Читать книгу Cadena de mentiras - Rowan du Louvre - Страница 13

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Comenzaba a oscurecer en Toulouse. La denominaban la Ciudad Rosa puesto que ese era el color que predominaba en los edificios antiguos, pues estaban construidos mayormente con ladrillos vistos. También se la considera ciudad histórico-artística de Francia por contar con un abundante patrimonio arquitectónico.

En el hospital reinaba la calma. Los pasillos, que durante el día nos tenían acostumbrados a una gran afluencia de personas, permanecían ahora sin colapsos y prácticamente desiertos. Tan solo quedaba alguna auxiliar y las enfermeras de planta, que terminaban de pasar la medicación y revisar que todo estuviese correcto con los pacientes que permanecían ingresados.

En estos momentos yo también deambulaba por esos pasillos con el alma en vilo. Me conocía lo suficiente como para saber que, de por sí, le daba demasiadas vueltas a las cosas más triviales; aunque esta vez el tema que me dejaba en jaque en mi trabajo era la salud del recién aparecido en mi vida. Por alguna razón, pensar en él me hacía sentir desdichada. Era como si encajar de alguna manera en su mundo resultase para mí una meta inalcanzable. Pero, ¿por qué iba a albergar yo la necesidad de tener algo que ver con él?

Si no quería sufrir, lo más sensato era dejar de darle tantas vueltas a todo cuanto rodeaba a ese hombre. Parecía obvio que comenzaba a confundir sentimientos, y aquello ya no tenía nada que ver con el hecho de estar más o menos vinculada al paciente. Evidentemente, ya no era su salud lo único que me importaba, sino que comenzaba a estar en juego la mía.

Acudí con la cabeza hecha un lío a los vestuarios de personal. Necesitaba alejarme de planta, de mis compañeros y, lo que es peor aún, necesitaba alejarme de mí misma. Una vez allí me senté frente a mi taquilla. Todavía vestía la ropa de quirófano, puesto que ni siquiera me había planteado la posibilidad de cambiarme. Acto seguido suspiré profundamente. Estaba confundida y me hallaba al borde de una nueva crisis de ansiedad. Aquella situación se me planteaba como un abismo insuperable y no encontraba un atisbo de paz.

Hundí la cabeza entre mis brazos. Estaba agotada. Mi alma cargaba con demasiada presión. Estaba la doble guardia del día anterior, con los agravantes de la discusión con mi padre por la mañana, la velada con tiroteo incluido del mediodía y la complicada intervención quirúrgica de hace tan solo unas pocas horas.

Mis rizos caían como una cascada por mi cara, ocultándome del mundo real, pero no me importó porque en esos momentos tampoco deseaba estar visible para nadie, aunque por desgracia era consciente de que en realidad no tenía el don de desaparecer.

Mis ojos comenzaron a humedecerse. Los acontecimientos de todo el día habían acabado conmigo y no pude evitar comenzar a sollozar, abatida. Cerré los ojos y me abandoné al llanto, sin miedo. A fin de cuentas, no había nadie cerca que me pudiese escuchar. Sin embargo…

—No deberías llorar… —escuché de repente—. Y menos después de cómo te has defendido esta tarde en el quirófano.

—¿Quién…? —intenté preguntar, puesto que a causa de las lágrimas no lograba ver al recién aparecido.

—¡Buen trabajo, doctora! —respondió este simplemente.

Y para mí fue más que suficiente. Reconocí enseguida el tono grave de la voz del hombre que acababa de felicitarme. Sabía perfectamente quién era él. Como si fuese un acto reflejo me incorporé de golpe, me volví agradablemente sorprendida hacia el lugar del que provenía aquella voz y me sequé las lágrimas torpemente con el dorso de las manos.

—¡Estás aquí! —exclamé visiblemente halagada, sin poder evitar que mi voz sonase una octava por encima de lo normal—. ¿Cuándo has vuelto?

Se trataba de Julien. Él y yo llevábamos una relación de poco más de un año, marcada por sus ausencias. A pesar de que ambos vivíamos en la misma ciudad, su profesión le había obligado a alejarse más de lo que a mí me agradaba admitir. Como inspector de policía, llevaba cerca de un año intentando cerrar el círculo de una investigación que estaba literalmente ligada a mí. Nada menos que la muerte de mi madre. Pero ahora que le tenía delante, después de los meses que había pasado fuera de la ciudad, no podía pensar en otra cosa que no fuese lo mucho que le había añorado.

Sin detenerme a meditarlo siquiera, me abalancé sobre él, literalmente. Julien, por su parte, ni se inmutó. Se trataba de un hombre fuerte y me levantó en sus brazos como si mi cuerpo escapase de las leyes de la gravedad. No me sorprendió la facilidad con la que me sostuvo; por el contrario, estaba más que acostumbrada.

—Echaba de menos tus saltos, preciosa —bromeó mientras me estrechaba contra su cuerpo.

Aproveché ese breve instante para inhalar su camisa en busca de su aroma. Me encantaba el olor que desprendía su cuerpo, mezclado con el perfume de siempre, solo que esta vez no me produjo la agradable sensación de tranquilidad que me transmitía normalmente, y eso me distrajo. Acababa de caer en la cuenta de algo que logró trastornarme. No es que su aroma hubiese dejado de ser embriagador, lo traumático era que esa esencia ya no me transportaba hacia el que, hasta ahora, había considerado mi hogar. Ya no me producía esa pequeña punzada en el pecho.

—¿Ocurre algo? —preguntó sacándome de mis pensamientos.

—Debiste avisarme de tu llegada —abrevié intentando no darle más vueltas a mis propias demencias, mientras acomodaba mi rostro en su pecho—. Sabes que detesto las sorpresas.

—En mi defensa alegaré que lo intenté —respondió casi de inmediato—. Pero en tu casa no había nadie y tu teléfono móvil… Bueno, en realidad no sé para qué lo tienes, puesto que desde que te conozco jamás lo has tenido operativo. Había pensado en alertar a las autoridades, pero finalmente me decanté por acercarme al hospital y pedirles ayuda a Mae y Lorraine.

—¿Era por ti la alerta del busca? —me sorprendí.

—No sabía cómo localizarte y, obviamente, se me acababan los recursos.

En aquel mismo instante terminé de comprenderlo todo. Ese debía ser el motivo por el que Mae y Lorraine insistían tanto para que no entrase en el quirófano. Mis amigas no habían pretendido prevenirme de Derek, tan solo habían intentado que lograse reunirme con Julien cuanto antes. Neurótica de mí, como siempre, había imaginado lo peor.

Era inevitable no sentirse el ser más egoísta sobre la faz del planeta. Mi pareja había intentado sorprenderme, mientras que yo me había dedicado a dejarme seducir por un completo desconocido de ojos verdes. ¿Por qué no era capaz de centrarme únicamente en la llegada de Julien? A fin de cuentas, ahora estaba conmigo, aunque desconociese por cuánto tiempo esta vez.

Tampoco podía dejar de pensar en cómo me había comportado con mis amigos. Ante esa dolorosa realidad, me di cuenta de que el tiempo que permaneciera Julien en la ciudad no era un tema tan irrelevante. Importaba y mucho. Debía aprovechar que él había vuelto para intentar volver a centrarme.

La ansiedad me sobrecogió de golpe y mi reacción se hizo evidente en pocos segundos, cuando de nuevo regresaron las lágrimas.

—Pero, ¿por qué lloras ahora? —preguntó con dulzura Julien.

—Siempre lo estropeo todo —intenté explicarme entre sollozos—. Ethan está enfadado conmigo… Mae cree que he perdido la cabeza… Lorraine piensa que me inmiscuyo en la vida de mis pacientes… Bastien… ¡Él es solo un estúpido arrogante sin escrúpulos!... ¿De dónde demonios lo habrá sacado el señor Gordon?... Andru, como siempre, echó por la borda cualquier posibilidad de reconciliación… Y para colmo, casi muere un hombre hoy… y no sabía si lograría salvarle la vida…

Bajo la protección de los brazos de Julien, mis penas fluyeron por mis labios sin freno. Dejé escapar una palabra detrás de otra con la única intención de aligerar el peso de mi alma y tan solo me quedé con la única parte que me pareció injusto comentarle, a menos que mis intenciones fuesen las de mortificarle. Él jamás debía llegar a conocer la agradable sensación que experimenté en compañía de Derek. A fin de cuentas, era un buen hombre y no merecía algo tan miserable por mi parte.

Después de un buen rato sollozando, respaldada por el consuelo de mi pareja, él me separó de su cuerpo con un gesto cariñoso y me obligó a mirarle a los ojos. Eran grises, eso todavía lo recordaba.

—Te involucras demasiado, Rowan —susurró con tristeza mientras secaba mis lágrimas—. Deberías tomarte un tiempo. Llevas mucha pena dentro y no es fácil sobrellevar tanta tensión. Me siento realmente mal por pasar tanto tiempo fuera y no darte el apoyo que necesitas.

Su mirada era todavía más triste que sus palabras de culpabilidad. Se preocupaba por mí y yo lo sabía. Eso tan solo lograba que me castigase todavía más por haber disfrutado de la compañía de otro hombre y, lo que es peor, en el fondo de mi ser anhelaba que aquella velada se volviera a repetir.

Julien no había dejado de observarme en ningún momento. Quise profundizar más en aquel gris que me hipnotizó y le sostuve la mirada buscando esos sentimientos reencontrados, para renovarlos con más fuerza. Tan solo unos segundos después de lograr conectar con él, tomó mi rostro entre sus cálidas manos. Lo hizo con perspicacia y sumo cuidado. Antes de darme cuenta, el suyo había acortado distancia peligrosamente del mío y continuaba reduciendo ese recorrido, consciente de que me intimidaba su manera de hacerlo. Sus labios habían quedado a un escaso suspiro de mí. Podía sentir su respiración mezclándose con la mía. Me encantaba esa parte, cada vez que Julien se disponía a provocarme con astucia premeditada, y antes de que lograse mediar palabra, su sutil maniobra culminó en un beso.

Al principio todo comenzó como un gesto dulce. Una mueca de cariño por la que valía la pena dejarse arrastrar. Todo era perfecto, la suavidad de sus labios, la calidez de su aliento, hasta que sus dedos hábiles comenzaron a enredarse entre mis rizos. Aquello provocó que los latidos de mi corazón se multiplicasen considerablemente y que mi respiración se convirtiese en un jadeo audible. Apreté mis dedos contra su espalda, sin miedo a que mi impronta quedase grabada en ella. A partir de ese instante, su rostro abordó el mío, buscando profundizar más en aquel beso.

Lo que había comenzado como un juego dulce se transformó en puro deseo desenfrenado. Julien había convertido su abrazo en una trampa sensual. Me aprisionaba contra su cuerpo con fuerza y evidentemente no entraba en mis planes ofrecer resistencia alguna. Eso sería desacato a la autoridad y en el fondo yo deseaba tener mucho más de todo ese momento. A fin de cuentas, había pasado algún tiempo lejos de él y antes de eso, había estado demasiado tiempo sin compañía. Mi mente necesitaba descargar adrenalina y mi cuerpo, una distracción placentera. Se me ocurrían varias opciones, pero al parecer el destino tenía unos planes diferentes para mí, puesto que cuando más entregada estaba, Julien se apartó sin más. Tenía la respiración sofocada y daba la sensación de que le había supuesto un enorme esfuerzo separarse de mí. Pero pese a eso, lo hizo.

—¿Qué ocurre? —pregunté sin intenciones previas de dejarlo escapar tan fácilmente.

—Tu busca… —me dijo en voz queda, enfocando su mirada hacia el bolsillo de mi pantalón—. Al parecer no pueden pasar un minuto sin ti.

Había estado tan entregada al beso de Julien, que no me había percatado de la llamada, pero ahora que él había regresado, tampoco tenía ganas de atender ninguna urgencia, ni de alejarme de nuevo, por lo que dudé a la hora de mirar el aparato.

—Esta noche me quedaré contigo —me susurró entonces como si pudiese leer en mi pensamiento las dudas que me abordaban—. Ahora deberías comprobar que todo está en orden, para asegurarte que después no haya distracciones.

—De acuerdo —acepté a regañadientes—. Pero con la condición de que cocines para mí. Esta mañana me perdí el almuerzo con Andru y no he pegado bocado en todo el día.

—¿Discusión familiar?

—Supongo que Andru está tan habituado a su papel de juez que en ocasiones se olvida de sus obligaciones como padre —dije resignada sin muchas ganas de profundizar en el tema.

—Entonces tendré que esforzarme en preparar una buena cena —bromeó Julien sonriente—. Por nada del mundo me perdonaría que no llegaras a los postres. La parte más placentera…

Tras su sugerente comentario me invadieron tentaciones de abalanzarme sobre él nuevamente, pero tuve que contenerme como pude cuando mi busca decidió interrumpir de nuevo. Esta vez sí lo escuché, y debo añadir que comenzaba a odiar su molesta e inoportuna señal acústica. Tras aquel molesto sonido, Julien se acercó para darme un beso en señal de despedida, solo que esta vez lo hizo en mi mejilla y con extrema delicadeza. Después, sencillamente me hizo un guiño con el ojo, a la par que me brindaba la mejor de sus sonrisas.

Debo admitir, entre muchas otras cosas, que desde que nos conocimos siempre había procurado cuidar de mí. Era un hombre cariñoso y muy atento. Una especie de ángel de la guarda, solo que ahora sus más cálidos deseos habían superado con creces a su afán de protegerme, y eso era algo que a mí no podía molestarme, pues mis sentimientos hacia él eran muy parecidos.

Tras un suave roce de sus dedos en mi mejilla, desapareció igual de rápido que había aparecido. En cuanto su imagen se desvaneció tras la entrada de los vestuarios, saqué el busca y lo miré. Tardé apenas unos segundos en arrepentirme de haberlo hecho. Fue en el preciso instante en que averigüé que la alerta provenía de la sala de reanimación. Los pilares de mi confianza se derrumbaron en cuanto el nombre de Derek cruzó mi mente.

—¡Rowan! —exclamó Ethan alterado, irrumpiendo ahora en los vestuarios—. ¿Por qué no contestas las llamadas? Llevamos un buen rato buscándote.

—He terminado por hoy —respondí cabizbaja, sin ánimo de enfrentarme a él—. Estoy agotada. Solo pretendía cambiarme para poder salir de aquí cuanto antes.

—¿De qué estás hablando? —preguntó con incredulidad—. Tu paciente ha comenzado a fibrilar de nuevo. Deberías revisar…

—Hablaré con el señor Gordon para que lo derive a otro médico —inquirí tratando de mostrar entereza cuando, en lo más profundo de mi ser, todo mi mundo se desmoronaba bajo mis pies.

Tras mis palabras, Ethan, más que mirarme, me observaba incrédulo. Intentaba franquear las barreras que yo misma había interpuesto entre nosotros para tratar de ocultar las verdaderas emociones que me producía el hecho de mantenerme alejada de Derek, por lo que me forcé a darle la espalda con indiferencia, para acercarme a mi taquilla en busca de mi ropa.

—Primero no quieres que otro médico se encargue de él en el quirófano; después te dedicas a someterle a descargas eléctricas ¿y ahora le das la espalda, alegando que estás cansada, mientras tratas de convencerme de que te importa un cuerno lo que sea de él? —argumentó visiblemente indagando—. Tendrás que utilizar otra artimaña conmigo, porque no te creo. ¿Se puede saber qué tripa se te ha roto?

—No puedo hacerlo, ¿vale? —me excusé sin fuerzas.

—¡Qué te jodan, Rowan! —exclamó molesto antes de dejarme sola.

El instante previo a abrir la puerta de mi taquilla, cerré los ojos para tomar aire y después exhalé un largo suspiro con el que traté de expulsar fuera de mí todas aquellas batallas internas. Debía convencerme de que lo que había hecho era lo mejor, ya que me sentía en deuda con Julien. En cuanto logré recuperar la calma, extraje del interior un pantalón y una camiseta demasiado escotada para la estación del año en la que estábamos. Me desnudé en un instante y, casi más rápido, ya estaba preparada para salir. Cogí entonces el resto de mis pertenencias, atusé mi cabello hacia atrás, colgué de mi hombro mi bolso y, antes de abandonar el vestuario, pellizqué superficialmente mis pómulos para ofrecerle un tono rosáceo a mi rostro.

Cadena de mentiras

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