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4. Interacción riesgosa

Esta noción no solo es la más complicada de explicar, sino que también, de seguro, la más controversial. Planteada coloquialmente, trata de lo siguiente: si el capítulo anterior se abocaba a contestar la pregunta del “¿Dónde?”, aquí es al “¿Haciendo qué?”.

Cuestión a la que, dadas las reflexiones realizadas en un comienzo, sería natural responder “¡montañismo!”. Lamentablemente, no es tan fácil como eso.

De partida, porque esta disciplina no es una monolítica expresión deportiva, sino más bien un superconjunto de diversas actividades que, sí, comparten importantes similitudes (siendo la más relevante su aproximación al concepto del riesgo), pero que también obedecen a diferentes dinámicas que generan múltiples estéticas. Dándole una característica de heterogeneidad que le es intrínseca y que se mantiene con cualquiera de las clásicas definiciones que se desee utilizar para describirla (las de los manuales de instrucción, las federaciones deportivas, la RAE, etcétera). Todo lo cual últimamente explica la existencia en el montañismo de una característica que le es fundamental: el límite de lo que abarca es difuso.

Elaboraciones que están lejos de ser retórica inútil. Por el contrario, explican acertadamente varios inconvenientes con los que se deben lidiar aquí. Por ejemplo, cuando se ha de evaluar un evento y no se puede estar seguro si este trata de actos propios del montañismo o... excursionismo.

Por supuesto, si se usan caricaturas no hay tal dilema, porque cualquier persona podría identificar las diferencias entre un individuo que cruza encordado un campo de grietas en medio de una tormenta (montañista), y aquel que pasea en un bosque vistiendo ropa liviana acompañado de sus hijos (excursionista). No obstante, al aproximarse a la línea que separa ambos arquetipos, ya no es tan evidente determinar qué es qué. No sirve usar como regla de decisión el objetivo (no es raro que los trekkings incluyan el ascenso de miradores o cumbres); tampoco el nivel de compromiso (los ambientes de montaña son cambiantes y pueden transformar cualquier actividad que se dé en ellos en una de tipo mortal); ni la altitud, el terreno o la dificultad técnica (hay escaladas a nivel del mar, excursiones en glaciares por sobre los 5 mil metros y algunas caminatas son más difíciles que muchos ascensos). Por no agregar las tantas otras variables que se podrían continuar citando y que, tras breves reflexiones, se revelarían como igual de fútiles (logística empleada, número de participantes, cantidad de días, etcétera).

Subir el cerro La Parva en verano, ¿es montañismo? ¿Y el Pochoco? ¿O el San Cristóbal? ¿Cómo se habría de catalogar una caminata en Himalaya que incluya ascender un pináculo de 5 mil metros de altitud y 300 de desnivel? Y no es necesario ir a las antípodas para encontrar un ejemplo tan extremo como este; en el mismo norte de Chile existen numerosos cerros “altos”, algunos por sobre los 6 mil metros, con rutas normales que se pueden intentar como si fueran excursiones por el día (Lascar, Sairecabur, Toco, Pili y otros). O bien, si se desea visualizar la problemática en términos más concretos, ¿cómo habría de clasificarse la muerte de los 3 “excursionistas” sorprendidos por una tormenta en 1947 en el cerro Guanaqueros? ¿O los decesos de Miguel Zuccar en el 2010 y Noam Rubinstein en el 2014? El primero tras un súbito desmayo en el área del Portezuelo Franciscano cuando regresaba de ascender el Pintor; la segunda fallecida por hipotermia en el Parque Nacional Cerro Castillo tras llegar al mirador del Morro Negro en medio de viento, nieve y bajas temperaturas.

Un tipo de problema (cómo distinguir disciplinas relacionadas) que no solo es exclusivo del montañismo y excursionismo. También se da entre estas y el mundo del esquí. Donde se repite la misma situación anterior: diferencias notorias al usar imágenes promedio (el snowboardista en Valle Nevado, un individuo en randonés en el Marmolejo)... que se diluyen cuando se ha de precisar la línea que las divide (como el caso de un joven con mochila saliendo de un centro de esquí, para ejecutar un fuera de pista desde una cumbre no cercana).

Probablemente habrá consenso en la afirmación que Matilda Rapaport no falleció el 2016 realizando “montañismo” en el sector del valle Parraguirre (involucrada ella en un descenso extremo que contaba con soporte aéreo); mientras que Carl Fransson y Jean Auclair en el cerro San Lorenzo en el 2014, sí (quienes se propusieron algo similar pero inserto en una expedición en un remoto lugar que no consideraba el uso de helicópteros). Sin embargo, entre ambos extremos la situación ya no es tan evidente; como lo demuestran los accidentes de Helmuth Setz en 1936 (fallecido en la sierra de Ramón practicando esquí), Erich Hirschberg en 1947 (cuyos restos mortales aparecieron seis meses después de hacer una excursión en El Colorado), o Ernest Brossel en 1995 (caído a una grieta mientras hacía bajadas en el volcán Villarrica).

Hay complejidades adicionales (tales como determinar la situación de la escalada), pero no es necesario entrar en ellas todavía para ir entendiendo que modelar conceptualmente el montañismo, sus actividades conexas y la forma como se relacionan, es un asunto no trivial. Por eso es que, y entendiendo que eventualmente se podría haber arribado a algún conjunto de especificaciones, al final se optó por seguir un camino distinto. Uno que nace de la siguiente reflexión: quizás la razón por la que es tan difícil distinguir las diferencias entre las mencionadas disciplinas, es porque tal vez sus divergencias son menos importantes que sus similitudes (al menos en cuanto a lo que es el fenómeno de la accidentabilidad). Por lo tanto, no sería un despropósito incluir todas ellas en esta recopilación: montañismo, excursionismo, escalada en roca, travesías, esquí, senderismo, escalada en hielo, trekking, exploraciones, snowboard, etcétera.

Ampliación de lo que era el foco original de este trabajo que trae varias ventajas, dentro de las cuales conviene mencionar tres.

Primero, que, como se comprobará más adelante, mover la frontera de lo que abarca el estudio un poco más “allá” (para incluir otras acciones), coloca el nuevo límite en una posición donde se hacen algo más patentes las diferencias existentes a ambos lados de la línea divisoria.

Segundo, que así se aborda la falta de estudios o estadísticas que, al igual como sucede con el montañismo, también aqueja a las actividades recién indicadas (de hecho, tampoco se sabe cuántos esquiadores o excursionistas han fallecido en Chile). Con ello entregando a la comunidad un conjunto de antecedentes fiables que podrían incentivar la generación de nuevas investigaciones en tales campos de acción.

Y, tercero, que permite hacer comparaciones. Un punto sumamente importante, porque contar con información de múltiples expresiones similares da un contexto que mejora la comprensión integral de lo que se analiza. Lo que definitivamente ayuda a combatir injustos tratamientos y acciones punitivas que un grupo específico de la población puede recibir por parte de la sociedad. Por ejemplo, si hipotéticamente en una temporada 10 esquiadores pierden la vida debido a las avalanchas, eso no necesariamente implica que este deporte esté, en términos de gestión de riesgos, fuera de control. Habría que ver. Entre otras cosas, no solo cuántos de sus ejecutantes han muerto por la misma causa en los años previos (que no da lo mismo si el promedio anual para una década es 50 o 5), sino que también cómo estos peligros (los aludes) han actuado sobre expresiones cercanas (que no es equivalente a si, en igual período de tiempo, los montañistas o excursionistas fallecidos hayan sido 100 o 3).2

Elaboraciones de carácter introductorio que, ahora sí, dejan finalmente el terreno listo para poder formalizar la regla que implementa la componente de la que trata este capítulo.

Para ello, se parte advirtiendo que no se trata de incorporar en el estudio a cualquier tipo de evento fatal acaecido en un ambiente de montaña vinculado a Chile, porque sobre el mismo escenario geográfico también actúan otras expresiones que en principio no tienen nada que ver con lo que es el objetivo de este análisis (como las de la minería, ferrocarriles, centrales, autopistas, etcétera). Tampoco el criterio puede ser acerca de las motivaciones de las víctimas, puesto que estas lo hacen por una variedad de diferentes razones y no solo, como podría pensarse, por motivos lúdicos; también están los pecuniarios (propios de, por ejemplo, los instructores o guías de montaña). Y así. Hasta que, si se continuara reflexionando y evaluando las posibles variables, se acabaría por dilucidar que el aspecto central aquí es la forma como un protagonista interactúa con su entorno. O sea, el “cómo”.

Un vínculo, entre el individuo y el escenario, que se puede entender como la combinación de dos factores: la acción (generado por el primero) y la exposición (producto del segundo). Tal y como el siguiente diagrama ilustra:


Con esta estructura a vista, es posible apreciar más claramente cuán similares en realidad son el montañismo, el excursionismo, el esquí y las otras disciplinas afines. Porque, con respecto a la primera variable, la acción, si hay un rasgo que resalta en todas ellas, es que sus practicantes tratan de usar su propia energía para desplazarse y subsistir en el terreno; y en cuanto al segundo aspecto, la exposición, las semejanzas se mantienen, ya que los peligros que plantea el ambiente de montaña (incluyendo su clima) se transmiten a sus ejecutantes de una manera tan directa e inmediata que condicionan completamente todo lo que involucra la actividad (objetivo, logística, riesgo, estrategia, rendimiento...).

Características que, en suma, se reúnen bajo el concepto “interacción riesgosa”; uno que definitivamente les da a las mencionadas expresiones el aire de aventura y compromiso con el que normalmente se las identifica (o debiera identificárselas) y que, en términos formales, se expresa de la siguiente manera:

Interacción riesgosa es aquella resultante de combinar una exposición al entorno de directa y no atenuada relación causa-efecto, con un actuar determinado por una fuente de energía de rango y potencia equivalente al biológico.

De acuerdo, no se entiende.

La razón de tal complejidad se debe a que se espera de esta definición que no solo aglutine a las expresiones recién señaladas, sino que también a otras menos evidentes que aún no han sido mencionadas. Por todo lo cual, tanto en lo que queda de este capítulo como en los siguientes, se hace el ejercicio de explicar en mayor detalle sus alcances, comenzando ahora mismo con dos situaciones en particular que, dada su importancia, es conveniente introducir inmediatamente.

La primera de ellas se refiere a los individuos que la sociedad denomina como “arrieros”; aunque es habitual que tal rótulo sea usado genéricamente para comprender a todos quienes se relacionan con animales de transporte y carga en un ámbito rural (baqueanos, muleros, porteadores, campesinos, etcétera). Sobre cuyos accidentes no existe ningún motivo para descartar del estudio si es que los afectados se estaban desplazando por sus propios medios (típicamente caminando), pero no así cuando se encontraban arriba de un tractor, auto o camión (que serían actos de presencia en terreno sin mediar esfuerzo físico). Sin embargo, hay otra posibilidad: cuando el fallecimiento sucede al hallarse estas personas montando un animal; escenarios evidentemente intermedios, de evaluación fina y resultado nunca satisfactorio, pero ante los cuales se optó por seguir un camino inclusivo. Es decir, también agregarlos a la recopilación (lo que, dicho sea de paso, explica por qué en la definición de interacción riesgosa está aquello de “fuente de energía de rango y potencia equivalente al biológico”).

La razón principal de esta decisión obedece a que, si bien aquí la acción estaría influenciada por el uso de un principio motor externo a la víctima (uno que ciertamente da opciones), la ayuda que entrega nunca será tan radical como la que ofrece un vehículo mecánico. Los animales también tienen miedo, pasan hambre, sienten frío y se cansan; además de ser igual de frágiles que los hombres ante la mayoría de los peligros topográficos-climáticos del ambiente (grietas, barrancos, avalanchas, mal tiempo...). Tal y como lo demuestran los numerosos casos de arrieros que han perecido producto de ellos; como Ramiro Cortés en 1980 en la zona de Salamanca (caído en una quebrada junto a los animales que arriaba cuando se movía en medio de condiciones climáticas adversas), José Ramírez en el 2006 en el Valle de la Engorda (por golpe en la cabeza al caer su caballo de regreso tras portear equipo a unos montañistas), aquellos 3 que murieron en 1982 en el Paso Maipo (sepultados por una avalancha mientras buscaban animales extraviados), los 13 fallecidos en 1929 en el Paso Piuquenes (por una tormenta mientras regresaban a Argentina), etcétera.

Además, incorporarlos es una determinación que contribuye a compensar los efectos de la asimetría histórico-cultural que nuestra sociedad mantiene al respecto con ellos; en el sentido que cuando un arriero fallece en un ambiente de montaña, no causa igual conmoción pública que aquel acaecido en el mismo sitio a un montañista, esquiador, escalador o excursionista. Un acto que es discriminatorio e injusto, porque ellos también son actores principales, también se realizan en nuestras cordilleras y también sufren cuando sus cercanos son golpeados por las desgracias.

La segunda situación relevante que esta definición de interacción riesgosa produce y que debe ser comentada ahora, es que obliga a incluir algunos de los accidentes acaecidos a trabajadores de mineras, centrales hidroeléctricas, ferrocarriles u otras faenas similares. Lo que probablemente cause extrañeza.

Por supuesto, no se trata de incorporar en el estudio a todos los decesos ocurridos en las instalaciones que estas industrias mantienen en sitios de cordillera (por ejemplo, en una remota meseta a 4.500 metros de altitud); ya que, como estos regularmente poseen ambientes regulados, controlados, protegidos, climatizados y con una funcionalidad semejante a la que se encuentra en un contexto urbano (baños, comedores, clínicas, gimnasios, etcétera), su personal estará a resguardo de buena parte de los peligros del medio ambiente. Circunstancias en las que, entonces, la relación causa-efecto mencionada en la declaración de interacción riesgosa no se manifestará directamente sino que atenuada y, por lo tanto, fallándose en el cumplimiento del criterio rector.

O, dicho de otro modo, es un error catalogar los incidentes acontecidos en una infraestructura como la descrita como de “montaña”, solo porque el respectivo recinto se ubica en “montaña”. O sea, si una viga cae sobre la cabeza de un operario en un sitio como el descrito, este es un evento que ha de entenderse como un accidente del trabajo; uno que podría haber ocurrido perfectamente en una refinería de petróleo a nivel del mar (o en un garaje en Santiago) y, por ende, sin relación con lo que comprende esta investigación. Mismo predicamento que se aplica a los incendios, explosiones, atropellos, aplastamientos, envenenamientos y todo ese tipo de percances que pueden suceder en un ambiente laboral. Por eso es que no aparecen en el Listado Central decesos como los de Juan Muñoz en el 2007 por descarga eléctrica en una subestación, o el de Juan Cruz en el 2018 por caída en altura en un pique (ambos, en la mina Andina).

Situación que es muy distinta a cuando, por alguna razón, un trabajador se desplaza a pie por el ambiente de montaña y fallece debido a cualquiera de sus peligros (el impacto de una avalancha, la caída a una quebrada, perdido en la obscuridad, etcétera); los cuales, por lo argumentado, sí ameritan ser incluidos. Eventos como el de Bernardino Reinoso en 1905 en El Teniente (golpeado por una piedra), los hermanos Luis y Arturo Chaparro en 1951 en la Disputada de las Condes (atrapados por mal tiempo cuando se dirigían a reparar un andarivel), o el de los obreros Osvaldo Otarola y Juan Tapia en 1982 en Los Libertadores (víctimas de una avalancha mientras despejaban la vía del Ferrocarril Trasandino).

El resto de las explicaciones para entender el concepto de la interacción riesgosa se localiza más adelante, en el capítulo I.B.6 (Implicancias).

2En el fondo, el error estando aquí en que la gente juzgaría basándose en datos presentados en términos absolutos, cuando lo apropiado sería hacerlo en términos relativos.

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