Читать книгу La noche del océano y otros cuentos - Robert H. Barlow - Страница 3
ОглавлениеIntroducción
(1918, Leavenworth – 1951, Ciudad de México) Robert Hayward Barlow fue un autor estadounidense, poeta de vanguardia, antropólogo e historiador del México prehispánico.
Su infancia fue muy triste, era un niño enclenque y tuvo pocos amigos que compartieran sus gustos como coleccionar cuentos extraños, tocar el piano, esculpir, pintar y encuadernar libros con pie de serpiente; además, fue una desilusión para su padre militar que le tuvo trasladándose de un lado a otro según las necesidades del ejército junto al resto de su familia.
En junio de 1931 escribió a la revista en la que leía los relatos del escritor H. P. Lovecraft, de quien era un auténtico seguidor. Una semana más tarde, Lovecraft le respondió, como a tantos otros que contactaron con él. Esta carta fue el principio de una curiosa amistad que cambió la vida de Barlow y también la de Lovecraft.
Carta tras carta, su amistad fue creciendo: Barlow se ofreció a transcribir los manuscritos de Lovecraft, escribió historias que el maestro revisó y con el tiempo, en la primavera de 1934 Barlow le invitó a visitarle en Florida y Lovecraft aceptó. Barlow no había mencionado su edad ni le había mandado una foto, así que fue una sorpresa para Lovecraft cuando bajó del autobús en DeLand descubrir que Barlow tenía dieciséis años. Lovecraft tenía cuarenta y tres.
A pesar de ello, la visita duró siete semanas. Durante esos días, recogieron fruta, compusieron poemas de rimas complejas, remaron en el lago que había detrás de su casa, fue todo un descubrimiento para Lovecraft que consideró a Barlow como el niño más versátil que había conocido. Esta visita se repitió en 1935 y duró dos meses durante los cuales trabajaron juntos y al año siguiente fue Barlow el que visitó a Lovecraft en Providence y Salem junto a otro de los protegidos de Lovecraft. No era la primera vez que el autor visitaba a otros jóvenes o le visitaban, haciendo que algunos investigadores hayan considerado que estas relaciones fueron algo más que amistad, sin embargo, Lovecraft condenaba la homosexualidad y llegó a desalentar a Barlow de escribir relatos homoeróticos. Barlow, desde muy joven, sabía que era homosexual, si no lo era abiertamente, pero evitó esta temática directamente en sus obras.
H. P. Lovecraft murió muy pocos años después de conocerse, en 1937, y nombró a Barlow albacea de sus manuscritos, a su seguidor más devoto. En principio esto fue un honor pero para Barlow fue un desastre. Dos de los discípulos, August Derleth y Donald Wandrei, no estaban nada contentos cuando Barlow realizó una edición barata de menos de ochenta copias de las obras de Lovecraft y demandaron los papeles, querían publicar la obra de su maestro en un libro, extendieron rumores en los que acusaban a Barlow de robar los manuscritos de Lovecraft, quien finalmente entregó los documentos y se alejó de ese universo literario que había sido su vida.
Barlow decidió inscribirse en la universidad en California y terminó en Berkeley donde estudió con Alfred L. Kroeber. En 1943 se marchó a México y comenzó un periodo de intensa actividad viajando por Yucatán para estudiar a los mayas y a Guerrero para conocer a los tepoztecos, visitó Londres y París para consultar códices mexicanos y consiguió una plaza de profesor de antropología en la Universidad de la Ciudad de México. Además fundó dos revistas universitarias, una en náhuatl, y publicó alrededor de cien artículos y también libros sobre los mexicas. Parecía que había abandonado la fantasía por la realidad, aunque leyendo sus artículos y sus cuentos, parece que más bien habían llegado a una extraña unión.
Toda esta hiperactividad no conseguía alejarle de lo que le había llevado hasta allí, de lo que había perdido, y trataba de mantenerse ocupado hasta encontrarse completamente exhausto y no pensar en nada. A finales de 1950, cuando la vista le estaba abandonando y un alumno le amenazó con denunciarle por homosexual, sintió que ya había tenido suficiente: el uno de enero de 1951 se encerró en su habitación y tomó veintiséis pastillas de seconal. Solo dejó una nota diciendo: “No me molesten, quiero dormir por mucho tiempo”. Estaba escrita en maya.
Así acababa la vida de este poeta, escritor y antropólogo, prácticamente en el olvido, mientras la reputación de Lovecraft como maestro del horror fue creciendo. Vivió el gran sueño de Lovecraft aunque no fue un gran soñador, sino que siempre tuvo los pies en la tierra, siempre interesado en la realidad y tomando nota de cómo eran realmente los demás, más que imaginando seres horribles.
Beatriz Rubio Fernández
Editora
El killercroff de los océanos
“Abro los ojos y, la noche abisal engulle… ¡Eterna!
Miles, millones de estrellas microscópicas rozan la piel y me sumergen en un vacío infinito.
El cuerpo pesa y se derrite y se desacelera hacia una gravedad centrípeta que decolora la oscuridad inversiva de los océanos, en donde fosas de pesadilla iluminan a las errabundas abominaciones descarnadas.
Y allí: ¡la Reina, la Sangrienta!
Y aquí: ¡yo! De noche. En el océano…”
Permítannos los lectores este pequeño desafío literario con el que ansiábamos introducir a la figura única de un genio denostado, de un escritor que contribuyó en la consolidación de las pilastras argumentativas del Horror Cósmico. El olvidado discípulo de Howard Philips Lovecraft: Robert H. Barlow.
El 18 de mayo de 1918 llega al mundo Robert H. Barlow. Robert crece en un ambiente opresivo y servil; en un ambiente de cadena de mando, al ser su padre un alto cargo del ejército de los Estados Unidos.
Siendo apenas un adolescente, su familia debe trasladarse a Florida pues, su progenitor desarrolla una grave enfermedad, con delirios paranoides.
Y el niño Barlow, tímido y enfermizo, acostumbrado a desarrollar “actividades cognitivas” que no físicas —leer durante largas jornadas, escribir poesía, pintar, tocar el piano… frente a ejercitarse en carreras y otros deportes propios de los muchachos de Florida de su edad—, trató de adaptarse a un ambiente que lo sumía en el ostracismo de ser “el raro”, el extraño, el “killecroft o hijo cambiado” pues, indudablemente, la personalidad de Barlow distaba mucho de ser aquello que sus progenitores —en concreto, su padre—, esperaban.
Su pasión por los “recitales weird” o lecturas de “ficción extraña” le llevaron a escribir una carta a Lovecraft —a través de la revista «Weird Tales», en la que este colaboraba con relatos singulares acerca de monstruos de más allá de las estrellas que despertaron la inventiva del joven escritor—. Se había producido una primera toma de contacto entre Maestro y Aprendiz, entre Lovecraft y Barlow, contacto que trasmutaría en una profunda amistad que, desde el 18 de junio de 1931, jamás se extinguiría.
Y Barlow comenzó su andadura literaria, aquella que Lovecraft —y pese a la distancia física y generacional— siempre supervisó; sus incursiones en la ficción surrealista, a la que entregaría piezas exclusivas de gran calidad, embutidas en un estilo fresco y revolucionario, se materializó en cuentos subversivos dentro del Horror Cósmico y lo extraño. Es el caso de Hasta que todos los mares, distopía climática que juega con una atmósfera cosmicista, repleta de vaharadas lúgubres tan afín a las doctrinas propias de su maestro. De entre sus creaciones resplandece la obra La noche del Océano, en la que Barlow juega con su obsesión por el mar, por las simas abisales que tantos misterios inimaginables atesoran. Y, por supuesto, no debemos olvidarnos de Los ojos del dios que, quizás, sea una obra maestra dentro de la versada ficción surrealista gestada por Barlow.
La poesía de Barlow no es menos relevante que su ficción. Una lírica convenientemente desglosada en dos estilos bien distintos: el uno, formal, de estilismo reglado tradicional —probablemente acuñado por la influencia de los propios versos del Maestro de Providence—. El otro: moderno, experimental, anárquico y aventurero, tal cual le conminaba su propio espíritu inadaptado y provocador pues ser homosexual en el contexto socio-cultural y ético de esta primera mitad del xx era un fundamento constante de eterno sufrimiento.
Con el paso del tiempo, Barlow se convierte en el albacea literario de Lovecraft: siempre admirador, ¡fanático de este! Y Lovecraft... sabemos que Lovecraft guardaba en su corazón una especial predilección intelectual por el muchacho de Florida; inclinación que llegó a molestar sobremanera a algunos de los componentes del círculo epistolar o Círculo Lovecraftiano del maestro de Providence.
La muerte de Lovecraft —la mañana del 15 de marzo de 1937— le hace ahondar aún más si cabe, en la profunda tristeza que a su corazón embargaba. Hasta que el uno de enero de 1951 decide suicidarse con una ingesta masiva de barbitúricos.
Desde la plataforma web “Círculo de Lovecraft”, y gracias a DistintaTinta Editorial, hemos querido contribuir con esta aportación a rasgar el tupido velo que ha envuelto tanto a la obra como a la figura de este genio singular; ahuyentar la bruma que sitió a esta mente creativa que, forjó —junto a Lovecraft y su círculo— los pilares de la nueva concepción del terror contemporáneo, sumido entre nieblas, arrebolado por las ominosas ventiscas que traen las pesadillas en los sueños.
Y no queríamos marcharnos, queridos lectores, sin haceros un presente. El mismo que Lovecraft hizo para Barlow el 11 de mayo de 1934: un boceto único del gran dios primigenio de los mares, el Dios Cthulhu.
Ahora sí, hasta siempre: embarcaos pues, hacia los espectros abisales de los mares de Barlow, “el killecroff de los océanos”…
Amparo Montejano y José R. Montejano,
directiva de “Círculo de Lovecraft”.
Robert H. Barlow y Mesoamérica.
Los estudiosos del México antiguo, el área cultural que denominamos Mesoamérica, tenemos una profunda deuda con Barlow. Su breve pero intensa carrera en la década de 1940 ha dejado una gran huella en nuestro quehacer y algunas de sus propuestas siguen estando en vigor setenta años después. Sus estudios pioneros han marcado caminos a recorrer y establecido pautas de análisis que llevan siendo útiles desde su propuesta inicial.
Antes de referirnos a las aportaciones principales, es necesario destacar la prolijidad de nuestro autor: más de 300 trabajos publicados, en tiempos donde la escritura era mucho más lenta que ahora y las labores de edición se eternizaban en la corrección de pruebas, ferros y demás prácticas que la informática ha desterrado. Además, muchos textos quedaron inéditos en carpetas y cuadernos, muchos de ellos conservados, de manera que la edición de sus Obras Completas realizada por la Universidad de las Américas de Puebla (México) y el Instituto Nacional de Antropología e Historia abarca siete volúmenes y fueron publicados a lo largo de doce años. En ellos, la presencia del estudio de diversos documentos es permanente, pero la formulación de conclusiones derivadas de los mismos también es recurrente. Un compendio de la metodología de la investigación: hallazgo y estudio de los documentos, formulación de hipótesis, trabajo analítico, redacción de conclusiones que suelen ser también propuestas. El trabajo nunca termina.
Quizás la obra más citada de Barlow es The extent of the Empire of the Culhua-Mexica, de 1950, que no fue traducido al castellano hasta 1990. Es un libro breve en su versión final, pero contiene una enorme cantidad de trabajo. Aunque lo hemos malinterpretado durante mucho tiempo, diciendo que era la visión del imperio que Barlow tenía, en realidad él lo veía como un paso previo y necesario para abordar la organización del mismo, y así lo manifestó en la introducción. La culpa del error es nuestra, no suya. Él hizo lo que el título refleja: anotar los pueblos que pagaban tributo al Imperio Mexica según la Matrícula de Tributos y el Códice Mendoza y localizarlos en un mapa de México, trazando después las fronteras entre las provincias que se desprendían de las páginas de los documentos. Como complemento localizó los pueblos que aparecían en otras fuentes y trató de explicar el porqué de su no presencia en los documentos tributarios, formando, por ejemplo, un “camino al Xoconusco”. Esta visión ha permanecido casi inalterada hasta 1996, fecha en que se publicó un estudio sobre el Imperio Mexica que modificaba algunas de las asunciones de Barlow y daba lugar a un nuevo mapa, o mejor dicho, una serie de mapas. Otra corrección o ampliación, según se mire, tuvo lugar el mismo año 1996 con la publicación del libro de Pedro Carrasco El Imperio de la Triple Alianza: Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan, donde la principal diferencia es la presencia de tres imperios y no uno, como el título indica.
Mucho antes, Barlow había identificado un grupo especial de códices a los que llamó Techialoyan, nombre tomado del que identificó como A, el de San Antonio Techialoyan. Ahora tenemos muchos más, pero seguimos manteniendo su nomenclatura y su definición: son historias de diferentes pueblos del centro de México, contadas por los propios habitantes en un estilo muy característico, con muchas influencias españolas, comenzando por la presencia del alfabeto latino. Hoy día los relacionamos con otros documentos y con la propia historia de los pueblos indígenas hasta el siglo xviii, pero la identificación del grupo y sus primeros integrantes se la debemos al trabajo y a la intuición de Barlow. De hecho la última es en realidad un resultado del primero.
Otro campo en el que se distinguió nuestro autor, y pocos más por desgracia, es el de Tlatelolco, la ciudad “gemela” de Tenochtitlan. Un enigma para nosotros pues dos ciudades compartieron espacio durante más de un siglo y solamente unos 50 años antes de la llegada de los españoles, Tenochtitlan conquistó a su vecina y la incorporó a su imperio. Hasta entonces tuvo una vida independiente, aunque muy relacionadas con su vecina, y Barlow consagró un considerable número de trabajos a estudiarla (volúmenes I y II de las obras completas).
Y no podemos obviar la importancia que para nuestra comprensión de las crónicas antiguas tiene la formulación de la hipótesis de la existencia de la “Crónica X”, un documento hoy perdido que relacionaba las obras de fray Diego Durán, Hernando Alvarado Tezozomoc, José de Acosta, el Códice Ramírez, y Juan de Tovar. Los parecidos entre ellas son evidentes y, por lo tanto, la relación clara. Lo autores son muy diversos y separados por bastantes años: Durán era dominico y escribió hacia 1580; Tezozomoc era indígena, miembro de la familia gobernante en Tenochtitlan y descendiente de Motecuhzoma Xocoyotzin, y fechamos su obra en 1598; Acosta, jesuita, 1590: Juan de Tovar, también jesuita y el Códice Ramírez es de autor desconocido, ambos del siglo xvi. Seguimos debatiendo las relaciones entre unos y otros autores y quién copió a quién, tratando de establecer una genealogía. Pero aún no hemos renegado de la hipótesis de Barlow y es posible que no lo hagamos nunca.
Localización, análisis y tratamiento de las fuentes; cronologías e identificación de unidades políticas y cuidado por la terminología —Barlow defendió que no había “Imperio Azteca” sino “Imperio Culhúa-Mexica”— son sus temas fundamentales, pero tampoco descuidó la lengua náhuatl ni la presencia de indígenas en el mundo en que él mismo vivía. Una enorme producción de gran calidad y una impagable deuda que mantenemos con su legado.
José Luis de Rojas (UCM)