién era yo, ni qué hacía, ni dónde vivía. En uno de los lugares sólo sabían que mi nombre era Ricardo, nada más…
A los días fui a pagar, agradecí… y me fui caminando en silencio, momento en el que surgió la reflexión que a continuación les comparto.
No podemos negar la presencia del pecado original en la humanidad. Pero, ¡qué mundo construiríamos si el amor fuese la motivación de cada acción! ¡Qué familias habitarían en estos tiempos!
Cuando el amor es realidad, cada uno siente que el otro cuida de él, y no que debe cuidarse del otro. “Debo cuidarte a ti y no tú de mí”. Qué convivencia se daría si cada uno cuida al otro, y no cuidarse del otro. Me escandalicé cuando vi por primera vez un negocio enrejado en la difícil Medellín de Colombia, allá por los años ’80. Hoy se los ve por donde quiera que vayas en nuestra Latinoamérica. Se vive con temor, miedo. Mucha gente vive en la desconfianza hacia al otro. Unos amigos de la Obra, no sólo fueron asaltados, sino que sus datos han caído en manos de una banda que secuestra, extorsiona, y son víctimas de la presión psicológica. ¡Cómo no desconfiar! Trasladando esta situación, al interior de muchos, diríamos: ¡Cuántos corazones enrejados por desconfianza o miedo a ser invadidos!
Cuando alguien generosamente presta un dinero, una herramienta, un libro, debe anotarlo para no olvidarse a quien lo prestó. Debería ser distinto. Quien debe anotar es aquel que recibió el préstamo para cuidar las cosas del otro.
Un matrimonio muy apreciado me comentaba, en relación a la separación de un hijo, que “había cosas que no entendíamos. Por ejemplo, cómo tenían repartidas las actividades. A vos te toca tal cosa, a mí lo otro. Hoy es responsabilidad tuya. Parecía más un contrato de convivencia que dos esposos que se amaban. Jamás entre nosotros ocurrió así. Al amarnos, cada uno se dispone a ayudar al otro, a cuidar al otro”. Cada uno cuida al otro en el amor, pero en convivencias sin amor todo se mueve por las conveniencias y los difíciles acuerdos surgidos del egoísmo.
Todo esto es un lenguaje desconocido para el mundo de hoy. Para investigar si alguien había dicho algo semejante, puse la frase “debo cuidarte a ti y no tú de mí” en un buscador de internet, y me respondió: “Tal vez quiso decir: debes cuidarte a ti y no tú de mi”. Fue coherente con lo que se escucha tanto hoy: “hago la mía”; “haz la tuya”; “dedico tiempo a mis gustos”; “debo pensar más en mí”. ¡Un mundo cargado de individualismo! Vivimos en medio de una generación en la que muchos han sido castrados de la capacidad de amar.
Volvamos a la realidad familiar. En muchos hogares se vive como si fuesen un simple ámbito de convivencia, donde los miembros se conocen medianamente, tienen una vinculación matrimonial, o familiar en el caso de los hijos, en el que cada uno debe cuidar no ser invadido en el espacio adquirido, ni invadir el espacio del otro, para no generar conflictos y desavenencias, que puedan alterar la ficticia “paz” lograda. ¡Falta el amor!
Por otro lado, la insistencia en pensar en sí mismo, genera enormes ‘yo’, que chocan con los otros permanentemente, porque jamás piensan en otra cosa que no sea en cuidarse a sí mismos. La incapacidad de amar, no les permite lanzarse en la búsqueda del otro, en sus necesidades, en sus cuidados. Esposos que no son cuidados por la esposa. Esposas olvidadas por sus esposos. Padres que lo dieron todo por sus hijos, y cuando a éstos les toca… la solución se encuentra en un geriátrico. “Debo cuidarte a ti, y no tú de mí”. Esta premisa se relaciona directamente con la regla de oro del evangelio “hagan lo que deseen que los demás hagan por ustedes” (Mt 7,12).
A la hora de sus conveniencias, ¡cuántos exigen lo que nunca hicieron por el otro! Nunca sirvieron y exigen ser servidos. Jamás respondieron a tiempo, pero cuando les toca a ellos debe ser “ya”. Y así, podemos sumar tantos ejemplos…
Hay que trabajar para que viva el amor en todos los hogares. Cada uno preocupado en cuidar al otro, en lugar de ver cómo se defiende del otro. Cada miembro de la familia, buscando actuar con los demás como les gustaría que los demás hagan con él. De este modo, desde cada hogar nuevo estaremos forjando un mundo nuevo.
Para dialogar en pareja.
1.- En nuestra vida matrimonial (familiar), ¿experimentamos que cada uno cuida al otro?
2.- ¿Existe alguna reja de desconfianza entre nosotros?
3.- ¿Qué espera cada uno del otro, para experimentar ser más cuidado?
4.- En un mundo individualista, egoísta, ventajero, ¿somos diferentes? ¿Confiables? ¿O estamos sumergidos en la misma postura del mundo?
5.- ¿Nos disponemos a cuidar de los demás, como quisiéramos que los demás cuiden de nosotros?
6.- En nuestras familias, ¿descubrimos que debemos cuidar a los demás como verdaderos tesoros de Dios?
7.- ¿Qué propósito nos hacemos para vivir intensamente el “debo cuidarte a ti y no tú de mí”?
Para orar juntos.
Señor Jesús,
ayúdanos e ilumínanos,
para que el amor sea la primera motivación de nuestras vidas,
que en nuestros hogares nadie deba cuidarse del otro,
sino que se viva la rica experiencia
de sentirse protegido y cuidado por los demás.
Te pedimos, Señor,
que los hijos de nuestro amor,
sean capaces de ser personas abiertas y generosas,
con el don de encontrarse con el otro,
de cuidar a los demás, de modo especial,
de aquellos con quienes deban construir su vida, su hogar.
Gracias Señor,
por permitirnos cuidarnos los unos a los otros,
que lo hagamos como lo haces
Tú con nosotros.
Amén.