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El nahualismo y la cosmovisión

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Las contribuciones de Esther Hermitte y de otros miembros del proyecto a los estudios mesoamericanistas que se hacían en México se ubican en uno de sus temas clásicos, el nahualismo; una concepción según la cual algunas personas tienen la facultad de convertirse en animales, generalmente felinos, que atacan y devoran a sus víctimas. Este tema era, en efecto, el eje de una novela que obtuvo el premio nacional de literatura en 1935, El indio, de Gregorio López y Fuentes, y que anticipó la novela indigenista. El planteamiento general del estado de la discusión lo hizo George Foster en un célebre ensayo de 1944, en el que distinguía entre el nahualismo y el tonalismo, es decir, la creencia de que toda persona tiene un animal o espíritu guardián (tona, en náhuatl). Villa Rojas criticaba este planteo basado en la rica información etnográfica que había recogido en Oxchuc, la comunidad tzeltal en la que realizó una larga investigación etnográfica. El artículo en el que expresaba esta crítica apareció en la revista American Anthropologist. Allí mostraba las implicaciones del nahualismo para la configuración del poder, pues los poseedores de esa facultad eran los ancianos que ocupaban la jerarquía política de la comunidad y castigaban a quienes violaban las normas sociales vigentes, a través de sus nahuales, los cuales residían en su cuerpo y se desplazaban en la noche a través de los sueños para enfermar, o incluso matar, a los transgresores. El poder se expresaba en una persona en términos de calor. Lo interesante es que las formas que asumían estos nahuales eran muy variadas, desde fenómenos meteorológicos a representaciones humanas, como sacerdotes en miniatura, pasando por animales (Villa Rojas, 1947).

Aguirre Beltrán retomó los datos de Villa Rojas para definir lo que llamaría “gobierno de principales” en el libro que fundó los estudios de poder en las comunidades indígenas, Formas de gobierno indígena (1953). Allí transcribió la estructura de poder, cuyos miembros tenían la facultad de castigar a través de sus nahuales, siendo el más poderoso el que estaba en la cúpula y se conocía como k’atinab en tzeltal (el que calienta). Paradójicamente, cuando Aguirre Beltrán se refería a las concepciones sobre la salud y la enfermedad en las comunidades indígenas, retornaba a la propuesta de Foster, sin recuperar la complejidad del planteo de Villa Rojas (Aguirre Beltrán, 1963). Sin embargo, Calixta Guiteras revolucionó este tema con su trabajo en San Pedro Chenalhó, instalándolo en el más amplio y complejo campo de la cosmovisión; así comenzó a explorarse la articulación de las creencias sobre las entidades anímicas de los pueblos mayenses con las más generales concepciones espacio-temporales (Guiteras, 1961, 1965).

Sin duda, las dos figuras principales que influyeron en las investigaciones etnográficas de la segunda etapa del proyecto fueron Calixta y Villa Rojas. Desde la mesa redonda que se reunió en Na Bolom en 1958, Cali presentó avances que culminarían con su libro de 1961, Perils of the Soul. Lo mismo hizo en la VIII Mesa Redonda de Antropología, en San Cristóbal de Las Casas en 1959. Villa Rojas no hizo ninguna presentación formal de sus propuestas sobre el tema, sino que se limitó a expresarlas en sus intervenciones, y también en conversaciones que sostenía individualmente con los miembros del proyecto que se lo solicitaban. Entre ellos, estaba Esther Hermitte. La presencia de Villa Rojas en el Centro Coordinador Indigenista, del que era director y donde residía con su esposa, facilitó esta comunicación.

Cali Guiteras avanzó en la discusión al señalar la existencia de dos entidades anímicas: una inmortal, que residía en el cuerpo, el ch’ulel, y otra en el cerro principal de la comunidad, mortal, el wayjel, y que con frecuencia asumía la forma de animal. Por esos mismos años un estudiante de la Universidad de Arizona descubría concepciones semejantes entre los tzotziles de San Andrés Larrainzar (Holland, 1961), y en Zinacantán, donde investigaban los estudiantes de la Universidad de Harvard, su director Evon Z. Vogt, reconocía también dos entidades anímicas, el ch’ulel y el chanul (Vogt, 1966).

En este campo temático se sitúan las aportaciones de Esther con su investigación en la comunidad tzeltal de Pinola. En primer lugar propuso el concepto de “coesencia” para definir las relaciones entre el sujeto y sus entidades anímicas; distinguió de estas entidades, entre el ch’ulel como centro del lenguaje, la inteligencia y la voluntad, y el nahual como agente activo que castigaba, agredía y asumía diferentes formas, como se advierte con los “viejitos” que cuidan al pueblo, los me’iltatiletik. Ellos eran las autoridades que gobernaban y cuidaban en la comunidad, distinguiéndose por poseer un mayor número de nahuales, hasta alcanzar el número de trece. Mientras el resto de los miembros de la comunidad tenían como entidades anímicas diversas clases de animales, los cuidadores tenían fenómenos meteorológicos –rayo, centella y torbellino–, estableciéndose en cada una de estas categorías una jerarquía definida por su altura y su color. El rayo era el nahual de mayor importancia, siguiéndole la centella (paslam) y el torbellino. Cada uno, a su vez, tenía una jerarquía establecida por su color. En orden de importancia, los nahuales podían ser negros, rojos o blancos; la centella, o meteoro, era verde, roja o blanca. El torbellino, por su parte, era “el nahual que camina con los pies en alto y la cabeza abajo, cerca del fuego, y por eso los hombres que son Torbellino tienen calva” (Hermitte, 1970b: 48). Aquí podía observarse una referencia a las concepciones espaciales en la cosmovisión mesoamericana, tanto por los niveles del cielo como por los colores que identifican los rumbos del mundo.

En segundo lugar, el aporte mayor de Esther fue señalar la existencia de esta forma de gobierno en una situación “metafísica”, es decir, sólo en la mente de los miembros de la comunidad y reconocida principalmente a través de las experiencias oníricas. En este sentido, una de las más ricas contribuciones de su trabajo fue la recopilación de los sueños de los pinoltecos a quienes ella entrevistó, y con los cuales mantuvo relaciones de amistad y colaboración. Otro dato significativo relacionado con la vigilancia que ejercían los “viejitos” fue su circunscripción a una de las mitades en las que estaba organizada la población, mitades llamadas “barrios” y que asumían la forma de quincunce.

Si bien estas propuestas están parcialmente presentadas en el ensayo que Esther publicó en el volumen del INI (Hermitte, 1970a), su planteo más elaborado puede encontrarse en su tesis doctoral, presentada al Departamento de Antropología de la Universidad de Chicago, y que fue publicada, traducida al español, por el Instituto Indigenista Interamericano, cuando Villa Rojas se desempeñaba como director de investigaciones (Hermitte, 1970b).

Marcelo Díaz de Salas también hizo una contribución con sus datos sobre los tzotziles del barrio del Convento, en Venustiano Carranza. Estos pobladores reconocían dos entidades anímicas que denominaban con la misma palabra: ch’ulel. Una subía al cielo y, al morir la persona, era guiada por un perro; la segunda quedaba en este mundo para reparar las faltas cometidas en su vida. “A estos chuleles los acechan muchos peligros por parte de los dueños de los cerros, el «sombrerón» y enfermedades como el mal de ojo” (Medina, 2000: 133). Estas entidades anímicas, finalmente, se situaban en un tiempo y un espacio cuyas características correspondían a una cosmovisión mesoamericana (Díaz de Salas, 1963).

Este conjunto de contribuciones de los investigadores del proyecto Man-in-Nature sobre las entidades anímicas y la cosmovisión locales adquirió mayor relevancia cuando Alfredo López Austin (1980) replanteó las características de la cosmovisión entre los nahuas del siglo XVI. EN los datos de su etnografía encontramos las aportaciones de aquellos estudiosos que trabajaron los pueblos mayenses de los Altos de Chiapas entre fines de los 50 y primera mitad de los 60. Con nuevas preguntas y discusiones centradas en otros enfoques temáticos, el nahualismo, punto de partida de la discusión, fue integrado al más amplio campo de las concepciones sobre la persona en las comunidades contemporáneas de tradición mesoamericana. De este modo, las contribuciones de Esther Hermitte, junto a las de otros miembros del proyecto, como Calixta Guiteras, Alfonso Villa Rojas y Marcelo Díaz de Salas, fueron retomadas pese a la apariencia de los cambios teóricos abruptos que emprendieron las academias mexicanas y en parte las norteamericanas de los años 70.

La articulación etnográfica

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