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La migración en nuestros días

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La gente se mueve. Se desplaza de un lugar del planeta a otro, muy cerca o muy lejos, atraviesa océanos sin saber cuándo volverá, se traslada dentro de su propio país, o bien cruza una frontera por la mañana para trabajar y volver de noche a su hogar. Grandes contingentes de personas, en aluviones repentinos o en goteos esparcidos en el tiempo, abandonan sus lugares de origen por otras regiones, países o continentes, buscando labrarse un futuro en sitios a veces muy distintos de aquellos donde nacieron.

Hombres, mujeres y niños —y hasta niños solos—, se trasladan en pequeños o grandes grupos, personas solas o familias enteras, por temporadas de trabajo, por períodos definidos o de por vida, por su propia voluntad o expulsados de su tierra a causa de la guerra, el hambre, la persecución o la pobreza. Estos movimientos transportan personas, fuerza de trabajo, dinero, costumbres, ideas, productos y creencias de uno a otro rincón del planeta, y esta circulación contribuye a alimentar y mantener las economías y sociedades del mundo, y también a transformarlas, a través de interacciones cuya naturaleza puede ser difícil precisar.

El ciudadano medio de casi cualquier rincón del mundo contemporáneo percibe que, como resultado de estos movimientos, vive inmerso en una transformación continua de su entorno humano, ya sea este una ciudad grande o pequeña, un pueblo o una aldea rural. Los lugares donde vivimos han dejado de ser paisajes humanos homogéneos, y se muestran como mosaicos de costumbres, música, colores de piel, vestidos y lenguajes de distintos orígenes. Jóvenes urbanos de aquellas ciudades que reciben personas de otros sitios oyen que sus mayores cuentan que antes era distinto, que no había tantos extranjeros en la calle, o que solo algunos venían de visita, o se quedaban por temporadas de trabajo. Viejos campesinos ven cómo las casas de sus pueblos que han quedado desiertos son compradas por pensionados pudientes de otras latitudes que, a su vez, han dejado sus propias viviendas en sus países natales. También recuerdan que antes los jóvenes encontraban pareja en el pueblo, mientras que ahora ya no hay jóvenes en muchos kilómetros a la redonda.

¿Cuándo empezamos a movernos? ¿Por qué lo hacíamos antes? ¿Por qué razones lo hacemos ahora? ¿Es la migración algo bueno o malo para nosotros, para nuestra familia, nuestra comunidad y nuestro país? ¿Acaso acabará alguna vez? ¿Debemos apoyarla u oponernos a ella? Estas son preguntas importantes y que merecen respuestas confiables, y su búsqueda puede ser una forma de darle sentido al complejo y cambiante mundo en el que vivimos. Nos llevará a desplegar el abanico de temas que la migración contemporánea concentra y a reconocer sus diferentes estratos (políticos, económicos, sociales, culturales, familiares), y al hacerlo quizá podamos entender mejor a la gente que se ve implicada en ellos, de uno y otro lado.

Este libro es un viaje de exploración por las características de los movimientos de personas a lo largo y ancho del globo, tanto en el presente como a través de la historia. Intenta dar suficientes datos y explicaciones para entender que estos movimientos configuran uno de los fenómenos sociales y políticos más antiguos y decisivos de la humanidad. Y hacerlo de manera equilibrada y completa es hoy una labor apremiante, porque, como ocurre con casi todos los temas políticos, económicos y ambientales claves del mundo contemporáneo, se suele hablar de la migración desde posiciones sesgadas y parciales, determinadas por el punto de vista del grupo de interés que opina. Así, una visión muy difundida de la migración la define como un problema inédito que debe ser resuelto por los países de Europa central o de América del Norte, que se ven invadidos por inmigrantes pobres de África, Asia, Europa oriental o América Latina, que sobrecargan sus sistemas de seguridad social, compiten por escasos puestos de trabajo y crean todo tipo de problemas de convivencia. Sin analizar más en detalle este argumento habitual, se debe notar que es este un punto de vista parcial, que carece de la suficiente información sobre el presente y el pasado: no tiene en cuenta, por ejemplo, que también muchos europeos jóvenes emigran hoy hacia aquellos destinos a buscar trabajo o estudiar, debido a las fluctuaciones económicas de Europa o a los altos costos de la educación superior; que los países de África, Asia y del Oriente Medio reciben contingentes de refugiados mucho mayores que los países europeos; que en el último siglo y medio millones de europeos pobres migraron a América porque sufrían hambre y estancamiento en sus propios países, y que desarrollaron proyectos de vida en el nuevo mundo; y que puede decirse que la riqueza del continente europeo se debe en parte a su etapa imperial de explotación de las riquezas y la mano de obra de estos continentes. A su vez, esta visión deformada desde los centros de poder y la opinión pública occidental pierde de vista que la emigración se vive alrededor del globo de formas particulares —y a veces configura respuestas muy semejantes— entre los países del Sudeste asiático, las regiones de China —escenario de las mayores migraciones en el presente—, entre Oceanía y África, dentro de América Latina, en Oriente Medio o al interior de muchas naciones africanas[8].

Un primer paso necesario será reconocer y sistematizar las distintas formas de movimientos de personas, sus distintos sentidos, funciones, causas y temporalidades, que conforman el panorama de la migración en el mundo contemporáneo. Para ello, se hace necesario constatar que la movilidad humana ha sido fundamental para nuestra especie desde tiempos muy remotos, aunque los especialistas todavía discutan cuándo y cómo se dieron las primeras migraciones.

El «Homo sapiens» nació en las sabanas del noreste africano hace unos 150.000 o 200.000 años, recogiendo el último desarrollo evolutivo de sus antepasados homínidos, consistente en una forma de locomoción bípeda —el caminar— que lo diferenciaba y le permitía compensar sus debilidades de velocidad o fuerza frente a sus presas con la capacidad para perseguirlas colectivamente a través de largas distancias. Varios milenios después, los primeros grupos de cazadores-recolectores humanos migraron fuera del continente africano y se expandieron, descubriendo nuevas regiones que hoy conocemos como Europa, Asia, Oceanía y América. Nuestros antepasados construyeron distintas formas de vida en diversos lugares, domesticaron a otras especies animales y vegetales, desarrollaron creencias, lenguas y formas artísticas, diversificándose, multiplicándose y fortaleciéndose a lo largo de innumerables y prolongados viajes a distintos destinos.

Recorrer la historia de estos desarrollos civilizatorios humanos encauzados en grandes migraciones es fascinante, y revisar las oleadas migratorias a lo largo de la historia desde la antigüedad puede resultar muy ilustrativo para entender el presente.

La migración tal como es entendida hoy es una práctica que ha estado entre nosotros desde el siglo XVI, y se afianzó con la revolución industrial y la sociedad de consumo. Las empresas coloniales e imperiales y el crecimiento del Estado nación contribuyeron a darle forma a las estructuras que sostuvieron el desarrollo, apoyándose durante largo tiempo en la migración forzada. Esto hizo posible el movimiento mercantil y militar entre posesiones coloniales en la edad moderna, y luego en la edad contemporánea. La era de la industrialización (1850-1950) y la llamada «edad de la migración en masa» (1850-1914) estuvieron inexorablemente vinculadas entre sí: la revolución industrial provocó la aparición de nuevas trayectorias migratorias, y millones de personas que continuaron migrando apoyaron la industrialización prolongada. El surgimiento de la era industrial durante la segunda mitad el siglo XIX revolucionó la vida y los patrones de trabajo para millones de personas a lo largo de Europa y Norteamérica. La influencia disruptiva de las fábricas, los ferrocarriles y las economías de escala cambiaron tanto la naturaleza de la oportunidad como el lugar donde esta podría surgir. Millones de personas fueron desarraigadas de sus formas de vida tradicionales y sus hogares, y se pusieron en marcha por diferentes caminos en la búsqueda de mejores oportunidades, o para escapar a una vida que se había vuelto intolerable.

Durante las últimas décadas, la migración se ha expandido enormemente en términos de distancia debido al crecimiento de los flujos de trabajo transfronterizos globales, así como a los conflictos y la violencia internacional y doméstica, y al desplazamiento de personas a consecuencia de estas[9]. Sin embargo, un aspecto interesante que surge al poner en perspectiva histórica la migración es que con frecuencia ha habido contramigraciones (no solo de personas sino también de cosas, ideas, dinero) en direcciones opuestas. Por ejemplo, las nuevas trayectorias establecidas durante la época colonial determinaron un flujo de movilidad en varias direcciones. El colonialismo europeo movilizó al otro lado del océano a más de 60 millones de europeos, que emigraron como personal administrativo o militar; muchos exploradores y viajeros se aventuraron a lo largo y ancho del globo por períodos cortos o largos, transportando de regreso conocimientos, experiencias y mapas; mercaderes y comerciantes llevaron bienes, capital y prácticas de comercio de los centros de poder colonial a los rincones más recónditos de los imperios. En la dirección opuesta, millones de asiáticos y africanos, así como un menor número de amerindios, viajaron a Europa inicialmente como esclavos y luego como trabajadores contratados y soldados en los ejércitos europeos en distintas guerras; y trajeron consigo formas de vida y de pensamiento, así como prácticas religiosas, novedosas para los europeos. Más tarde, las olas de descolonización del último tercio del siglo XX animaron a millones de personas de las antiguas colonias a migrar a Europa[10].

La movilidad humana en el presente ofrece un panorama mucho más diverso que en el pasado, y su motivación fundamental parece haberse independizado de la mera búsqueda de opciones de supervivencia colectivas. La migración tiene lugar a escalas diferentes y entre geografías muy distintas: entre continentes, entre regiones, entre países, entre ciudades, entre pueblos y ciudades, etc. Hoy, como antes, las personas se mueven para buscar trabajo y alternativas económicas; pero también para estudiar, cambiar de estilo de vida, perseguir sueños, encontrar parejas, para disfrutar de otros paisajes, comidas y culturas, porque distintos países requieren sus servicios profesionales, porque sus empleadores los destinan temporalmente a nuevas latitudes; o quizá incluso para hacer la vida un poco más interesante o feliz[11]. Otras motivaciones como escapar de la guerra o la persecución política o religiosa, se han mantenido constantes a lo largo de la historia. En los últimos años una de las formas dominantes de movimiento humano ha sido la que ocurre entre áreas rurales y urbanas de un mismo país, y no entre países. El abandono del campo por parte de gente que busca mejores oportunidades económicas y sociales ha cambiado el paisaje de muchas ciudades del mundo, y a su vez ha reconfigurado los espacios rurales.

Diferentes tipos de migrantes encarnan estos diferentes tipos de migraciones. Unos llegan al destino elegido para pasar allí el resto de su vida; otros se quedan por un corto período de tiempo —un mes, un año— antes de volver a casa; hay quien elige ir y volver regularmente de un hogar a otro. Muchos nunca llegan a su destino, e incluso algunos pierden la vida trágicamente tratando de llegar al nuevo puerto. Es evidente que los humanos siempre nos hemos movido. Pero, si la movilidad humana no es nada nuevo, ¿por qué, y desde cuándo, se ha transformado en un «problema» dentro de muchas sociedades? Más adelante veremos que los así llamados «problemas de la migración» tienen poco que ver con la gente misma, y mucho más con los sistemas, estructuras y regímenes políticos de los que estas personas forman parte. Pero también responden a la ignorancia y la resistencia a aceptar a personas distintas, al temor a un deterioro económico y al miedo al cambio.

Para mucha gente la migración es uno de los problemas más importantes de la sociedad contemporánea. Pero ¿por qué se ve como un problema? ¿Cuáles son realmente «problemas» inherentes a la migración, y cuáles pueden asociarse con otros factores externos? Nuestro mundo cambiante y cada vez más interconectado ha experimentado un incremento de la migración; y en su veloz esfera de comunicaciones se multiplican respuestas, diagnósticos, reacciones y condenas en un concierto desafinado. La inmigración de países pobres a países ricos sigue siendo todavía definida por muchas personas de orientación conservadora como algo «dañino y disfuncional» que debe ser rectificado con cambios de políticas y con un control restrictivo de las fronteras. Por su parte, para aquellos que tienen una actitud más liberal hacia la migración, las dificultades que la propulsan constituyen una razón para luchar por la erradicación de la violencia, la pobreza, la falta de educación o recursos, entre otras causas de raíz que llevan a la gente a abandonar sus hogares[12]. Estos dos bandos y campos de discurso, y también algunas posiciones intermedias, parecen sobrecargar a la migración y a los migrantes con responsabilidades que hacen difícil precisar sus contornos concretos y entender su verdadera textura humana. Han existido razones sociopolíticas muy específicas para oponer una «buena» migración a una «mala» migración. Como ha dicho el académico Stephen Castles, refiriéndose a los años anteriores a la crisis financiera del 2008: «Se consideraba valioso el reclutamiento internacional de personas altamente cualificadas, mientras que a los trabajadores de baja calificación se les veía fuera de lugar en las flamantes economías posindustriales. Los movimientos de los trabajadores muy capacitados eran celebrados como movilidad profesional, mientras que aquellos de los poco capacitados eran condenados como migración no deseada. La movilidad se asociaba con lo bueno, porque era la insignia de una sociedad moderna y abierta; la migración se hacía corresponder con lo malo porque hacía despertar recuerdos arcaicos de invasión y desplazamiento»[13].

Sin duda, que se considere o no la migración como «problema» tiene mucho que ver con la propia perspectiva. Si uno es un sirio que no encuentra trabajo y además con temor a perder la vida en el conflicto armado, puede muy bien decidir dejar su país para asegurar su supervivencia y la de su familia buscando una mejor oportunidad en algún otro lugar. Por lo tanto, puede ver la migración como algo positivo, saludable y equitativo, que ofrece oportunidades a gente necesitada. Si, por otra parte, uno es un desempleado español y ve cómo los extranjeros llegan a su región buscando trabajo o una mejor vida, puede percibir la migración como amenazante, peligrosa, injusta o egoísta. Estos puntos de vista se producen en un contexto determinado por un conjunto de factores ajenos a los individuos implicados en la migración, sean estos migrantes o residentes de los lugares que los reciben: la disparidad de desarrollo y riqueza a lo largo y ancho del planeta; la crisis global de empleo; la segmentación del mercado laboral, las revoluciones en la comunicación y el transporte (y la brecha digital). La perspectiva vendrá determinada por la posición que cada cual adopte en su pedazo del mundo circunscrito por estas variables: empujado por sus crisis, detenido por ellas, a la espera de algo mejor, con nuevos horizontes o sin ellos. En este libro nos proponemos producir una apertura de esta perspectiva, valorar el punto de vista de los otros, recuperar la complejidad del tema y proponer una visión abarcadora para entenderlo. Es por ello que hemos optado por el uso de migrante y migración por encima de emigrante, inmigrante, emigración e inmigración, ya que los prefijos in- y e- obedecen a perspectivas particulares. Pero ya sea que una persona esté emigrando o inmigrando, y sin importar de qué lado de la frontera se esté, es evidente que la migración es uno de los fenómenos que definen al mundo de hoy, y que alcanza, de una u otra manera, a todos sus habitantes.

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