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Prólogo


(Un año antes)


Acababa de llegar a casa después de un improvisado viaje al golfo de Vizcaya. Se quitó la americana que componía su traje gris oscuro de Brioni, que cuidadosamente dejó en el respaldo de su sillón de diseño Style de piel natural. Se aflojó el nudo de la corbata de seda y desabrochó el primer botón de su camisa de Jean Paul Gaultier al tiempo que acudía al mueble bar. Una vez allí se sirvió una copa de whisky Dalmore 25 años. Al acercarse el vaso a los labios percibió su aroma. Después de tomar el primer trago le abordó el gusto a especias secas, clavo, canela y jengibre de aquel licor. Degustó la mezcla de sabores en su paladar, mientras se acercaba a la smart tv que salía de la pared opuesta a su escritorio de roble macizo. Inmediatamente después tomó el mando a distancia y la puso en marcha. Su sonido resonaba ahora en el interior de aquella estancia; una reportera daba una noticia de última hora:

… y estos son los datos que nos llegan desde España, donde ha sucedido este trágico suceso. Recordemos que los hechos han acontecido hacia la medianoche en la provincia de Guipúzcoa. Nuestros reporteros se encuentran en el hotel Villa Sono de San Sebastián, donde ha sido hallado el cuerpo sin vida de Christopher Kinnaman con un extraño mensaje escrito en una tarjeta: «Cadena de mentiras». Unas horas antes, el difunto acababa de jurar su cargo como dirigente del partido político que representaban Mikael Lynch y Daniel McEwan, fallecidos también tan solo unas semanas atrás; el primero en el hotel Pulitzer de Barcelona y el segundo en el hotel Ritz de Madrid. Con este último deceso, el partido se plantearía una posible disolución al carecer de dirigentes…


—Has vuelto… —susurró en tono sugerente una voz femenina, sacándolo de su ensimismamiento.

—Angie… —la saludó él mientras apagaba el televisor.

—¿Dónde has estado todo este tiempo? —inquirió curiosa la mujer de cabello rojizo, curvas portentosas y pechos turgentes que sobresalían por el escote del minúsculo y ceñido vestido de color carmesí—. Te he echado de menos...

—Siento no poder decir lo mismo —confesó él sin un ápice de arrepentimiento en sus palabras, saboreando mentalmente aquella infinidad de curvas que sabía perfectamente que acabarían sucumbiendo a sus morbosos y oscuros caprichos—. Acabo de llegar de viaje. Un asunto complejo de última hora.

—¿Asunto complejo? —repitió ella cogiendo su copa de whisky para tomar un trago de ella.

—Temas de corrupción y política —dijo alzando la mano que le había quedado libre, para tomar en ella uno de sus pechos—. Una mezcla explosiva, Angie.

Mientras tanto, en el departamento de policía se respira un ambiente tenso y poco propicio para hablar. La tensión por los crímenes sucedidos en España se ha trasladado hasta las dependencias policiales de Toulouse.

—¿Inspector le Viel?

—Adelante, Jade —respondió este dejando de lado la ficha policial que estaba ojeando en la pantalla de su ordenador, para dirigir la mirada hacia la agente que acaba de interrumpirle.

Jade entró entonces en su despacho llevando un sobre de color crema en la mano, con los bordes bastante deteriorados. En la portada y con letras de imprenta color rojo decolorado una leyenda indicaba: «Confidencial». Cuando por fin estuvo a la altura de la mesa de su superior, dispuso el informe sobre la misma y permaneció a la espera en silencio.

Le Viel tomó el sobre casi de inmediato, rompió el sello que lo mantenía cerrado y extrajo su contenido, bajo la mirada de su compañera.

—La Rousse… —leyó en voz alta, no excesivamente sorprendido por lo que acababa de ver. Inmediatamente después procedió a guardarlo y preguntó a Jade—: ¿Alguien más sabe que hemos sacado este documento del archivo central?

—No, inspector.

—De acuerdo… —dijo en voz queda. Luego abrió con llave el primer cajón de su escritorio, para dejar el sobre en su interior—. Lo custodiaré personalmente. A estas alturas de la investigación sería una verdadera tragedia que se extraviara.

—De acuerdo, señor —respondió la joven preparada para abandonar su despacho—. Si eso es todo, me marcho ya.

—Está bien, Jade —respondió amablemente—. Y no me llames señor. Me hace parecer mayor de lo que soy.

Cadena de mentiras

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