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Las desgracias de batir mantequilla

En el hermoso claro había un atractivo fauno de unos veintidós años, pues, aunque sean inmortales, no siempre son jóvenes y sin arrugas. Su lisa piel marrón se fundía de forma natural con su pelo desgreñado, y dos cuernecitos minúsculos sobresalían de sus cortos mechones dorados, que se movían mientras brincaba por la vegetación en flor. Las flores no estaban totalmente en flor, y sus capullos medio abiertos encerraban la promesa de una belleza antinatural. El fauno se desplazaba con la fresca pasión de la juventud, y su brillante pelaje casi parecía amarillo al sol, con matices de marrón.

El demonio Garoth lo observaba mientras descansaba con cinismo, de pie en medio de un matorral de brillante follaje verde.

El fauno cruzaba el claro y se detenía ora para arrancar una flor cuya belleza era incapaz de apreciar, solo para dañarla con sus fuertes dedos, ora para probar un racimo de frutos del bosque carmesís. Era evidente que tenía una meta definitiva y, aunque no tenía prisa, la criatura acabó emergiendo en un claro contiguo limitado por hierba cual juncos y arbustitos retorcidos. En él yacía una muchacha vestida de gasa de excepcional belleza, que había acudido de una choza de campesinos cercana, sin haber terminado de batir la mantequilla, para encontrarse con su amante del bosque. Se alzó de su lecho musgoso y le sonrió mientras su dulce mirada violeta se posaba en su rostro inquisitivamente. El fauno rodeó la delgadez de la muchacha con su brazo desnudo, y juntos fueron en busca de profundidades del bosque donde no los molestasen.

El demonio Garoth lo vio y sonrió, pues no solo los vio a ellos. Otro de los hombres del bosque vagaba por allí cerca, con un fervor erótico bastante repugnante, y vio a la pareja distraída en sus intereses.

El segundo fauno, zafio y de pelaje negro, con un pellejo que en ningún lugar estaba totalmente vacío de vello áspero, emitió un sonido rabioso incoherente y cargó contra ellos. La muchacha gritó asustada y se escondió entre la maleza, desde donde observó la escena con horror. Ambos machos iniciaron su lucha de inmediato entre forcejeos, a ratos erguidos, con sus músculos sobresaliendo por el combate, a ratos tendidos en la tierra revuelta que arrancaban con sus pezuñas. Durante un rato, el resultado de la pelea estuvo en el aire, pero pronto el marrón estaba retorcido en la hierba, con su sangre mancillando la suavidad de su bronceado gaznate, mientras que la criatura negra y áspera torcía sus labios como gusanos en un gesto de risa y mutilaba como un bárbaro el cuerpo aún con vida.

Garoth lo vio y también vio la huida de la muchacha por el bosque hasta llegar a su choza, detrás de la que su madre hacía la colada, y donde no la habían echado en falta. Y vio cómo las lágrimas caían en la mantequilla que se apresuró a batir.

Después, el demonio reflexionó lo que pudiera haber sido la moraleja del asunto y volvió a extender las alas en vuelo…

La noche del océano y otros cuentos

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