Читать книгу La noche del océano y otros cuentos - Robert H. Barlow - Страница 6
ОглавлениеLos ojos del dios
El ladrón se desplazaba en silencio por la enorme estancia sombría. Era tarde y, aunque estaba convencido de que los guardas del museo se habían ido, excepto por el vigilante inconsciente al que había atizado, era lo bastante prudente como para resguardar su linterna de bolsillo. Las muchas figuras talladas proyectaban sombras retorcidas y fantásticas en la pared a medida que se movía. En esa exposición se reunían ídolos de los confines de la tierra. Bastos eikon africanos, que no eran más que leños mal talados, y monstruosidades de la India de elaborados adornos. Grotescas y achaparradas imágenes de cerámica del viejo México, codo con codo con delicadas estatuillas translúcidas de ámbar y jade de la China. Sin embargo, vagaba sigilosamente entre estas en busca de la última adquisición: un dios de ébano con dos enormes diamantes por ojos. Tenía duplicados exactos de engrudo; resultaría fácil sustituirlos y huir antes de que se descubriera. Mientras escudriñaba metódicamente cada cara, por la mente del ladrón cruzaron pensamientos de la curiosa muerte de su donante, que se la había arrebatado furtivamente a sus devotos seguidores en el punto álgido de su desagradable poder, y de las profundas huellas del jardín la noche de la extraña muerte del hombre. ¿Qué se suponía que le hacía la luna llena? Ah, sí… Le daba vida. Qué cosas creían esos nativos.
Con el tiempo, una creciente aprensión hizo que se detuviera a preguntarse si se habían anticipado a su visita y habrían trasladado las joyas a un lugar seguro. Pensaba que era improbable. Una pieza tan nueva e interesante seguro que se mostraría al público, al menos por un tiempo. Su luz cayó sobre una pesada base de madera con un círculo de polvo que mostraba que se había desocupado recientemente. Unos arañazos mostraban débilmente adónde se había arrastrado el ocupante desaparecido por el umbral. Si ese ocupante era el dios que buscaba, tales arañazos lo conducirían a su escondrijo. Trazó las marcas indeciso. Era raro que el conservador del museo hubiera movido la efigie. Tal vez, pensó nervioso, lo esperase un policía al otro lado del arco. Cuando pasó a la sala colindante, advirtió la luna llena en el cielo…
Recorte del Daily Express:
(…) El hombre, que evidentemente era un saqueador en busca de los ojos de joyas, se encontró muerto esta mañana en la sala de los indios americanos, con el ídolo encima.
La policía aún no sabe cómo lo movió, pues pesa casi trescientos kilos…