Читать книгу Cadena de mentiras - Rowan du Louvre - Страница 12

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La ambulancia que transportaba a Derek hizo su aparición por la entrada de vehículos de emergencia del hospital, precedida por mí. Mientras detenía mi vehículo de cualquier manera frente al túnel de urgencias, pude distinguir con claridad las siluetas de Mae y Lorraine, dos enfermeras a las que además consideraba mis mejores amigas, aunque en realidad éramos prácticamente como hermanas. Ambas esperaban junto a Ethan, que era el médico especializado en cardiología, y a quien al parecer le había tocado estar de guardia.

Imaginé que no se trataba de ninguna comitiva de bienvenida, sino que los tres debían estar al corriente del incidente ocurrido en la barriada Saint Cyprien y que esperaban la llegada del paciente.

Abandoné mi coche y me acerqué a la ambulancia a tiempo de presenciar como los sanitarios extraían la camilla del interior de la misma.

—¡Dios santo! —Me abordó inesperadamente Lorraine, alarmada por la cantidad de sangre que manchaba mi ropa—. ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? ¿Qué hacías en Saint Cyprien? ¿No tenías que almorzar con tu padre?

—No lo sé aún. Le han asaltado en mitad de la calle. Tomar un cappuccino. Y lo he suspendido tras una agitada charla con él —respondí a todas las preguntas que me había hecho de golpe, en el mismo orden que me las había formulado, sin prestarle demasiada atención.

Evité dar explicaciones acerca del tema del almuerzo con Andru. Bastante trágico resultaba ya haber sido testigo presencial de un tiroteo, que podía perfectamente haberme costado la vida, como para perder también el tiempo rememorando la famosa discusión que incentivó que yo acabase sola en le Pièce Café en lugar de en un lujoso restaurante de Toulouse.

—Deberías ir a cambiarte —me aconsejó Mae, igual de preocupada que Lorraine—. Ha debido de ser muy duro para ti estar allí mientras sucedía y… Bueno… Podrían haberte herido, o mucho peor…

—¡Mae! —la interrumpió Lorraine a modo de reprimenda.

—Estoy bien —me apresuré a contestarles a ambas.

A fin de cuentas, quien precisaba ayuda en estos instantes era Derek y no yo. De nada servía dramatizar pensando en lo que podría haber sido, y menos teniendo en cuenta que yo había salido ilesa de aquel peligroso altercado.

—Ve a lavarte e intenta relajarte un poco —me aconsejó Lorraine, que no parecía creer que realmente estuviese bien—. Nosotras nos ocuparemos de todo.

Aquellas palabras de mi amiga, sí lograron captar toda mi atención. No estaba dispuesta a dejar a Derek, si era lo que estaba tratando de insinuar.

—Estoy bien —insistí, cambiando de estrategia para que no me denegasen la posibilidad de hacerme cargo del paciente—. No ha sido para tanto. Puedo ocuparme de él.

Mae comenzó a mirarme como si dudase de mí y Lorraine lo corroboró, totalmente convencida de que yo no estaba en total posesión de mi capacidad mental para atender a un paciente. Ambas debían pensar que, por presenciar un tiroteo, me había quedado ida o algo peor, por lo que traté de obviarlas sin levantar sospechas.

—Por tercera vez, chicas, estoy mejor que bien —enfaticé tratando de parecer natural—. De todas maneras, tenía que venir al hospital. Poco antes de los hechos sonó mi busca y…

—¡Lo sabemos! —se apresuró a responder Lorraine, con un tono de voz que por alguna razón me hizo sospechar lo peor.

—¿Qué sucede? —inquirí movida por la curiosidad.

Sin embargo, ella no soltó prenda y, para colmo, Mae la imitó. Pocas eran las veces en que ambas habían logrado llegar a ponerse de acuerdo, pero en esta ocasión, por paradójico que sonase, habían congeniado de maravilla. De ello deduje que como punto en común tenían la pasión por aletargar mi agonía.

Ethan, por su parte, se había acercado directamente a la camilla para valorar la gravedad de las lesiones del paciente. Le escuché de fondo hablando con los paramédicos, mientras estos lo introducían por el túnel de urgencias de camino a un box para ser reconocido. Preguntó por los antecedentes y uno de ellos le relató el parte detalladamente. De todo lo que argumentó aquel hombre, tan solo me quedé con la parte que más impactó, que eran las complicaciones que relataba. Al parecer, durante el traslado en ambulancia había entrado de nuevo en parada cardiorrespiratoria. Habían procedido a reanimarle mediante descargas eléctricas con el desfibrilador de a bordo y la dopamina que yo había pautado.

Fingí que prestaba atención a los ruegos de Mae y Lorraine, mientras lo que hacía realmente era ponerme al corriente y mantenerme informada del estado del herido. Creo que se podía decir que había representado mi papel a la perfección, hasta que un hilillo de voz me obligó a dejar de actuar de golpe.

—¿Dónde… estoy…?

Se trataba indiscutiblemente de él, aunque más que hablar a duras penas susurró.

—¡Está despierto! —exclamé emocionada.

Automáticamente dejé de lado a mis amigas y me volví bruscamente hacia Derek. Debía acudir a su lado. Llevaba un buen rato deseando poder valorar su estado y por el único motivo que me contenía era para que mis amigas no sospechasen el interés que yo tenía por aquella persona, aunque posiblemente, después de mi último comentario, sería improbable volver a convencerlas de que no estaba ligada con el paciente.

—Estás en un hospital —comenzó a explicarle Ethan, mientras me acercaba a ellos—. Te han disparado. ¿Recuerdas algo?

—Había… alguien… una…

—¿Había alguien contigo? —se apresuró a preguntarle Ethan, estudiando si hablaba con coherencia o si sus palabras eran fruto de algún delirio provocado por la pérdida de sangre, el shock de la agresión o incluso de lesiones en el cerebro de los minutos que estuvo privado de oxígeno.

Antes de que volviese a hablar, irrumpí en su camino visual. Lo vi bastante deteriorado, aparte de desorientado. Era normal tras el brutal ataque que había recibido. Pese a los calmantes que se le estaban subministrando, le noté dolorido. Asimismo, me percaté de que, aunque estaba justo frente a él, no me había visto. Parecía intranquilo y buscaba algo con la mirada. Probablemente tan solo trataba de ubicarse. Sus ojos verdes se movieron de un lado para otro, hasta que lograron topar con lo que estaba buscando, o quizá sencillamente con lo único que tenía enfrente que reconoció. Entonces sonrió levemente y dijo simplemente, antes de volver a perder el conocimiento:

—Hechizos…

—Está desvariando —diagnosticó en aquel momento Ethan.

Pero no. No era así. Derek no estaba delirando ni mucho menos. Para mí sí había superado la prueba y lo había hecho con creces. Él estaba cuerdo y sabía muy bien de qué hablaba. Ahora estaba completamente segura de que lo hacía de mí, puesto que incluso había sonreído en cuanto sus ojos se encontraron con los míos, y había hecho referencia al pseudónimo que él mismo me había puesto, demostrándome que recordaba perfectamente nuestro primer y accidental encuentro.

Mientras trasladaban a Derek al quirófano, que había reservado para él, Ethan les dio instrucciones a Mae y Lorraine y las derivó con el paciente. Ellas, sin embargo, antes de abandonar el box para prepararse, me observaron durante unos instantes, bastante preocupadas. Por razones que no lograba comprender, parecían empeñadas en que no entrase con él.

—La intervención se demorará varias horas —comenzó a hablar nuevamente Mae—. Deberías intentar no implicarte y dejar que otro neurocirujano se ocupe de todo.

—No hay ningún otro neurólogo ahora mismo en urgencias —le respondí con firmeza—. Lo estoy viendo en la pizarra que hay justo detrás de ti.

—En todo caso se puede hacer cargo el señor Gordon —rebatió Lorraine a tiempo para desmoronar mi argumento—. Mae tiene razón. No creo que debas involucrarte.

—¿Y qué es lo que sí debería hacer? —inquirí visiblemente molesta.

—Deberías atender la alerta de tu busca, por ejemplo.

—¡Eso es absurdo! —protesté enérgicamente—. ¡Ni siquiera es prioritario!

De repente silencié mis palabras. Lorraine acababa de recordarme que el motivo por el que Derek y yo salimos de la cafetería fue precisamente porque me habían reclamado desde el hospital. Pero ese era un dato que carecía de valor si no le añadíamos el agravante de que cuando llegué detrás de la ambulancia y me encontré tanto con ella como con Mae, ambas ya estaban al corriente de que me habían llamado. Esto resultaba extraño por el simple hecho de que ninguna de ellas tenía nada que ver con los casos de pacientes que yo tenía ingresados, por lo que no había motivo aparente para que las hubiesen informado del aviso que me habían enviado desde central… a menos que el aviso lo hubieran puesto ellas.

—Decidme que no habéis sido vosotras.

—Se suponía que era una sorpresa —alegó Lorraine en su defensa.

—No creíamos que todo se iba a complicar de esta manera —dijo entonces Mae.

—No hay tiempo para eso ahora —nos interrumpió Ethan con impaciencia—. Si vas a entrar en el quirófano ve a prepararte. No creo que con el aspecto que llevas logres pasar de la puerta. Aunque, para ser sincero, pienso como ellas. Dejarte pasar es un error. Te conozco lo suficiente como para poder garantizar que te has emparentado con el paciente, y ambos sabemos lo que ocurrirá si algo sale mal.

—Es un riesgo que estoy dispuesta a asumir —respondí fríamente mientras me planteaba la seria duda de si debería darles a mis amigas la oportunidad de explicarse o si debería enfadarme con ellas directamente.

Me escapé a los vestuarios, dónde me desprendí de mi ropa manchada de sangre, cambiándola por el uniforme reglamentario de quirófano. Inmediatamente después recogí mi larga melena bajo una cofia y acudí a la zona estéril para terminar de asearme antes de entrar al área quirúrgica. Cuando terminé de prepararme, lo único que quedaba a la vista de mi rostro eran mis ojos, que probablemente mostraban la angustia y la inquietud de mi alma. No servía de nada negarme la evidencia, y la misma era que me sentía intranquila. Mis amigos tenían razón, puesto que yo había tenido un primer contacto con el paciente, pero todo eso había sido mucho antes de saber siquiera que iba a terminar convirtiéndose en tal.

Traté de respirar hondo rezando porque eso funcionase, pero sabía perfectamente que mi devoción no iba a ser suficiente. Después, dejé transcurrir algunos segundos para terminar de asimilar que debía relajarme o terminarían por prohibirme la entrada en el quirófano. Para cuando creí estar preparada, crucé con paso decidido la puerta de cristal que me separaba del paciente. Una vez en el interior, lo primero que encontré fue la mirada de recelo de Ethan. Dudaba de mi capacidad para mantenerme al margen, de no confraternizar con los pacientes, pero yo necesitaba estar en esa intervención ya fuese con su aprobación o sin ella.

Mae y Lorraine a duras penas cruzaron sus miradas conmigo. Detrás de ellas estaba Derek, inconsciente y con los apósitos manchados de sangre. Ya le habían colocado un catéter intravenoso en una mano, por el que el anestesista procedería a sedarlo en cuanto diéramos comienzo a la intervención.

Resolvimos previamente que Ethan, con la ayuda de Mae, se haría cargo de la lesión de tórax. Las radiografías previas habían mostrado dos costillas esternales fragmentadas, una fisura en la escápula, además del lóbulo inferior del pulmón izquierdo lastimado. Se estudió la posibilidad de extirpar parcialmente la zona afectada. Las fracturas de cartílagos y huesos eran lo de menos, ya que ese tipo de lesiones cicatrizaban por sí solas con el tiempo.

En mi caso me asistiría Lorraine. Debíamos extraer la bala que, según había mostrado una radiografía, se había alojado en su cabeza al perforar el hueso temporal. En las imágenes nos habíamos asegurado de que el proyectil no hubiese alcanzado tejidos blandos, y todo indicaba que el mismo podía haberse quedado incrustado en el cráneo.

«¡Qué cabeza más dura!», pensé irracionalmente.

De repente, mis cavilaciones fueron interrumpidas por la entrada de una quinta persona en el quirófano. Se trataba de un hombre de complexión fuerte y bastante alto. Se semejaba más a un deportista o a un atleta de élite que a un médico. Con la cofia y la mascarilla quirúrgica, no fui capaz de reconocerlo.

—Mi nombre es Bastien —se presentó sin más—. Me envía el director de neurocirugía. Al parecer el anestesista que esperabais está en otro quirófano.

—No me han informado de nada —se extrañó Ethan.

—Ha sido una decisión de última hora —aclaró restándole importancia, mientras se acercaba a Derek para evaluar la forma en que procedería a subministrarle la anestesia para inducirle el sueño fisiológico.

Finalmente optó por la inhalación de gases en lugar de la canalización por vena. Me extrañó el procedimiento, pero no dije nada. Me conformé con intercambiar alguna mirada con Ethan. Normalmente la inhalación mediante mascarilla se utilizaba con niños y Derek era evidentemente un adulto. Cuarenta y pocos sin posibilidad de fallo.

Una vez realizada la inducción al sueño, el cuerpo de Derek se relajó y dejó de sufrir. Procedimos inmediatamente a intubarle introduciéndole una sonda traqueal, y Bastien monitorizó la anestesia mediante fármacos administrados intravenosamente.

Quería convencerme de que la falta momentánea de oxígeno en su cerebro no habría producido daños irreparables, y que no le quedarían secuelas importantes, pero hasta que Derek no despertase del coma inducido era pronto para comenzar a hacer diagnósticos.

Comencé a examinar con sigilo el lugar donde se había alojado el proyectil. Pese a que llevaba varios años realizando intervenciones neurológicas por aneurismas, angiomas, embolias, tumores y muchas otras dolencias, estaba igual de nerviosa que si fuese la primera vez que entraba en un quirófano. La operación en sí no era muy complicada, teniendo en cuenta que en las imágenes tan solo habíamos detectado una fractura craneal.

Con unas pinzas y suma destreza traté de extraer el trozo de metal, hasta que inesperadamente la alarma del monitor que registraba sus constantes comenzó a sonar.

—¿Qué ha pasado? —pregunté.

—¡Fibrilación ventricular! —respondió Bastien.

Sonaba muy lejana en mi cabeza. Parecían susurros provocados por delirios en mi cerebro. Debía dejar de torturarme y sacudir de una vez las fluctuaciones de mi cabeza.

—¡Acerca el carro de paradas! —ordenó Ethan a Mae, adelantándose a mis movimientos.

Sin embargo, no la miraba a ella. Sus ojos estaban clavados en mí. Parecía reprocharme la falta de reflejos. Se había dado cuenta de que me había quedado paralizada, y si no quería tener que enfrentarme a su malhumor en adelante, tendría que esforzarme.

Cuando Ethan fue a coger las palas del desfibrilador, en un gesto audaz me adelanté, puse gel conductor en las mismas, me cercioré de que el aparato no estuviera en modo sincronizado, puesto que de ser así, el mismo se acompasaría con la actividad eléctrica del corazón y la descarga tan solo se produciría cuando detectase un QRS, y lo puse en modo asincrónico para seguir con el procedimiento.

—¡Carga a trescientos! —le ordené a mi compañero, consciente de las repercusiones que me traería. Antes de proceder a la descarga, desvié la mirada hacia Lorraine para indicarle—: Sujeta la cabeza al paciente. No conviene que se mueva durante la reanimación. Podríamos agravarle las lesiones.

Coloqué las palas del desfibrilador en el pecho de Derek, con cuidado de no alcanzar la herida del tórax, y procedí a someterle a la primera descarga. Tras la misma, su cuerpo saltó sobre la mesa de quirófano, pero su corazón no reaccionó.

—¡Mae, un miligramo de epinefrina! —exclamé ahora—. ¡Ethan, vuelve a cargar!

Nuevamente solté una descarga sobre el pecho de Derek, con la mirada fija en el monitor que registraba sus constantes, buscando un halo de vida. Sin embargo, tras la segunda sacudida, la línea que marcaba el latido de su corazón continuó plana.

—¡Carga a trescientos sesenta!

—Su pulmón no lo aguantará, Rowan —intentó detenerme Ethan. Sin embargo, yo no estaba dispuesta a dar nada por sentado.

—¡Carga!

Tras mi última orden, me obedeció sin mirarme a la cara siquiera. Una vez estuvieron cargadas las palas, procedí a efectuar la tercera descarga, con el mismo resultado que las veces anteriores. Ahora sí comenzaba a desesperarme.

—¡Vuelve a cargar! —ordené con la voz rota por la conmoción.

—¿Qué estás haciendo? —me cuestionó entonces Bastien—. ¡Déjalo ya! ¡Le freirás el pulmón!

No puedo negar que su elocuencia me molestó, por lo que ignoré su advertencia y busqué en la mirada de Ethan un poco de complicidad, pero él respondió quedando cabizbajo, como si quisiera darme a entender que se daba por vencido.

—Por favor… —insistí, tratando de apelar a su compasión como último recurso.

—Déjalo, Rowan… —susurró en apenas un murmullo—. Bastien tiene razón. No lo aguantará…

—Deberíamos certificar la hora de la muerte —nos interrumpió aquel cretino.

Apenas acababa de conocerle y, sin embargo, ya había pasado a formar parte de mi lista de los más odiados. Mis amigas Mae y Lorraine tampoco estaban por la labor de apoyarme en estos cruciales momentos, razón por la que tuve que revelarme contra todos ellos, aunque me pesara hacerlo.

—¡Todavía no está muerto!

Lorraine continuó sujetando la cabeza de Derek mientras me observaba compungida. Mae, por su parte, intentaba mantenerse al margen de la discusión. Supongo que me conocía lo suficiente como para saber que no me rendiría fácilmente. Ethan colocó su mano sobre mi hombro en señal de duelo, tratando de concienciarme de que lo mejor era abandonar la maniobra de resucitar al paciente.

—Has hecho todo lo posible… —habló resignado.

—Asúmelo, doctora —le corroboró Bastien sin miramientos—. No hay nada que hacer. Ha muerto.

—¡No en mi mesa! —le grité indignada, apartando a Ethan bruscamente para cargar las palas personalmente.

En aquel instante Mae se hizo a un lado junto con él, mientras Lorraine presenciaba toda aquella escena totalmente incrédula. Bastien, por su parte, lo hacía con desdén. Ni siquiera se molestó en disimular la antipatía que sentía por mí. Me dio la sensación de que lo que más le importunaba era no poder hacerse cargo de aquella situación como médico al mando y que, por encima de él, yo estuviese asumiendo ese papel.

Me sabía mal por mi amigo, pues además de restarle autoridad le había tratado de cualquier manera, pero, aunque no me justificase, la crisis vascular de Derek me importaba. Igual sí había sido un error entrar en el quirófano.

Cargué las palas del desfibrilador, las coloqué sobre su pecho y descargué. La sacudida fue violenta. Pese a eso, Lorraine no permitió que la cabeza del paciente hiciese movimiento alguno. Acto seguido, su cuerpo se desplomó de nuevo sobre la sábana azul de la camilla.

Bastien proseguía mirándome con rabia contenida, mientras Ethan y Mae no le quitaban el ojo de encima a Derek. Lorraine no había dejado de cuestionarme en ningún momento, mientras que yo, simplemente, no podía despegar la vista del monitor, deseando por encima de cualquier otra cosa que el ritmo cardíaco de aquel hombre sufriera alguna alteración.

Esperé sintiendo con angustia cómo transcurrían los segundos. Fueron instantes de mucha tensión, hasta que por fin la señal acústica del monitor le devolvió el aire a mis pulmones en el preciso instante en que el corazón de Derek comenzó a latir de nuevo.

En la pantalla aparecieron primero unas pequeñas arritmias que entraban dentro de lo normal y después el ritmo cardíaco fue estabilizándose por sí solo, poco a poco, hasta lograr ser débil pero constante.

—Por fin… —susurré aliviada en mi fuero interno.

Comenzaba a sentirme exhausta. Estaba sudorosa y cansada. Resentida sería el término exacto. Tras exhalar con fuerza toda la tensión que había acumulado durante la maniobra de reanimación, Ethan se acercó nuevamente para colocar su mano sobre mi hombro. Quizás trataba de felicitarme por el esfuerzo, pese a que su mirada era severa. Mae y Lorraine, por su parte, parecían reprocharme las maneras. Y Bastien, se contentó simplemente con volverme la cara.

Llegados a ese extremo se reanudaron las dos intervenciones en el punto exacto en que habían quedado. Ethan prosiguió con el tórax, apoyado por Mae. Bastien se centró nuevamente en la anestesia. Y yo, respaldada por Lorraine y más agotada que al principio, regresé al traumatismo craneal del paciente.

Cadena de mentiras

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