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1958-1964: Esther Hermitte de Buenos Aires a Chicago-Chiapas2

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En la Argentina conocíamos a María Esther Álvarez de Hermitte (1921-1990) como Esther Hermitte y, para quienes estudiamos con ella en los cursos del IDES, simplemente como Esther. Ella fue nuestra antropóloga social, probablemente la primera que tuvimos en la Argentina por titulación, capacitación y práctica. Sin embargo, esto no le valió demasiado. Quizá hasta le resultó problemático en tanto había ingresado a otro idioma académico que no se hablaba todavía en el país, salvo en reducidos núcleos que proponían la antropología social más como una afirmación de compromiso político que como perspectiva de investigación.

Cuando se implantó la antropología como carrera universitaria en la Argentina en 1957, se la entendía como auxiliar de la Historia y como vehículo para la reconstrucción de patrimonios pretéritos de la humanidad. En ese clima que definía el perfil académico posible, Esther cursó el profesorado de Enseñanza Media, Normal y Especial en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. La antropología que ella aprendió se impartía en dos asignaturas: Antropología que era predominantemente antropología física, y Arqueología orientada a la prehistoria.

¿Por qué antropología social? Esther habrá sabido de ella en Estados Unidos, donde había viajado algunas veces con su marido, el ingeniero Raúl Hermitte, quien iba a ese país por razones de trabajo. Al parecer fue en esos viajes cuando hizo algunas indagaciones universitarias (en Boulder, Colorado) o en la misma Chicago, y supo que la antropología podía ocuparse del presente y además resolver problemas concretos de la gente. Con esta orientación, en los veranos de 1957 y de 1958 hizo un relevamiento de campo en la usina y cantera minera de la empresa El Aguilar, en la puna argentina, para conocer cómo se relacionaban funcionarios de la empresa y trabajadores atacameños y bolivianos. También en 1958 presentó un resumen de esta miniinvestigación a la reunión “Semana de la Sociedad Argentina de Antropología”, donde se refería a la “antropología aplicada” y a su relevancia en el país. Sin embargo, su perfil no tenía posibilidades de consolidarse ante un frente conformado por la antropología del Volkerkunde centro-europeo, por una parte, y por la otra una poderosa sociología cuantitativa que impartía en el novel Departamento de Sociología el llamado “padre de la sociología moderna” argentina, Gino Germani. Así que, salvo estas pequeñas tentativas y reseñas bibliográficas que publicó en la revista del Instituto de Antropología, Runa, ni el entorno ni ella misma disponían de los medios para emprender una línea de trabajo en Buenos Aires o su vecina La Plata, las dos universidades que desde 1958 y 1957 respectivamente titulaban antropólogos. De hecho, y hasta tiempos muy recientes, otros intentos en Córdoba y Rosario no lograron establecer una escuela.

Después de vanos intentos de obtener financiamiento de los departamentos norteamericanos, consiguió una beca externa del flamante Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicet) que dirigía su fundador y primer presidente Bernardo Houssay, y fue aceptada por Chicago. El año de partida de Esther fue importante para la antropología profesional en la Argentina: comenzaba a dictarse la licenciatura de La Plata y se firmaba la creación de la carrera porteña que empezaría a impartirse el año siguiente. También fue un año significativo en la antropología norteamericana. Alfred Kroeber y Talcott Parsons publicaban “The concept of Culture and of Social System” en American Sociological Review (1958: 583), donde proponían reorganizar el campo de las ciencias sociales norteamericanas. Con este “pacto de caballeros”, como lo describe George Stocking Jr., Parsons y los caciques de la antropología norteamericana (Kroeber y Clyde Klukhohn) trataban de establecer la división del trabajo intelectual académico: “la cultura” para los antropólogos, el “sistema social” para los sociólogos y la “psiquis” individual para los psicólogos (Silverman, 2005b).

Varias unidades académicas, sin embargo, rechazaron este nuevo orden. Es fácil comprender por qué el departamento de Chicago fue una de ellas. Alfred R. Radcliffe-Brown, uno de los fundadores de la antropología social británica entendida como disciplina científica abocada al estudio de la “estructura social”, había dejado su marca después de seis años de permanencia (1931-1937). Esta cabeza de playa de la antropología social británica en Estados Unidos no le regalaría el estudio de las relaciones sociales a la sociología.

La influencia socioantropológica fue bienvenida por el fundador del departamento en 1928, Robert Redfield, su chairman (jefe) y por un largo tiempo dean (decano) de la división Ciencias Sociales de la universidad. Redfield mantenía una perspectiva acentuadamente sociológica de la antropología desde que conoció la sociología cualitativa del vecino departamento de Sociología que, en esa misma universidad, había dirigido su suegro y maestro Robert E. Park. Redfield, sin embargo, no sometía el estudio de la cultura a la estructura y destacaba un perfil más funcionalista. Su proyecto de área en Yucatán fue simultáneo a la estadía de Radcliffe-Brown en Chicago.

La influencia del insigne británico también afectó la organización departamental que, supuestamente, debía seguir los lineamientos de la “disciplina de los cuatro campos” (four-fields discipline): antropología física, arqueología, lingüística y antropología cultural. La antropología social era, según Radcliffe-Brown, una disciplina práctica más próxima a la sociología comparada que a la reconstrucción del pasado. La incorporación en 1935 de William Lloyd Warner, su discípulo en el estudio de aborígenes australianos, Fred Eggan3 y Sol Tax4 dio a ese departamento un perfil británico no exclusivo ni excluyente, pero bastante consolidado.

Hacia 1958 la presión parsoniana se hizo sentir en Chicago gracias a la partida de Warner, la muerte de Redfield y la llegada de tres jóvenes discípulos de Parsons a través de Kroeber y Klukhohn. David Schneider, Lloyd “Tom” Fallers y Clifford Geertz disentían tanto con la four-fields discipline como con la orientación sociológica (Silverman, 2005b). Los cursos sobre sistema social que Esther realizó en 1958 tenían este sesgo aunque compensado por un miembro más añoso del departamento que, sin embargo, no revistaba en las filas de la antropología social.

El lingüista Norman McQuown (1940, Ph.D. Yale) comenzó estudiando el náhuatl del centro de Veracruz y pasó luego al maya. En 1956 relanzó el proyecto interdisciplinario Man in Nature con financiamiento de la National Science Foundation y el National Institute of Mental Health.5 El sesgo en ecología cultural dejaba traslucir cierta vertiente neoevolucionista como la de Julien Steward desde Columbia. El objetivo del proyecto era registrar y comparar los procesos de cambio social y cultural, y la adaptación al ambiente por parte de las comunidades indígenas en los Altos de Chiapas, al sur de México. La integración entre antropología cultural y lingüística podía evocar cierto pasado boasiano, pero la vertiente socioantropológica estaba bajo la dirección del discípulo de un dilecto alumno de Radcliffe-Brown.6

Julian Pitt-Rivers, formado en Oxford con Edward E. Evans-Pritchard,7 el autor de Brujería, magia y oráculos entre los azande, acababa de publicar People of the Sierra donde planteaba el complejo honor/vergüenza como un sistema de control social propio del área cultural del Mediterráneo. Esther era una de las candidatas doctorales de Pitt-Rivers quien, junto con McQuown, firmaba el informe final Man in Nature y supervisaba la sección socioantropológica del proyecto. Él acompañaba el trabajo de campo de maestrandos, doctorandos e investigadores adjuntos, visitando a cada equipo –un lingüista, un intérprete indígena y un antropólogo social– en cada una de las localidades seleccionadas. Leía y discutía sus notas de campo, visitaba a antropólogos e informantes de antropólogos, conocía sus lugares de residencia, y con “Don Antonio” (o “Mac” o “SuperMac” como apodaban a McQuown) se reunían cada tres meses en la casa que el proyecto había alquilado en San Cristóbal de Las Casas (Medina, 2009 comunicación personal, ver Estudio Preliminar). Allí cada investigador presentaba sus avances y sus dificultades. Pitt-Rivers y McQuown hacían trabajo de campo parcial y dos investigadoras, Calixta Guiteras, graduada en Derecho en La Habana, de donde era oriunda, e incorporada a la ENAH, y la argentina Eva Verbitsky de Hunt, antropóloga de Chicago, coordinaban a los graduate students (estudiantes de posgrado). Si bien el proyecto tenía una ambición holística –ecología, arqueología, lengua y cultura–, cada investigador ensayaba una línea propia según su campo empírico, aportando datos sobre aspectos que hicieran comparables a las comunidades de la rama lingüística tzotzil y tzeltal (McQuown y Pitt-Rivers, 1964: ix).

El caso de Esther fue notable en este contexto. Era ella una estudiante de posgrado en busca de su maestría y doctorado, entre otros estudiantes avanzados, tesistas doctorales y de maestría, simpatizantes de la antropología, de diversas procedencias y afiliaciones institucionales en Estados Unidos y en México: los norteamericanos Albert Wahrhaftig, Roberta Ashley Montagu y Charles A. Mann; la británica Lilo Stern, el colombiano Manuel Zabala Cubillos y los mexicanos Marcelo Díaz de Salas (Chicago) y Andrés Medina Hernández (ENAH, México). La localidad base de Esther era Villa Las Rosas, que los indios locales llamaban Pinola, término pipil de los nahuas llegados a los Altos de Chiapas después del siglo VIII, que fue modificado por los nahuas del centro de México en el siglo XVI (Medina, comunicación personal). Esther la llamaba Pinola en todos sus escritos; correspondía al “área Tzeltal Sur del equipo número 1”, junto al lingüista Christopher Day (llamado corrientemente Chris), sucedido por el estudiante R. Radhakrishnan. Alberto Méndez Tobilla y Emilio Solano (ver como “Milo”) eran los intérpretes indígenas, y sus discursos están registrados y almacenados en la biblioteca de la Universidad de Chicago.

La estadía de Esther en el campo fue una de las más extensas del equipo, con un total de veinticuatro meses en el barrio Golowuitz. Entre julio y diciembre de 1959 realizó el primer tramo exploratorio de la localidad. En julio de 1960 regresó y allí permaneció hasta diciembre de 1961 con breves interrupciones, como las mencionadas “reuniones de equipo”, las jornadas de capacitación para el censo lingüístico que organizó Chicago en Chiapas en 1961 y un viaje a la Argentina a visitar a su madre y a Chicago, en marzo-abril de 1961.8 Dado que a mediados de 1960 culminó su beca externa del Conicet, McQuown y su director de tesis, Pitt-Rivers, le extendieron parte de los fondos generales provenientes del National Institute of Mental Health (NIMH) que financiaba el proyecto.

De su estadía resultaron, casi consecutivamente, su grado de Master of Arts en 1962 y de Philosophical Doctor en 1964. Ambas tesis estaban estrechamente vinculadas con el proyecto general sobre cambio social y cultural, y guardaban entre sí una gran coherencia. “Movilidad social en una comunidad bicultural de Chiapas”, tesis de maestría, y “Poder sobrenatural y control social”, tesis doctoral, mostraban que una misma área cultural puede encerrar profundas diferencias que no se detectan a simple vista. Productos del mismo trabajo de campo, “Movilidad…” y “Poder sobrenatural…” son las dos caras de una moneda: por una parte, las fuerzas sociales que promueven el cambio social y cultural a través de la ladinización (cambio de adscripción indígena a ladina) y el revestimiento (abandono de la vestimenta indígena por la vestimenta ladina); por otra parte, las fuerzas sociales que lo limitan y desalientan a través del daño-mal echado o la brujería. Cuatro años antes de que Fredrik Barth y Abner Cohen publicaran sus estudios sobre etnicidad y relaciones interétnicas de los pathanes (Barth, 1969) y los yoruba (Cohen, 1969) respectivamente, Esther argumentaba, como veremos en el primer capítulo, que la etnicidad no era un conjunto de rasgos esenciales sino una forma de relación social en una comunidad bicultural. Lo que Barth denominaría “límites interétnicos” es lo que Hermitte, en el lenguaje norteamericano de la época, llamaba “control social”.9

Gracias a su arduo trabajo de campo y a sus muy focalizadas y minuciosas discusiones sobre la concepción de nahual, piedra angular de la cosmovisión mesoamericana, Esther Hermitte había logrado imprimirle un sello absolutamente peculiar a Pinola, una comunidad que había perdido las jerarquías políticas y religiosas indígenas y las tradiciones artesanales. Los miembros de su comité doctoral –Manning Nash y Lloyd Fallers– y sus mentores Pitt-Rivers y McQuown recomendaron que las dos tesis fueran premiadas: la de maestría con el Roy D. Albert Prize y la doctoral con el Bobbs Merryl Award. Estas distinciones le garantizaban a su autora un excelente porvenir en la academia de Estados Unidos. Sin embargo, y después de dictar algunas clases sobre etnografía americana y colaborar como asistente de David Schneider en la obtención de datos sobre familia y parentesco en Estados Unidos (American Kinship Project) en 1965, Hermitte regresó a la Argentina donde permaneció, salvo una breve estadía en la Universidad de Michigan, hasta su muerte en 1990.

La articulación etnográfica

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