Читать книгу Cadena de mentiras - Rowan du Louvre - Страница 14
ОглавлениеCrucé el pasillo del hospital con la mente distraída. Mis pensamientos seguían castigándome por los acontecimientos y los sentimientos recién estrenados. Mis pasos se dirigían hacia el despacho de neurología. El señor Gordon había expresado su deseo de tener una conversación en privado conmigo, antes de marcharme, y no era precisamente la clase de hombre que encajaba una negativa por respuesta. En cuanto alcancé la puerta, llamé sin pararme a meditarlo siquiera. Tenía la vaga sensación de que si retrasaba mucho más aquel encuentro, saldría corriendo del hospital y, en consecuencia, me arrepentiría sin remedio.
—¡Adelante!
Su voz, por norma entonada con seguridad, era grave. Armonizaba con su rostro de rasgos severos. Su pelo era canoso, pese a que tan solo contaba con cuarenta y tantos años. No sabía su edad con exactitud, lo que sí sabía con certeza era que la mayoría de los residentes e interinas del hospital le consideraban todo un sex symbol. Para ser sincera, no era mi tipo…
Entré en el despacho con paso decidido y tomé asiento justo delante de él. Su expresión era inexorable.
—Me han comunicado que desea hablar conmigo, señor.
—Tanto como desearlo… —me corrigió sin ninguna amabilidad—. Por alguna razón siempre acabo con los nervios crispados cuando hablo contigo. A pesar de ello he decidido correr el riesgo esta tarde para saber, de primera mano, qué demonios ha sucedido esta tarde en el quirófano.
—Han tardado poco en irse de la lengua.
—¿Perdón? —se sorprendió mi jefe por mi soberbia.
Puede que me hubiese excedido con mi comentario, pero no pude evitar que las palabras del señor Gordon me cogiesen desprevenida. Naturalmente era consciente de que más pronto o más tarde se haría con los pormenores de la intervención de Derek, lo que no había llegado a imaginar es que esa información detallada estaría en su conocimiento antes de que yo llegase a digerirla.
Me costaba demasiado creer que alguno de mis amigos hubiera podido llegar a traicionarme. Ethan no acostumbraba a tener contacto directo con mi jefe, puesto que su especialidad no era la neurología. Por esa razón le descarté casi de inmediato. Después pensé en Mae, e incluso en Lorraine, sin embargo, a ninguna de ellas le caía en gracia el señor Gordon, pese al feeling que desprendía entre las féminas del centro hospitalario, motivo por el cual concreté que tampoco podían haber sido ellas. Mi lista de culpables se iba cerrando. Tan solo debía pensar en el personal restante que estuvo en el quirófano por la tarde, para caer en la cuenta de que simplemente quedaba una persona, si se le podía considerar como tal. La conclusión más acertada era entonces culpar al nuevo anestesista. A él no me unía ningún tipo de amistad, por lo que era la persona que menos tenía que perder.
«¡Menudo cretino!», pensé, furiosa.
Estaba completamente segura de que solo podía haber sido Bastien. ¡Le había faltado tiempo para delatarme! Después de todo, el motivo de mi resentimiento recién descubierto hacia él no era del todo infundado. Quedaba perfectamente justificado tras su comportamiento para conmigo. Por su parte, el señor Gordon retomó el hilo de la conversación, ajeno a mis desavenencias con el nuevo anestesista.
—Parece ser que esta tarde ha habido un pequeño incidente en el quirófano, doctora du Louvre, y me preguntaba… ¿qué tiene que decir al respecto, como protagonista del altercado?
—Lo del incidente lo he entendido, pero lo de protagonista del altercado… Eso me ha dolido, señor Gordon —contesté algo molesta por el tono y las acusaciones—. A pesar de ello, no sé a qué incidencias se refiere.
—Me explicaré, y así de paso te pondré al corriente —manifestó él con indiferencia—. Podría ser que, como facultativa y en conocimiento de la normativa y del comportamiento en un caso de fibrilación ventricular, y nada menos que con un paciente que en cuestión de una hora habría sufrido tres paradas cardiorrespiratorias, hubieses podido tomar algunas decisiones por tu cuenta y riesgo, obrando con precipitación, consciente de que él mismo tenía una lesión grave en el segundo lóbulo del pulmón izquierdo, a causa de una herida de bala, por lo que creí entender.
—La lesión no era grave —me defendí—. Y además no ha habido ninguna complicación posoperatoria. De momento todo parece estar bien, quitando otra fibrilación puntual hace apenas unos minutos, que ya parece estar controlada.
—¡El resultado no te exime de la responsabilidad de tus actos! ¡Ni tampoco de acusaciones del tipo «abuso de autoridad» o «falta de compañerismo»! —exclamó el señor Gordon perdiendo los papeles.
—¿Abuso de…? —intenté manifestarme, pero mi jefe no me lo permitió.
—¡Anuló a sus compañeros en el quirófano y se pasó la normativa…!
—¿Por el culo? —le interrumpí de repente, más furiosa conmigo misma por tratar de justificarme que por el hecho de que el señor Gordon me hubiese convocado en su despacho.
—¡Haz el favor de hablar con propiedad! —exclamó mi jefe, golpeando la mesa con el puño cerrado.
A causa de eso me di cuenta de inmediato de mi tremendo error. Acababa de propasarme con el director y aquello tenía un precio. Había superado con creces los límites de mi propia imbecilidad, y más pronto o más tarde me enfrentaría a las consecuencias. Aun así, tenía el firme convencimiento de que, presuntamente, había salvado una vida. A fin de cuentas, mi profesión abarcaba precisamente eso. ¿Qué se supone que debía hacer si no? ¿Hubiese sido mejor profesional si le hubiese dejado morir por seguir al pie de la letra la puñetera normativa?
Hasta donde yo sabía, el juramento hipocrático y el reglamento de enfermería defendían el principio de velar por la vida de cualquier persona, desde el instante de la concepción e, incluso bajo amenaza, a no emplear los conocimientos médicos para contravenir las leyes humanas. Entonces, ¿no era eso lo que yo había demostrado en el quirófano?
—No sé dónde pretende llegar, señor —rebatí tratando de esquivar su mirada de pocos amigos—. Intervine al paciente y creo poder asegurar que fui rigurosa con el reglamento. Pese a mi hipotético mal comportamiento, que yo no califico como inadecuado, dudo que mis compañeros presentasen queja alguna con respecto a mí. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el paciente sigue con vida gracias a algunas determinaciones de urgencia que en su momento creí convenientes.
—Sabes perfectamente que tu manera de maniobrar es sancionable —rebatió con firmeza—. ¿Y si durante tu intento por recuperar el ritmo cardíaco hubieses agravado sus lesiones u ocasionado otras nuevas? Podrías haber dejado en entredicho la profesionalidad del centro hospitalario, así como a sus especialistas. Además de tener que enfrentarte a una importante demanda por negligencia médica.
—Era un riesgo que merecía la pena correr —resolví finalmente, dándole la espalda a mi jefe, indignada por su reprimenda. Luego, simplemente, me despedí—: Si me disculpa, señor, tengo asuntos más importantes que atender.
—¡No he terminado contigo todavía!
—Buenas noches, señor Gordon —le interrumpí haciendo caso omiso a sus palabras—. ¡Por cierto! Hágale llegar mis condolencias a ese tal Bastien, por su patética existencia.
Después de mi espectacular despedida abandoné el despacho del señor Gordon, sin pensamiento ninguno de volverme para contemplar su rostro desencajado por mi comportamiento. Solo cerré la puerta detrás de mí y me alejé sin remordimientos.
Anduve por aquel pasillo rezando por no encontrarme con el impresentable de Bastien. Hasta ese momento había intentado convencerme de que tan solo habíamos tenido un mal comienzo, pero estaba claro que había tropezado con una inoportuna piedra que entorpecía mi camino.
Lo mejor para ambos era que no tuviese el placer de volver a encontrarle hasta que me olvidase del mal humor que me había provocado el sermón del señor Gordon.
Sin más obligaciones en el hospital, opté por guardar mi acreditación en el bolso, dispuesta a regresar a la tranquilidad de mi hogar, donde más tarde o más temprano me deleitaría con la visita de Julien. En ocasiones como la de hoy me halagaba enormemente poder contar con todo su apoyo. Siempre era un placer disfrutar de su compañía, pero en estos momentos, además, ansiaba encontrarle para reconfortarme entre sus brazos.
—¿Qué sería de mí sin él? —Suspiré, decaída por todos los contratiempos que se me habían presentado durante el día.
—No renuncies a él… —dijo de repente alguien detrás de mí.
Después de aquel comentario me volví sorprendida para encontrarme con Lorraine, que me observaba preocupada.
—¿Qué no renuncie a quién? —repetí incrédula.
Lorraine, lejos de intentar explicarme lo que había intentado decirme, todavía se rodeó de más misterio y murmuró en voz queda:
—No le des la espalda.
No perdió un segundo más en terminar de concretar lo que fuese que tratara de decir con aquellas palabras. Por el contrario, hizo una mueca con su rostro, como tratando de darme a entender que, más que una orden, lo que pretendía hacerme era una súplica. Después me rebasó sin mirar atrás y prosiguió su camino, como si aquella conversación no hubiese tenido lugar. Estuve a punto de creer que todo había sido producto de mi imaginación, cuando advertí que mi amiga no se había plantado en mi camino por la más pura casualidad. Detrás de ella se hallaba la UCI, donde recientemente habían trasladado a Derek, por lo que supuse que había estado en la habitación que él ocupaba.
Quizás Ethan le había puesto al corriente de la determinación que había tomado con respecto al paciente, razón por la cual ella, en lugar de comprenderme y apoyarme incondicionalmente, había optado por reivindicar su opinión de no dejar a Derek en manos de otro especialista. Pero lo que realmente me extrañó fue cuál podía ser su interés para que yo me hiciese cargo personalmente de él.
Mis pasos se dirigieron inconscientemente hacia la unidad de cuidados intensivos. Cuanto más cerca estaba, más desconcertada me sentía. Era como si me faltase el aire. Mi corazón latía desbocado y el recuerdo del olor de su perfume me provocaba un hormigueo parecido al aleteo de mariposas en el estómago. Me detuve a escasos milímetros de la puerta con el corazón al punto del colapso a causa de las pulsaciones. Un latido más y estallaría, saltando de mi pecho en mil pedazos. Me asaltaban las dudas. Ni siquiera me veía capaz de abrir la puerta. Acerqué la mano hasta el pomo de la misma y la dejé reposar allí. Me faltaba valor para moverme. Tenía miedo por todo lo que en aquel instante estaba sintiendo dentro de mí. Derek me atraía hacia él como si se tratase de un vórtice y yo no era capaz de evitar caer en su epicentro.
Finalmente me armé de valor, respiré hondo y me dispuse a entrar en la habitación en silencio. Permanecía a oscuras. La única luz que había era la que se filtraba desde el pasillo, por la abertura de cristal opaco de la puerta.
Dirigí la mirada hacia el frente y por fin le vi. A simple vista daba la sensación de que dormía, pero era simplemente el efecto que producía tenerle tumbado sobre la camilla con los ojos cerrados. Llevaba puestas las gafas nasales por las que se le subministraba oxígeno, ya que la saturación seguía siendo relativamente baja. El monitor mostraba sus constantes todavía débiles. Esperar que ya se hubiese estabilizado era precipitarse en el diagnóstico.
Al parecer todo estaba en relativo orden. Por fin había confirmado que su estado estaba dentro de los parámetros normales, teniendo en cuenta las lesiones que había sufrido. Convencida de ello, me volví sobre mis pasos dispuesta a macharme, cuando en un espasmo impredecible, que yo no pude ver, la mano de Derek me detuvo, sujetando mi brazo con poca fuerza.
—¡Derek! —me sorprendí, volviéndome como un acto reflejo.
Le observé totalmente atónita y pude verle con los ojos entreabiertos, cosa que me sorprendió debido a las complicadas intervenciones a las que se había visto sometido y a la cantidad de anestesia que había recibido su cuerpo.
—Rowan… —susurró mi nombre, con un hilillo de voz apenas audible.
De repente me quedé igual que cuando nos conocimos hacía tan solo unas pocas horas. Me gustaba oír su voz, me eclipsaban sus labios y hasta la poca cordura que me quedaba se desvanecía con su mirada. Tenía un rostro perfecto, incluso aunque estuviera magullado a causa de la caída tras los disparos.
—Tus… hechizos… han… funcionado… —murmuró entonces con mucha dificultad, mostrando una sonrisa de complicidad.
Y entonces mi mente se quedó en blanco a la par que mi corazón dio un brinco tremendo. Recordaba esa parte de la conversación, lo cual no dejaba de ser una buena señal con respecto a las secuelas que pudiesen llegar a quedarle tras la falta de oxígeno en el cerebro. Al parecer no me había olvidado. Recordaba mi nombre y también algunos de los temas de la conversación que habíamos mantenido en la cafetería. ¿Qué más se podía pedir? Tras esas palabras, sus ojos volvieron a cerrarse, dejando una sonrisa que ofrecía un tono cálido a su rostro. A partir de ahí, la mano que anteriormente sujetaba la mía, cayó sin más. Le devolví parte de su dignidad cuando coloqué bien su brazo y, en un impulso incontrolado, acaricié su mejilla. Era suave, pese a la barba de algunos días que la cubría. Sin saber muy bien por qué, todavía le observé unos segundos más y luego, aun consciente de que no podía verme, le devolví la sonrisa.
—Descansa, Derek…