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4. El respeto

Solo falta, para terminar esta sección introductoria, resaltar algunas consideraciones que se manifiestan transversalmente en el libro y sobre las cuales el lector debiera estar advertido.

Lo primero es que el resultado principal de este trabajo, el listado de víctimas fatales, tiene evidentemente un carácter incompleto. Entre otras razones, porque, uno, la investigación no es infalible y en más de una ocasión pudo haber fallado (ya sea por mala fortuna o inoperancia) en encontrar antecedentes que sí estaban disponibles; dos, porque es posible que, debido a una equivocada interpretación de las condiciones impuestas por el marco conceptual, se hayan descartado eventos que efectivamente merecían haberse incluido; y, tres, que este trabajo obviamente no tiene forma de dar cuenta de aquellas tragedias que “alguien” sabe que ocurrieron pero cuyo registro se ha perdido en el tiempo.

Lo que fuese, de una manera u otra, el resultado es el mismo: muchos casos, nadie sabe con exactitud cuántos, no aparecen en el Listado Central de la Parte II siendo que calificaban para ello. Que es la razón, además, para haber agregado el calificativo de “primera” a la forma como partió autodefiniéndose esta investigación; pasando de “aproximación” a “primera aproximación”. No solo porque este esfuerzo parece ser uno inédito para el país, sino también porque se entiende que es un primer paso. Uno al que ojalá le sigan otros tantos que puedan corregir, complementar y ampliar la información aquí presentada.

El segundo tema a comentar está relacionado al anterior. Y es que por más esfuerzo, dedicación y cuidado que se le dedicó a este trabajo, sería demasiado optimista pretender que no contiene errores. De hecho, lo más probable sea lo contrario; que esté plagado de ellos. Como dar por fallecidas a personas que no murieron, identificar incorrectamente a las víctimas, situar accidentes en lugares equivocados, redactar reseñas que no reflejan el espíritu de lo sucedido, etcétera.

Los orígenes de tales inexactitudes son disímiles. A veces es la mera consecuencia de lidiar con eventos ocurridos hace mucho tiempo, en donde la “verdad” es una negra nube de humo que surge en la noche durante un eclipse de luna. En otras ocasiones, por las mentiras; ya que, más allá de los procesos de verificación realizados, el grueso de la información publicada se obtiene de los testimonios de personas específicas y, no tiene sentido negarlo, la mentira siempre ha existido y existirá en los seres humanos. Factores a los que todavía hay que agregar el hecho que, dado que el volumen de datos reunido era demasiado grande como para ser manejado “a mano”, fue necesario crear herramientas computacionales ad hoc para su procesamiento; las cuales a su vez representaron una nueva posible fuente de yerros.

Elaboraciones que explican, pero no justifican. Así es que, para que no haya dudas al respecto, ofrezco de antemano las disculpas por cualquier inconveniente, disgusto o injusticia que se pueda producir por los errores contenidos en este libro; dejando en claro además que el único responsable de aquello es quien escribe estas líneas.

Una declaración que lleva al tercer y último punto a comentar; uno que es fácil perder de vista.

Para estudiar este fenómeno se debieron emplear números, lógica y silogismos; recursos cuyas inherentes neutralidades ayudaron a mantener la objetividad para, así, tener más chances de entender lo que estaba aconteciendo. Estado de ecuanimidad que, después, se reflejó en el texto vía el uso de frases del tipo “la evolución de esta accidentabilidad no ha sido homogénea en el tiempo”, “cómo varía el promedio de los datos en vez del dato mismo” o “si lo que se observa en los últimos años apunta o no a una fase de estabilización”. Conveniente estilo que sirve a su propósito pero que conlleva el riesgo de olvidar que de lo que aquí se está hablando es la muerte de seres humanos.

El hijo de alguien, la madre de alguien, el esposo de alguien. Desgracias que traen dolor y desolación a los que se quedan; personas que merecen su tiempo y tranquilidad para asimilar esa demoledora sensación de pérdida irreversible que se produce cuando uno de nuestros seres amados parte antes de tiempo. De seguro la tragedia humana en su más injusta manifestación.

Debido a lo cual deseo ahora dejar firmemente asentado que, no por haber utilizado herramientas matemáticas y estadísticas que son vistas como “indolentes” por un porcentaje relevante del público, significa que a este trabajo le fue indiferente el drama implícito. Lo opuesto. El proceso de creación de cada letra, palabra y hoja de este libro estuvo imbuido de un enorme sentimiento de respeto para con todos los involucrados: fallecidos, familiares, amigos, colegas...

Respeto que además era importante de explicitar pero por un par de razones más pragmáticas. Primero, porque al declararlo aquí, al comienzo, hacía innecesario tener que recordarlo continuamente en el resto del texto con oraciones del tipo “estas cifras no reflejan el dolor de los caídos”, “que Dios me perdone por lo que voy a decir” o “procesemos estos números llenos de tristeza”; estilo en la prosa que, de haberse llevado a cabo, en términos de comprensión y ritmo habrían hecho imposible la lectura. Y, segundo, como consecuencia de lo anterior, dado que no existen tales emocionales comentarios, si la gente comenzara a replicar los análisis en otros medios sin indicar las directrices bajo los cuales fueron creados, surgiría el riesgo de que se hiciera una transferencia de una supuesta insensibilidad observada en tales extractos al trabajo como un todo. Lo que podría desencadenar críticas al libro por un hipotético desinterés que, ahora lo sabemos, no es tal.

En suma, utilizar números y herramientas estadísticas en fenómenos que causan la muerte de seres humanos no tiene nada de malo en sí y se hace regularmente en otros campos (por ejemplo, al estudiar la mortalidad producida por el cáncer, el tráfico o los accidentes laborales). En el caso de esta investigación, llega con la idea de crear círculos virtuosos y aportar a la generación de un debate de calidad; aspectos que, entre otras cosas, redundarían en una mejor y más pertinente información para que las personas puedan tomar buenas decisiones. Lo que es fundamental, porque con ello se aumenta el potencial de salvar vidas.

Pero para que tales análisis y discusiones se desarrollen de una manera éticamente aceptable, quienes se manifiesten han de hacerlo manteniendo el respeto para con las víctimas. Personas que eran parte integral de lo que nosotros llamamos nación y cuya única particularidad fue que, haciendo uso de su libertad, se adentraron en nuestras montañas por razones que para ellos eran importantes. Luego, respetarlos no es un favor que les hacemos; por el contrario, es lo mínimo que les debe una sociedad que desee pasar por justa. Respeto para Rolando Bravo (aquel soldado haciendo reconocimientos en 1956 en las cercanías de Guardia Vieja), Pradelina Madrid (la joven fallecida en 1960 en el cerro Purgatorio), Manuel Riveros (quien bajaba del Punta de Damas en 1975) o, por supuesto, para con el mismo Alfredo Suárez.

A quienes traerlos de vuelta en la forma de un dato no es mera diversión o simple curiosidad. Es honrarlos; es perpetuar sus vidas.

Es construir legado.

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