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Experiencias diversas y categorías fluidas

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Estas categorías que se acaban de mencionar pueden estar claramente delimitadas en el plano teórico, pero al utilizarlas en la cotidianeidad se revela que no son estáticas y tienen un rango de variabilidad en función de la perspectiva del que las utiliza. Por otra parte, el hecho de que las personas tipificadas en ellas se encuentren en una situación siempre dinámica desafía la rigidez de los términos: los migrantes irregulares pueden eventualmente ser legalizados; los migrantes voluntarios pueden tener motivación económica; los migrantes de baja capacitación pueden con el tiempo convertirse en migrantes económicos altamente capacitados; los exilados políticos pueden eventualmente volver a casa. De modo que las categorías que usamos para definir distintos tipos de migración son en sí mismas complejas y variables. E incluso dentro de cada grupo se da todo un campo de sutilezas y distinciones. Por ejemplo, es raro que la migración de una persona sea enteramente voluntaria o involuntaria. Una ejecutiva de negocios destinada a las oficinas de su compañía en el exterior —un tipo de migrante que suele llamarse expatriado corporativo— puede expresar interés en ser enviada a Moscú o a San Francisco por varios años, pero también puede hacerlo por la presión de su empleador para aceptar ese traslado, quizá a riesgo de perder su empleo si rechaza la oferta. Estas situaciones se hacen más complejas cuando se ven involucrados los cónyuges, los hijos o la familia, quizá también impelidos a mudarse, aunque no siempre lo deseen.

Aquellos a los que nos referimos más comúnmente como migrantes «forzados» por otra parte, no están siempre legalmente obligados a abandonar su país en situaciones de guerra o persecución; pueden hacerlo, por ejemplo, para evitar la tortura o la cárcel, para mejorar sus oportunidades de supervivencia, para mejorar su bienestar u ofrecer un mejor futuro a sus hijos.

Es evidente, por tanto, que los tipos de migración no configuran compartimentos estancos, y son ellos mismos permeables. Los movimientos migratorios, tanto los actuales como los del pasado, han estado protagonizados por personas en situaciones dinámicas, que podían tomar decisiones en distintos sentidos a lo largo del tiempo para adaptarse a los contextos sociales cambiantes o a las oportunidades que se presentaban ante ellas. Servirá como ejemplo el de un hombre eritreo que deja su patria para irse a Somalia, donde escapa de la persecución; tras atravesar el desierto del Sahara, Libia, el Mediterráneo y llegar a Malta, se asienta en España, se convierte en ciudadano español y abandona la ciudadanía somalí (dado que España no acepta la doble nacionalidad más que en algunos casos: Iberoamérica, Filipinas, Andorra, Guinea Ecuatorial, Portugal), encuentra empleo en Suecia (a través de las leyes de libre movimiento laboral de la UE/Schengen) en una multinacional de tecnología que lo manda a Japón a trabajar por varios años. Cuando este hombre regresa a Suecia, adopta la nacionalidad sueca, monta su propia compañía y seguidamente decide volver a Somalia a expandirla. ¿Cómo deberíamos llamarlo? En este caso, un refugiado se convierte en un migrante político antes de convertirse en un solicitante de asilo, en un migrante económico y en un expatriado corporativo, que finalmente será un miembro de la diáspora y empresario, que regresa «a casa» como migrante retornado. Este ejemplo retrata una situación que es mucho más frecuente de lo que podría parecer bajo una visión simplificada de la migración. Y permite recordar, sin importar el número de migrantes y el hecho de que aparezcan en determinados momentos en «oleadas» o «masas», que todos los movimientos migratorios están protagonizados por seres humanos individuales que tratan de tomar las mejores decisiones para su vida y la de sus familias, en contextos complejos.

No todas las trayectorias y experiencias resultan tan exitosas como la del ejemplo. No se debe pintar un cuadro irreal de la migración, compuesto solamente por ejemplos de victoria humana sobre la adversidad, movidos por la búsqueda de la felicidad y sobreponiéndose con valentía a desafíos y obstáculos. La historia de la migración está sobrepoblada de historias de tristeza, sufrimiento y muerte, de vidas acotadas por la penuria y el silencio, y de situaciones en las que individuos y familias no encuentran los espacios para expresarse plenamente en los nuevos entornos hostiles en los cuales se instalan. Por cada historia exitosa hay, seguramente, una de fracaso, y muchas de esas historias nunca son contadas. Analizando el velo de olvido que la sociedad española prefiere echar sobre su propia experiencia de emigración histórica, marcada por los horrores de la miseria y la guerra, el filósofo político Sami Naïr destaca que con frecuencia se elige no recordar los períodos dolorosos[16], o, al menos, no hacerlo públicamente.

Retomando el ejemplo anterior, existen con seguridad hombres eritreos que también escaparon de la persecución cruzando el desierto del Sahara y las estaciones de tránsito de Libia, pero que perdieron sus vidas o perdieron a sus seres queridos atravesando el Mediterráneo, sin lograr nunca realizar sus sueños de un mejor futuro. Este fue el destino de Rokaya, una joven mujer que escapó de Irak hacia Irán con su marido y sus dos hijas en el año 2001. Los migrantes iraquíes eran habitualmente discriminados en Irán: no podían alquilar una vivienda ni ser empleados, y se impedía que sus hijos fueran a la escuela. En la búsqueda de un país que los aceptara, Rokaya y su familia empezaron en octubre un viaje hasta Indonesia, desde donde tenían planeado llegar a Australia en barco. El bote que abordaron en la costa de Indonesia, no más que una nave de transbordo hasta un buque más grande, estaba sobrecargado con cuatrocientos migrantes, entre los cuales había ciento cincuenta niños, hacinados en la cabina con sus madres y separados de sus padres, que viajaban en cubierta. Después de nueve horas de viaje el motor se detuvo, el casco de la embarcación se partió, y esta empezó a hundirse lentamente. Con solo cien chalecos salvavidas a bordo, el pánico se adueñó de muchas personas que intentaban hacerse con uno antes de caer al mar, y esto provocó que muchos pasajeros fueran atropellados por otros que trataban de salvarse. Las olas que barrieron la cubierta separaron a la familia, y cuando Rokaya logró reunirse con sus hijas las encontró muertas. Su marido, hasta entonces calmado, entró en shock al ver a las niñas, y una ola lo arrancó de la tabla en la que se mantenía a flote. Junto con otros cien pasajeros, Rokaya pasó el resto de la noche en el agua, y sobrevivió aferrada a restos flotantes del naufragio. Algunos vieron a una mujer dar a luz en el océano. A la mañana siguiente solo cuarenta y cinco supervivientes fueron rescatados por un barco indonesio. La tragedia del barco SIEV X ha sido uno de los episodios más mortíferos de la historia reciente de la migración contemporánea[17].

Muchos otros acontecimientos como este simplemente no se registran. La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) calcula que desde el año 2000 han muerto globalmente al menos 40.000 migrantes[18]. Pero el número puede ser mucho mayor, dado que algunos expertos han calculado que por cada migrante muerto que aparece en las costas del mundo desarrollado hay por lo menos otros dos cadáveres que nunca se recuperan[19]. Así como esta tragedia, existen otros casos con finales desafortunados que no resultan en pérdida de vidas, como cuando migrantes calificados no consiguen encontrar un trabajo que corresponda con su formación, o cuando las cosas no funcionan como se esperaba después de una larga separación familiar. Tal es el caso, por ejemplo, de un médico del Congo que emigró a Italia y terminó trabajando como empleado en la industria de la hostelería[20]. Ha habido familias separadas por la migración que se reúnen al retornar al sitio de origen años después, y un migrante que vuelve sin haber alcanzado sus metas constata que su pareja se ha visto estancada en un entorno sin oportunidades, y sus hijos han crecido sin el vínculo afectivo y formativo con el padre o la madre migrante.

La migración puede ser una aventura coronada con éxito o fracaso, traumática o enriquecedora, puede significar un último movimiento o la inauguración de un nuevo comienzo en la vida, y suele además estar definida por los cambios de perspectiva. En resumen, es en sí misma una experiencia múltiple y con categorías siempre cambiantes. Y a medida que el mundo cambia, surgen nuevos tipos de migrantes. Hoy en día hay migrantes por salud, que se desplazan para recibir tratamientos médicos no disponibles en sus países de origen; parejas homosexuales que quieren casarse con todos los derechos y no pueden hacerlo en su país; parejas que emigran al lugar propicio para adoptar niños o para someterse a un tratamiento de reproducción asistida; emigrados políticos o exilados que buscaban un cambio político en su país natal. Las transformaciones sociales, económicas y ambientales del planeta traen aparejadas nuevas formas de migración. El cambio climático, por ejemplo, ya está forzando a cierta gente a abandonar sus hogares en algunos puntos del planeta. En 2013 Ioane Teitiota, un ciudadano de la República de Kiribati, se convirtió en la primera persona en pedir asilo para su familia como refugiados climáticos. Mientras vivía en Nueva Zelanda junto con su familia, solicitó asilo al gobierno al vencerse su visado de residente. El argumento de Ioane era que él y su familia no tenían ningún futuro en su país natal debido al aumento del nivel del agua, la contaminación del agua dulce y la posibilidad de que su casa fuera destruida por ciclones. Esta nación isleña de baja altitud, conformada por 33 atolones coralinos esparcidos por una vasta expansión del Pacífico Central, se tornará inhabitable muy probablemente antes de que acabe este siglo, debido a la erosión y a las crecientes inundaciones por el aumento del nivel del mar. Aunque la corte de Nueva Zelanda finalmente rechazó el caso de Ioane al considerarlo «novedoso» pero «sin base», seguramente muchos migrantes climáticos seguirán sus pasos en los próximos años, en la medida en que los efectos del cambio climático se vayan haciendo más tangibles y severos[21].

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